Yago Álvarez: «Los medios no son más que la herramienta para inculcar el imaginario de que lo público es malo»

En su nuevo libro, Pescar el salmón, Yago Álvarez saca los colores a las prácticas habituales de la prensa económica, a la que acusa de servir a unos intereses muy concretos mientras se presenta como objetiva y neutral.

Foto: Elvira Megías

Durante 2022, Christine Lagarde, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), habló en varias ocasiones de «enfriar la economía» mediante subidas de los tipos de interés para frenar la inflación. No solo empleó ese sintagma, sino que la entidad que preside ha aplicado esas subidas de los tipos de interés hasta el nivel más alto desde 2001, en una serie de diez aumentos consecutivos. Traducción: se encarece el precio del dinero, los Estados pagan más por su deuda y quienes firmaron un préstamo con el banco para comprar casa ven cómo sube peligrosamente la cuota mensual de la hipoteca.

«Cuando los bancos centrales dicen que pretenden enfriar la economía se refieren a que, en el mejor de los casos, pretenden provocar una crisis que afecte principalmente a los sectores más vulnerables de la población y envíe a la quiebra a las empresas que tengan un menor margen y más dificultades», se lee en Pescar el salmón (Capitán Swing, 2023), un libro con el que Yago Álvarez (O Porriño, 1980) busca desentrañar la confluencia de bulos, narrativas y poderes que se produce en la prensa económica para generar una realidad irreal. Una madeja de intereses que hace que los recortes en ayudas sociales sean «reorientación del gasto público»; regalar empresas públicas, «externalizar»; abaratar el despido, «aumentar el dinamismo laboral»; o permitir que multimillonarios evasores de impuestos legalicen su dinero no declarado, «amnistía fiscal».

A los periódicos especializados en economía también se los llama «prensa salmón» por el color del papel en que se imprimen algunos de los más importantes periódicos de este tipo. Dicha costumbre fue iniciada en 1893 por el periódico londinense Financial Times.

Álvarez lleva varios años ejerciendo de zahorí[1]Según el diccionario de la RAE zahorí es una «persona a quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto, especialmente manantiales subterráneos» o «persona perspicaz y … Continue reading en las movidas aguas de la información económica. Como responsable de la sección de economía en El Salto, heredera de El Salmón Contracorriente —un proyecto activista de comunicación que se integró en el proceso de transformación de Diagonal del que nació este medio—, en sus redes sociales y en sus apariciones en programas de televisión, ha ofrecido una visión diferente a la establecida. «Toda la prensa salmón y la gran mayoría de las secciones económicas de los medios generalistas defienden que no hay más alternativa que la neoliberal», resume en el libro, que supone un nuevo movimiento en su batalla por una información económica situada pero rigurosa, orientada a dotar de herramientas para el análisis a quienes sufren las decisiones tomadas en un campo que se presenta aséptico y neutral pero que está plagado de minas ideológicas.

En Pescar el salmón, Álvarez realiza un análisis en tres niveles —uno semiótico, otro sobre la propiedad de los medios, y el tercero en torno a los grupos de presión que intervienen— de los factores que provocan que leer la prensa económica y enterarse de algo sea misión complicada. También de los mensajes que trasladan en sus páginas y de los objetivos que persiguen, en muchos casos alejados del interés informativo. Por ejemplo, en abril de este año Expansión publicó un artículo titulado «Cada madrileño se ha ahorrado € 577 al año en impuestos». Álvarez explica que esa cifra ni siquiera es una media y que, aunque lo fuera, se trataría de una «media totalmente falsa y alejada de la realidad», porque solo toma en consideración tres impuestos, dos de ellos bonificados y que, además, los pagarían muy pocos contribuyentes. Con ese enfoque en el titular se refuerza el relato de que las bajadas de impuestos favorecen a toda la población, considera este periodista y economista cabreado.

