La industria de la información se enfrenta por fin a la economía política del periodismo
Cada año, el Nieman Lab[1]El Nieman Journalism Lab es una iniciativa cuya finalidad es ayudar al periodismo a resolver su futuro en la era de Internet pregunta a referentes del ámbito del periodismo y los medios de comunicación de EE. UU. (jefes de redacción, editores, directores de estrategias, investigadores, etc.) qué creen que ocurrirá en el nuevo año. Al final de un difícil 2023, el pronóstico de Victor Pickard es que en 2024 «nos tomaremos en serio la economía política del periodismo».[2]Acerca de esta disciplina ver Economía política de la comunicación: de sus orígenes a la consolidación del campo en América Latina
En 2024, por fin nos tomaremos en serio la economía política. ¿Qué puede augurar esto para el futuro del periodismo? Para empezar, significa pasar de criticar los previsibles fracasos de los medios hipercapitalistas a imaginar y construir alternativas democráticas. Pero primero debemos cambiar nuestra forma de entender las relaciones entre el mercado, los medios de comunicación y la democracia.
La crítica estadounidense de los medios de comunicación tiende a fijarse en los síntomas de la crisis del periodismo en lugar de en sus causas profundas. Con demasiada frecuencia, esto equivale a un análisis de «manzanas podridas», insistiendo en que, si frenamos a tal o cual magnate de los medios, periodista irresponsable o ejecutivo de Silicon Valley, todo irá bien en el «cuarto poder». Pero si nuestro análisis comienza por los sistemas y las estructuras, en lugar de por los individuos y los algoritmos, la magnitud de los problemas que acechan a nuestros medios de comunicación se pone de manifiesto y las reformas a pequeña escala se revelan profundamente inadecuadas.
Pensemos en los problemas de desinformación y cobertura electoral. El remedio por defecto es cambiar las normas culturales en las redacciones: si avergonzamos a los periodistas para que hagan un mejor trabajo mediante una mayor comprobación de los hechos, una cobertura más contradictoria de las élites irresponsables y una recopilación de noticias con más principios en general, muchos creen que mejoraríamos el periodismo. Aunque ninguna de estas actividades carece de sentido, equivalen a reorganizar las reposeras de un barco que se hunde si ignoramos las amenazas estructurales al periodismo, especialmente el tremendo daño causado por los imperativos capitalistas que privilegian los beneficios de los propietarios de los medios, los inversores y los anunciantes por encima de las necesidades de una democracia multirracial.
Desde la destrucción de la industria periodística (desde 2005, Estados Unidos ha perdido casi un tercio de sus periódicos y casi dos tercios de sus periodistas) hasta el incentivo perverso de la recopilación de noticias basada en la conmoción, el miedo y el escándalo, el capitalismo salvaje está diezmando y degradando el periodismo. Por mucho que se le avergüence, el mercado no producirá el periodismo que necesitamos.
Esto no significa que no debamos someter a nuestros medios de comunicación a una crítica despiadada. Pero sí significa que debemos combinar la crítica con «reformas no reformistas» que tengan como objetivo último transformar el periodismo y reducir significativamente o eliminar por completo las presiones comerciales que deforman nuestros medios de comunicación a nivel estructural, desde el fomento del clickbait hasta la destrucción de las redacciones. La mano oculta del mercado es el mayor censor de todos.
Una polémica que pone de manifiesto esta dinámica fue la redada policial en las oficinas del Marion County Record, un pequeño semanario de Kansas. A finales del verano pasado, la policía confiscó los ordenadores del periódico y cerró por la fuerza sus investigaciones. La redada provocó una justificada protesta pública y la condena de organizaciones periodísticas de todo el país. Pero cuando el mercado comercial hace esencialmente lo mismo —desmantelar los medios de comunicación locales y sacar a los periodistas de las redacciones a la calle— nos resignamos a este silenciamiento de la prensa. Es un resultado desafortunado, podríamos decir, pero no podemos resistirnos a las leyes de hierro de la oferta y la demanda y a la destrucción creativa desatada por las nuevas tecnologías.
En lugar de aceptar ese tecnofatalismo, un marco económico político nos orienta en otra dirección. En primer lugar, devuelve la agencia a la sociedad democrática al recordarnos que el diseño de nuestros medios de comunicación se basa en decisiones intrínsecamente políticas. De hecho, un principio fundamental de la crítica económica política es que los medios de comunicación no son ni naturales ni inevitables, sino más bien el producto de decisiones políticas, decisiones que deberían ser determinadas por todos nosotros, no sólo por los propietarios e inversores de los medios de comunicación, que son predominantemente hombres blancos ricos.
Si por fin tuviéramos en cuenta la economía política del periodismo, sabríamos que el camino hacia la reforma empieza por aprehender y hacer frente a las estructuras de poder ilegítimas. Las generaciones anteriores de reformistas sentían esta crítica en sus huesos, lo que les llevó a experimentar con periódicos de propiedad pública y a abogar por los medios de comunicación públicos. Pero esta conciencia crítica se ha visto atenuada durante décadas por una deriva neoliberal que se filtra en todos los sectores de la formulación de políticas. Este retroceso ideológico e intelectual también se refleja en el mundo académico, donde las críticas estructurales a los medios de comunicación han sido marginadas durante mucho tiempo por ser demasiado reduccionistas y radicales.
No obstante, podemos atrevernos a esperar que nuestras instituciones periodísticas del futuro no se parezcan en nada al pasado. Podemos luchar para garantizar que nuestros medios de comunicación encarnen los principios de la democracia participativa y se dediquen a servir a las necesidades sociales, no a los beneficios privados. Debemos sustituir el sistema de medios de comunicación comerciales, siempre fallido, para rescatar al periodismo de la espiral de muerte de la lógica capitalista. En última instancia, el mercado no salvará al periodismo. Si nos tomáramos en serio la economía política, lo sabríamos de sobra.
VICTOR PICKARD
La investigación de Pickard se centra en la historia y la economía política de las instituciones mediáticas, el activismo de los medios de comunicación y la política y los fundamentos normativos de la política de medios de comunicación. Su trabajo se centra especialmente en el futuro del periodismo y el papel de los medios de comunicación en una sociedad democrática. Pickard es catedrático de medios de comunicación y economía política en la Escuela de Comunicación Annenberg de la Universidad de Pensilvania, donde codirige el Centro de Medios, Desigualdad y Cambio. Anteriormente enseñó en la Universidad de Nueva York y en la Universidad de Virginia, y ha sido profesor visitante en Cornell, Goldsmiths y LSE. Es autor de America’s Battle for Media Democracy: The Triumph of Corporate Libertarianism and the Future of Media Reform (2014); After Net neutrality: A new deal for the digital age (2019), en coautoría con David Elliot Berman; y ¿Democracy without journalism? Confronting the misinformation society (2020).
Periodismo con sentido público
POR MARCELO VALENTE | El periodismo dejó de ser, al mismo tiempo, una vocación de servicio y una concepción empresaria. Ese pacto está roto desde hace años y cualquier camino hacia su reinvención debe reconocer que el mercado es su enemigo, no su salvador.
Notas
↑1 | El Nieman Journalism Lab es una iniciativa cuya finalidad es ayudar al periodismo a resolver su futuro en la era de Internet |
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↑2 | Acerca de esta disciplina ver Economía política de la comunicación: de sus orígenes a la consolidación del campo en América Latina |