¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos

¿Cómo fue posible que una buena parte de la sociedad argentina haya aceptado un gobierno integrado en gran parte por ricos «nacidos en cuna de oro» que además exigió esfuerzos y sacrificios? ¿Cambiamos? La batalla cultural por el sentido común de los argentinos de Paula Canelo (editorial Siglo XXI, 2019) busca respuestas a ese y otros interrogantes.

La hipótesis central del libro es que el gobierno de Cambiemos fue un emergente de las profundas transformaciones que viene atravesando la sociedad argentina en las últimas décadas y, más específicamente, como un síntoma de transformaciones sociales que el kirchnerismo no supo representar.

El punto de partida de Canelo es que Cambiemos «leyó» mejor que el kirchnerismo los cambios que ha habido en el sentido común de los argentinos. Y su éxito en 2015 no puede ser entendido si no se analizan los últimos años del kirchnerismo y cierto clima de aislamiento relativo de ese gobierno con respecto a la sociedad. En esa circunstancia, el macrismo identificó y recuperó elementos muy arraigados en nuestro sentido común (la cuestión del mérito, el éxito y lo aspiracional en un país formado sobre todo por clases medias o conjuntos de individuos que se autoidentifican como de clases medias) desde hace décadas y los repotenció.

Según Canelo, Cambiemos supo interpretar mejor el proceso de individualización que se viene produciendo al menos desde la última dictadura. Para los militares la individualización fue un componente estratégico de su proyecto de país desde el punto de vista económico, social, represivo y político. El fin: la fragmentación de las solidaridades. Luego, los años ochenta marcaron una combinación de esa individualización con colectivos novedosos, como los movimientos sociales, entre ellos el movimiento de derechos humanos. Y en los años noventa volvimos a otro proceso de individualización, aunque con objetivos diferentes a los de la dictadura. El menemismo logró la valoración de la individualidad, no solo por el auge neoliberal promercado y las transformaciones del mundo del trabajo, sino también por determinado tipo de consumo: el uno a uno marcó un escalón de ascenso para quienes pertenecían a las clases medias y las clases medias bajas, dado que la convertibilidad permitió por un tiempo el acceso a consumos que antes habían estado vedados.

En su libro Canelo marca el surgimiento de una «individualización popular», y no solo ligada a las clases medias. Durante el gobierno de Cambiemos —dice— vimos transformaciones que son casi contradictorias con los sentidos comunes políticos y académicos que teníamos, porque en general asociábamos a los sectores populares con lo colectivo o la solidaridad. Al respecto, sostiene que, aunque de manera contradictoria, es preciso entender que el kirchnerismo también fue individualizante. Tal vez, la individualización fue un efecto no deseado de sus políticas de inclusión y de acceso al consumo —no sólo a bienes materiales, sino también a bienes culturales, a identidades nuevas— porque generó procesos de ascenso de las franjas superiores de los sectores populares y de las franjas bajas de las clases medias.

En cuanto a los cambios políticos y sociales que generaron esos procesos de ascenso durante el kirchnerismo, precisa que surgen nuevas expectativas «desde abajo» de aquellos que ascienden vía el consumo y plantean demandas aspiracionales, pues los sectores en ascenso buscan asimilarse a las franjas a las que pasan a pertenecer. Y eso genera, además de la individualización, el refuerzo de los sentidos comunes de la aspiración o el mérito.

Asimismo, surgen reacciones «desde arriba» de sectores que ven en aquella asimilación una amenaza a posiciones conquistadas. Eso provoca una «incongruencia de status»: los individuos sienten que el status que les está siendo reconocido en la sociedad no es el que deberían tener, no es el que les corresponde y no es el status por el que han luchado toda su vida. Aparecen entonces ciertos malestares difusos, que se ligan a esos imaginarios de la clase media que terminaron minando la legitimidad del peronismo: la idea de «las prebendas» que «el populismo le otorga a aquellos que no hicieron mérito ni se esforzaron como nosotros, que tuvimos que trabajar toda la vida». Es decir, se gestan climas de opinión donde se percibe que había premios y castigos mal administrados por el gobierno kirchnerista. Así, durante los años kirchneristas hay una grieta social que se va cerrando, pero a costa de la profundización de la grieta política.

