Pueblos indígenas y territorios mediáticos

Este libro nos revela la agenda de la comunicación indígena: los proyectos político-comunicacionales; los modos en que los activismos indígenas transitan y se configuran comunicativamente; la articulación entre las prácticas de comunicación y la política; las implicancias de la mediatización de la comunicación comunitaria local en los procesos de configuración de las respectivas comunidades; las luchas de los pueblos por lograr el reconocimiento y garantía de sus derechos a la comunicación; los discursos mediáticos hegemónicos en relación a los pueblos indígenas. A continuación, el capítulo final de Pueblos indígenas y territorios mediáticos escrito por Magdalena Doyle, coeditora del libro junto con Liliana Lizondo.  

Desde hace ya varias décadas, planteándose la insoslayable necesidad de «dotarse de estrategias para interactuar en el espacio marcado por la voz de los dominadores» (Mata, 2011), muchas organizaciones y comunidades indígenas están protagonizando una lucha desde y por el espacio público mediatizado en Argentina. Y decimos «desde y por» aludiendo a que se trata de luchas que involucran, por un lado, la creación de medios de producción y difusión masiva de contenidos comunicacionales propios, que se constituyeron en escenarios de diversas disputas; pero también a que, en el marco del capitalismo informacional que profundiza las desigualdades infocomunicacionales (Ford, 1999), los medios (en diversos soportes) —y el espacio público mediatizado del cual son parte y a la vez sus arquitectos centrales— se constituyeron para muchos colectivos indígenas en lugares por los cuales vale la pena y es necesario luchar.

De los modos en que esas presencias, ausencias y luchas en relación al espacio público mediatizado fueron estudiadas y conceptualizadas en Argentina se trata este libro.

A modo de cierre, aquí proponemos recuperar algunas de las muchas y ricas dimensiones de análisis de esos abordajes en torno a la creciente disputa de los pueblos indígenas por transformar las condiciones de hegemonía discursiva que estigmatizan y excluyen sus voces en los sistemas de medios.

I. Sobre luchas que se dan desde y por el espacio público mediatizado

Tal como fue analizado en distintos capítulos de este libro, gran parte de las experiencias y prácticas de comunicación indígena son parte de las luchas por derechos que los distintos pueblos protagonizan en el marco de sus inscripciones en los Estados nación contemporáneos: en primer lugar, luchas por el derecho a la recuperación y propiedad comunitaria de los territorios; pero también, en algunos casos, luchas por la autonomía política y jurídica; por la intervención en las decisiones sobre los recursos naturales de las zonas en que habitan; por el reconocimiento oficial de los propios idiomas; por la educación bilingüe; por el reconocimiento del carácter pluricultural de los Estados; por el derecho a la salud, al acceso al agua potable o a la vivienda, entre otras.

En el marco de esas luchas, que en general suelen estar entrelazadas, distintos grupos indígenas comenzaron a plantearse la existencia de vínculos entre las posibilidades de transformación de sus condiciones de vida y la necesidad de hacer públicas sus reivindicaciones. Es decir, fueron generando modos de incidir en los espacios públicos mediatizados como estrategia de legitimación y construcción de cierta correlación de fuerzas, tanto para la interlocución con el gobierno nacional o los gobiernos locales a los cuales los indígenas reclaman el reconocimiento de derechos, como en relación a diversos poderes políticos y económicos (que no siempre ni necesariamente están depositados en el Estado) que avasallan los derechos ya reconocidos.

En ese proceso, enmarcado en un escenario de desigualdad en lo que respecta a posibilidades expresivas en los espacios de visibilidad mediática, muchas comunidades, organizaciones y pueblos indígenas comenzaron a disputar también la arquitectura del espacio público mediatizado: es decir, el poder de definir lo que puede verse, oírse y saberse en nuestra sociedad, buscando transformar una modelación hegemónica de dichos espacios donde prima la imagen, la fluidez, lo instantáneo y las reglas del mercado (Córdoba, 2015).

Como vimos en las distintas investigaciones que se reúnen en esta publicación, ello involucró, por un lado, la definición, por parte de líderes, organizaciones, comunidades y pueblos indígenas, de áreas o encargados/as de comunicación, e incluso de sus propios medios de comunicación.

