La comunicación gentrificada

El ataque a la vicepresidenta vuelve a poner en cuestión el papel del sistema de medios y de quienes, desde allí, mienten, ocultan o tergiversan información. Es necesario un marco legal que ponga límite a estas acciones y restablezca garantías constitucionales.

La gentrificación nace con el cierre de fábricas. En los años 60, grandes corporaciones inmobiliarias y de servicios compran las tierras del centro de Londres a sectores pauperizados y las venden a la alta burguesía o gentry. Hoy, la misma táctica, hija de la desindustrialización y financiarización de la economía, se aplica al planeta.

La gentrificación necesita de Estados complacientes. Gobiernos y funcionarios nacionales, provinciales o municipales que, aplicando la lógica de la mercancía, renuncien al compromiso de preservar patrimonios colectivos y entreguen los terrenos públicos para beneficio de pocos.

Tampoco la gentrificación inmobiliaria es un fenómeno aislado. La apropiación de territorios es precedida por la gentrificación de solidaridades. La sistemática aplicación de dispositivos de coacción y saqueo a la conciencia comunitaria busca erigir un sentido común que imponga odio y condene sin pruebas líderes populares.

Cocinar miedos y desconfianzas, resentimientos y terrores no es gratis. Demanda múltiples utensilios e ingredientes materiales y subjetivos. Prestigiosos especialistas culinarios que amasen «cambios» inconscientes y que complacen a sus clientes con productos y especias que empleen aromas fétidos y sutiles, pero, jugosos para agraviar patriotas o canjear héroes por fauna en billetes y naturalizar en «los inconscientes», el trueque de deuda por recursos naturales.

La gentrificación nunca ocurre de la noche a la mañana.

La «cocina» de legitimación simbólica es lenta. Hay que cooptar todos los sentidos y ajustarlos a distintos paladares, clases sociales, temperamentos, edades, ideologías.

Ergo, el primer requisito para guisar naciones divididas es la concentración del poder mediático.

La misma fuente emitiendo toneladas de mensajes simultáneos que demonicen al prójimo, destrocen objetivos comunes, convoquen a la guerra y contraten lacayos para redactar el mejor menú, matarifes con violenta pasión por los cuchillos y camareros sumisos que sirvan platos apetitosos a cada cliente.

Después de todo, una palabra es apenas una unidad que asocia ciertos sonidos con uno o varios contenidos y pocas personas están al tanto que los contenidos no son inmutables.

Comunicación y territorio

Les costó casi un siglo conmover significados de significantes como «mérito», «amigo», «compañera», «maestra» o «amor» y no lo han logrado. Años de discursos no han conseguido desprestigiar las palabras «Política» o «Patria». Siguen socavando contenidos porque sin buenas memorias, se olvidan palabras o acaban como materia prima de lingüistas y arqueólogos.

Por eso, se insiste en llamar «privatizaciones» al saqueo de Tesoros nacionales, se descalifican los reclamos populares como «populistas» o borran las Islas Malvinas de los mapas.

También, inventan ingeniosas palabras. En especial, aquellas elaboradas para renunciar a Soberanías.

Cabe destacar que, la mayoría de los más ingeniosos vocablos han nacido en Universidades que Naciones Unidas nomina «de clase mundial» y que, con patrocinio de organismos internacionales, consultoras y clientes serán traducidos por académicos y difusores extranjeros, para evitar resistencia en sus comarcas localesApuestan a que, con tiempo, se olvide/ignore/menosprecie que voces como «hidrovía» ocultan cierres de industrias, la enajenación de recursos nacionales y hasta la cesión de plataformas marítimas o patrimonios de la Antártida.

No cabe dudas que los derechos humanos, como el amor, crecen abrazando al próximo. Ni que colonizar implica la siembra de odios y violencias. Las mafias del Dívide et ímpera administran la gentrificación. Se sabe que sus caldos y brebajes son dispuestos y servidos por colosales medios globales de comunicación, analógicos y digitales.

Sin embargo, ante el ataque a la vicepresidenta de la Nación, los antídotos continúan en manos de los tres poderes del Estado. El pueblo exige cumplan con las responsabilidades republicanas que juraron asumir.

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Marta Riskin

Antropóloga, Universidad Nacional de Rosario (UNR).

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