El tratamiento de los medios especializados en economía de asuntos como la fiscalidad, la deuda pública o las pensiones es un plato al que Álvarez hinca el diente para encontrar que suele escorarse —mediante una mezcla entre opiniones, noticias seleccionadas y análisis de supuestos expertos imparciales— hacia la defensa de intereses concretos que no son los de las mayorías sociales ni tampoco de lo común, lo compartido por toda la sociedad. «La generación de opinión pública en lo referente a la economía se presenta como la principal arma de los intereses de los grandes poderes capitalistas para preservar su hegemonía cultural, conservar el poder y generar beneficios económicos y políticos», se lee en el libro.

La prensa económica, y la economía en sí, se creó sobre unas bases de ciencia exacta, un aura de sabiduría, perfección y ciencia que ha acabado convirtiendo la economía en algo que supuestamente solo es para expertos. Ha generado un lenguaje propio, una jerga, un idioma que hace que al común de los mortales le parezca muy difícil entrar.»

Álvarez explicita las diferentes técnicas que traducen en lo formal esa orientación ideológica determinada que, en su opinión, conduce la actividad de la prensa económica: sesgos, empleo de eufemismos, profusión de datos sin contexto, anglicismos… También recuerda el papel que juegan los grupos de presión empresariales, a través de sus fundaciones y otras instituciones. Suelen aportar las voces «conocedoras» de la materia, los expertos que saben de lo que hablan, aunque sus intereses de parte resulten en ocasiones escandalosos. En 2017, los profesores e investigadores Antonio Castillo-Esparcia, Sergio Guerra-Heredia y Ana Almansa-Martínez publicaron un estudio en el que analizaban la presencia de los 33 principales think tanks españoles en seis medios generalistas (El PaísABCEl MundoLa VanguardiaEl Periódico de Catalunya y La Razón) y dos especializados en economía (Expansión Cinco Días). Según este trabajo, la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), presidida por José María Aznar y vinculada al Partido Popular, fue el grupo de presión con mayor presencia en esos medios, siendo El País el que le concedió más espacio. De los 33, el quinto lobby con mayor influencia resultó ser el Instituto de Estudios Económicos (IEE), think tank de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE). «Sus análisis son presentados por los grandes medios como si se tratara de fuentes apolíticas y libres de sesgos ideológicos», apunta Álvarez, quien opina que, en realidad, el IEE es uno de los principales baluartes contra las políticas progresistas, los derechos laborales y la justicia social a través de la fiscalidad.

Tras varios años trabajando con traje y corbata en entidades financieras y compañías aseguradoras, Álvarez no pudo más con las prácticas habituales de estas empresas y lo dejó. Se pasó al otro lado, a la divulgación y denuncia de los malestares que causa la concepción económica dominante. Un camino que le ha llevado a enfrentar contradicciones y a vivir situaciones insólitas en la atmósfera mediática.

¿En qué cambiaría la vida de la gente leer la prensa económica con otros ojos?

—La prensa económica, y la economía en sí, se creó sobre unas bases de ciencia exacta, un aura de sabiduría, perfección y ciencia que ha acabado convirtiendo la economía en algo que supuestamente solo es para expertos. Ha generado un lenguaje propio, una jerga, un idioma que hace que al común de los mortales le parezca muy difícil entrar. Se ha creado una barrera en torno a ello, y esa barrera es uno de los principales problemas para que la gente se implique en política. Yo hablo de economía, pero al final implicarse en la economía es implicarse en la política.

La vida de las personas cambiaría si leyeran más prensa económica porque serían más capaces de participar en la vida pública, en la vida política, de tener mayor conocimiento a la hora de tomar unas decisiones u otras. Hablo de consumo, de voto, de apoyo a unas ideas u otras.