Estos medios y prácticas de comunicación indígena, afirman algunos/as autores/ as desde la etnografía de los medios, son espacios profundamente políticos, en la medida en que, en la mayor parte de los casos, las tecnologías se constituyen en formas de autoproducción colectiva desde las cuales disputar el reconocimiento y reparación de los derechos humanos (Ginsburg, Abu-lughod, y Larkin, 2002; Salazar, 2014). En ese sentido, no son ámbitos de reflejo de unas identidades o tradiciones preexistentes, sino espacios desde los cuales se están produciendo reconfiguraciones de ciertas prácticas culturales, saberes y autopercepciones de cada pueblo:

«…los pueblos indígenas están utilizando los medios para recuperar sus propias historias colectivas e historias —algunas de ellas traumáticas— que han sido borradas en las narrativas nacionales de la cultura dominante

y que están en peligro de caer en el olvido dentro de mundos locales. Por supuesto, volver a contar historias para los medios de cine, video y televisión a menudo les obliga a la remodelación, no sólo dentro de las nuevas estructuras estéticas, sino también en la negociación con la economía política de los medios de comunicación comerciales, así como controlados por el Estado…» (Ginsburg, 2002: 40).

En suma, más allá de las particularidades que adquiere en cada caso, la presencia indígena en el espacio público mediatizado involucra tanto una búsqueda de visibilización de demandas como un proceso de resignificación del presente y la memoria social en sus propios términos (Salazar, 2003; Magallanes Blanco y otros, 2013). Y se trata de un fenómeno que tiene lugar dentro de ciertos límites que definen las lógicas mediáticas hegemónicas.

La existencia de esos límites nos introduce a otra dimensión de las luchas indígenas por el espacio público mediatizado. Nos referimos al hecho de que, como parte de éstas, en las últimas décadas muchas organizaciones indígenas ya no sólo buscan ser mostradas por los grandes medios o crear sus propios y pequeños espacios de comunicación masiva, sino que también comenzaron a luchar por nuevas modalidades de acceso y participación en los sistemas de medios masivos de cada localidad, país, región.

Así, experiencias de comunicación indígena y las luchas por incidir en las políticas que regulan el funcionamiento del sistema de medios pueden entenderse como irrupciones en las que esa configuración hegemónica del espacio público mediatizado se constituye en un territorio en y de disputa. Se trata, en suma, de luchas en torno a los regímenes de comunicación para la construcción de lo común y que involucran tanto disputas por el control, el alcance, el acceso y la participación al interior de los sistemas de medios, como en relación a modos, tiempos y espacios legítimos del contar.

II. Comunicar desde las organizaciones y transformar los modos de lucha: en los medios y más allá de ellos

Una dimensión transversal a los estudios sobre estas prácticas y experiencias de comunicación se vincula con la pregunta por los modos en que ellas se articulan, inscriben en las batallas de larga data que libran los sujetos políticos de referencia de esas prácticas y experiencias. Con sujetos políticos de referencia aludimos a movimientos, colectivos, organizaciones en cuyas batallas surgen y se configuran las experiencias y prácticas vinculadas al espacio público mediatizado pero que son preexistentes a ellas. Por ejemplo, la centralidad de las luchas territoriales en los medios indígenas; el desarrollo de narrativas mediáticas que instalan nuevos vínculos entre comunicación, política y naturaleza y que son parte de la reactivación política de las ontologías relacionales que tiene lugar como parte de los procesos de etnicidad protagonizados por muchas comunidades y organizaciones indígenas de América Latina (Escobar, 2012, 2015; De la Cadena, 2009, 2020).

A la vez, vemos que adquiere relevancia, en todos los trabajos, la apuesta por comprender los modos en que las experiencias de comunicación indígena contribuyen, por su parte, a transformar a esos sujetos políticos de referencia y sus modos de disputar derechos. Es decir, que los medios o prácticas de comunicación que las organizaciones generan en el marco de sus luchas, no son solo herramientas de visibilización o difusión, sino que son parte de un proceso de mediatización (que, por supuesto, no es total ni homogéneo) de parte de la política indígena, que en algunos casos va generando transformaciones en las formas de producir lo público desde las mismas organizaciones. Por un lado, las luchas indígenas por los espacios públicos mediatizados transforman en alguna medida esos mismos espacios, corren las barreras de lo decible allí, abriendo lugares de visibilidad de saberes, necesidades e iniciativas hasta entonces invisibilizados. Pero a la vez, en algunos casos los propios colectivos indígenas y sus luchas se transforman cuando la comunicación mediática se constituye en un lugar y objeto de lucha. Nos referimos, por ejemplo, a la construcción de nuevos liderazgos de las mujeres al interior de las luchas indígenas, vinculados a su participación en experiencias colectivas de comunicación; a las resignificaciones en los vínculos entre jóvenes comunicadores/as —que en algunos casos son quienes aprendieron a usar con mayor facilidad las tecnologías de la comunicación— y personas mayores de las comunidades y organizaciones —que son en muchos casos quienes encabezan los procesos de luchas por diversos derechos y también las principales depositarias y transmisoras de los saberes y tradiciones que se quieren recuperar—; al desarrollo de nuevas formas de autorrepresentación de los indígenas frente a los no indígenas; a la construcción de nuevas estrategias de interpelación de las organizaciones hacia sus propios integrantes; a la posibilidad de erigir a los medios indígenas en espacios de formación en derechos para la propias comunidades; por mencionar solo algunas cuestiones.

