La revolución de la inteligencia
La digitalización en la Argentina será justa, libre y soberana pero también inclusiva, federal y sostenible.
El desafío argentino inscripto en —y parte de— el desafío mundial es avanzar en los temas que hacen al futuro, más allá de nuestra evaluación sobre éstos y tomando en cuenta cierta inevitabilidad sobre la vigencia de esas cuestiones.
En un mundo donde se impone el modelo de producción digital, seguir pensando en términos «fordistas» e incluso en la forma toyotista del «justo a tiempo» para asegurar la fabricación de bienes y la realización de servicios es quedarse sin seguros de crecimiento nacional. Es importante ir construyendo, creando y consolidando infraestructura digital en toda la línea. Y esto refiere e incluye aspectos culturales, normativos y de accesibilidad a la mayor cantidad de personas.
En este terreno, el progreso de la inteligencia artificial con ingeniería argentina y conocimiento propio será fundamental. Y no hay hoy un mercado posible que lo garantice, sino que el Estado juega un rol clave para lograr estos cometidos, mediante su capacidad de nuclear interés privado, capacidades académicas, estímulos educativos y desarrollo federal.
Un detalle de importancia en este rumbo es contar con un espacio nacional de telecomunicaciones moderno, fuerte, sostenible, federal y accesible donde el Estado asegure la democratización en su uso y sea capaz de convocar a la inversión privada, con reglas claras de funcionamiento, para conformar la virtuosidad de una múltiple coalición que ateste los intereses de los pueblos usuarios, la lógica rentabilidad de los privados, las garantías normativas del uso, los avances académicos y de la ingeniería correspondiente, la distribución equitativa federal y los marcos soberanos de un país sobre su infraestructura de comunicaciones.
Esta es la base para pensar la Argentina donde se naturalicen formas y modos del hoy y del mañana que hacen a la riqueza nacional y a la satisfacción y mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes.
Por supuesto, en virtud de comprensiones históricas y políticas no podemos dejar de entender que este quehacer de construcción tecnológica, social, política, económica y cultural debe armonizar sus rumbos con un pensamiento humanista que reclame para el ser humano y para los pueblos la primacía como sujetos básicos y más importantes de estas transformaciones.
La concordia entre las tecnologías de punta y la justicia social es vital para una disposición cordial y exitosa de la modernización estructural de nuestras capacidades técnicas.
La íntima y permanente relación entre las nuevas formas de la comunicación, sus tecnologías y sus investigaciones con la vigencia de la soberanía nacional sobre las mismas, es otro valor necesario.
La capacidad de desarrollo, con autonomía de presiones por intereses externos, sólo se articula desde una real independencia económica que garantice rumbos propios en la trazabilidad de cada sector a impulsar.
La digitalización en nuestro país será justa, libre y soberana pero también inclusiva, federal y sostenible. Y popular.
El futuro no se imagina, se construye.
Ahí aparecen entre otros temas a vincular e interrelacionar: inteligencia artificial; domótica (el sistema mediante el cual puede automatizarse una vivienda y que une servicios de gestión energética, seguridad, bienestar y comunicación); ciborg o cybergs (ente o tal vez sujeto y por qué no «criatura» donde se combinan elementos orgánicos con módulos cibernéticos y que, en virtud de esta «mezcla», se optimizan capacidades humanas por el uso de la tecnología); ciberseguridad; realidad virtual y aumentada; la nube, Internet de las cosas (IoT por su sigla en inglés); big data, comunicación cuántica y, aunque colindante con estos temas, no está fuera de nuestros intereses estratégicos trabajar sobre cripto activos (las famosas monedas virtuales, la más conocida Bitcoin), cambio climático y sustentabilidad ambiental.
La ligazón entre variables técnicas y consideraciones políticas obligarán a generar modelos de avance tecnológico que incorporen ontológicamente valores que hacen a dignidades, derechos y necesidades de los pueblos, como el respeto a los derechos humanos y las diversidades, la justa valoración de los salarios para las y los trabajadores del sector y el seguro de apropiación popular para cada nueva tecnología.
No estamos planteando que la Argentina se ubique en el liderazgo digital pero sí que no pierda el ritmo internacional de éste. Los rezagos en estos temas se pagan con mucho tiempo de desequilibrio entre países y a favor de quienes no demoran sus concreciones.
La utopía de un país compartiendo vanguardias tecnológicas deja de ser una quimera a la luz de las decisiones políticas que se van tomando. La institucionalidad de un plan de desarrollo, la asignación de su presupuesto y la legislación atinente son inicios prometedores que ponen en marcha expectativas cumplibles. «Dadme una palanca y moveré el mundo», dijo Arquímedes, y hoy se hace necesario crear esa palanca transformadora que, desde las nuevas formas productivas digitales, generen empleo, riqueza oriunda y regional, crecimiento, inclusión y distribución equilibrada de bienes y conocimiento.
Las revoluciones siempre la han hecho los inteligentes. No los mejor formados o más aptos intelectualmente. Los inteligentes que supieron cuándo era el momento que la historia les permitía entrar en el mundo de esa revolución. «El momento huidizo de la historia», al decir del politólogo italiano Emilio Gentile.
Esa victoria de las y los inteligentes cabe tanto para los revolucionarios de la Francia de 1789, los bolcheviques de 1917, los fascistas de 1922, como para María Curie y Albert Sabin. Para Cristóbal Colon y José de San Martín y para los cabildantes de mayo de 1810. Los une la inteligencia de saber cuándo y cómo la revolución es posible. Sea esta política, emancipadora, exploradora o científica. O como la actual, tecnológica.
Apelemos y acudamos a nuestra inteligencia para realizar esas tareas.