La realidad es que los conocimientos económicos también están atravesados por esa batalla cultural, por esos mantras que nos han repetido miles de veces y que una grandísima parte de la población los tiene muy interiorizados: los impuestos son malos, la gestión privada siempre va a ser mejor que la pública…»

Por otro lado, lo que denuncio constantemente en el libro es la generación de narrativas —no solo bulos sino relatos, ideas muy metidas en nuestra mentalidad, nuestro imaginario social— que son el fruto de cuarenta o cincuenta años de lucha neoliberal, de batalla cultural neoliberal. Estamos tan inmersos en esas ideas que aprender a leer la prensa económica con una mirada crítica nos podría ayudar a generar otros nuevos relatos, otras narrativas que combatan la ideología dominante ahora mismo, que es la liberal.

¿Qué grado de indefensión tiene la audiencia ante esas narrativas que presentan los medios de comunicación especializados en economía?

—Por un lado, depende del nivel de tus conocimientos económicos. Eso podría ser una respuesta rápida, pero la realidad es que los conocimientos económicos también están atravesados por esa batalla cultural, por esos mantras que nos han repetido miles de veces y que una grandísima parte de la población los tiene muy interiorizados: los impuestos son malos, la gestión privada siempre va a ser mejor que la pública…

No es que estemos indefensos ante un titular de un día, sino que estamos indefensos ante una batalla cultural que nos rodea durante décadas. El nivel de indefensión es muy alto. Hay mucho material que leer que no es de la ideología dominante, y diría que cada vez más, pero no se le da el mismo espacio en los medios, no tiene la misma repercusión, no tiene el mismo alcance. No hay, por ejemplo, una televisión que pueda tener debates serios económicos de izquierda en prime time. No existe eso.

La indefensión también viene porque la gente no sabe de economía ni tiene tiempo para meterse en la economía, lo cual me parece muy importante. La precarización de nuestras vidas nos empuja a que nos traguemos lo que nos dan mascadito y se llegue fácil. Y lo fácil es enchufar la tele, lo difícil es defenderse de ello.

—Con respecto a la información económica, ¿no existe una capacidad de agencia por parte de la audiencia que sí hay en otros tipos de información, como la deportiva o la del corazón, en los que la audiencia juega e interpreta con ello?

—En este país todo el mundo cree que es entrenador de fútbol. Me acuerdo de una rueda de prensa de Johan Cruyff en la que le decían «la gente dice que deberías haber cambiado a este jugador» y él respondió que él sabía más de fútbol que todos los pescadores y panaderos del país. En economía pasa exactamente lo contrario, la gente dice «yo no sé nada de economía» cuando, y esto se dice mucho en los movimientos sociales, no hay mayor economía que una mujer que saca a su familia adelante y llega a final de mes y da de comer a tres hijos con un solo sueldo. No hay más economía que eso, pero existe esa maraña de conceptos, jerga, palabras que rodean completamente a la prensa económica y generan una barrera.

He escrito este libro para que la gente pueda armarse a la hora de leer sobre economía y poder generar una opinión propia no tan sesgada por los intereses de los medios de comunicación.»

Creo que la ciudadanía tendría mucho más que decir en materia económica, tendría mucho que opinar, saldrían nuevos debates que no estarían tan marcados por ideologías opuestas y muy bipolares. Pero no se generan esos debates porque la gente no llega ahí. Esa es una de las intenciones del libro: no quiero que la gente no lea sobre economía; al contrario, lo he escrito para que la gente pueda armarse a la hora de leer sobre economía y poder generar una opinión propia no tan sesgada por los intereses de los medios de comunicación.

—¿A quién se dirige realmente la prensa económica, ¿cuál es su audiencia ideal?

