Santiago Kalinowski: «La lucha del lenguaje inclusivo no es por una letra, es por la vida de las mujeres»

En esta entrevista el lingüista explica que el uso de la e es una «intervención» que no tiene un objetivo gramatical, sino «político y social». «La lucha no es por una letra en el diccionario, es por la vida de las mujeres, por tener igualdad de derechos, y por no sufrir violencia», enfatiza.

«Lo que yo digo no es la postura institucional de la Academia Argentina de Letras», aclara en reiteradas oportunidades Kalinowski, lexicógrafo y director del Departamento de Investigaciones Lingüísticas y Filológicas de esa institución, antes de comenzar a hablar sobre un tema que despierta pasiones encontradas en la sociedad: el lenguaje inclusivo.

«El lenguaje inclusivo es una intervención, una cosa que hace alguien habiendo hecho una reflexión metalingüística sobre el código lingüístico. Es decir, es un análisis que tiene que ver con que los masculinos genéricos no se dan solos, ni nos vinieron dados, son evidentemente el eco gramatical de un ordenamiento ancestral de la especie que es patriarcal», asegura.  

En este sentido, agrega que el lenguaje inclusivo «es una intervención lingüística muy precisa que se da en ciertas palabras y en otras no», por lo que aclara que «la persona que es un usuario competente del inclusivo sabe más lengua, no menos lengua».

A su vez, Kalinowski reflexiona sobre la compleja relación entre realidad y lengua, y sostiene que «cada vez que hubo un intento de cambiar la realidad, ese intento se vio rodeado de una configuración discursiva. Un grupo de personas que se planta de una manera frente a una realidad que considera injusta busca las herramientas del discurso para convencer a más personas de que esa realidad hay que cambiarla».

¿Por qué cuando habla de lenguaje inclusivo habla de intervención?

—Hay que diferenciar el cambio lingüístico del lenguaje inclusivo. Si uno lo estudia a través del tiempo se da cuenta, por ejemplo, que nadie decidió conscientemente cambiar el sistema de participios del latín. Es algo que sucedió en reacción a múltiples factores, entre ellos los hablantes que trataban de economizar recursos. Cuando uno estudia los cambios lingüísticos a través del tiempo va a encontrar que uno de los principios que más permiten entender por qué se dieron esas modificaciones es la economía de recursos. Entonces, si tenés un sistema verbal excesivamente complicado se va dando, sin que nadie tome la decisión, de hacerlo más simple sin perder matiz comunicativo. En lugar de tener todos verbos, cuya formación del tiempo y el modo está en la terminación de la palabra, agarras el verbo haber y lo juntas con el participio, conjugás eso y tenés un sistema que captura los mismos matices temporales y aspectuales, pero más simple. Lo mismo ocurre con el nivel de la fonación. Las consonantes que usamos en español se dividen en dos grupos, las que hacen vibrar las cuerdas vocales y las que no. Las primeras se llaman sonoras, como la B, la D, la M, y las segundas sordas, como la T, la P, la K. En el latín cuando había una consonante sorda entre vocales, daba fiaca hacer vibrar las cuerdas vocales, interrumpir y volver a vibrar. Es más fácil pasar de largo. Entonces, lo que era una consonante sorda se convirtió en una consonante sonora, por eso decimos agua cuando en latín era aqua, porque es más económico. Esto no sucede con las intervenciones. Son más costosas. Hablar poniendo un sonido diferente al que nos tira la gramática es más complejo. La gramática es un conjunto de reglas que tenemos de manera inconsciente, es la razón por la cual nos parece tan fácil hablar en nuestra lengua nativa y tan difícil aprender una nueva a los treinta años. Desde varios aspectos, el lenguaje inclusivo no se adapta a los cambios lingüísticos. Es una intervención, una cosa que hace alguien habiendo hecho una reflexión metalingüística sobre el código lingüístico. Es decir, es una reflexión que tiene que ver con que los masculinos genéricos no se dan solos, son el eco gramatical de un ordenamiento ancestral de la especie que es patriarcal. En ese sentido, no se puede decir que el masculino genérico crea la realidad patriarcal. Sin embargo, cada vez que usamos el masculino genérico hay una especie de reafirmación o reproducción oblicua de un orden social que tiene al masculino como término por defecto. Entonces, al cabo de todo ese proceso de reflexión se intervino de distintas maneras, lo que primero pasó fue que se desdobló, en todos y todas, ellos y ellas, gobernador y gobernadora, de manera sistemática.

