¿Nos volvemos adictos a las redes?

Algunos estudios revelan que la compulsión por revisar nuestros dispositivos en busca de novedades busca una gratificación que se vuelve cada vez más esquiva. Internet tiene una oferta infinita que distrae en el trabajo, el bar, en la reunión familiar… o en el sexo. Cómo influye esto en nuestra vida cotidiana y la cultura.

«Las redes sociales generan más adicción que el sexo y los cigarrillos», concluyó un estudio desarrollado por la Universidad de Chicago en el 2016. ¡Ni siquiera el erotismo se salva! Mientras el 95% de la población mundial revisa sus teléfonos celulares durante cenas románticas o reuniones con amigos, según otra encuesta, ¡una de cada diez personas no puede ignorar las señales emitidas por el dispositivo durante las relaciones sexuales! ¿Dormir? Tampoco: el 37% de los encuestados en un sondeo global informó haberse despertado en medio de la madrugada para revisar mensajes y el 28% admitió responderlos durante esos períodos insomnes. En Brasil sucede lo mismo: un tercio de los entrevistados confesó interrumpir el sueño para conectarse.

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Aunque el término aún resulta controvertido, esa es la impresión de mucha gente; no solo por lo que vemos en todas partes o incluso por la experiencia personal, sino también porque es lo que sugieren varias investigaciones científicas.

Uno de estos estudios llegó a comparar esa tendencia compulsiva a verificar el correo electrónico o las redes sociales con el uso de máquinas tragamonedas. Así como sucede en el casino, miramos el teléfono para obtener gratificación.

Se crea una expectativa de obtenerla, lo que hace que repitamos obsesivamente el mismo gesto una y otra vez. Así, un usuario promedio verifica el aparato entre ochenta y 110 veces al día; y cuando trabajamos en la computadora, cambiamos de pantalla cada 47 segundos.

El problema parece residir en el exceso de distracciones que presenta Internet, con su oferta infinita de tentaciones a tan solo un clic de distancia. La impresión de que nos estamos perdiendo algo (¡o mucho!) crece mientras permanecemos desconectados. Pero esa inquietud no se detiene al estar online, porque aunque se ha ampliado nuestra capacidad de «prestar atención» a varios asuntos al mismo tiempo, sigue siendo mínima la cantidad de imágenes, textos y sonidos que podemos consumir simultáneamente.


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Gracias al acervo irrestricto de información accesible en todo momento y en cualquier lugar, que desaparece o se renueva constantemente, es inevitable sospechar que siempre habrá algo más interesante o divertido para ver. Y no hay nada que hacerle: la frustración está garantizada, al igual que la ansiedad, el cansancio y el aburrimiento. Aun así, no nos rendimos. Muy por el contrario: aprendimos a vivir de modo ininterrumpido para poder mantenernos al día con esos flujos continuos. Estamos disponibles en todo momento, ignorando las antiguas distinciones entre día y noche, horario de trabajo y tiempo libre, fin de semana o vacaciones. Y también dondequiera que estemos: en la calle, la oficina, la cama, el aula, un bar, el teatro o en una isla desierta.

Ante el agotamiento que genera toda esta demanda, algunos han comenzado a desarrollar ciertas estrategias de protección, como silenciar las notificaciones o establecer pautas personales para el uso de los aparatos. Sin embargo, es muy difícil salir de ese estado de alerta y disposición que se ha vuelto tan habitual.

Ya no parece posible desconectarse por completo, ni tampoco lograr el descanso que a menudo ansiamos. Por lo tanto, aún siendo tan seductor y sumamente expandido (a pesar de reciente), el hábito de la conexión también se ha vuelto extenuante. Una de las razones es precisamente su total falta de límites en lo que se refiere a los usos del tiempo y el espacio, ya que los teléfonos celulares funcionan —y nos hacen funcionar— en todo momento y en cualquier lugar.

Aunque parezca ser un problema causado por las tecnologías digitales, conviene señalar que no se trata solo de eso. La cuestión es más compleja, puesto que estos artefactos integran transformaciones históricas mucho más profundas en los modos de vivir, que se han estado gestando durante décadas y terminaron provocando, entre otras consecuencias, la misma invención de esos instrumentos. Si bien todavía insistimos en llamarlos «teléfonos», se trata de computadoras portátiles para uso individual, equipadas con pantallas, cámaras y acceso sin pausa a las redes informáticas. Así, cumplen con los ávidos deseos de mostrarnos para tener repercusión, además de proporcionar la ilusión de una compañía constante. Todo esto forma parte de lo que viene denominándose, ya hace más de medio siglo, «la sociedad del espectáculo».


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Ahora que estas formas de vida se han intensificado, con la ayuda del acceso a móvil a Internet, también surgen nuevos riesgos y desafíos. Entre los sufrimientos que proliferan hoy en día, se destaca una creciente incapacidad para manejarse con esa falta de límites que caracteriza tanto a la vida online como a nuestro rol de consumidores. «Vos podés», nos dice constantemente la publicidad, un lema que sintoniza con el generalizado y múltiple «yo quiero» (y «yo lo merezco») hoy vigente, en oposición al «usted debe» que marcó a los ciudadanos modernos de los siglos XIX y XX.

En ese horizonte ilimitado de la vida en modo wifi se ha vuelto legítimo quererlo todo, incluso aquello que no logramos (ni jamás lograremos) porque nuestra experiencia demasiado humana sigue siendo fatalmente limitada.

