Duros de voltear: veinticinco años de desestabilización de EE. UU. en Venezuela

Hace más de un cuarto de siglo que Estados Unidos trata, por todos los medios, de quitar del mapa geopolítico al gobierno bolivariano, para apoderarse de las riquezas de Venezuela, el único país de América Latina donde los recursos fundamentales no están controlados por EE. UU. Y los comicios presidenciales del 28 de julio dieron paso a la generación de una nueva crisis.

El poder electoral dio como ganador a Nicolás Maduro, pero aún no presentó las actas desagregadas de la elección, debido —adujo— a un ataque cibernético masivo desde el exterior. Por su parte, la oposición encabezada por María Corina Machado y respaldada por diversos actores externos, como Estados Unidos, no reconoció el resultado y se declaró ganadora, sin presentar prueba alguna, salvo la de su voluntad.

Desde el Palacio de Miraflores se denunció que está en marcha un golpe de Estado, y la oposición buscó elevar el conflicto y denuncia la represión. Con un 96,87 % de los votos escrutados, el Consejo Nacional Electoral ratificó la victoria de Nicolás Maduro con un 51,9 5 %, y un total de 6.408.844 votos, frente a un 43,18 % para el candidato de la oposición Edmundo González. Pero ni la oposición ni EE. UU. cambiaron su libreto.

El 4 de agosto se cumplieron cinco años del magnicidio en grado de frustración contra el presidente Nicolás Maduro, un plan ejecutado por factores de la extrema derecha opositora bajos las órdenes instruidas desde Estados Unidos: dos drones cargados con explosivos detonaron con la intención de acabar con su vida y la de las autoridades nacionales allí presentes. Uno explotó fuera de su blanco original, sobre el desfile militar causando heridas a varios cadetes y efectivos de la Guardia Nacional. El segundo detonó cerca de un edificio residencial, provocando el incendio de un apartamento sin víctimas fatales.

Una veeduría

Mientras, varios países latinoamericanos intentan conformar una veeduría internacional con gente de prestigio. Como se sabe, cualquiera que no esté con su diktat de anular las elecciones del 28 de julio y sabotear cualquier otra opción pasa a ser casi que enemigo. Este posicionamiento difícilmente cambie antes del 5 de noviembre, fecha de las elecciones en Estados Unidos.

Varios de los gobiernos de la región, el brasileño de Lula da Silva, el mexicano (tanto Andrés Manuel López Obrador como su sucesora Claudia Sheinbaum), el colombiano de Gustavo Petro y el chileno de Gabriel Boric no aceptan seguir la línea de Washington de declarar ganador «a priori» a Edmundo González y organizan la posibilidad de un veeduría internacional.

Mientras, el presidente Nicolás Maduro, prepara el dossier con la pruebas de la participación e implicación de María Corina Machado y Edmundo González en los hechos de violencia contratada, desarrollada por bandas de delincuentes, no solo venezolanos, para atacar hospitales, escuelas, universidades y bienes de líderes populares.

Está comprobado que 80 % de los delincuentes capturados fueron preparados en Texas, Colombia y Perú para que generaran el plan golpista en el país, publicó El Universal.

Revolución de colores

Durante un cuarto de siglo Estados Unidos se ha esforzado en llevar adelante una política de desestabilización y demonización del gobierno bolivariano y la creación de un consenso para activar la tercera arma estadounidense: el cambio de régimen, al mejor estilo de la «revolución de colores».

El ejemplo es la llamada Revolución de Maidán, una serie de manifestaciones y disturbios heterogéneos de índole europeísta y nacionalista de Ucrania, que comenzó en noviembre de 2013 con grandes protestas en la Plaza de la Independencia en Kiev. El malestar social llevó a la huida del presidente Víctor Yanukóvich, y, poco después, a la elección de Volodymyr Zelensky.

Pero es difícil que pueda efectivizarse una revolución de colores en Venezuela, porque Estados Unidos no cuenta con militares venezolanos formados en la Escuela de las Américas del Comando Sur, donde se diseñan los  golpes de Estado que, en nombre de la «democracia», ordenan los presidentes, tanto demócratas como republicanos.

Está claro, Nicolás Maduro no es Hugo Chávez. Tras la muerte de Hugo Chávez, en 2013, se identificaban persistentes signos de autoritarismo y burocratización.

El pensador portugués Boaventura de Sousa Santos señalaba que «Sin injerencias externas, estoy seguro de que Venezuela sabría encontrar una solución no violenta y democrática. Lamentablemente, lo que está ocurriendo es que se están utilizando todos los medios para poner a los pobres en contra del chavismo, la base social de la revolución bolivariana y los que más se han beneficiado de ella». Y, al mismo tiempo, para provocar una ruptura en las Fuerzas Armadas y el consiguiente golpe militar para derrocar a Maduro, añadía.

La crisis se mantiene bajo una tranquilidad de superficie, con comercios que volvieron a abrir, vehículos y peatones en las calles, y el temor de que vuelva a ocurrir un nuevo seísmo. María Corina Machado reapareció dos días después de anunciar que pasaba a la clandestinidad porque se sentía en peligro.

