El virus del covid y la enfermedad de la mentira

Esta nota propone une reflexión crítica sobre el papel de los medios masivos durante la pandemia.
Ilustración: Noe Garín

Desde Hiroshima y Nagasaki, un fantasma recorría los imaginarios de la prensa y la comunicación. ¿Cómo sería informar el acaecimiento del Apocalipsis? Una mirada muy distanciada y especulativa podría arriesgar: el desenvolvimiento y el auge de la sociedad del espectáculo, la conversión de la comunicación y la información en entretenimiento y diversión obedecieron al talante de evasión que no es insensato considerar de hecho inevitable frente a tan nefastos escenarios. Desde entonces no hicieron sino sumarse múltiples sobresaltos globales, desde el agujero de ozono hasta las recientes inundaciones en el centro de Europa. Dos imágenes asaltan la evocación aquí sobre la aparición ficcional en la TV de la conflagración nuclear. En El sacrificio de Tarkovski como un quedo anuncio —siniestro— antes del apagón general. En Years and Years el estallido atómico es localizado, produce conmoción en los personajes que en la serie ofician como público, pero el mundo sigue su curso sin inmutarse en una «nueva normalidad».

Finalmente, sucedió un impredecible, algo inesperado, la pandemia. Evento lento si se lo compara con estallidos y cataclismos climáticos sucesivos. El mundo se pobló de representaciones gráficas y tablas numéricas acompañadas de caóticas versiones sobre los peligros, de cambiantes y heterogéneas indicaciones sobre las prevenciones y de preguntas recurrentes sobre inquisiciones imposibles de responder acerca de vaticinios: «cuándo y cuánto sucederá tal o cual cosa». Quienes responden a la prensa desde el conocimiento experto a tales preguntas infructuosas terminaron en la resignación de articular una retórica elusiva, a fin, en general, de no intervenir de modo polémico con preguntas absurdas y contraproductivas, inquietantes, pánicas e imposibles de contestar. Es necesario señalar este punto porque gran parte de los debates públicos afines se empeñan en girar alrededor del establecimiento de la verdad o de constatar datos sin advertir que la matriz distractiva a la que se ha entregado irreversiblemente la mayoría de los medios de comunicación tiene como premisa la indiferencia hacia la distinción verdad/mentira. Su condición es de ficción inclaudicable. Solo importa el efecto producido como espectáculo. Cualquier debate o divergencia se reabsorbe como lo que South Park satiriza al respecto: «pelea de discapacitados» suele gritar Cartman, y todo el grado se dispone a la contemplación de lo abyecto con goce y sin reservas.

La mayoría de los medios de comunicación tiene como premisa la indiferencia hacia la distinción verdad/mentira. Su condición es de ficción inclaudicable. Solo importa el efecto producido como espectáculo

Si determinada corporación monopólica editorializa a su modo subrepticio —devenido costumbre— aplicará la palabra polémica a todo aquello que es víctima de su aparato de difamación y mentira, pero en todos los casos instalará el evento circense del duelo verbal, la libertad de expresión entendida como dramatización de una contienda áspera y estéril. Hemos visto interpelar en entrevistas a gentes que dedicaron su vida profesional y personal a la salud de maneras brutalmente ofensivas, sin ninguna discreción, con la violencia verbal de una riña callejera, o peor, de un asalto a mano armada. Tales disposiciones con el tiempo se moderaron pero quedó instalado que de este lado del micrófono y de la pantalla se le puede decir cualquier cosa a cualquiera, en cualquier momento y de cualquier manera.

Contrastar críticamente es necesario. Y necesario es hacerlo sin reproches ni inculpaciones porque lo propio de un evento infeccioso masivo global como lo es la calamidad existente es su carácter pánico, caótico, ingobernable. Una situación así, de pandemia, no es comparable con una experiencia democrática asamblearia, ni parlamentaria, ni aun de opinión pública. Es en cambio comparable con escenas sociales específicas ajenas a tales experiencias como la navegación aérea o marítima, el apagamiento de incendios, condiciones bélicas, un quirófano en operaciones. En todos estos casos no hay deliberación. Alguien debe conducir lo que se haga en alguna dirección y sin debate. Imaginemos un vuelo aéreo o un viaje marítimo en que una TV de 24 horas accediera a la cabina de pilotaje o al puente de mando y diera lugar a debates públicos con opiniones sobre lo que allí ocurre.

Profetas del odio

Tal ejercicio de imaginación no tiene aquí por objeto promover iniciativas autoritarias, sino adoptar una mirada no complaciente sobre lo que hemos vivido este último año y medio. La militancia del contagio, ejercida por diversas agencias políticas y culturales en distintos países y regiones produjo estragos en nuestro país, agobiado por un oposicionismo político cruel y careciente de todo escrúpulo, en nombre de la libertad y la república. Serán recordados en tiempos futuros como los nuevos profetas del odio.

Hemos visto interpelar en entrevistas a gentes que dedicaron su vida profesional y personal a la salud de maneras brutalmente ofensivas, sin ninguna discreción, con la violencia verbal de una riña callejera, o peor, de un asalto a mano armada.

Un enfoque progresista, popular, democrático y solidario requeriría adoptar coordinación de acciones, disciplinas consentidas, adopción de nuevas costumbres, información veraz y cuidada, ejemplos públicos de todo ello. Por eso mismo, las derechas se embarcaron en retóricas y actitudes remedadas de las tradiciones populares de protesta e insubordinación con el propósito de erosionar toda iniciativa de prevención y cuidado (el fascismo emergente en el siglo pasado había procedido así). Bergoglio, Francisco, usó en estos días la palabra «agregación» para referir a la vida en común, y mencionó aquello que la favorece con métodos de promoción de afectos y no de imposiciones verticales, mediante el arte y no mediante la admonición ni la autoridad. Sus intervenciones contienen un inédito estilo crítico de la esfera pública desde donde son proferidas (sin perjuicio de que tal mención abre otras discusiones que exceden este espacio).

En conclusión, el acento crítico reflexivo es llamado a poner en tela de juicio el sistema de premisas de una industria del entretenimiento extractivista y abusiva, devastadora de los recursos de supervivencia psíquica de la población. Algunas distinciones analíticas entre medios de comunicación tradicionales y redes sociales tienden a ser condescendientes con las primeras y mistificadoras de las segundas. En el marco de la calamidad muchas voces individuales pudieron hacer aportes invalorables a través de las redes sociales, por fuera de las corrientes flamígeras del odio y la mentira. Tales aportes compensaron en alguna medida lo que en los medios tradicionales se hizo notar por su ausencia. Nos tiene que inquietar cómo no pudo coordinarse de ningún modo, ni aun de manera parcial, la manera de presentar en pantallas el distanciamiento social entre las personas. Ninguna honestidad intelectual podría negar la relevancia de tales imágenes públicas ejemplares.

La reflexión sobre lo vivido en estos tiempos recién empieza. No es necesario apresurarla. Hay ya tendida una secuencia de eventos y un horizonte expectante en lo concerniente a la salida de la pandemia. Mucho trabajo será requerido para los estudios y debates imprescindibles que nos esperan.

Alejandro Kaufman | Revista Plaza

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