—¿Cuál fue la reacción de la Real Academia Española al desdoblamiento?

—La primera gran reacción fue en contra del desdoblamiento. El informe sobre el cual se consensuó una posición mancomunada entre las academias de la lengua es de 2012, de un gran lingüista que se llama Ignacio Bosque. Hay que entender que el desdoblamiento sistemático y comprensivo también es muy costoso. La Constitución de Venezuela fue el primer gran documento que aplicó un desdoblamiento sistemático. Estilísticamente es muy pesado, ahora, un texto legislativo no tiene que ser fácil de leer necesariamente. Tiene que cumplir otros objetivos. Por eso se habla mucho de que estas cuestiones violan el principio de economía de la lengua. Y eso asume que es mentira que la economía de la lengua es una especie de manual de instrucciones que existe para comunicarnos entre nosotros. Lo que sí es verdad es que el principio de economía es el que mejor explica el cambio a través del tiempo, pero si hacés un corte en cada tiempo vas a encontrar con que la gente gasta muchísima más energía de la que necesita el contenido de lo que está diciendo, porque gastando esa energía logra un objetivo que es convencerte de algo, como ocurre con el vendedor callejero. Entonces, la intervención que conocemos como lenguaje inclusivo se explica mejor así, como un modo que ciertos hablantes tienen para lograr algo en el otro. No se entiende como cambio lingüístico, se entiende cuando uno lo piensa como una intervención.

—Porque no tiene un objetivo gramatical, sino político…

—Exacto, tiene un objetivo político y social. Y para eso lo que hay que conseguir es consenso, porque donde cambió el consenso los políticos lo advierten y lo comienzan a utilizar en las campañas. Si se mete en las campañas se mete en la agenda legislativa y se amplía a través de los mecanismos democráticos, que son siempre engorrosos. El inclusivo no tiene un objetivo gramatical que es una de las cosas que se suelen repetir, y se lo descalifica de esa manera. Pero hay algo que es verdad: es probable que no logre codificar la gramática, porque es muy difícil cambiar una regla sintáctica que tenemos altísima en nuestra jerarquía de reglas en la mente. El género es muy difícil de tocar, pero el objetivo no es tocar eso, aunque la descalificación venga por ese lado. Es muy difícil cambiar la gramática a pedido y nosotros tenemos el diario del lunes. Nos quisieron cambiar la gramática del voseo durante todo el siglo XX, quisieron que los hablantes en la Argentina dejáramos de decir «vos tenés» y empezáramos a decir «tú tienes». Y los hablantes daban la lección en la escuela diciendo «tú tienes», y después seguían con el «vos tenés». Casi en el siglo XIX la Real Academia Española incorporó el voseo. Entonces, la gramática no se cambia a pedido. Ahora, si el día de mañana todos nos levantamos y comenzamos a hablar con e, pero las mujeres siguen cobrando menos por ser mujeres, siguen siendo víctimas de violencias, siguen sufriendo la minorización que sufren, entonces ahí fracasaría la intervención. No porque no se hizo gramática, sino porque no produjo cambios sociales. El vínculo entre realidad y lengua no es tan lineal. No por cambiar la lengua vas a cambiar la realidad. 

Los masculinos genéricos son

el eco gramatical de un ordenamiento

ancestral patriarcal.

—¿Cómo se desarrolla la relación lengua-realidad?

