Los límites de la moderación
La moderación política y la construcción de consensos como ejes de la acción de gobierno se rebelan hoy como insuficientes para obtener resultados favorables a las mayorías. La demanda de reparación social y el despegue de un proyecto desarrollo inclusivo requiere de la movilización democrática y popular, que no es lo mismo que un pueblo convocado a actos oficiales con protocolos establecidos para mostrar fuerzas en términos numéricos.
A mediados de febrero de 2020 Ariel Pennisi publicó en la página del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas un documento cuyo título es La imprudente prudencia, en el que reflexiona sobre la situación política argentina y cuestiona la cautela y moderación con la que el gobierno enfrentó la resistencia de los sectores conservadores a sus primeras medidas de reparación social; es decir, hambre y pobreza potenciada por la gravísima herencia macrista.
En pocas palabras, su planteo es que —aun para un gobierno moderado, concesivo y negociador que no responda directamente a la trama oligárquica y mafiosa que encarna un poder de facto peligroso para la democracia—, el conglomerado del poder fáctico es capaz de inventar el rasgo izquierdista, el vínculo corrupto o el secreto populista como un riesgo latente.
«¿Qué tal —pregunta luego— si invertimos la ecuación? ¿Qué tal si en lugar de insistir en planteos según los cuales es mejor “no hacer olas” para no despertar el enorme poder de facto de la Argentina, para no ponerse en contra a sectores clave de la economía, o para no pagar los costos políticos del caso, evaluamos los costos inevitables por el simple hecho de tratarse de un gobierno peronista (o frentista) y esgrimimos un estilo de acción política a la altura de esos costos? ¿Dicen que somos izquierdistas, que osamos cuestionar el endeudamiento y el pago sin más, que entre nuestras filas se habla de una reforma agraria actualizada, que nos parece razonable la expropiación de una cerealera para investigar e incidir sobre los costos de los alimentos, que pretendemos impulsar la estatización de los servicios públicos vilmente privatizados ―y, para colmo, algunos desearíamos que la dirección fuera compartida con trabajadores y usuarios―, nos creen capaces de hacerle la guerra a la fuga de capitales y de tantas otras cosas más?»
Por consiguiente, para Pennisi «sería mejor confirmar esos fantasmas antes que volvernos fantasmas de nosotros mismos, mientras la editorialización conservadora, oligárquica y ultraderechista de la realidad nos marca la cancha llevando al subsuelo cualquier piso de discusión». A lo que añade que el diálogo debe ir acompañado de la «movilización de un nosotros amplio, audaz y activo para sostener avances concretos». Y alerta que los poderes fácticos buscarán vetar las políticas del gobierno, aunque éste sea moderado, concesivo y negociador.
Transcurridos más de dos años de gobierno del FDT esta tesis resulta validada por los hechos: el recurso de la moderación republicana y el diálogo sin una estrategia orientada a acumular poder suficiente que haga valer la voluntad popular expresada en 2019 nos está convirtiendo en «fantasmas de nosotros mismos» y en una sociedad más pobre, pese al crecimiento de la economía. Como señala Artemio López, con el diseño actual de política económica, cuanto más se crece, más desigual resulta el patrón distributivo, a punto tal que la desigualdad supera incluso a los niveles del año 2019.
El llamado «realista» a la prudencia, al diálogo y la conciliación, junto con la renuncia a construir relaciones de fuerza que permitan generar medidas transformadoras y soberanas, es un combo que deja a la gestión del FDT atrapada en la red de las coordenadas ideológicas neoliberales, lo que explica la debacle de las elecciones de medio termino de 2021 en la que se perdieran cuatro millones de votos.