La explicación de Canelo es que el discurso del kirchnerismo tiene una forma de entender a la política a la que le cuesta aceptar estos procesos de «individualización popular». Junto a otras fuerzas progresistas o nacional-populares, el kirchnerismo tiene una concepción de los sectores populares y de las clases medias bajas muy ligadas a lo colectivo, a la solidaridad, a la idea de la comunidad. Supone la legitimidad de los elementos estatales para la inclusión, que es tematizada de manera muy fuerte en la idea de «La patria es el otro», central en el relato del gobierno. De esa forma, se produce lo que llama un «déficit de representación», porque el kirchnerismo crea grupos sociales nuevos, vía el acceso al consumo, por ejemplo, pero no los reconoce, no los representa, porque le sigue hablando al que era y no al que es. Es decir, los sectores en ascenso ya no se sienten reconocidos en esa idea de «la patria es el otro», quieren ser reconocidos en su nueva situación de individuos que ascendieron socialmente y se reconozcan sus méritos y aspiraciones. Así se gestan dilemas que el kirchnerismo no puede resolver.

De ninguna manera Canelo afirma que la emergencia de Cambiemos sea responsabilidad del kirchnerismo. Pero sí que el kirchnerismo supuso (equivocadamente) que la ampliación del bienestar económico genera automáticamente lealtades políticas. Eso no sucedió porque en medio de ese bienestar económico y la lealtad política está la cuestión de la individualización. Por eso, otra de las tesis centrales del libro es la idea de la meritocracia entendida como una redistribución del sentido de la justicia y de las jerarquías sociales.

Durante los últimos años del kirchnerismo, vastos sectores de la sociedad entendían que había una desadecuación entre los premios y los castigos, que «los que iban a laburar no recibían la misma ayuda que los que no lo hacían» y fue algo que empezó a permear con mucha fuerza el sentido común, porque esos malestares no eran resignificados en el discurso gubernamental.

En tal sentido, un acierto de Cambiemos fue retomar uno de los criterios de justicia básicos que regulan la sociedad argentina (y muchas otras sociedades): la idea del mérito. Es algo que en la Argentina nos remite de forma inmediata a la ética de los inmigrantes, al imaginario de «nuestros abuelos que vinieron con una mano atrás y otra adelante». En la ética inmigrante el mérito era un criterio de justicia válido. Y lo sigue siendo, porque es lo que les transmitimos todos los días a nuestros hijos cuando les explicamos, por ejemplo, que es importante que les tiene que ir bien en la escuela y tienen que sacar buenas notas para conseguir algo más. Pero hay una diferencia importante entre el mérito de la ética inmigrante y la meritocracia de Cambiemos: en aquélla el mérito era una realización individual pero que luego se trasladaba a la comunidad de pertenencia. Por ejemplo, si había un miembro de la comunidad italiana que lograba ascender socialmente de forma destacada, ese logro era toda su comunidad y revertía a ella en prestigio y en contribuciones materiales. Cambiemos pervierte esa idea y la transforma en meritocracia. ¿Qué diferencia hay? La meritocracia define un conjunto de individuos selectos, exitosos, sujetos a una carrera individual en la que, si el otro no es una oportunidad, es un obstáculo.

Canelo también aborda otra cuestión: cómo se liga esa idea de meritocracia con otro concepto que atraviesa su libro: la estrategia de «infantilización» del electorado que desarrolla Cambiemos.

Cambiemos tiene una concepción infantilizante de los argentinos. Durán Barba parece concebir a los votantes como niños pequeños. La infantilización está muy presente en las campañas electorales del macrismo y en la comunicación institucional. Los individuos seríamos egoístas, caprichosos, volubles, emocionales, como los niños. Por eso, aparecen en sus campañas y en su comunicación una serie de elementos propios del mundo infantil: la estética empresarial de los festejos también es una estética de pelotero, de fiesta de cumpleaños. Me refiero a los globos, la música, el pogo: en los bunkers de Cambiemos se baila y se canta de forma descontracturada y se usa cotillón, como en los cumpleaños infantiles. Recordemos las imágenes de Macri con la galera del Mago sin Dientes o la de Carrió con los lentes estrellados. Uno de los primeros mensajes que difundió Macri en su Facebook, luego de la asunción, fue una imagen (que es la tapa del libro) del perro Balcarce sentado en el sillón presidencial. Al respecto, Canelo establece una diferencia fundamental entre Balcarce y Dylan (el perro de Alberto Fernández). Dylan forma parte de la vida cotidiana y afectiva de Alberto Fernández, es su mascota, siempre lo fue y lo será. Al mostrarse con Dylan el candidato muestra su capacidad de cuidar y de dar y recibir afecto. Balcarce significó otra cosa: la banalización de la política, disfrazada de descontracturación y pérdida de solemnidad de quienes «venían de afuera». Balcarce no acompaña a Macri, sino que lo reemplaza en su lugar de trabajo.