—La prensa económica empieza como papeles de precios en los puertos, para la gente que necesitaba ese tipo de información. Hace unos cien años se popularizó lo de saber de economía y la prensa económica se dio cuenta de que podía llegar a otro tipo de lector, el consumidor normal que podía convertirse en inversor. De ahí salió el crac del 29, esa euforia de la gente de meterse en la economía en cierto modo provocó una burbuja bursátil brutal. En el último siglo hay una evolución. Con la era Keynes se puso de moda la macroeconomía, hablar de los datos de empleo, inflación, deuda… En el último tramo neoliberal, desde los años setenta y ochenta, se le da una vuelta de tuerca a algo que ya se hacía y la prensa económica acaba sirviendo como una herramienta de transmisión ideológica y de generación de opinión. En ese momento, la prensa económica ya se dirige a todo el mundo. Ahora, con el juego de las redes sociales y los titulares, se busca mucho eso, que leas el titular porque se te cruza por ahí, aunque no leas ni el primer párrafo. Creo que, en la actualidad, la prensa económica busca cualquier tipo de ciudadano al que le pueda generar una opinión o transmitirle la ideología e intereses de los grupos dominantes que están detrás de los medios de comunicación.

—¿No crees que la prensa económica se dirige, sobre todo, a los gobiernos?

—No, creo que es más a los votantes. Porque generando opinión contraria al gobierno en los votantes es como haces que el gobierno modifique sus medidas o recule. Un caso paradigmático es cuando las medidas de austeridad fueron aplicadas en España. Medios de economía tanto de un lado y de otro, si se puede decir que hay un lado y otro, justificaron la autoridad, la presentaron como el mal necesario, lo único que se podía hacer, el «there is no alternative” (no hay alternativa) de la Thatcher. Lo que hacían era apoyar desde la prensa las medidas duras del Gobierno.

—Mencionas un estudio de 2023 de la BBC sobre la parcialidad de sus contenidos relativos a fiscalidad, gasto público, endeudamiento público y deuda. ¿Crees que sería posible un estudio similar en los medios de comunicación públicos en España?

—Claro que sí. Lo que hizo la BBC fue analizar once mil piezas y entrevistar a expertos, empleados y otros perfiles. Sería bastante positivo que se hiciera en España. Por ejemplo, EFE Economía, una agencia pública, cojea de las mismas cosas que el resto de la prensa económica: tiene esos sesgos, esas ideas liberales preconcebidas, en el tuétano, en el fondo de su manera de dar las noticias, y no pone en tela de juicio muchas afirmaciones que hay corrientes de la economía que las están negando.

No hay mayor economía que una mujer que saca a su familia adelante y llega a final de mes y da de comer a tres hijos con un solo sueldo.»

—¿Qué resultados podría arrojar?

—En España ha habido una enorme politización de los medios de comunicación públicos, y no me refiero solo a RTVE sino también a los autonómicos, donde ha existido una politización total. Creo que el resultado sería más estrepitoso que el del informe de la BBC. En economía iría muy en la línea de lo que señala ese informe: que había parcialidad en los contenidos, pero no a propósito sino porque los periodistas no tenían suficientes conocimientos de economía. Pero no es una cuestión de conocimientos, sino que tenemos unos postulados económicos tan metidos en la cultura que es normal que un periodista joven del país de la Thatcher acabe diciendo este tipo de frases como que bajar impuestos siempre es bueno.

—Fiscalidad, deuda pública y pensiones son tres de los asuntos económicos en los que más incides, por el tratamiento que les dan los medios de comunicación económicos. ¿Son medios orientados al menosprecio de lo público?

—Totalmente, porque esas ideas de la teoría liberal vienen de ese desprecio a lo público. Como llevan cincuenta años repitiéndose por las primeras potencias mundiales lo admitió la academia —mucha parte de esta ya era neoliberal y aprovechó que el momento Keynes se pasó para asomar la cabeza— y esas ideas, financiadas por empresas que se dan cuenta de que hay que dar esa batalla cultural, se aplican durante los años setenta y ochenta de una manera brutal.

También hay que ver quién está detrás de esos medios de comunicación, ahí está el meollo. Si detrás de un medio de comunicación está un banco que vende planes de pensión privados, es normal que su línea editorial desprecie por completo el sistema de pensiones públicas. Si detrás hay fondos de inversión que también tienen participación en empresas de sanidad privada, colegios privados, vivienda —temas tan principales y que dan tanto dinero—, al final los medios no son más que la herramienta para inculcar el imaginario de que lo público es malo.