—Es difícil tener alguna postura categórica al respecto. Pero esta discusión se remonta a principios del siglo XX, cuando surgió una teoría que con el tiempo se llamó relativismo lingüístico, de (Edward) Sapir y (Benjamin Lee) Whorf, unos lingüistas aficionados, pero con una extraordinaria capacidad. Entonces, Whorf armó la idea de que la cosmovisión está condicionada por la lengua que habla cada persona; es decir, que hay un relativismo muy robusto. Habló especialmente de una lengua que se llama hopi, que tiene una estructura circular, y planteó la idea de que es radicalmente diferente la percepción que tenemos de lo real si hablamos una lengua u otra. Y se ponen ejemplos algo pavotes como que el inglés no tiene la palabra celeste. Entonces, ¿cómo se conceptualiza el color celeste? Bueno, se dice azul claro, no es tan grave. Pero hay una idea de que las lenguas son intraducibles. El alemán tiene palabras más sintéticas. Por ejemplo, cuando a uno le va mal y vos te alegrás en alemán eso es una palabra, en español son cuatro. La idea está capturada con una estrategia diferente, no quiere decir que el alemán y quien habla español tengan una concepción diferente de la realidad. Entonces, el relativismo fuerte se abandonó. Existen ahora algunos estudios neorrelativistas que tratan de verificar cuánto del pensamiento está condicionado por la lengua. Entonces, volviendo a la palabra que en alemán significa alegrarse, cuando a otro le va mal, la idea de que es intraducible no prosperó porque cada lengua tiene una estrategia diferente para acceder al concepto que está buscando. Y respecto del género, hay muchas lenguas que asignan género gramatical como el español o el alemán, pero no ocurre lo mismo con el inglés. Si a un alemán se le pide que asocie el objeto puente a una serie de adjetivos, como puente en alemán es femenino, es «la puente», aparecen adjetivos más típicamente asociados a lo femenino. Si le preguntas lo mismo a un hablante de español te dice cosas más típicamente asociadas a lo masculino, porque el género gramatical te induce por patrón cultural a elegir un adjetivo o el otro. Allá se dice «la puente» y acá «el puente», pero la cultura que hay detrás sobre lo femenino y lo masculino es igual. Entonces, se sobredimensiona y se hace difícil hacer un estudio en donde realmente quede constatado que la lengua tiene un efecto medible del modo en que pensamos. Pero se han hecho algunos estudios muy buenos. Por ejemplo, existen algunas lenguas —como el español— que usan metáforas para el tiempo. Decimos «mucho tiempo» y es una metáfora de volumen, de cantidad. En inglés tienden a decir largo tiempo: «long time». Estamos más entrenados para pensar el tiempo como una cantidad y ellos más entrenados para pensarlo como una distancia. Entonces, hicieron un estudio que no puede ser armado lingüísticamente, porque la idea es evaluar no la lengua sino cómo se piensa. Se trata de un estudio donde hay una animación de un volumen que se empieza a llenar y de una distancia que se empieza a recorrer. Y de manera consistente los hablantes en inglés son mejores en predecir cuándo se completará una distancia y los hablantes de español, y de lenguas de volumen, en predecir cuándo se va a llenar, lo cual deja mostrado de manera empírica que la diferencias en las lenguas tienen un efecto sobre la manera de pensar, aunque hay que aclarar que es un efecto modesto. Entonces, soy muy escéptico con el tema del relativismo. Lo que sí suelo decir es que cuando uno se planta frente a una realidad que no le gusta y tiene la intención de modificarla generalmente crea una versión discursiva que busca que lo que uno considera que hay que cambiar también lo considere otra persona. Ahora, la lengua no te configura la realidad, pero si querés cambiar la realidad no podés prescindir de la lengua. Cada vez que hubo un intento de cambiar la realidad, ese intento se vio rodeado de una configuración discursiva. Un grupo de personas que se planta de una manera frente a una realidad que considera injusta busca las herramientas del discurso para convencer a más personas de que esa realidad hay que cambiarla. Entonces, no es obligatorio cambiar la lengua para cambiar la realidad. La realidad no es así porque la configuró la lengua, pero ese vínculo no es muy lineal. Yo suelo usar la metáfora del eco, la lengua se hace eco del ordenamiento social.

– Participó de una disertación junto a Beatriz Sarlo, donde la escritora marcó que se necesitan “décadas de luchas en serio” para cambiar la lengua.

