Es tiempo de poner en valor los relatos en Argentina
Resulta muy virtuoso tener un «Mito de Gobierno», entre otras razones, porque cohesiona voluntades y tiene la función de generar esperanza. Pero sin políticas públicas que la sustenten, sólo se queda en sarasa.
Hay que tomar seriamente las narrativas de historias, dice el profesor R.A.W. Rhodes, afirmando que ellas son una excelente herramienta para describir e interpretar las acciones políticas a partir de los relatos o discursos de los distintos actores, cosa que no es frecuente en los estudios de administración pública.
Vamos a ponerle nombre: el relato gubernamental instalado socialmente se llama Mito de Gobierno. Es virtuoso tenerlo. La cuestión es que, en ocasión de la intervención del Indec en Argentina, la oposición llamó en ese entonces relato a lo que significó un abuso de poder que nos dejó sin estadísticas legitimadas.
Pero un relato constituido como Mito de Gobierno refiere al proyecto general del gobierno una vez que ha sido apropiado por la ciudadanía. Visión general, proyecto general de gobierno, norte estratégico, rumbo de gobierno, aluden a lo mismo; sin embargo, el concepto de mito los incluye y más aún, trasciende, en tanto representa exactamente lo mismo que los sinónimos descriptos, sólo que incluye la condición de apropiación desde la ciudadanía.
Ese relato permite crear consensos, en tanto que vincula al ciudadano con el gobierno y lo hace sentir parte de él. Es un elemento unificador que simboliza la dirección, la voluntad y la justificación de las políticas. El lenguaje es su esencia, pero el mito no sale exclusivamente de la cabeza de un individuo aislado, pues las proposiciones se van estructurando como una creación social, afirma Murray Edelman. Y además necesita políticas que lo sustenten.
El Mito de Gobierno es la comunicación de tipo simbólico que tiene la función de generar esperanza y que, una vez instalada, puede alimentarse a sí misma siempre y cuando exista coherencia entre la narrativa esbozada y las políticas públicas implementadas que, aunque en términos de demanda no sean perfectas o no generen satisfacción ciudadana plena, sean vistas como contributivas al direccionamiento que el mito esboza. Retomo y potencio: sin políticas públicas que lo sustenten, no sólo no hay mito, sino sarasa.
Un Mito de Gobierno representa el ejercicio coherente de lo propuesto discursivamente como contrato de gestión en la faz electoral y la actualización de lo mejorable o aggiornable de ese contrato, una vez que se es gobierno. No debe ser perfecto, debe ser, sí, coherente. Es la metapolítica, el núcleo, lo que permanece mucho más rígido, con menor variabilidad, lo que no quiere decir inmutable.
Es breve porque no constituye un compendio de todas las políticas públicas y valores que lo sustentan, como puede serlo una propuesta electoral. Tiene siempre una fuerte carga ideológica y supone una importante combinación de hechos y valores, algunos apelando a la más pura emotividad, pero otros marcados con la inmediatez de lo cotidiano y racional para una buena gestión. Es racional, es emoción, es voluntad, porque el mito moviliza, estimula la acción, fortalece las decisiones y justifica las realizaciones, sostiene Roberto Donoso Torres. Un Mito de Gobierno siempre está abierto y nunca cerrado, por lo que, de gestión a gestión, si perdura, puede sufrir variaciones, y ello obviamente está en su esencia. No puede ser un lanzamiento aislado y lleva años en solidificarse. Incluso, tras lograrse, puede resquebrajarse o romperse, impactar en la aprobación de un gobierno, aunque casi siempre de modo más lento que si este no existiese, porque genera adhesiones ciudadanas muy sólidas.
Cristina, Macri y Alberto
Daniel Fernández Pedemonte avisaba que el eje dominante en el 2015 era el postkirchnerismo. Ser post tiene varias lecturas, pero casi siempre el reconocimiento de que algo existió. Y sí, pensando en el relato kirchnerista, particularmente plasmado en el segundo mandato de CFK significó un Mito de Gobierno dado por el trípode de inclusión social, crecimiento económico y múltiples políticas de identidad. Y encima ese relato se lo veía centralizado, instituyente, estructurado, denso, ideológico, orientador y claro, aún para quien lo rechazaba. Y conflictivo como dinámica de conflicto controlado, vale decir, cada conflicto era deliberadamente asumido como una batalla decisiva que había que dar porque además de ser transformador, era portador de identidad. El pueblo era el principio y fin de todo acto comunicativo.
El relato de Mauricio Macri se quedó en la nada. Lejos estuvo de ser un Mito de Gobierno. Con un estilo relacional, publicitario con predominancia digital, delegó tempranamente el relato al sistema de medios privados. Supuestamente no ideológico, lo que en realidad se tradujo en una postura infraideológica, fue un estilo discursivo que no asumía su identidad sino más bien como contra identidad del discurso K. Paradojal: desde el gobierno se asumía que el gobierno era un obstáculo. No instituía su relato, lo absorbía de la ciudadanía. Fue un gobierno esponja de los focus groups. Comunicación inductiva y a la vez extraviada, naufragando en un mar de expectativas de corte espiritual, aspiracional, de psicología positiva. Recontra liberal en muchas cosas, recontra conservadora en otras, dejaba entrever la eterna ausencia de límites entre liberalismo y conservadurismo en Argentina. Para el macrismo la ciudadanía era una vecindad. Y si con esa vecindad se lograba una interacción digital, mejor. Pensemos que los dispositivos de proximidad, como los timbreos, eran una movida digital pero que sólo cobraban sentido si se amplificaban en las redes.