¿Hacia dónde va el periodismo?
Durante cuatro meses quince líderes de redacción —directores y editores de medios de América Latina y España— participaron del programa Beca Cosecha Roja Anfibia. En encuentros semanales dialogaron con especialistas sobre los temas relevantes de la agenda que impuso el covid-19. El resultado es Futuro imperfecto – ¿Hacia dónde va el periodismo?, publicado por Unsam Edita. En el prólogo Cristian Alarcón cuenta como se gestó esta iniciativa para transitar una profesión en crisis y, desde el optimismo crítico, apostar al periodismo.
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Era marzo de 2020, aquel mes en el que todos recordamos qué hacíamos, qué soñábamos y proyectábamos de nuestras vidas justo antes de la pesadilla, todo estaba por dejar de ocurrir y por ocurrir al mismo tiempo; un punto de transición súbita, inimaginable la dimensión que tendrían los cambios. Hacia fines de ese mes se reunían en Buenos Aires veinte periodistas que habían ganado la Beca Cosecha Roja. Eran la séptima cohorte, cuyos integrantes habían sido elegidos entre cientos de candidatos de toda América Latina. Durante cuatro años habíamos formado jóvenes en las redacciones de los diarios más importantes de cada país, que se entrenaron en la cobertura de femicidios, de crímenes de odio contra la comunidad LGBTQI+ y de jóvenes y adolescentes. Desde sus inicios Cosecha Roja fue un medio feminista y acompañó el proceso que culminó con las masivas manifestaciones convocadas por el movimiento de mujeres por la ley de aborto legal en toda la región. Revista Anfibia también había sido caja de resonancia de esas luchas. En la clase inaugural de aquella semana tuve que reflexionar desde el extraordinario acontecimiento que nos estaba por marcar a todes, la pandemia y, con ella, las condiciones de aislamiento que se avecinaban. En ese desafío que se nos venía durante los siguientes cuatro meses había un germen de perspectiva nueva que terminaría concibiendo esta colección en Unsam Edita y este Futuro imperfecto.
Al mes de ese encuentro, cuando comenzábamos a asumir que la pandemia no sería un suspiro, me convocaron —junto con una larga lista de académicos e intelectuales argentinos— para escribir un ensayo. El desafío era pensar el futuro después del covid-19. La propuesta llegaba demasiado pronto y quizá la mayoría de los invitados no hayamos sido capaces de aventurar algo consistente, pero al menos la misión me sumergió en una voracidad de lecturas filosóficas que me abrieran el campo de lo real: evaluar lo posible, lo factible, acorralado como todes entre la falta de espacio (público), la posible falta de aire (en los pulmones) y la falta de certidumbre. En los siguientes meses mitigué el encierro con una navegación laberíntica por algunos textos sobre el Antropoceno o Capitaloceno, pasando por la idea de catástrofe y por las múltiples interpretaciones en torno al «fin del mundo», intenté revivir el ansia por la pregunta, un hambre distinta por aquello inasible pero más que nunca vital que es el conocimiento contemporáneo, sobre todo si atisbamos un proceso de extinción.
Aquel ensayo finalmente titulado Nuestro futuro disparó una serie de discusiones en el interior del equipo de Cronos, la organización que cobija a las redacciones de nuestros dos medios, Anfibia y Cosecha Roja y que al mismo tiempo funciona como nuestro laboratorio. Esas conversaciones derivaron en un replanteo de lo que sería la octava edición de la Beca Cosecha Roja, financiada por el Programa de periodismo independiente de la Open Society Foundation (OSF): esta vez convocaríamos a directores y editores, construiríamos un corpus que navegaría entre los vislumbres que pensadores y pensadoras de todo el mundo acercaran en torno a los ejes tecnologías, feminismos, crisis ambiental y periodismo. A la nueva Beca Cosecha Anfibia se presentaron más de trescientos postulantes; fueron elegidos dieciséis.