—¿Hasta qué punto lo que describes en el libro es una consecuencia inevitable de que la propiedad de los medios, y específicamente los especializados en economía, sea de empresas privadas?

—Es una consecuencia totalmente directa, no sé si decir inevitable. Ha habido un proceso de financiarización de la economía, de globalización, donde los medios de comunicación han abierto sus puertas a las empresas privadas de una manera brutal, no solo como anunciantes o prestamistas sino en sus juntas de accionistas. Eso sí es inevitable, hay un desarrollo agigantado. Pero se pueden hacer cosas. Se puede hacer una ley de medios que sancione cuando publicas un bulo o que obligue a consultar fuentes con distintos puntos de vista. ¿Por qué no hay una ley de competencia que prohíba que los grandes medios de comunicación sean tan grandes? En Estados Unidos se plantea partir Google, por qué no se hace esto con los grandes grupos mediáticos. ¿Por qué no se hace una ley de reparto publicitario que sea equitativo? Lo que hay ahora da más a quien tiene más visitas y eso solo beneficia a los grandes. Hay un montón de cosas que se podrían hacer, por lo que no me gusta decir que sea inevitable.

No hay una televisión que pueda tener debates serios económicos de izquierda en ‘prime time’. No existe eso.»

—¿Podrían ser soluciones las cooperativas de propiedad colectiva o la nacionalización de medios?

—La nacionalización de medios tiene el peligro de que la prensa pública no se libra de sesgos, controles políticos y politización. Tiene que haber una competencia desde lo público. Lo que yo haría sería expropiar los grandes grupos y partirlos, o algún tipo de normativa que evite la concentración mediática. Se puede hacer también un modelo mixto: pequeños proyectos financiados desde lo público, radios locales o periódicos locales que no sean financiados por el ayuntamiento de turno que le pone publicidad, sino que haya una legislación que financie comunicación y prensa bajo unos niveles éticos y de periodismo veraz.

En cuanto a las cooperativas, en El Salto lo hacemos de alguna manera. Con sus dificultades, es un medio que tiene su espacio, que está creciendo y que intentamos hacer las cosas diferentes. Pero el contrapeso con los otros medios es brutal, somos un pececito en una piscina llena de tiburonazos. Si lo enmarco en el modelo de El Salto, lo que pasa con el cooperativismo es que la gente no está acostumbrada a pagar por los contenidos que consume ni a apoyar este tipo de proyectos. En zonas como País Vasco o Catalunya sí hay una mentalidad más cooperativista y es más fácil desarrollar estos proyectos, pero en general tiene que cambiar el acercamiento de la gente a la hora de consumir periodismo. Si un medio como El Salto no admite anuncios del Banco Santander o de Iberdrola, tiene unas dificultades económicas y no puede hacer cosas que sí pueden hacer aquellos que sí los admiten.

—¿Cómo sería un medio económico que no cayese en esas prácticas?

—Hay prácticas que critico en el libro por la utilidad y el fin que se les da. Yo no me libro de esos sesgos que crítico y de las técnicas que describo en el libro. Yo también elijo a mis expertos según lo que quiero contar, según la línea editorial de El Salto. Pero la diferencia entre lo que hacen los medios convencionales y lo que hacemos en El Salto es que en los grandes medios utilizan esos expertos, esos informes, esos think tanks, para favorecer los intereses económicos de los grupos empresariales que los sostienen, y nuestros sesgos van a favor de lo público, al servicio de la sociedad. El periodismo que hago es de contrapeso, aunque seamos un medio muy pequeñito.

Más que un medio que no tenga esos sesgos o que no haga ese tipo de cosas, lo que debería haber son medios con más capacidad y alcance que hicieran un contrapeso desde un punto de vista social y ético.

