¿Machirulo el que escribe esto?

Quizá porque la composición de las redacciones periodísticas es de clase media, en los contenidos de los medios —y en las redes sociales— se expresa un tipo de feminismo que corre el riesgo de obturar discusiones sobre otras injusticias estructurales. Un feminismo que no es precisamente el del feminismo popular y que de vez en cuando banaliza.
Foto: Claudia Conteris

Existe un asunto o algún problema ligerillo que merezca ser debatido de sobre representación de los mundos del feminismo y las temáticas de género en los medios o las redes? ¿Existe, pero solo en los medios progres? ¿Existe, pero con enfoques distorsivos en los medios mainstream? ¿Existen feminismos en disputa, con algunos que son reduccionistas, o que banalizan, o que incluso caricaturizan lo mejor de los diversos feminismos?

Sí/ No. Tache lo que corresponde.

O sí y no. La pregunta no está formulada para obedecer a las reglas expulsivas y simplificadoras de un multiple choice.

El que escribe viene haciéndose estas preguntas —que no afirmaciones— y no se atrevió hasta ahora a hacerlas en público porque se sabe que:

a) Primero vino la «crisis de la masculinidad» —mucho antes del #Niunamenos— y a los hombres nos mandaban –al menos a la altura de California y sus raras escuelas de psicología o autoayuda- a abrazarnos a troncos de árboles y pegar aullidos de macho alfa y volver a casa con el rabo bien fuera de las piernas.

b) Luego sí vino una ola múltiple de feminismos que se masificó y transversalizó para bien. Pero que también nos dejó, a los varonazos, algo empequeñecidos, paliduchos, con temor a ser retados a la menor disidencia con algún feminismo, en peligrosos territorios de corrección política que llevan a que uno no puede usar la vieja y querible expresión «¡Hijos de puta!» sin que alguien buena o malamente nos corrija diciendo «Las putas no tienen la culpa» o «Eso no se dice. Caca».

Primer punto a aclarar, entonces, antes de que emerja el invierno del descontento: si existe una cierta sobre representación del feminismo (de nuevo: si existe) y los temas de género en los medios y las redes, bienvenida sea. O bien: bienvenidas sean esas vastas oleadas de diversos feminismos con un matiz prudente: ojalá que no obturen otras discusiones que nos debemos. El tema de darle la bienvenida a los feminismos, aunque vengan a veces con alguna pizca innecesaria de severidad para con nosotros los hombres, recuerda la decisión institucional de establecer cupos de género, cuando se hablaba de “discriminación positiva”. Argentina fue el primer país del planeta todo que incorporó la ley de cuotas en 1991, el que estableció que en las listas electorales tiene que emerger por lo menos un treinta por ciento de candidatas mujeres a cargos nacionales. Cómo le fue a la democracia y a todos con esa ley, es otra discusión. Pero la expresión «discriminación positiva» —el intento de mejorar la vida de las minorías que sufren desigualdad, exclusión y otras penas y precariedades— se la puede aplicar en el presente, es decir, discriminación positiva la hora de hablar hoy de feminismos y eventuales sobre representaciones.

No ensuciarás con pobres

Una nueva aclaración urgida. Lo que se pregunta en esta nota -admitámoslo: y de lo que se queja un poco- tiene que ver con aquello de lo que se deja de hablar cuando se practican ciertos feminismos de superficie. Pero como esta nota habla sola —como los locos—, se dice también a sí misma: el feminismo, los feminismos, no tienen necesariamente la culpa de que se sub representen otros mundos. ¿De qué mundos y asuntos estamos hablando? El lector, la lectora, lxs lectorxs, lo imaginan. Hablamos de mundos atravesados por injusticias históricas y estructurales. De crítica al capitalismo, de pobreza, de los mundos del trabajo, de los mundos de los movimientos sociales (donde las mujeres y otros feminismos ganaron su lugar, tocaremos el asunto). Hablamos también de una cuestión de clase que atraviesa a los medios, se diría que casi tanto a los hegemónicos como a los dizque progresistas. Las redacciones «comerciales» están compuestas en un 85 % a 100% por sujetos y sujetas salidos de las clases medias, con vidas de clases medias y visiones del mundo de clases medias. Para decirlo de otro modo: desde siempre el que escribe tiende a pensar que una vez que un periodista con salario en ascenso (eso casi se acabó en el gremio, ultra precarizado) accede al primer coche y deja de tomar el bondi o el subte, se aleja de la vida cotidiana del resto del mundo no autotransportado. Particularmente del mundo de quienes se levantan de madrugada y toman cuatro trenes y cinco bondis para llegar al laburo o el hospital público, cargando un bolso de albañil o una mochilita.

Para seguir metiéndonos en problemas: creemos que la alta composición de mujeres de clase media en las redacciones, que legítimamente encienden sus agendas feministas, tiene sus efectos. Esto no quita, por supuesto, que desde siempre los hombres lo hagan peor o que en muchos casos vean al mundo desde Palermo Hollywood. Excepción (entre varias de los medios alternativos) que bien me recordó el socompero Gabriel Bencivengo: La Garganta Poderosa y el espacio que Marcelo Zlotogwiazda le dedicó a esos compañeros en su programa, poco tiempo antes de fallecer. En Socompa mismo –por mi culpa, por mi culpa- deberíamos también representar los mundos sub tratados a los que se alude aquí. Sucede que estamos un poco viejitos para hacerlo, algunos semi jubilados, y escasos de recursos infraestructurales.