En sus apelaciones al diálogo parece, como escribió el periodista santafesino Gustavo Rosa, que el presidente Alberto Fernández diseña su propia derrota, que sería la de la mayoría de los argentinos. Al encabezar la presentación de la Agenda Temática Federal y Productiva para este año del Consejo Económico y Social (CES) en el Centro Cultural Kirchner (CCK) Fernández pidió «darle una oportunidad al diálogo» para «construir una realidad distinta en un país lleno de urgencias». También dijo: «Probamos muchas veces en pelearnos, discutir y hasta una vez nos bombardearon», y en ese sentido preguntó «por qué una vez no probamos con sentarnos a una mesa y nos contamos qué nos pasa; y hagamos una suerte de terapia de grupo y encontremos una solución en conjunto, dialogada». La mención al 16 de junio de 1945 —en la que aviones de las Fuerza Aérea, en un intento de golpe de Estado, masacraron a trescientas personas e hirieron a ochocientas— es, por lo menos, ligera, inapropiada y de mal gusto que lleva a preguntarse si no estamos perdiendo la batalla cultural, antesala de las derrotas electorales y políticas. Lo de la terapia de grupo, simplemente una expresión de voluntarismo.
Burguesía antinacional
Desde del 10 de diciembre de 2019 hasta el presente los voceros de los factores de poder repiten, sin asomo de autocrítica alguna, la necesidad de aplicar el recetario neoliberal. Carecen, además, de la menor empatía con los perjudicados por las políticas ortodoxas (la inmensa mayoría del pueblo) y consideran que la causa del fracaso es, de una u otra manera, del populismo. Para que quede claro —y más allá de los gestos protocolares de los representantes empresarios hacia el Gobierno— el bloque de poder responde a la moderación presidencial con la radicalización reaccionaria de sus discursos [1]Con el aporte de los grandes conglomerados mediáticos, estos discursos recrean un clima ideológico previo al advenimiento del peronismo en 1945 y la remarcación de precios. El único acuerdo posible debe producirse en el marco de las recetas neoliberales.
Esta conducta no es casualidad o la obra de una mente diabólica. Casi todos los integrantes del bloque de poder están cada vez más alejados del mercado interno y operan en áreas monopólicas y con posiciones dominantes y están subordinados a la valorización financiera de sus excedentes, los cuales en gran parte son dolarizados y fugados.[2]Como dice Horacio Rovelli con referencia a la gestión de Macri, un país cuyos sectores de mayores ingresos pueden comprar y fugar u$s 86.200.000.000 en cuatro años (un cuarto del PIB anual … Continue reading No tienen, por tanto, la vocación de ser un sujeto social activo en el marco de un proyecto de desarrollo soberano. La burguesía tradicional concentrada no tiene ningún interés en atar sus proyectos a los destinos, objetivos e intereses nacionales.[3] Al respecto, recomendamos la lectura de Economía a contramano (2012) de Alfredo Zaiat. No por nada, Aldo Ferrer afirmó que la burguesía argentina es «antinacional», ya que subordina la realidad argentina a las señales del mercado mundial e impide su transformación.[4]Ferrer, Aldo. El empresario argentino. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2014, página 80
Las profundas grietas sociales y económicas que ponen a los argentinos en lugares diametralmente opuestos no se resuelven solo con diálogo. Además, desde el campo popular se necesita acumular poder y, por lo tanto, organización política para redistribuir ingresos y riquezas de un modo más equilibrado. Para sentarse a la mesa del diálogo con los poderosos hay que construir poder político desde los sindicatos, las organizaciones sociales y todo el arco que abarca el proyecto nacional. No es lo mismo un pueblo movilizado de manera pacífica desde las entrañas de su propia resistencia que un pueblo convocado a actos oficiales con protocolos establecidos para mostrar fuerzas en términos numéricos.
A la luz de los hechos, la alternativa de la moderación buscando salidas negociadas por medio de acuerdo con los sectores concentrados —es decir, aceptando las reglas del status quo de los factores de poder— presagia una derrota cultural, electoral y política en 2023. El modelo de gestión basado en acuerdos negociados con los sectores concentrados conduce al posibilismo; es decir, a negociar desde la racionalidad neoliberal, cuya función es precisamente impedir las posibilidades de los posible. Tal vez llegó la hora de otro camino, el de la radicalización democrática nacional y popular, con un proyecto de país, claridad estratégica, imaginación y audacia y, por supuesto, organización popular.
