¿A dónde van?

Dice Silvio Rodríguez: «¿A dónde van las palabras que no se quedaron?, ¿A dónde van las miradas que un día partieron?, ¿Acaso flotan eternas, como prisioneras de un ventarrón, o se acurrucan entre las rendijas, buscando calor?»

Pienso luego existo, es el  comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas.»

Milan Kundera

Es inevitable escribir atravesado por el desconcierto, por el dolor, por la incertidumbre de no saber hasta dónde somos capaces de aguantar el desastre. Se escribió, escribimos, interminables frases, que, como una larga fila de hormigas, fue dibujando un camino que, según nosotros tenía destinatario. Se tejieron muchas teorías y citaron sabios en el jabonoso escenario de la comunicación.

Siento que no pudimos, no supimos o lo que es peor no quisimos identificar el receptor de eso escrito; el sujeto social al cual debía llegar el mensaje.

Polibio, Grecia (200 – 118 a. de J. C.) es considerado uno de los historiadores más importantes, debido a que es el primero que escribe una historia universal. Entre sus muchas definiciones, producto de la estricta observación en el lugar de los hechos y sus consecuencias, aparece una que, quizás, se ajuste al tiempo presente; el término es oclocracia, que se define cómo el gobierno de la muchedumbre, no del pueblo. Varios son los pensadores que toman ese concepto. Según El contrato social de Jean-Jacques Rousseau, se define oclocracia como «la degeneración de la democracia».

El origen de esta degeneración es una desnaturalización de la voluntad general, que deja de ser general tan pronto como comienza a presentar vicios en sí misma, encarnando los intereses de algunos, y no de la población en general, pudiendo tratarse ésta (en última instancia) de una «voluntad de todos» o «voluntad de la mayoría», pero no de una voluntad general.

Pero para llegar a esa instancia, el amoldar el pensamiento a las necesidades de unos pocos se tiene que transitar un período de convencimiento, de asumir como propios los deseos irrefrenables de un cambio.  Ellos, supieron cómo, lograron que el joven que vende medias en el colectivo y que ahora duda en si podrá pagar el costo de un pasaje sin subsidios, igualmente exprese que «así no se podía seguir», de la misma manera que un empleado bancario vote y defienda los intereses de los bancos.

Bertold Brecht dijo: «nada más parecido a un fascista que un burgués con miedo» y con una prédica nefasta se logró captar a quienes, por una lógica de pertenencia de clase no deben apoyar a quienes vienen por sus derechos.

Cómo ya se dijo en una nota anterior, culpar a la comunicación y a los comunicadores del resultado electoral es por lo menos absurdo. En los oídos de muchos resuenan las palabras del presidente saliente, en su discurso inaugural, cuando dijo que, si hacía algo mal, se le debía señalar para cambiarlo.

No es intención de enumerar los errores y los aciertos, que indudablemente hubo. Nuevamente, esta nota trata de generar algún aporte a la discusión, que seguramente habrá para delinear el próximo desafío: generar contenidos políticos que sirvan de anclaje a la militancia en el camino de recuperar un lugar digno para… la gente de bien,

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Sergio Peralta

Integrante de Esfera Comunicacional. Periodista y docente, fundador del Canal 3 de Televisión Comunitaria de San Martín, Mendoza; exdirector del LV8 Radio Libertador; militante de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en la Coalición por una Comunicación Democrática. Publica en distintos medios de comunicación del país y del exterior.

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