Clamor editorial: ¡Colonia o muerte!
El despliegue de la prensa opositora en torno de las negociaciones con el FMI busca exacerbar los desacuerdos en el Frente de Todos y sobre todo cercar al Presidente para que acepte las condiciones del poder financiero mundial. Biden, dice este relato, «ayuda» a Alberto Fernández a pesar de la «deslealtad» de haber viajado a Rusia y China.

En una estrategia que evidencia cada vez más el funcionamiento de estos medios como engranaje de un mecanismo que borra fronteras, La Nación llegó a promocionar una versión, una vez más sin fuente: el Gobierno estadounidense exige que Argentina se encolumne detrás de Washington en caso de que se produzca la tantas veces anunciada invasión rusa a Ucrania.
La descripción de Clarín, Infobae y La Nación tuvo algunas orientaciones oscilantes: un día Guzmán es un despreciable ultrakirchnerista que se somete a las ideas de la Vicepresidenta, y otro es un «albertista», un poco más aceptable, que hará ajuste y «reformas», eufemismo que esconde el viejo proyecto de reducir derechos laborales y previsionales y hacer que los que más tienen paguen menos impuestos.
La propalación de las condiciones que el Gobierno debe cumplir se inscribe en un contexto geopolítico muy nítido. Las negociaciones venían bastante bien, tipea Morales Solá, pero el viaje presidencial a Rusia y China las echó a perder. Este y otros comentaristas andan de mala suerte, porque las admoniciones con origen en Washington siempre son anónimas: un «funcionario», una «fuente», un «vocero» que habla de «deslealtad» de Alberto Fernández, que fue «despectivo» y «ofensivo» con Estados Unidos.
En Clarín, Vaca destacó el martes quince críticas de las potencias occidentales en el FMI porque el preacuerdo no incluye las «reformas» laboral, previsional e impositiva. Morales Solá escribió lo mismo al día siguiente, y Letjman en Infobae completó el coro el jueves.
La Nación subió la apuesta el sábado: Estados Unidos «mirará de cerca» la posición del Presidente sobre Ucrania y espera que se sume a la decisión de «imponer consecuencias rápidas y severas a Rusia si decide invadir», una acción a la que medios internacionales, y los nacionales que son su furgón de cola, ya le pusieron fecha varias veces.
En esta orquesta no podía faltar la voz de la carroña financiera mundial debidamente replicada por Bonelli en Clarín el viernes 18: Morgan Stanley, UPS, Goldman Sachs y JP Morgan, escribió, desconfían del compromiso que adopte el Gobierno. El bando propagandístico llega al extremo de celebrar las presiones que con singular descaro despliega el embajador Stanley quien, dice,«no vino a pasear» como su predecesor, Edward Prado.
«Acuerdo o muerte política y económica» del Gobierno, escribió Morales Solá. Habrá «austeridad», otro eufemismo del dispositivo internacional de propaganda, escribió Yebra también en La Nación. El Presidente no tiene más alternativa que ajustar, repitió Kirchsbaum en Clarín.
La coherencia es lo de menos: así como Miri acusó a Guzmán, el miércoles, de doblegarse «en el sendero que marca el kirchnerismo», el domingo el relato se invirtió: Clarín, Infobae y La Nación pusieron como orientación principal que el ministro avanza en la baja del «gasto» y en el aumento de tarifas con un modelo diferente al postulado por el kirchnerismo.
Y si así no lo hace, volvió ya el lunes 22 Letjman, el acuerdo se postegará o fracasará, con el fantasma del default en marzo. Eso sí, este redactor tiene al menos la decencia de describir que la discusión es para refinanciar la deuda tomada por Macri, a diferencia de los escribas de Clarín y La Nación, que repiten un relato según el cual el Gobierno está tomando préstamos iguales a los que obtuvo el expresidente. Biden, publicó Clarín, «asiste» a Fernández igual que Trump lo hizo con Macri.
La degradación del periodismo argento se vuelve especialmente lastimoso en los despliegues por el conflicto en Ucrania: el grotesco del anuncio reiterado de la invasión rusa se renueva casi diariamente. Y si «Juan Domingo Biden» está alimentando estos vientos de guerra para recuperarse ante su electorado, dado el desventajoso desempeño de su gestión —un clásico de las administraciones estadounidenses, sean republicanas o demócratas—, pues que nadie se entere.