El Archivo General de la Nación cumple 200 años, se digitaliza y repiensa cómo gestionar la memoria
El organismo que preserva la memoria del país se muda a un edificio a medida, digitaliza gran parte del acervo e impulsa la formación de archivistas. Afronta, 200 años después de su creación, nuevos desafíos: ¿De qué está hecha la memoria de una nación? ¿Se tiene que archivar aquella información que las instituciones generan en las redes sociales? ¿Tiene sentido conservarlo todo? ¿La digitalización es la panacea?
Con un mirada democratizadora y atenta a los desafíos que generan tanto la tecnología como la época, el Archivo General de la Nación (AGN), el organismo que preserva la memoria de la Argentina desde antes de que se constituyera como país, celebra su bicentenario con la mudanza a un edificio construido en la excárcel de Caseros, el lanzamiento de una plataforma digital para visualizar un acervo audiovisual de más de doce mil piezas y el impulso a una carrera de formación para promover una cultura archivística que priorice el acceso.
El 28 de agosto se cumplen doscientos años de la fundación del AGN y paradójicamente la fecha, en vez de remitir al pasado, plantea cuestiones de cara al futuro. ¿De qué está hecha la memoria de una nación? ¿Hay documentos que son más relevantes que otros? ¿Se tiene que archivar aquella información que las instituciones generan en las redes sociales? ¿Tiene sentido conservarlo todo? ¿La digitalización es la panacea?
El AGN tiene una triple función social: resguardar los documentos que reconstruyen la historia, proteger aquellos que permiten la elaboración de la memoria de las obras del Estado y además, garantizar el ejercicio de derechos sociales.
«Nos gustaría abrir el archivo más allá de los especialistas. Históricamente, nuestro público fueron los tesistas, los archivistas y los estudiantes. Pero queremos ir más allá, que todo aquel que se interese por el pasado pueda acceder», plantea el director del AGN, Pablo Fontdevila y sostiene que, lejos de ser una bonita carta de intenciones, solo aquella orientación permite responder a lo que prevé la ley, el Estado tiene la doble tarea de proteger el acervo y facilitar el acceso.
Una filmación del masivo velorio del expresidente Hipólito Yrigoyen que muestra el momento en el que la multitud levanta el féretro. Una foto de Julieta Lanteri. Un documento sonoro donde Jorge Luis Borges canta un tango.
En diciembre de 2011, durante la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, el Ministerio del Interior llamó a un concurso de anteproyectos para edificar la nueva sede donde funcionaba la vieja cárcel de Caseros en pleno Parque Patricios. El objetivo: solucionar la falta de espacio para conservar tanta documentación, el gran problema que la institución enfrentaba históricamente. Tras un largo proceso que llevó una década, el AGN está en plena mudanza con la ayuda de un operativo coordinado con el Ministerio de Defensa que garantiza la protección del material.
Samanta Casareto trabajó en el exterior durante veinte años en el Museo del Holocausto y, con esa experiencia, se sumó en 2020 a la gestión como directora de Gestión de Fondos Documentales de la AGN. «El edificio abre un mundo nuevo porque fue pensado de forma procesual y no tanto por soporte. Eso permite que se priorice la dinámica de los 120 trabajadores y que podamos responder mejor a las consultas», adelanta Casareto. Con forma de L, el nuevo espacio tiene diez mil metros cuadrados, treinta depósitos, tecnología de última generación, mayor iluminación y estanterías móviles para optimizar el espacio. Requirió una inversión de casi $ 579.000.000 y fue financiado por el gobierno nacional y el CAF, el Banco de Desarrollo de América Latina.
Belén Callegarich estudió Historia y una tecnicatura en archivística y es una de las archivistas que trabaja en el Departamento de Documentos Escritos. Siente entusiasmo cuando cuenta cómo se va a dinamizar el traslado de documentos al contar depósitos más grandes y alineados al ascensor. «Va a cambiar también mucho la consulta. En el nuevo edificio, el personal va a dar referencia en todos los soportes», advierte también sobre cómo se va a modificar también su rutina como trabajadora.