– Sí, fue fuerte. Beatriz Sarlo estigmatiza la intervención de dos maneras. Por un lado, dice que es de dos grupos de mujeres de la Ciudad de Buenos Aires, del Carlos Pellegrini y el Nacional Buenos Aires, lo que demuestra que ella ignora lo que sucede en otros países. El inclusivo tiene distintos grados de presencia en todo el ámbito hispánico. De hecho, las polémicas del “machirulo” sucedieron un año antes en España que en Argentina. El informe de Bosque, de 2012, sobre manuales de lenguaje no sexista se estaban publicando en España en ese momento. En México el debate también está en puerta. Es continental. En Chile, se veían carteles con la “e” en las manifestaciones contra Piñera. Y en el inglés también se está dando un debate similar, aunque cambia un poco porque las reglas son diferentes y para ellos es más un problema con el singular. Ellos pueden decir “los profesores”, sin referirse solo a los profesores varones, tienen una ventaja. Lo pueden resolver con el pronombre plural “they”, pero a lo largo de la historia se ha utilizado como pronombre de significado singular inespecífico. Entonces la intervención para personas con género no binario en ingles es usar el pronombre “they”, con singular específico. En las lenguas europeas pasa algo similar, en el francés hay todo un lío, en el italiano también, y el alemán tiene neutro pero no para seres humanos, sino para objetos. “Libro” en alemán es neutro, por ejemplo. Ahora, tienen el mismo problema que nosotros, dicen “los profesores” y hay posibilidad de decir “profesoras”, entonces donde aparece el masculino genérico surge este mismo lío. También hay reportes de que está sucediendo lo mismo en el árabe, donde se puede, y en el hebreo. En este contexto, Sarlo también marcó lo de las “luchas en serio” con ese encandilamiento que tiene con Martin Luther King, que está muy bien, pero olvida que las mujeres se están muriendo y se están muriendo porque son mujeres. Entonces no es una lucha por una letra en el diccionario, es por sus vidas, por tener igualdad de derechos, por no sufrir violencia, esa es la lucha. Me pareció muy horrible que tratara con tanto desdén la lucha de los feminismos que tiene expresión discursiva de esa manera.

—¿Por qué tomó tanto impulso el lenguaje inclusivo en Argentina?

—Creo que agarró impulsó porque llegó al poder una fuerza que había metido la intervención como logo de campaña. Tenían el logo de todos, donde pasaba el arroba, la x, y finalmente un sol. Eso es incorporar una intervención discursiva, es decir, los valores, las demandas que se condensan, para que una fuerza política se identifique con ese reclamo. Pero no se trata de un fenómeno partidario, porque aparecen entre los debates del feminismo en muchas interpretaciones. El problema que hay con el inclusivo es que identifica una serie de demandas que ponen en riesgo un orden. A una persona que usa inclusivo la identifico como que es un actor político que quiere una serie de cosas. Ahora, muchas veces sucede que se estigmatiza la lengua para estigmatizar a la persona, para tratar de detener ese cambio que está contenido ahí y que está expresado en esa intervención lingüística. Ya vimos el papelón que hizo el periodista Luis Novaresio. La persona que es un usuario competente del inclusivo sabe más lengua, no menos lengua. Entonces, expresa una posición política muy claramente. No es un error de ortografía. Si yo le bajo la nota porque está usando la e, le estoy bajando la nota por la idea política que tiene, por eso vemos que en las universidades cada vez más se acepta el uso de la «e». Novaresio no sabe lengua. Para usar la e hay que saber más de cómo se forma una palabra, de lo que es un morfema, de que es una desinencia, para saber dónde va y cuando. La mesa no tiene disforia de género, es un objeto inanimado, es solo en seres humanos.

—¿Es importante el lenguaje inclusivo para los géneros no binarios?

—Todo el vocabulario de lo transgenérico es un vocabulario muy nuevo, pero para personas que son intersex, o que tienen ambigüedad genital, no contar con una categoría de la lengua para referirse a sí mismos les producía mucho sufrimiento. Cuando se desarrolló la teoría del abanico de género en todo este medio siglo, y de repente apareció una expresión que capturaba lo que esa persona era, fue un gran alivio para estas personas. Porque a partir de ahí tenían una identidad desde donde pararse para pedirle reconocimiento al otro. Eso es lo que muchas veces hacemos con la lengua. Esto está pasando mucho con la sexualidad no binaria, y con la intervención con e para las personas que no se identifican como hombre y como mujer. Usan pronombres neológicos en e y desde ahí se paran para decir, vos me Tenes que llamar así también porque es mi identidad.

El problema que hay con el inclusivo es que identifica

una serie de demandas que ponen en riesgo un orden

—En la provincia de Buenos Aires, la Administración pública tendrá que hacer uso del lenguaje inclusivo. ¿Sucede algo similar en otras partes del mundo?