La Antorcha, La Protesta, el semanario de la CGT de los Argentinos. Argentina tiene una vastísima tradición de medios hechos desde los mundos populares y otra paralela de nariz fruncida que es más bien de animalización de esos mundos (aluvión zoológico, chusma ultramarina, choriplaneros) o de más sencilla, cómoda y hasta amable desaparición. Una vez más voy a contar aquí, de los pocos días que permanecí en la preparación de lo que iba a ser el diario Perfil, la orden que bajaba de Fontevecchia: «No me ensucien la edición con pobres». No es casualidad que, si bien existen muchos medios alternativos, militancia e investigaciones académicas sobre esos mundos sub representados, las enteras desapariciones sociales se hayan hecho mucho más notorias a partir de la dictadura y el neoliberalismo. No hay presentadores de noticias morochos, las villas son solo territorio de crímenes y narcos, nunca vas a ver en la tele, el cable, un portal comercial o un diario cómo funciona una comisión interna.

En la historia de la subrepresentación mediática de los mundos del trabajo hay una bisagra histórica —la tomo solo como simbólica, pero poderosa— que fue la desaparición de una columna semanal escrita por Ricardo Roa en el ya antiguo Clarín, por lo menos desde los tiempos del alfonsinismo, Se dice que Roa escribía esa columna con algo más que el visto bueno de Lorenzo Miguel y los burócratas sindicales. La columna pasó a mejor vida junto con la fuerza del movimiento obrero, o con parte de su peso en la vida social y política nacional. Con el tiempo Roa se hizo pieza clave del diario, editor general adjunto, luego de ser uno de los creadores del muy violento suplemento deportivo Olé, bello símbolo de populismo mediático. Símbolo de cambios de época, Roa, que fue redactor de El Descamisado, semanario montonero, en abril de 2019 firmó con Ricardo Kirschbaum un comunicado que explicaba el despido vía mail de 56 periodistas de Clarín y Olé por la necesidad de profundizar la «transformación digital» de ambos diarios.

De eso, obvio, no tiene culpas el feminismo.

Lugares de confort, espacios de ausencia

En mis lejanos años de redactor y editor en Página/12 tuve la suerte de escribir unas cuantas notas en villas, fábricas o en lo que los porteños llamamos «el interior profundo» y humilde del país. Les tocó después a otros, como Cristian Alarcón, ya con el mundo cambiado. Hoy extraño la ausencia de esas notas en el diario, o en el muy digno portal el.DiarioAR, o en el también digno La Letra P, dedicado más a la política superestructural y la de provincias y municipios.

Para extender la cosa (y dejar bien sentado que esa cosa viene desde mucho antes de los últimos feminismos), a menudo escribí sobre la ausencia de los mundos del trabajo y la pobreza en la comunicación kirchnerista, pecado que me parece mortal. Contra los dos o tres sindicalistas que, según la época y los humores, visitaban los estudios de 6,7,8 (Omar Plaini, Julio Piumatto, dirigentes de CTERA y ATE), había cero cámara o micrófono en el conurbano o las fábricas. Para colmo los dirigentes sindicales eran llevados para hablar no de asuntos relacionados con la vida de los trabajadores sino de política nacional o contra la corpo y la opo deshilachada. En sentido contrario, siempre me parecieron un hallazgo aquellas conexiones televisadas triples que conducía CFK: ella hablándoles a laburantes en una fábrica de alguna provincia, no lejos o junto a los directivos de la empresa, y en otros dos puntos otra fábrica, o un hospital a inaugurar, o un polo científico. Cierto es que, pese a mi alegría personal de esos momentos, no tengo la menor corroboración empírica de que ese dispositivo comunicacional ganase nuevas voluntades a la causa o fuera apreciado por audiencias ajenas al kirchnerismo, de tal modo que los argentinos de clase media y alta supieran que existe una cosa llamada «obrero», que no es tan mala persona.

Para seguir extendiéndonos en representaciones, medios, cristinismo, me llama la atención la profunda comodidad, un casi confort, con que muchas muchachas legisladoras y funcionarias, anche albertistas, expresan su feminismo. ¿Debo pedir disculpas si expreso que me gustaría verlas también un poco más incómodas y menos lindas haciendo política en los mundos populares en lugar de posar con CFK en las redes?

Yendo al revés y desde abajo: me encantó las veces en que vi chicas del conurba en trenes y bondis (no manejo), venidas de marchas feministas, acaso de marchas del #Niunamenos. Se sabe, se repite, a partir del #Ni una Menos” del año 2015 hubo una intensificación del proceso de masificación y extensión de las luchas feministas. Con eso, todo más que bien.

Eduardo Blaustein | Socompa

http://socompa.info/

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