—¿Pero podría existir un medio de comunicación económico que sirva a los intereses del público, de la mayoría social que no pertenece a los privilegiados que poseen los medios de producción, y que al mismo tiempo satisfaga las exigencias de accionistas e inversores?

—Lo podría haber si hubiera apoyo de la gente o si otras empresas más pequeñas, que no son las del Ibex 35, se dieran cuenta de que apoyar un tipo de periodismo que no está al servicio de oligopolios también les favorecería. Esto es un temazo: las pymes se creen que están más cerca de Expansión que de El Salto y por ahí yo creo que cojean.

Debería haber medios que explicaran la economía de una manera más sencilla y con esa idea de que la economía es mucho más que lo que leen los inversores y los accionistas.»

La prensa económica no tiene que ser para accionistas e inversores, que tienen muchísimos sitios donde encontrar su información. No creo que tenga que haber un medio social dirigido a ese público, yo entiendo la economía de una manera mucho más amplia. Debería haber medios que explicaran la economía de una manera más sencilla y con esa idea de que la economía es mucho más que lo que leen los inversores y los accionistas.

—Destacas el tema de las fuentes empleadas en los medios de comunicación económicos: grupos de presión, fundaciones, expertos que apuntalan el discurso que pretenden transmitir.

—La cadena de valor normal del periodismo es la generación de la literatura, el contenido, la opinión, el dato, que el periodista tiene que recoger supuestamente con imparcialidad. Sería un descaro que los medios dieran sus propios datos sin fuentes, cosa que pasa. Pero para intentar crear una imagen seria de los medios económicos necesitan que la literatura venga de otro lado. Ahí se engrasa esa maquinaria que se han inventado, que también tiene ya sus cincuenta años de historia, de los think tanks, los laboratorios de ideas, grupos de presión, que tienen un montón de pasta para generar literatura. Eso es algo que a la izquierda nos falla. No hay gente que se pueda permitir estar un mes haciendo un informe económico, no digamos ya una investigación de dos años.

Como se ha puesto muy de moda lo de dar la opinión, también hay un mercado tremendo de personas pertenecientes a universidades privadas, consultoras, despachos de abogados… Si intentas llamar a la Universidad Complutense, por ejemplo, para que un profesor de Economía te dé una opinión sobre algo, resulta que no tienen departamento de comunicación. Te cuesta mucho recibir una declaración o que te expliquen algo. Las universidades privadas sí tienen esos departamentos, les llamas y a los dos minutos tienes a uno de sus expertos al teléfono. Porque va a salir el nombre de la universidad, de la consultora, del fondo de inversión, del experto analista… Al final se genera una simbiosis entre estos expertos y los medios de comunicación para que aparezca el nombre siempre que tú digas lo que dice la línea editorial del medio. Si algún día no lo dices, no te llamo más y el nombre de tu empresa no vuelve a aparecer. Se genera un embudo total de información en esa estructura formada para crear opinión.

—Dentro de ese entramado de propiedad-grupos de presión-intereses exculpas a los periodistas, ¿pero no tienen alguna responsabilidad?

—Está claro que muchos periodistas de estos medios tienen responsabilidad. Muchos porque se lo creen, otros porque saben que cuentan esos relatos, o a veces esos bulos, porque eso les ayuda a ascender, y eso es una responsabilidad. Pero yo no conozco las vidas personales de aquellos periodistas cuyos titulares cito en el libro y, por tanto, decidí con la editorial llevar esta estrategia de no citar a los periodistas. Al final, y es algo en lo que insisto bastante en el libro, la precariedad del sector periodístico es una de las principales herramientas de censura: la autocensura del periodista que no quiere publicar algo, no quiere dar un enfoque, porque a su jefe no le va a gustar, porque no va a ascender, porque le van a echar a la calle. A quien quiero desmontar, desnudar, es a los poderes que hay detrás, no a un simple currela.

