Es la política, no la comunicación

Por estos días es un lugar común decir que el gobierno comunica mal. Pero el deficiente manejo de la comunicación del gobierno nacional tiene su causa de fondo en un error de diagnóstico político, que avalaron todos los integrantes del Frente de Todos, antes que en la ineptitud de los funcionarios encargados de gestionarla. El déficit comunicacional no se soluciona, como piden algunos, solo convocando «a los que saben».

Hace mucho tiempo que el periodismo de los medios hegemónicos apuesta más a satisfacer prejuicios de creyentes que a informar y analizar. Sin embargo, Alberto Fernández es un racionalista que sigue el presupuesto del Siglo de las Luces. Cree que la gente es racional y, por lo tanto, alcanza con mostrarle los hechos para que cambie su parecer y llegue a la verdad. Dicho de otra manera, los hechos acabarían imponiéndose a los prejuicios y la ideología previa. Desde la perspectiva racionalista, ¿quién votaría a un candidato cuya promesa de campaña es impulsar una ley que elimine la indemnización por despido?

Desde este enfoque, y convencido además de sus dotes persuasivas, se presentó ante la sociedad como el presidente del diálogo que venía a generar consensos para construir un escenario de unidad entre las fuerzas políticas y mediáticas y así terminar con la grieta. Su mensaje fue: «Yo soy el presidente que viene a tender los puentes, a gobernar para todos y mostrar que otra política es posible».

La propuesta de Fernández (y del Frente) era gobernar sin subordinarse ni entrar conflicto con los poderes fácticos y así consolidar un espacio de estabilidad política y económica.

Consecuentemente, alineó su esquema de comunicación a este fin basado en cuatro ejes: el que comunica es el presidente; los medios públicos no están al servicio de la comunicación del Gobierno; mantener la distribución de la pauta que privilegie a los grandes medios y posterga a la comunicación popular; y mejor comunicar por los medios opositores en lugar de los propios. 

Aquí un paréntesis para recordar que, siendo candidato del Frente de Todos, en una entrevista con Tiempo Argentino adelantó algunos de esos lineamientos. Entre cosas manifestó que la «comunicación es un negocio» y ninguneó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, conocida popularmente como ley de medios. Además, dijo que la concentración mediática se soluciona aplicando la Ley de Defensa de la Competencia y que con él al mando la guerra con Clarín se ina a terminar. También les bajó el pulgar a los medios públicos y por elevación a la comunicación popular. De esta manera avisaba que la comunicación popular no era tema central de su agenda. Por otro lado, seguramente para tender puentes de diálogo, ya presidente dejó legiones de funcionarios del exgobierno de Macri en sus cargos. Fin del paréntesis.

En este esquema, el único que comunica es el presidente. Los ministros deben guardar silencio, salvo alguna indicación específica de la Casa Rosada. Es decir, el presidente —también opinólogo de cuanto asunto imponga la agenda de la oposición— es el que da sentido a la acción de gobierno.

El segundo eje apunta a minimizar el papel del sistema público de medios (radio Nacional, la Televisión Pública y la agencia Télam) en la instalación de la agenda pública, a bajar su nivel de presencia en el ámbito comunicacional. De paso Fernández se diferenciaba de Cristina.

La pauta publicitaria continuó priorizando a los medios concentrados. Los números de la pauta oficial del 2020 muestra que el Grupo Clarín fue el medio más beneficiado por el Gobierno llevándose más del doble que otros medios. Por otro lado, en plena emergencia social y económica, la asistencia del Ente Nacional de Comunicaciones (Enacom), organismo encargado de controlar y ejecutar políticas de fomento hacia el sector sin fin de lucro de la comunicación, fue poca y lenta.

En cuanto al cuarto eje —mejor comunicar por los medios opositores, hostiles al kirchnerismo—, Fernández creyó que, en función de su misión, debía estar abierto a todos los sectores, priorizando su presencia en los medios opositores, ya que esto contribuiría a cerrar una parte de la grieta.

Un diagnóstico fallido

Desde que Fernández asumió la presidencia, el establishment y la oposición neoliberal manifestaron abiertamente que no estaban dispuestos a cerrar ninguna grieta. A pocos días de asumir —es decir, antes de la pandemia— los grupos concentrados del agro le hicieron un paro y los medios hegemónicos fueron muy agresivos con la conformación de su gobierno y con el desempeño de sus primeros meses. Cualquier medida, por más tibia que fuera, recibía la descarga de toda su artillería (regulación del comercio exterior, por ejemplo). Dirigida por Clarín, la oposición neoliberal dejó claro que solo quiere la derrota y el fracaso del Frente de Todos.

Los representantes de los poderes fácticos tampoco se privaron dejar en claro que el único acuerdo posible es el que se subordina a las políticas del poder económico, sin importar sus costos sociales y económicos. De esta manera —enfatizado con alguna «corrida» cambiaria— le decían a Fernández que no tienen ninguna vocación de ser un sujeto social activo aliado a la meta de fortalecer un proyecto de desarrollo nacional.

En cuanto a la negociación de la deuda externa se posicionaron a la derecha del FMI. ¿Se puede predicar la conciliación en un mundo que no disimula su hostilidad? En La conducción política del poder económico, Alfredo Zaiat explica el porqué los grupos económicos ya no tienen como base de su propia expansión la necesidad de un modelo económico desarrollista.

El intento de gobernar por consenso, sin subordinarse ni entrar conflicto con los poderes fácticos y así consolidar un espacio de estabilidad política y económica no funcionó, «murió» el domingo 12 de septiembre.

De manera diplomática, José Pablo Feinmann escribió: «Ni aquí ni en ninguna otra parte hubo alguna vez eso que se da en llamar unidad nacional. Las contradicciones, los antagonismos, los conflictos más calientes tejen la trama de la historia humana. Pueden expresarse de muchas formas y sus momentos más felices se logran cuando se discute en democracia proyectos diferenciados que se expresan con pasión, con inteligencia».

Un proyecto nacional y popular necesita, entre otras cuestiones, una comunicación que ayude a fortalecer el Estado y modificar las relaciones de fuerza para encarar verdaderas transformaciones económicas y sociales para no retroceder en chancletas, como sucedió con Vicentín o ahora con el río Paraná. Y para eso sobran compañeros.

Marcelo Valente

Comunicador y periodista. Editor de Esfera Comunicacional.

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