Otro punto que nos interesa remarcar es que «la radio» o «el canal» o el «boletín» no son solamente los equipos que permiten la transmisión al aire de contenidos, ni tampoco son la suma de esos equipos más una programación o contenido diario. Son mucho más que eso: por ejemplo, las emisoras pueden ser proyectos que generan la oportunidad de dar debates en torno a la comunicación pública. Son en casi todos los casos actores políticos colectivos que participan e inciden en las arenas políticas locales. Son, a la vez, instituciones legitimantes de voces y temas silenciados en otros ámbitos, instituciones desde las cuales se configuran jerarquías políticas, liderazgos, agendas locales. Son, muchas veces, espacios físicos de referencia, de reunión, lugares que alojan familias llegadas a las ciudades o pueblos por atención médica o trámites, inundaciones o desalojos. A su vez, son en algunas oportunidades espacios de identificación, que expresan y visibilizan en sus localidades múltiples marcadores étnicos: se pintan, se adornan, pueden contener en sus paredes banderas de cada pueblo, frases en idiomas, imágenes del monte, las montañas, los árboles.

De este modo, una vez que las emisoras se ponen a andar como proyecto, ya no dejan de hacerlo, aunque a veces no salgan al aire, porque en ellas, como dijimos, se procesan y configuran luchas, roles, espacialidades políticas, amistades, enemistades, proyecciones, disputas internas y externas, identificaciones.

Finalmente, otro punto a señalar es que estas prácticas y experiencias de comunicación que buscan disputar los espacios públicos mediatizados, en general involucran fuertemente a los medios (como escenarios y objetos de disputa) pero también a otro tipo de instancias y prácticas de comunicación pública no mediáticas como irrupciones en el espacio público de las ciudades a través de marchas, reuniones en ámbitos de circulación masiva o festivales. Y, simultáneamente, talleres, encuentros, parlamentos en los que se va construyendo colectivamente el horizonte de sentido en el cual esas diversas prácticas de comunicación (las mediáticas y aquellas que no involucran directamente a los medios) adquieren sentido y rumbo. Lo cual nos remite a la advertencia de Martín-Barbero (2002) sobre la importancia de cuidarnos del mediacentrismo en el análisis de los procesos comunicacionales, aun cuando analicemos procesos que involucran particularmente a los medios.

En el marco de todo lo dicho, estudiar las experiencias indígenas en torno a la comunicación pública requiere asumir que estamos preguntándonos por una dimensión cada vez más transversal a las identificaciones políticas contemporáneas y que, por ello mismo, necesita ser estudiada en referencia a esas identidades y dejando de lado lecturas instrumentales en relación al vínculo entre comunicación y política. Entendemos que es una dimensión transversal porque, como explicita, entre otros, Martín-Barbero (2002), no hay identidad que no sea contada, en el sentido de su narratividad y, en vínculo con ello, en el sentido de ser políticamente tenidas en cuenta, de ser contadas como parte de los que tienen parte en una determinada configuración social. Y en las actuales sociedades mediatizadas, la posibilidad de ser contado/a se vincula a (aunque, por supuesto, no se reduce a) la posibilidad de ser visto, oído y nombrado como lo que se es, en el espacio público mediatizado.

Y aquí cerramos la apuesta que es este libro que reúne análisis, reflexiones en torno a las prácticas y sentidos de la comunicación indígena en Argentina. Las experiencias de comunicación indígena están proponiendo unos modos otros de entender a los medios, al espacio público, al vínculo entre la comunicación y la política. Esos modos otros están permeando y enriqueciendo también a las universidades y los conocimientos que allí se producen, a la formación de comunicadores/as, a las políticas de comunicación y al sistema de medios.


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