¿Nuestra más grande debilidad?
No debería haber dirigentes populares sin formación en comunicación transformadora. Sin embargo, la realidad es desoladora y la dirigencia progresista sigue siendo esclava ideológica de fórmulas que abonan las derrotas comunicacionales.
Una denuncia, por sí sola, no produce conciencia, tampoco acción. Eso es escandalosamente doloroso cuando se trata de nuestra mayor fragilidad política en materia de comunicación que es, muy posiblemente, nuestra peor debilidad en los campos de lucha de la izquierda o del progresismo. Podríamos consagrar la vida a denunciar estragos propinados por la mafia que se adueñó de la comunicación y seguir pasando ¡nada! Así nos ha ido. Ni las derrotas más alevosas nos han conducido a frenar (y menos a resolver) las causas de los daños y derrotas que nos impone el capitalismo, también, con sus mass media o armas de guerra ideológica.
Nadie tiene escapatoria. Ha sido un clamor en el Foro de Sao Pablo en Caracas, del 18 al 20 de noviembre, en la Universidad Internacional de las Comunicaciones. En las filas de los nuestros todas las direcciones y los dirigentes deberían poner barbas a remojo por sus conceptos o prejuicios acumulados en materia de comunicación. Revisar sus convicciones más firmes e interrogarse de dónde las sacaron, cómo aprendieron a repetirlas, en mérito de qué les confieren pasión y confianza y qué resultado les ha ofrecido su coctel de ideas comunicacionales. Un porcentaje grande de las direcciones y los dirigentes jamás participó en alguna capacitación y menos en el diseño de tácticas y estrategias comunicacionales contrahegemónicas. Abunda cierto sentido común influido por el palabrerío de publicistas mercantiles o asesores rentados que, con encuestas, focus groups o artilugios cuantitativos, imponen verdades convincentes para lubricar el tránsito de los dineros no poco inefables.
En este baile danzan dirigentes en trances de esclavitud ideológica comunicacional sin importar la fase de su lógica estereotipada, tanto en proceso de campaña electoral como en el diseño de estrategias de salud, educación, vivienda o cultura. Creen que las fórmulas de lo exitoso, para el mercado, pueden ser trasplantadas para hacer exitosos los enunciados políticos de las gestiones gubernamentales. Un enredo teórico-metodológico carísimo y sin resolver. No hay peor sordo que el que sólo se escucha a sí mismo convencido de que sus ideas, sus medios y sus modos son un encanto comunicacional. Calco odioso del estilo burgués.
Existen al menos cinco antídotos contra las manías comunicacionales del individualismo y el mercantilismo infiltrados en alguna izquierda y progresismo: 1) la agenda temática no debe salir de las suposiciones o conjeturas de coyuntura, sino de las luchas sociales; 2) los gobiernos deben equiparar su base instrumental para la comunicación con una política democratizadora de las herramientas para la comunicación; 3) dejar de transferir dinero del pueblo a monopolios mediáticos; 4) transparentar el financiamiento de la comunicación, toda; 5) desarrollar instrumentos científicos especializados en el perfeccionamiento del relato transformador, su comunicación y retroalimentación.
No debería haber dirigentes populares, en pie de lucha, que no hubieren cursado una especialidad en comunicación transformadora, actualizándose para dominar la ubicuidad y la velocidad comunicacional de los pueblos. Pero la realidad es desoladora. En el paisaje de nuestras derrotas comunicacionales reina la soberbia y las soluciones de maquillaje. Nada de esto niega los avances y las excepciones honrosas que suelen ser insuficientes. Nada borra las buenas intenciones ni los buenos propósitos que de nada o muy poco sirven si reina, además, la desorganización y el marasmo semántico de los intereses individuales por encima de los temas comunes. Tienen responsabilidad suprema los gobiernos, que parecen estar más dispuestos a la connivencia con la estulticia mediática burguesa que con una verdadera revolución comunicacional desde las bases sociales. Es un talón de Aquiles el avance de derechas y ultraderechas.
Urge, hoy, una corriente de la comunicación emancipadora contra el neonazifascismo. Abrir una lucha a fondo contra ideas, medios y modos del supremacismo histriónico. Sus financiamientos, sus difusores, sus predicadores y sus cómplices. Pero vemos lentitud y no vemos opción posible de una plataforma cumbre de los países para organizarse y resolver los problemas actuales de la comunicación. Como propuso el Informe MacBride. Por eso la urgencia de un segundo informe en Un solo mundo, voces múltiples. Ofende la nula voluntad política de muchos gobiernos ante la necesidad de un nuevo orden mundial para la información, la comunicación y la cultura. Eso duele e indigna.
Ya es bastante complicado y peligroso entablar escrutinio crítico al modelo de comunicación hegemónico burgués y no es menos complicado el litigio científico entre los nuestros. Nada de eso omite la obligación, de método, que exige presentar credenciales de fraternidad y camaradería incluso en el trabajo de la crítica y la autocrítica de nuestras filas. Pero eso no nos hará suaves ni permisivos. Ya tuvimos demasiado de eso.
Urge la acción que repare vacíos y organice a las fuerzas para una contraofensiva híbrida, creativa y contundente que actualice los años de atraso que ponderamos desde que la Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de la Comunicación produjo el Informe MacBride (1980) Un solo mundo, voces múltiples por un nuevo orden mundial de la información y la comunicación. Urge decisión política, sinceramiento y audacia. Urge una cumbre latinoamericana y caribeña en sobre comunicación para abolir las esclavitudes semántica, tecnológica, jurídico-política, financiera y semiótica. ¿Tendremos el coraje? Vamos muy lento.