Para terminar, algunas reflexiones que amplían lo expresado:
- Si el ámbito de la política se restringe al funcionamiento republicano y a gestionar lo existente, su capacidad transformadora se revelará impotente, facilitando la capacidad de lobby de los sectores concentrados para vetar las iniciativas del Gobierno, reducir sus grados de autonomía y, de ser necesario, desestabilizar la economía.
- La escasa voluntad del Gobierno por disputar en el terreno social y comunicacional los argumentos predicados hasta el hartazgo por los medios hegémonicos es un problema político antes que técnico. La distribución del ingreso no es una cuestión que dependa del crecimiento económico sino de la política.
- El recurso del diálogo —reiteramos— es válido siempre y cuando sirva para acumular poder suficiente y hacer valer el voto y la voluntad popular.
- Gobernar a favor de los sectores vulnerables en la Argentina de hoy implica enfrentar los intereses del poder económico. El camino de la concertación, moderación y desmovilización puede ser la antesala de una derrota cultural que abra las puertas del pasado.[5]Una derrota cultural sucede cuando un adversario hace propios o toma los argumentos de un rival. Por ejemplo, días atrás un funcionario del Gobierno dijo —coincidiendo con la derecha … Continue reading La historia de la democracia en la Argentina muestra que los grandes consensos no se alcanzaron alrededor de una mesa, sino por victorias culturales. Cuando la Corte sentenció que el régimen del 2×1 podía aplicarse a los genocidas por el principio de la ley penal más benigna, emergió en las calles de Buenos Aires el pacto democrático construido en 1983 [6]El irrestricto respeto al estado de derecho, el compromiso con la competencia política como mecanismo de acceso al poder, juicio y castigo a los responsables del terrorismo de Estado y los crímenes … Continue reading que se puso al frente del proyecto de ley que volteó el fallo de la Corte.
¿Y la pandemia?
Las dificultades de la pandemia pusieron de manifiesto la escasa voluntad transformadora del Gobierno nacional, desperdiciendo una oportunidad para, entre otras cuestiones, intentar modificar el sentido común impuesto a la sociedad por los factores del poder.
En su fórmula inicial, la promesa del Gobierno para enfrentar la pandemia planteaba: «si la cumplís nos das el tiempo necesario para ampliar el sistema sanitario, garantizar la atención de quienes se contagien y evitar muertes». Durante varios meses esa promesa originaria fue efectiva. A pesar de las tremendas dificultades, se adecuó el sistema sanitario y se salvaron innumerables vidas, la promesa logró ser creída y la cuarentena pudo ser sostenida, al menos por un tiempo.
Sin embargo, por julio/agosto de 2020, la estrategia pegó un giro. Se anunció una nueva fase de la cuarentena, de «apertura escalonada», con un nuevo principio de orientación de comportamiento social: «la responsabilidad es individual». El Gobierno renunciaba así a intentar regular activamente las actitudes sociales frente a la pandemia.
En efecto, el gobierno de Alberto Fernández tuvo la oportunidad, en la excepción, de definir nuevas reglas que transformen la «normalidad» de nuestra sociedad cuando ésta acabara. Reglas que, por ejemplo, incentiven las conductas que privilegien el bien de todos por sobre los intereses o deseos de pocos, que premien los comportamientos responsables por sobre las irresponsables. Acorralar al sálvese quien pueda.
Con la pandemia, la credibilidad del neoliberalismo también entró en terapia intensiva. Las reformas de los Estados, caracterizadas por la privatización, la descentralización y la tercerización, dejaron a los países desguarnecidos. La debilidad de los sistemas sanitarios y los sistemas de seguridad social son muestra palpable de ello. Basta con recordar la lamentable política que asumió Washington frente a la pandemia, que ha significado un enorme daño al prestigio norteamericano y su capacidad de liderazgo global. La imagen de sus socios europeos también está fuertemente resentida.
