Crisis en las redes sociales: La nueva pandemia
Las aplicaciones WhatsApp, Instagram y Facebook Messenger sufrieron el 4 de octubre una caída global de unas siete horas que forzó a millones de usuarios a buscar alternativas para poder establecer sus comunicaciones habituales. En un documento, emitido al día siguiente del «apagón», Infoworkers plantea la necesidad de crear una «nube» local y sudamericana.

La caída de los productos Zuckerberg acaecida el martes 4 de octubre de 2021 incomunicó por varias horas a una porción considerable de la población del planeta. Periodistas sin noticias, dirigentes sin información, trolls sin desprevenidas víctimas y muchos, muchísimos otros se enfrentaron a un infierno no considerado y por lo tanto no temido: la incomunicación.
Resulta oportuno recordar que en varias oportunidades advertimos que la mudanza irreflexiva de los mecanismos de comunicación era un proceso peligroso y permanente a un paso del caos. Y reitera la necesidad de crear una nube local y sudamericana, utilizando los recursos y conocimientos que hoy estamos dilapidando como materia prima del negocio de otros.
La soberanía política desembarca en Internet
Internet está cambiando. La herramienta de comunicación que tan funcional resultara a la globalización pergeñada por la Trilateral Commission, está modificando sustancialmente su estructura. Las naciones retoman el protagonismo de la historia y demandan el respeto por un concepto ignorado por quienes diseñaron la red: la soberanía política.
Están muy frescos los escándalos protagonizados por Facebook y Cambridge Analytica, que evidenciaron que la intromisión en la política interna de los países por parte de organizaciones supranacionales que manipulan la voluntad de los pueblos y desestabilizan los procesos democráticos.
Primero China y más recientemente Rusia han modificado la topología de sus redes para alcanzar una mayor independencia del reducido número de operadores que controlan el tráfico de información. Le seguirán seguramente otros países. La Argentina puede ser uno de ellos.
¿De qué estamos hablando?
Vamos a tratar de describir lo que está sucediendo con una analogía sencilla: imagine una red donde los nudos (o nodos, como también se puede decir) están atados simétricamente. Como la red de un arco de fútbol. En esa red, una gota de agua que tuviese voluntad propia y quisiese trasladarse de un nudo a otro, podría hacerlo por un sinnúmero de caminos. Si un piolín (nos permitimos el americanismo) se cortara, podría elegir otro y así nudo tras nudo.
Ahora imagine que los nudos no respetan esa simetría. Que hay un nudo que concentra una enorme cantidad de piolines que provienen de otros nudos y obliga a la gota a pasar por él en algún tramo de su recorrido, elija el camino que elija. Para la voluntad de llegar de la gota de agua, lo que pase con ese nudo es vital. Porque basta que alguien corte ese sólo nudo para que la gota no pueda llegar a su destino.
Esta analogía se corresponde con la red física de Internet, ese conjunto de cables y computadoras que cruzan los océanos y atraviesan los continentes, y que posibilitan alimentar imágenes tan fantasiosas como inexistentes de nubes deslocalizadas adonde van lo que miles de millones de personas tributan. La red física es la que conduce la información que se produce y, como en el caso de la gota de agua, si se corta uno de esos nudos gigantes no hay Internet.

Si usted es una de las personas que creen que por Internet la información, las imágenes y las ideas fluyen libremente, lamentamos decirle que está totalmente equivocado. En la actualidad, la red física de Internet tiene un diseño (o topología) que dista mucho de observar una simetría con la que sueñan los libertarios.

Lo mismo sucede con los lugares donde las empresas supranacionales que acumulan, sistematizan y explotan los datos que circulan por la red (Facebook, Whatsapp, Google, Instagram y otras). No están en una «nube», ni mucho menos.

Desde la mirada de los intereses nacionales, que el flujo de información y la acumulación sistemática de los datos que pasan —inevitablemente— por nudos que controlan otros, resulta inaceptable.
Crónica de un éxito anunciado
En estos días, Rusia hizo un anuncio que ocupó la primera plana de los principales diarios del mundo: logró desconectarse de Internet para probar exitosamente Runet, una red «con la suficiente infraestructura independiente que puede mantener operativo al país en caso de amenazas externas» (ver Más Info).
¿Qué fue lo que hizo Rusia? Siguiendo con la analogía del principio de la nota, simplemente reemplazó los nudos que concentraban el paso de todo el flujo de Internet desde y hacia Rusia por otro que controla ese Estado nacional. Una tarea muy sencilla de enunciar pero muy trabajosa y costosa de realizar.
Era una noticia esperada. Rusia trabajó durante diez años para lograr ese objetivo, siguiendo el camino que previamente había transitado China.
Los estados nacionales comienzan a demandar su participación en el control de una red que hoy está en manos ajenas. Emergen como contradictores del poder de las empresas supranacionales que aprovecharon el poder que le otorgaba la inconmensurable acumulación de datos y su procesamiento algorítmico para facilitar y/o realizar una inadmisible intromisión en los procesos democráticos de inadvertidos pueblos, con absoluta impunidad.
El camino argentino
«Reglamentaremos y controlaremos el flujo de datos transfrontera, como medio de asegurar el manejo de la información que hace al interés nacional», prometía la Plataforma Electoral del Partido Justicialista para las elecciones que marcaron la vuelta de la democracia a la Argentina en 1983.
Treinta y ocho años después, este objetivo tiene hoy más vigencia que nunca. Transformado en prioridad por los países más poderosos del planeta, pone a los argentinos ante un desafío que no puede ignorarse ni tercerizarse: recuperar la soberanía política en el manejo de los datos que generamos.
Es una gesta movilizadora de la voluntad y la capacidad de todo el pueblo argentino. Una utopía que demanda y ordena el capital de recursos y conocimientos que disponemos. Los que nuestros profesionales han adquirido en universidades nacionales y en capacitaciones en el extranjero. Los que hemos dilapidado y negado a nuestra industria tecnológica. Los que la capacitación para la producción podrá sumar a los emprendimientos productivos que se requieran, generando trabajo genuino y calificado.
Todo ese capital está disponible y esperando para poner en marcha un agregado determinante: la voluntad política de ponerlo en movimiento.
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