Cómo abordar la complejidad de lo virtual

En Vidas mediáticas: Entre lo masivo y lo individual, José Luis Fernández, doctor en Ciencias Sociales (UBA) y profesor e investigador en las universidades de Buenos Aires, Tres de Febrero y Rosario, analiza el funcionamiento de la redes sociales y la mediatización de la vida, que cada vez más parece borrar la frontera entre lo público y lo privado. 

Las personas pasamos cada vez más tiempo en el mundo virtual. Ya sea consumiendo contenido o produciéndolo, nuestra vida social parece haber dado un vuelco al universo de las nuevas mediatizaciones. Hay quienes sostienen que el covid-19 modificó nuestras prácticas digitales adquiriendo nuevos hábitos. Otros opinan que, en lugar de modificar lo que hacíamos, la pandemia aceleró un proceso larvado. Lo cierto es que hoy no solo los dispositivos digitales, sino también las aplicaciones de teleconferencia y mensajería, son parte de nuestra vida cotidiana sin parecernos extrañas.

Para profundizar sobre esta problemática, se vuelve oportuna la lectura de Vidas mediáticas, texto que pretende brindar algunas herramientas para abordar la complejidad de la virtualidad. «Lo central es comprender que las diversas mediatizaciones, plataformas, aplicaciones y redes, y sus relaciones con los resistentes medios masivos, son contextos de nuestra vida social, del mismo modo en que lo son el hogar, el bar y la oficina donde trabajamos», dice su autor.

Para Fernández la pandemia aceleró y profundizó un complejo proceso de mediatización que, sin embargo, ya estaba en marcha. Buena parte de la actividad afectiva, profesional, comercial y financiera ya se realizaba en plataformas y aplicaciones. Las interacciones individuales por chat llevan un par de décadas. Facebook y Twitter hace tiempo que exceden sus objetivos originales, YouTube es el mayor sitio de distribución de videos, música y de tutoriales, y antes del confinamiento, Spotify, Instagram y TikTok estaban en pleno ascenso.

El primer objetivo del libro es llamar la atención sobre la complejidad presente, aun de las mediatizaciones que se consideran más sencillas. Una conversación por una plataforma tipo Zoom, Skype o Meet, pone en juego complejas interacciones en las que intervienen dispositivos técnicos, sofisticaciones genérico-estilísticas (las relaciones entre ironía y argumentación, por ejemplo) y usos muy diversos (mientras organizo una clase trato de resultarle simpático a algún integrante).

El segundo objetivo fue el de proveer y proponer una base común para las diferentes disciplinas que estudian las mediatizaciones. Ellas oscilan en diferentes definiciones y jerarquizaciones dentro de los fenómenos, algunas muy generales e imprecisas, otras muy especializadas e imposibles de compartir. La propuesta común es la de enfocar como centrales a los sistemas de intercambio discursivo, que pueden ser diversos dentro de cada plataforma y aplicación, pero que sin los cuales no existirían las vidas mediáticas desde ningún punto de vista.

En cuanto a los desafíos que tendrán los investigadores a partir de las nuevas configuraciones comunicacionales Fernández plantea que el principal desafío es reconstruir todas las aproximaciones desde diversos enfoques sobre la mediatización, para establecer el campo común al que nos obligan la experiencia y la investigación sobre las vidas mediáticas: semiótica, ecología de los medios, etnografías, historias y economías de los medios, y el big data, están obligados a converger, no por buena voluntad, sino porque las vidas mediáticas obligan a la multidisciplina.

Lo central es comprender que las diversas mediatizaciones, plataformas, aplicaciones y redes, y sus relaciones con los resistentes medios masivos, son contextos de nuestra vida social, del mismo modo en que lo son el hogar, el bar, la oficina donde trabajamos, las instituciones educativas, los clubes o las sucursales bancarias. Si elimináramos esos contextos no habría vida social y cultural, aunque no sólo con los contextos alcanza: hay que comprender cada intercambio dentro de ellos.

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