La séptima función del lenguaje

En La séptima función del lenguaje, Laurent Binet imagina que la muerte de Roland Barthes fue un crimen urdido por hombres del poder para obtener un texto en el que se formula una función de carácter performativo que permite a quien la domina convencer a cualquiera de cualquier cosa.

Durante el gobierno de Mauricio Macri buena parte de la sociedad asumió que la competitividad del macrismo era un dato de la realidad y no uno de los efectos de la mitología comunicacional amarilla, apuntalada por las postverdades construidas por los medios concentrados y buena parte del Poder Judicial.

Fue la «muerte del autor» en el sentido más literal. El 25 de febrero  de 1980 salía de almorzar con François Mitterrand, a punto de convertirse en presidente francés y fan confeso de sus Mitologías, cuando una camioneta lo atropelló en plena calle. El accidente no resulta fatal, pero Barthes morirá luego de pasar un mes internado en el hospital de la Pitié-Salpêtrière, víctima de complicaciones pulmonares.

El caso quedó cerrado, hasta ahora. A Binet (París, 1972) ese desenlace siempre le pareció sospechoso, demasiado improbable para ser pura casualidad, y se puso a imaginar un crimen urdido por una confederación de universitarios y hombres de poder, temerosos ante el alcance de las teorías de ese pensador estrella.

De ahí surgió La séptima función del lenguaje (Seix Barral, 2015), su reválida tras el éxito de HHhH, en la que narra el plan para asesinar a Reinhard Heydrich, creador de la solución final de los nazis. Su segundo libro es, a la vez, un ensayo semiótico y un thriller policial con toques de comedia, por momentos un poco burda, donde el autor convierte en sospechosos del crimen a los teóricos del posestructuralismo, como Foucault, Derrida, Deleuze o Lacan, responsables de la revolución de las Humanidades que emergió en la Francia de los sesenta. Tampoco se olvida de Mitterrand y su archienemigo Giscard d’Estaing, obsesionados con la poderosa séptima función del lenguaje que da título a la novela, completando las seis que enunció el lingüista ruso Roman Jakobson.

Roland Barthes

Sin embargo, y he aquí el gancho de esta novela, Binet introduce desde el vamos la hipótesis de que a Barthes en realidad lo asesinaron. La séptima función del lenguaje cuenta con un «elenco» conformado por la crema del estructuralismo y posestructuralismo, por los agitadores de la señera revista Tel Quel y por los representantes de lo que las universidades norteamericanas denominaron French Theory. Aparecen Jacques Lacan, Michel Foucault, Louis Althusser, Jacques Derrida, Gilles Deleuze y Tzvetan Todorov, entre muchos otros, y Binet, claro, no pierde oportunidad aquí de convertir también en personajes centrales a Sollers y a Kristeva.

Cualquiera de los mencionados es sospechoso, en este policial con pretensiones semiológicas, de haber participado en la muerte de Barthes. Pero ¿por qué querrían asesinar al autor de Fragmentos de un discurso amoroso? Para robarle un manuscrito de dos carillas en el que se formula la séptima función del lenguaje, una función designada como mágica de carácter performativo que permite a quien la domina convencer a cualquiera de cualquier cosa en cualquier circunstancia. Tal función se suma, pues, a las 6 funciones del lenguaje, categorías lingüísticas (emotiva, conativa o apelativa, poética,  referencial, metalingüística y fática) que fueron teorizadas por el lingüista Roman Jakobson

La motivación para quedarse con ese manuscrito es, tanto por parte de los políticos como de los intelectuales, obvia: la ventaja retórica significa la obtención de poder. Bien puede tratarse del sillón presidencial de Francia, bien de adueñarse del máximo título del Logos Club, asociación semisecreta en la que se dan cita intelectuales y políticos para enfrentarse en duelos retóricos.

Como todo relato policial, La séptima función del lenguaje también tiene sus investigadores. Suerte de Sherlock Holmes y Dr. Watson algo desangelados, aquí la dupla la conforman Jacques Bayard, un cerril comisario de policía que combatió en la guerra de Argelia, y Simon Herzog, un progresista profesor universitario con conocimientos en semiología. El itinerario investigativo los lleva a sitios variopintos: un sauna gay frecuentado por Foucault, la Drogheria Calzolari de Bolonia donde se encuentran con Umberto Eco, la Cornell University de Nueva York, en la que se celebra un congreso sobre el giro lingüístico.

Con buen ritmo narrativo e ingenio argumental, La séptima función del lenguaje  concluye que no existe ninguna función del lenguaje que, a larga, pueda manipular la subjetividad de las personas.

Laurent Binet, también autor de HHhH y Civilización.

Por cierto, es ineludible asociar la temática de esta novela con la irrupción y desarrollo del PRO en la vida política argentina, aparición que estuvo envuelta por una fuerte fetichización relacionada con sus habilidades comunicacionales en la que participaban propios y extraños, como si Jaime Durán Barba y sus acólitos dominaran aquella secreta función del lenguaje que permite encantar y convencer y por cuyo conocimiento muchos mueren y matan en la novela de Binet. Esta construcción, en virtud de la cual buena parte de la sociedad asumió que la competitividad del neoliberalismo macrista era un dato de la realidad y no uno de los efectos de la performativa mitología amarilla, contó con la complicidad de todo el aparato mediático-comunicacional concentrado, con gran parte del Poder Judicial, los servicios de inteligencia y sectores de las fuerzas de seguridad. Competitividad que ―como señalan Ignacio Ramírez y María Esperanza Casullo en una nota publicada por Anfibia―, resultaba aún más «mágica» ya que se sostenía desafiando la ley de gravedad que nace del nexo entre economía y política (un gobierno al que le va muy mal en la economía tiene el destino electoral condenado).

El macrismo creyó que replicando las técnicas que le permitieron ganar las elecciones en 2015 y 2017 servirían para gobernar más allá de 2020. Le fue más o menos bien mientras duró la luna de miel con sus votantes, pero exageró su uso y subestimó a la sociedad. Duran Barba cree que el votante promedio es un chico de 9 años, que tiene un pensamiento mágico, que solo entiende frases cortas, vacías, de buenas intenciones y deseos; es decir, un individuo que no logró desarrollar el pensamiento abstracto.

Sin embargo, la crisis provocada por las políticas neoliberales mostró que no es así, que el manual de Durán Barba ya no servía para enfrentar las corridas cambiarias, la inflación y el empobrecimiento de la sociedad.

El marketing político es una herramienta útil y necesaria, tanto en campaña como en la gestión, sin embargo siempre la política está por encima del marketing. Apostar todo a un relato que subestima a las personas y basado en la postverdad como centro del relato ―es decir a la mentira y al ocultamiento de los hechos, como articuladores de la realidad― puede ser una apuesta de alto riesgo. El relato neoliberal mostró su fragilidad para entender lo que pasaba y el mejor equipo de los últimos 50 años fracasó de manera estrepitosa.

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Marcelo Valente

Comunicador y periodista. Editor de Esfera Comunicacional.

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