—Sí. Hay un caso famoso, creo que es el noruego. Tienen un pronombre masculino y otro femenino, pero para las comunicaciones oficiales tomaron un pronombre sueco que es con e y se oficializó. Eso no quiere decir que los hablantes vayan atrás, son dos cosas distintas. Otro ejemplo contrario sería el de Emmanuel Macron, que lo rechaza para las comunicaciones de Estado. En Francia se publicó un manual de lengua con unos puntos que son para incorporar ambas desinencias, la masculina y la femenina, pero Macron lo está resistiendo.

—¿Qué opina sobre esa mirada que se refiere al lenguaje inclusivo como dictadura?

—Lo que demuestra la intervención en contra de nuestro voseo es que no importa cuánto poder tengas, la lengua no es susceptible a la dictadura de nada. Si en la escuela obligás a todas las maestras a hablar con e en la clase y publicás todos los materiales con e, no quiere decir que los hablantes van a salir hablando con e. Eso fue lo que intentaron hacer con el voseo, y los hablantes siguieron usando el «vos». Ahora, puede haber la idea un tanto difusa cuando intervienen instituciones del Estado diciendo que eso es algo obligatorio. Lo fundamental del inclusivo es que como es una expresión discursiva de una posición política, si se la prohíbo a alguien, lo estoy persiguiendo por su idea política. Y si se la impongo, le estoy imponiendo una idea política. No se puede imponer una vocal sin que vengan todas las demandas y todas las denuncias que condensan esa intervención. Tanto prohibirla como imponerla es incompatible con la convivencia democrática. Me hubiera gustado que eso quedara más claro en estas recomendaciones que no tienen valor de ley. Otro equívoco que circula es que la RAE tiene jurisdicción en Argentina. No existe la jurisdicción en el lenguaje. No se legisla la lengua, la lengua sucede en interacción con una cantidad muy grande y compleja de factores. Los medios también tienen influencia, pero tampoco por controlar los medios vas a controlar la lengua. Como dije antes, todo esto fue demostrado con el voseo. Entonces, es un absurdo plantear una intervención en la lengua en términos de dictadura porque el poder está en la masa de hablantes, no hay manera de imponer nada. Es un fenómeno de libertad individual y en el fondo de libertad de expresión. ¿Por qué no se va a poder hablar con la «e»? Otra cosa que a veces queda medio mezclada es que no puede ser que por usar el masculino genérico se reciba una sanción. El masculino genérico lo tenemos en la mente, es una regla sintáctica muy alta en la jerarquía de reglas de la lengua. Entonces, si una persona usa el masculino genérico, eso no la hace machista. No por usar un rasgo gramatical de la lengua la persona es obligatoriamente machista. Es la lengua que tenemos, por lo tanto, sería problemático estigmatizar a la gente porque usa su lengua. Al mismo tiempo, hay un proyecto de ley para prohibir el inclusivo, que es un delirio autoritario de gente nostálgica de los momentos de la Argentina donde había menos libertad.

–—¿Por qué la reacción al lenguaje inclusivo tiende a ser violenta?

—Porque se pone en juego el orden. Cuando hay un grupo que está denunciando desigualdad y privilegios hay una reacción de los privilegiados que es violenta. Como el fenómeno lingüístico es tan político, la condena del fenómeno también es política, pero en el sentido contrario. Por eso es muy problemático que la Real Academia Española y la Academia Argentina de Letras salgan a condenar una intervención política en contra de un rasgo de discurso que identifica a grupos que piden cosas bien concretas.

—Una de las críticas al lenguaje inclusivo es la artificialidad, ¿le parece válida?