La infantilización también es parte de la banalización: recordemos también el uso de animales en los billetes o la campaña «Vamos Buenos Aires», con una estética de muñecos Lego representando estereotipos, independientemente del público al que se dirija el mensaje. En esa línea, hay un componente muy importante vinculado con la infantilización: ¿qué hace alguien cuando está criando un niño? Busca una normalización de las conductas.

Otro de los conceptos que Canelo propone en el libro es el de «ortopedia moral». Cambiemos comparte con otras derechas y también con algunas corrientes políticas de izquierda más vanguardistas la necesidad de «educar a las masas». Para Cambiemos, la pesada herencia, en realidad, es la gente: somos los argentinos y argentinas. Consideran que recibieron un pueblo ingobernable, ávido de salidas fáciles y «atajos». Entonces, hay que someter a los argentinos a una suerte de «ortopedia moral», de normalización dentro de un molde. Y la voluntad popular es vista como un problema, como un desborde. Es decir, lo que se vio después de las primarias de 2019, cuando Macri se enojó porque habíamos votado en su contra. Una autoridad que culpaba a la voluntad popular por las consecuencias de sus decisiones, por sus «desbordes». Y amenazando con castigos. Esa es la ortopedia moral.

A la luz del resultado de las PASO del 11 de agosto de 2019, una pregunta que le formularon a Canelo en las entrevistas relacionadas con la presentación del libro fue cuáles serían los factores internos que provocaron la debacle del gobierno de Cambiemos.

Todavía —dijo— es pronto para saberlo, pero apunta que una de las explicaciones posibles es la fuerte tensión que se originó en el interior de una elite económica que era, al mismo tiempo, política. Durante décadas los debates intelectuales distinguieron a la Argentina como aquel país que nunca pudo ser lo que hubiera podido, en parte porque su elite económica nunca había podido transformarse en elite política, por sus contradicciones internas o porque siempre tenía enfrente al peronismo o porque las Fuerzas Armadas la reemplazaban. En estos últimos tiempos hemos podido ver cómo una elite económica que había encontrado en Cambiemos su elite política, una elite política de derecha que además había logrado el apoyo de diversos sectores sociales, no dudó en devorarse rápidamente a sí misma. Mostrando una vez más que no puede (o no quiere) ser al mismo tiempo elite dominante y elite dirigente. «Son ideas que me surgen ahora y que habría que estudiar con atención» puntualiza Canelo.

Otra pregunta a la que tuvo que responder Canelo fue la siguiente: cómo lograr, para no caer otra vez en el mismo círculo que generó la derrota de 2015, que la sociedad entienda que los mecanismos de ascenso social deben ser colectivos y no individuales,

En primer lugar —respondió—, es fundamental que no se confunda el éxito electoral con el éxito cultural, con el triunfo sobre el sentido común que hizo posible a Cambiemos. En segundo lugar, hay que comprender que del bienestar material, si bien hoy es prioridad uno, no se derivan lealtades políticas automáticas. Y, en tercer lugar, cualquier recomposición de las condiciones materiales de la población debe ser acompañada por narrativas nuevas, por relatos alternativos y no antagónicos. Hay que construir nuevas narrativas que incorporen los cambios que se produjeron en nuestra sociedad y que reconozcan las demandas de mérito, aspiración, individualidad. Hay que incorporarlas al discurso para resignificarlas. Y una parte importante de esa resignificación debe basarse en la idea de que cualquier logro o mejora en la situación individual no responde solo a las condiciones personales, sino también a las políticas públicas que lo posibilitaron. Pero esto requiere reconocer e incorporar al discurso incluso las demandas y aspiraciones de aquellos híperindividuos que adhirieron al proyecto de Cambiemos y luego avalaron la construcción de una sociedad cada vez más desigual y que mostraron ser capaces de tolerar ajustes extraordinarios sin oponer resistencia. Hay que reconocer esta nueva sociedad, que Cambiemos recibió transformada pero luego potenció en su gobierno. En esa perspectiva, Canelo es de la opinión que la diversidad actual del peronismo expresada en el Frente de Todos es más una fortaleza que una debilidad para los tiempos que vienen, porque va a gobernar una sociedad muy fragmentada e individualizada y cada vez más heterogénea. El gran desafío será construir narrativas que sean alternativas y no antagónicas. Y, en esa tarea de reconocimiento de una sociedad transformada y de gobierno de la pluralidad, la diversidad interna del Frente de Todos va a ser un buen recurso más que un problema.

Marcelo Valente

Comunicador y periodista. Editor de Esfera Comunicacional.

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