Otro de los objetivos que la institución se propuso para el bicentenario es normalizar los fondos documentales con estándares internacionales para revertir la acumulación de capas históricas de ordenamientos muy heterogéneos. Además, para facilitar la búsqueda de archivos y el acceso remoto al acervo a través de Internet, el AGN —como muchos otros archivos latinoamericanos— adquirió la plataforma del Consejo Internacional de Archivos denominada AtoM. Esto permitirá normalizar, digitalizar y difundir los fondos. «Hasta que lanzamos la plataforma, la única forma de conocer el material era con un sistema de turnos para consultar en las salas. Si alguien del interior quería acceder, tenía que sacar junto con el turno para la sala un pasaje para llegar a Buenos Aires. Era un esquema muy poco federal», advierte Fontdevila.
Hasta el momento llevan digitalizado el noventa por ciento del archivo fílmico, sesenta del sonoro y veinte por ciento del fotográfico y ese material ya se puede consultar online. La plataforma permitirá democratizar el acceso. «No solo es para todos los argentinos, como requiere la reglamentación, sino que habilita el ingreso a todos los mayores de dieciocho años que puedan consignar un número de pasaporte. Esto, por ejemplo, es importante para los investigadores del exterior», detalla Casareto.
La digitalización de parte del acervo lleva a indagar en una cuestión más de fondo: ¿Es deseable o útil digitalizarlo todo? «El proceso es más complejo que pasar papeles por el escáner, tampoco resuelve todo y genera nuevos problemas. Se replican cuestiones que pasan en la vida cotidiana: cuando uno pierde un papel, suele encontrarlo después de buscar un buen rato, pero cuando administra un conjunto infinito de archivos se enfrenta a otras decisiones», analiza Casareto.
Acostumbrada a la dinámica diaria de lo que implica trabajar con ese material, Callegarich sabe que este proceso permite democratizar el acceso y proteger a los documentos del deterioro acumulativo aunque coincide con el planteo de Casareto: «Muchas veces se supone que la digitalización es la panacea, pero si la documentación no está ordenada y relevada igual vamos a tener problemas. A veces, aquellos que abruman con la digitalización, desconocen el trabajo técnico previo que requiere para que esté bien hecho».
La forma en que las redes sociales revolucionaron el mundo de la información también cambió cómo el AGN se piensa. Por un lado, el organismo tiene una cuenta muy popular en Twitter desde donde apunta a difundir acervo pero sin caer en el «preciosismo» o en la publicación de «joyas» o «rarezas», algo muy tentador desde la lógica de las redes sociales.
«Todos los documentos importan. Tenemos que salir de la mirada que destaca la «rareza». La archivística, en ese sentido, tiene más puntos en contacto con la arqueología. Cuando analizamos qué es importante preservar, hay que tener un criterio acorde al de un órgano rector», analiza Casareto. Bajo esta perspectiva, desde el AGN apuntan a difundir contenido federal, que sea plural en términos políticos y a garantizar, desde la mirada histórica, los derechos de las mujeres y las luchas de las diversidades o de los pueblos originarios.
Al mismo tiempo, la existencia de las redes plantea para el Archivo desafíos casi ontológicos. «La tecnología nos da oportunidades pero también nos genera muchas preguntas. Los gobiernos han empezado a dar respuestas por redes. ¿Y con eso qué hacemos? El concepto mismo de preservación cambia, se desplaza», define Fontdevila.
Para que estas prácticas y debates tengan espacio, el Archivo, con el respaldo académico de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, comenzará a dictar en agosto la Diplomatura en Archivística y Gestión Documental. Se cursará íntegramente de forma virtual y apunta a profundizar la formación de los archivistas de todo el país y en sus distintos niveles. Para eso, se ideó un programa teórica articulado con trabajos prácticos que los alumnos, que trabajen en el ámbito público o privado, puedan resolver desde su experiencia laboral, con el material archivístico que gestionan a diario.