—El lenguaje inclusivo se diseñó, es absolutamente artificial. Es una intervención, se agarra la palabra y se le cambia una sola cosa. Es algo que en literatura sucedía bastante en escritores como Oliverio Girondo y Julio Cortázar, que han planteado juegos con eso, buscando un objetivo estético. Ahí era todo risa, pero cuando vinieron a poner en juego la cuestión del privilegio patriarcal, no les pareció tan divertido. Entonces, es artificial, no se dio naturalmente, y no se entiende si uno lo piensa en términos de cambios lingüísticos. Se entiende si uno lo piensa en términos de intervención con el objetivo de conseguir un cambio en el otro. Y eso se llama retórica. Además, ¿qué tiene de malo que sea artificial? Es artificial y se presupone que eso está mal ¿Por qué? Ignacio Bosque dice que la gente desdobla cuando se prende la cámara, y cuando se apaga la cámara, deja de hacerlo. ¿Por qué está mal eso? Cuando entrevistás a alguien y le ponés un micrófono, esa persona no habla como lo hace en la casa. Cuando ocurre un hecho policial y los vecinos hablan ante una cámara, comienzan a hablar en pituco porque es algo a lo que nunca se enfrentaron. Lo que está claro es que la situación comunicativa afecta la selección de recursos que ponemos en juego. Eso en general se llama registro, y puede ser coloquial, neutro o formal. Son grandes categorías. El poema de Machado A un olmo seco, que canta Serrat, dice: «antes que rojo en el hogar, mañana, ardas de alguna mísera caseta». En poesía se llama hipérbaton, que es un orden sintáctico poco convencional. Eso es absolutamente inadecuado en otro contexto comunicativo, pero en la poesía es hermoso. Entonces, que Ignacio Bosque diga que está mal porque en otra situación comunicativa se deja de usar es estúpido, por más que sea uno de los lingüistas más importantes de la lengua española.

—Tampoco es cierto que sea inteligible, ¿no?

—Ana Ojeda, una autora muy interesante, escribió Vikinga Bonsái usando lenguaje inclusivo y es lo más fácil de entender que tiene el libro. Es muy experimental y lo difícil no es el inclusivo. No hay persona que no entienda el significado de todes. Eso da cuenta, y lo vimos en un estudio que hicimos, que ya sería necesario que en un diccionario general aparezcan por lo menos tres palabras: todes, chiques y amigues. Estas palabras forman parte del repertorio léxico de la comunidad y, si es así, deben estar en el libro que reúne las palabras que forman parte del repertorio léxico de la comunidad. No tiene que estar la e como formante del inclusivo porque eso significaría desde el lenguaje lexicográfico que está gramaticalizado. En el diccionario podés buscar palabras, pero también podés buscar formantes como es la s, que es formante del plural. No se debería poner la e porque no está gramaticalizado, pero hoy los hablantes han incorporado a su repertorio de palabras tres o cuatro palabras emblemáticas intervenidas que forman parte del léxico. Eduardo Feiman sabe que significa todes y chiques. Dicen que no lo entienden porque no les gusta.

—A lo largo de los años, ¿fue difícil comunicar lo nuevo con el lenguaje vigente?

—Habría que ver, puede ser. Por ejemplo, cuando llegó el marxismo no existían las palabras proletariado y superestructura. Otro ejemplo, en el primer tercio del siglo XIX la palabra independizarse era un neologismo, porque se hablaba de la independencia, pero el gran caudal de eventos históricos que iban en la dirección de las independencias americanas hizo necesario tener un verbo que tuviera el valor específico de la independencia política respecto de la potencia colonial. Y ahí vino desde la potencia colonial la reacción estigmatizando el verbo independizarse. Tardaron mucho en incorporarlo al diccionario y, cuando no les quedó más remedio que ponerlo, lo hicieron con asterisco, que en lingüística es una manera de indicar que algo es incorrecto. Luego se dio un debate académico y en la mitad del siglo XX no tuvieron más remedio que decir que independizarse es este verbo que significa tal cosa. Hay una resistencia de ciertas instituciones, que siempre es inútil ante la evolución lingüística que hace la comunidad de hablantes. Pero esto es un fenómeno léxico, de toda la vida. Los hablantes por distintas razones empiezan a usar una palabra que antes no se usaba. Durante un tiempo a esa palabra se la llama neologismo y después pierde el neo y se convierte en palabra. De todos los aspectos que forman parte del código lingüístico, el que es más fácil de cambiar es el léxico. Te olvidás una palabra y usas otra. No tenés que cambiar nada. A veces sucede que una palabra toma las reglas del código de llegada y pierde las de partida. Hoy está todo el mundo hablando de la palabra talibán. Hay un pequeño grupo que dice talibán ya es plural, pero es plural en la lengua pastún, donde tenés el singular talib. Cuando lo pasas al español el plural pasa a ser como lo formamos nosotros, para nosotros an no es una terminación de plural, pero sí de singular. Por lo tanto, es el talibán y los talibanes.

Fotos: Eduardo Sarapura

Eva Moreira | Contraeditorial

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