Aún así, sufrimos porque asumimos que deberíamos poderlo todo, en lugar de tener que aprender a lidiar con límites demasiado sólidos, impuestos por la rigidez de la ley y la moral. Cada vez más distantes de eso que sucedía en otras épocas no tan lejanas, ya no sufrimos principalmente por estar regidos por el deber, que nos llevaba a reprimir el querer. Ahora la insatisfacción parece vinculada a esa dificultad que implica el autocontrol en una cultura que ensalza el placer ilimitado.

La «adicción a la conexión» ilustra este conflicto: es un malestar típico de una sociedad que solo quiere saber de bienestar y no dispone de herramientas para lidiar con la frustración.

Fuente: Río Negro

¿Qué hay detrás de la adicción a los medios de comunicación?

A más tardar desde el comienzo de la pandemia, muchas personas pasan incontables horas sumergidas en mundos digitales. Entre ellas hay muchas que no encuentran la manera de salir de estos tan rápidamente.

¿En qué momento se puede calificar el consumo de medios de comunicación como una adicción? ¿Y cómo podemos evitar quedar atrapados en la vorágine de la adicción que estos producen?

«Cuando la situación se vuelve realmente grave, se descuidan otras áreas de la vida, como las amistades, la familia, los pasatiempos y, en algún momento, incluso la higiene personal», explica la psicóloga Martina Haas, que trabaja para una fundación alemana de adicción a los medios y a Internet. En estos casos, añade, las personas apenas comen, duermen o se duchan por pasar el mayor tiempo posible frente al ordenador.

Si bien perciben que el uso que hacen de los medios de comunicación tiene consecuencias negativas, no pueden cambiar su comportamiento, asevera Haas: «Además, la dosis sigue aumentando y cuando se intenta desconectar, se tienen enseguida síntomas de abstinencia». 

Haas explica que a los afectados no les gusta hablar de ello, y que además tienen sentimientos de culpa hacia su familia. Para escapar de este estrés, prosigue, algunos se refugian aún más en los mundos virtuales.

Esta pérdida de control asociada a la adicción a los medios de comunicación se observa, en el caso de las adolescentes y mujeres, en su comportamiento en las redes sociales, mientras que en los jóvenes y los hombres es más probable que sean los juegos en línea, informa Haas. 

En general, la psicóloga explica que detrás de toda adicción siempre hay un anhelo: «Cuando uno no se puede alejar de él (el mundo virtual), es porque se busca en los medios algo que se echa de menos en el mundo real».

Kristin Langer, experta de una iniciativa alemana que busca sensibilizar a niños y padres sobre el uso de los medios, señala que durante la pandemia muchas personas pasan naturalmente mucho más tiempo frente a la pantalla de lo que es normalmente aconsejable: «Sumergirse en un mundo digital puede producir momentos de felicidad y una sensación de logro, pero experimentar esto exclusivamente en mundos digitales no es un concepto a largo plazo».

Langer explica que la capacidad de autorregulación solo se desarrolla gradualmente a la par de la personalidad: «El proceso lleva tiempo y en algunos adultos aún no se ha completado».

Niels Pruin, terapeuta en adicciones, señala que es importante no caer en la adicción aún siendo un niño: «Cuanto antes se inicie un niño con un comportamiento problemático en el uso de los medios de comunicación y cuanto más dure esta conducta, más difícil será deshacerse de esa adicción en la edad adulta».

Según Pruin, a las citas de asesoramiento sobre adicciones acuden a menudo jóvenes que se han retirado de la sociedad y a los que les resulta muy difícil establecer contactos sociales: «Han olvidado cómo hacerlo y están muy insatisfechos consigo mismos. Muchos temen no ser capaces de cumplir con estas exigencias en la vida real».

El terapeuta explica que las personas adictas a los medios de comunicación suelen tener también los llamados trastornos comórbidos; es decir, trastornos asociados, como depresión, ansiedad, compulsiones o fobias sociales: «No se trata solo del puro consumo de medios, sino que a menudo la gente quiere compensar otros déficits con su consumo problemático».

Para saber si se es adicto, se debe intentar reducir el consumo problemático de medios de comunicación, aconseja Pruin: «Si se tiene la sensación de que se lo puede dejar en cualquier momento, entonces se debería intentar. Si luego se da cuenta de que no es posible, se deberá buscar ayuda profesional».

A todos aquellos que no son adictos, pero pasan mucho tiempo en los medios, Pruin recomienda utilizar algunos trucos. «Si se quiere utilizar menos el teléfono móvil, uno de los trucos es tener uno que sea lo menos atractivo posible, por ejemplo, con un tono de llamada molesto, una imagen de fondo embarazosa o un código de acceso muy complicado». Además, se pueden crear zonas libres de móviles en la mesa del comedor y en la mesilla de noche, así como dejar de llevar el móvil al baño.

«El baño es una habitación tranquila donde nadie molesta. Como nadie quiere nada de uno, lo primero que se hace es sacar el móvil del bolsillo», explica Pruin. «Es un clásico condicionamiento en el cerebro, el condicionamiento adictivo. Y esto es lo que hay que desacondicionar».

El especialista en adicciones explica que hay muchas medidas preventivas que pueden tomarse para evitar la adicción a los medios de comunicación. Reforzar la autoestima es el lema. 

Según Pruin, las actividades de ocio deportivas o creativas, el interés básico por la gente y un círculo de amigos desempeñan un papel importante. También es fundamental saber combatir el aburrimiento: «Ese es un problema muy grande, ya que mucha gente no sabe cómo lidiar con una sensación desagradable como el aburrimiento, porque nunca lo ha aprendido».

Con información de DPA

Paula Sibilia | Marianne Ferreira Jorge

Antropóloga y profesora de la Universidad Federal Fluminense (UFF), de Río de Janeiro, Brasil, y estudiante del Doctorado en Comunicación de la UFF), respectivamente.

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