Su candidato, Edmundo González Urrutia, a quien acusan de haber sido agente de la central estadounidense de inteligencia CIA y haber estado involucrado en el asesinato de dos monjas cuando era diplomático en El Salvador, no asistió a la marcha opositora, pero sí al canal estadounidense UHN Plus, para decir: «Aquí seguimos trabajando para que se respeten las elecciones del 28 de julio en las que fuimos ganadores con abrumadora mayoría.»

Si no gano, grito fraude

Es muy sintomático, la oposición venía anunciando que sólo reconocería los resultados si ganaba las elecciones, siguiendo una práctica ya generalizada entre las fuerzas de extrema derecha que se presentan a las elecciones (Trump en 2020, Bolsonaro en 2022, Milei en 2023). Se corre el riesgo que la insistencia en la auditoría sirva de muleta a fuerzas políticas que, en el sacrosanto nombre de la democracia, quieren destruirla.

Algunos pensaron que —si existiera— la política exterior europea podría ser una fuerza moderadora, pero está totalmente condicionada a las políticas (muchas veces errática) de Washington. Hoy, los medios hegemónicos eurooccidentales claman sobre un fraude en las elecciones venezolanas desde antes de que se hubieran realizado, convencidos de que la oposición no iba a triunfar, y menos con ese candidato y sin programa, más allá del ultraderechista, casi copiado del impuesto por el libertario argentino Javier Milei.

Pero la realidad es otra. Los países europeos, que se precian de ser democracias impecables, casi unánimemente reconocieron como presidente legítimo de Venezuela a Juan Guaidó, un señor que se había autoproclamado el 23 de enero de 2019 como presidente en una plaza de Caracas, sin verificar los procesos democráticos. No es negligencia. Pero, ¿por qué hubo en Venezuela novecientos observadores de un centenar de países, pero ninguno de Naciones Unidas? ¿Turismo electoral?

El fraude (en realidad el fraude fue de la oposición que no pudo demostrar sus declamados 72 % de los votos, pero nadie les pidió que presentaran las actas), estuvo publicitado desde antes de los comicios, tratando de imponer el imaginario colectivo de que el gobierno había birlado unas elecciones a unos viejitos sin ninguna experiencia de gobierno.

Difundieron la versión de armas de destrucción masiva en Irak (y bombardearon y destruyeron el país árabe y petrolero). Luego crearon el imaginario de que Muamar Gadafi iba a asesinar a toda la población… y la OTAN bombardeó Libia, otro país petrolero.

Luego prepararon la puesta en escena de la supuesta corrupción del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, y lo metieron en la cárcel sin prueba alguna. Era un mal ejemplo, siempre hablando de integración regional y dándole de comer a los pobres.

Hoy EE. UU. y Europa están perdiendo la batalla geopolítica y económica con el crecimiento y articulación de los Brics, con Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica, Arabia Saudí y otros países. Y Venezuela pidiendo su ingreso al grupo, lo que obviamente no le gusta a Washington, que aún sueña con apoderarse de su petróleo.

La derecha está renunciando al liberalismo. La socialdemocracia europea se quiere parecer a la ultraderecha y toma distancia de los malos ejemplos para los planes de EE. UU. y la OTAN y quiere hacer buena letra atacando al gobierno venezolano.

El auge del fascismo en Europa, la guerra en Ucrania, el genocidio en Gaza, las guerras olvidadas en África, Milei, Bolsonaro, Bukele y, por supuesto, el ataque a Venezuela de la supuesta comunidad internacional.

Pero es peor aún, porque la izquierda se ha dejado acorralar con Venezuela. Así, cada vez que defienden en sus países la sanidad pública, la educación pública, las empresas públicas, medicinas baratas, el pago de impuestos por parte de los ricos, le gritan comunistas o bolivarianos. La derecha necesita arrodillar a Venezuela para lanzar una advertencia a la izquierda del mundo.

Primero fue Juan Guaidó; ahora Edmundo González, un anciano cuyas manos pueden acabar manchadas de sangre. Entre 1981 y 1983 fue el primer secretario de la Embajada de Venezuela en El Salvador, cuyo embajador era Leopoldo Castillo, El Matacuras. Según datos de la CIA desclasificados en 2009, Castillo es corresponsable de la coordinación y ejecución de la Operación Centauro. Edmundo era el primer secretario de la Embajada. Los crímenes cometidos son de lesa humanidad y son imprescriptibles.

La inteligencia del gobierno fue decirle al ejército, a la policía y al pueblo chavista que, aunque estuvieran golpeando y matando a gente, quemando escuelas, hospitales, autobuses, no respondieran. Porque lo que necesitaba la oposición era que no funcionara el Consejo Nacional Electoral y que hubiera muertos en las calles. Hay que tener en claro que la derecha global quiere ruido y le da igual un baño de sangre, anular la democracia o invadir un país. Ya lo hecho en reiteradas oportunidades, ¿no?

Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Creador y fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico.


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