Ante la incertidumbre producida por la pandemia los pueblos del mundo no acudieron al mercado buscando respuestas, sino que apelaron a sus Estados. En la medida en que da respuesta, el Estado se relegitima como organismo de regulación social frente al mercado.
La cuarentena generó un loable sentimiento de cuidado social, una reafirmación de la salud como derecho y la salud pública como necesidad. Estas dimensiones, importantes de por sí, se vinculan con un aspecto más profundo: la comunidad se siente responsable por la vida de sus miembros.
Además del Estado, las sociedades buscaron liderazgos que las guíen. Lo usual ha sido la referenciación en figuras políticas (normalmente los presidentes, pero donde esas figuras fallaron, aparecieron otros líderes sociales o políticos). El adecuado ejercicio del liderazgo en medio de la crisis sanitaria otorgó un enorme capital político a la autoridad en ejercicio. En el caso de la Argentina nos colocó en una muy buena posición. El presidente Alberto Fernández contó con un alto grado de consenso, atravesando incluso la grieta social exacerbada por los medios masivos de comunicación desde hace una década.
Con arreglo a lo expuesto, contábamos con una excelente oportunidad para fortalecer la idea del proyecto nacional como expresión de la unidad nacional.
La comunicación del Gobierno en vez de construir significado y sentido compartido con la sociedad a fin de incentivar conductas que privilegien la relegitimación del Estado, la industria nacional y el bien de todos por sobre los intereses o deseos de pocos, premiar los comportamientos responsables por sobre las irresponsables y acorralar de esta manera el sentido común del «sálvese quien pueda» se limitó a difundir recomendaciones sanitarias —necesarias, por cierto— pero enmarcadas políticamente en los términos el neoliberalismo: unidad nacional para superar la «grieta».
El establishment supo de manera temprana que la pandemia podía ser una amenaza a sus intereses y privilegios. Y supo que más importante que transitar la pandemia era cómo salir de ella. Por eso, había que impedir que ésta alumbre un Estado con capacidad para cumplir con sus funciones regulatorias, achicar la brecha de la desigualdad y aplicar políticas de largo plazo que hagan posible el desarrollo con equidad social. Había que boicotear entonces que saliéramos mejor como sociedad una vez terminada la pandemia. Y de alguna manera lo lograron. El Frente de Todos perdió las elecciones de medio término.
Notas
↑1 | Con el aporte de los grandes conglomerados mediáticos, estos discursos recrean un clima ideológico previo al advenimiento del peronismo en 1945 |
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↑2 | Como dice Horacio Rovelli con referencia a la gestión de Macri, un país cuyos sectores de mayores ingresos pueden comprar y fugar u$s 86.200.000.000 en cuatro años (un cuarto del PIB anual argentino) no es un país pobre, pero sí injusto. También demuestra que esos sectores tienen altas tasas de ganancia y, por ende, capacidad de ahorro. El problema es que ese ahorro lo invierten afuera del país. |
↑3 | Al respecto, recomendamos la lectura de Economía a contramano (2012) de Alfredo Zaiat. |
↑4 | Ferrer, Aldo. El empresario argentino. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2014, página 80 |
↑5 | Una derrota cultural sucede cuando un adversario hace propios o toma los argumentos de un rival. Por ejemplo, días atrás un funcionario del Gobierno dijo —coincidiendo con la derecha neoliberal— que hay que reprimir cuando la protesta incluye cortes de calle. |
↑6 | El irrestricto respeto al estado de derecho, el compromiso con la competencia política como mecanismo de acceso al poder, juicio y castigo a los responsables del terrorismo de Estado y los crímenes de lesa humanidad. |