—Al libro, o al posicionamiento que mantienes, se le puede criticar el riesgo de acabar apoyando el statu quo frente a las amenazas de la derecha. Que al criticar las posiciones económicas de los medios especializados en economía se caiga en una defensa acrítica de las medidas del Gobierno, en este caso del gobierno de coalición de PSOE y Unidas Podemos. ¿Cómo lo afrontas?

—Es duro, me ha ocurrido mucho en los dos últimos años. Te ves envuelto en una batalla cultural, en la que la derecha tiene el 80 % o 90 % de los medios, e intentas hacer análisis críticos. Me encantaría decir que el tope al gas me parece escasísimo, que yo haría una intervención mucho más grande, o que el impuesto a las grandes fortunas ha sido al final un desastre, o que la subida del IRPF a quienes ganan más de € 300.000 me parece poco. En El Salto hemos criticado muchísimo algunas medidas económicas del Gobierno que se han quedado muy cortas, como el Ingreso Mínimo Vital, mientras otros medios las critican porque les parecen bolivarianas. Te ves en esa tesitura de que parece que estás defendiendo al Gobierno cuando lo que estás diciendo es que sus medidas se quedan cortas, pero no son tan malas. El tope al gas no es una maravilla, pero si interviniendo el mercado un poco se ha conseguido bajar la factura de la luz, imaginaos si se interviniera más. He tenido que hacer un fuerte equilibrio en los dos últimos años para no parecer que me cae bien Calviño.[2]Nadia María Calviño Santamaría es una economista del Estado y alta funcionaria española de las instituciones europeas. Actualmente ejerce como vicepresidenta primera del Gobierno de España desde … Continue reading

—¿No te cae bien?

—Me empezó a seguir en Twitter hace poco, con lo cual… Si me sigue Calviño es que ya está todo perdido.


BIOGRAFÍA

Yago Álvarez Barba es periodista especializado en asuntos económicos como deuda, cuestiones tributarias, economía digital o banca, y activista en distintos movimientos sociales y organizaciones relacionadas con la economía como la Plataforma Auditoría Ciudadana de la Deuda, la Plataforma por una Justicia Fiscal, Plataforma contra los Fondos Buitre o Economistas Sin Fronteras. Trabajó en el sector de la banca y los seguros durante el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera, pero años más tarde viró hacia el periodismo y la divulgación económica. Con su blog y su perfil en Twitter Economista Cabreado empezó a escribir de economía desde un punto de vista social y anticapitalista. Poco después, en 2014, fundó junto a un grupo de activistas el primer medio de economía alternativa El Salmón Contracorriente. En 2017, el medio pasó a formar parte de la fusión de medios independientes que dio vida a El Salto, donde empezaría a coordinar la sección de economía hasta el día de hoy. También ha participado como tertuliano y analista económico en diferentes canales de televisión como TVE, La Sexta, Cuatro, TV3, ETB o Canal Red. Además, presenta su propio programa de análisis de actualidad económica en el canal de Twitch de El Salto. Desde sus inicios, Álvarez Barba ha tratado de derribar el muro lingüístico e ideológico que rodea a la economía y a la prensa con la intención de hacer más accesible la economía para el conjunto de la ciudadanía.


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Notas
Notas
1 Según el diccionario de la RAE zahorí es una «persona a quien se atribuye la facultad de descubrir lo que está oculto, especialmente manantiales subterráneos» o «persona perspicaz y escudriñadora, que descubre o adivina fácilmente lo que otras personas piensan o sienten».
2 Nadia María Calviño Santamaría es una economista del Estado y alta funcionaria española de las instituciones europeas. Actualmente ejerce como vicepresidenta primera del Gobierno de España desde julio de 2021 y ministra de Economía desde junio de 2018.
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José Durán Rodríguez

Coordinador de Radical, la sección de cultura, pensamiento y acción de El Salto (https://www.elsaltodiario.com/) que publica sus contenidos bajo una licencia de Creative Commons.

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