Durante cuatro meses se encontraron cada semana con una conferencia magistral de un disertante de distinta procedencia geográfica, de una disciplina diferente: Srecko Horvat, Mara Viveros Vigoya, Cristina Rivera Garza, Silvio Waisbord, Anabella Rosemberg, Vandana Shiva, Markus Gabriel, Yuk Hui, Inés Camilloni, Sayak Valencia, Jaime Abello, Paula Sibilia y Helen Hester. En el campus virtual de CronosLab disponían de textos, materiales relacionados, videos que complejizaban y potenciaban cada intervención. Para luego tener cada semana un encuentro en vivo con el expositor —cuando era necesario, con una excelente traducción simultánea que permitía que el diálogo fluyera—. Y cada semana, los miércoles al mediodía, todos dejábamos nuestras urgencias de redacción y nos encontrábamos en un espacio al que llamamos SPA, Sensaciones Periodísticas Anfibias. Mi rol fue el de coordinar ese salón virtual, tal como si los hubiese recibido respirando el dulce vapor de un sauna de madera antigua. La idea era generar una intimidad de grupo para retomar lo escuchado, lo preguntado, y compartir el pensamiento, entre las historias denuestra cotidiana deriva como directores de medios que se adentraban en la pandemia.
La propuesta creaba condiciones ideales para que cada participante fuera macerando un tema, un eje, un tópico que desarrollaría a lo largo de la cursada. Cinco editores de Cronos —Leila Mesyngier, María Mansilla, Tomás Pérez Vizzón, Ezequiel Fernández Bravo y Sebastián Hacher— los acompañaron paso a paso. Esa tutoría fue clave para que perdieran el temor a incursiones en un género que excede la columna. Aunque el ensayo fue un tipo de texto clave entre figuras de nuestra tradición periodística, como José Martí, Domingo F. Sarmiento o Gutiérrez Nájera, el periodismo latinoamericano ha dejado en manos de los expertos académicos el análisis de lo propio. Ese camino es el que se retoma en estos quince ensayos que buscan pensar hacia dónde va el periodismo. El diálogo con los intelectuales invitados permea y alimenta estos textos, como reflejos múltiples de ese proceso y en combinación honesta con la praxis periodística de quienes toman decisiones editoriales día a día. Este Futuro imperfecto es un artefacto de compromiso colectivo y singularidad en el que quince lúcidos líderes de redacciones transitan la profesión en crisis con el optimismo crítico que requiere la pasión por seguir apostando al periodismo.
Lo que sigue
El libro se divide en tres grandes secciones. La primera está dedicada a Experiencias.
En su texto Daniela Rea Gómez, editora de Pie de Página de México, se pregunta si hoy parte de la disrupción no debería estar en el silencio. No porque haya que callar, pero sí porque a veces es necesario habitar los «no sé», las dudas, y reconocer que no siempre tenemos las cosas claras. En el segundo, Juan Camilo Maldonado Tovar, director de Mutante de Colombia, cuenta la construcción de un medio que apostó por la paz en un país que acababa de votar en contra de ella. Un medio en conversación con un público movilizado, fruto de una época de cambios, pero también un medio que trabaja para reunir a quienes hacen que ese horizonte esté cada vez más cerca.
En el tercero, Alejandra Gutiérrez Valdizán, de Agencia Ocote de Guatemala, señala que la dirección y la propiedad de los medios han quedado históricamente en manos de varones, aunque eso comenzó a cambiar. La segmentación de las audiencias, la masificación de los medios digitales y la explosión de los históricos modelos de negocios de los medios son una gran oportunidad para que se escuchen nuevas voces. También para tematizar la centralidad del machismo en las múltiples violencias presentes en nuestra sociedad. En el cuarto, Catalina May Trejo, de Las Raras Podcast de Chile, cuenta cómo llegaron a experimentar con sonidos para contar historias de libertad en su país y el continente. Nuevas formas de narrar a través de relatos personales e íntimos que, sin embargo, hablan de la época y del mundo que nos tocan.
La segunda sección se detiene en Desafíos.
Alejandro Gómez Dugand, director de Cerosetenta, de Colombia, muestra lo viejos que han quedado los medios tradicionales y sus lógicas, la enorme distancia que han construido con lo que sucede en el territorio. Al punto que cuando se encuentran con protestas callejeras históricas, con chiques movilizados como no había sucedido en tiempos recientes, no los comprenden, ni saben cómo cubrirlos. Mientras tanto, medios y periodistas digitales encuentran nuevas formas de contar y de articularse con esas nuevas ciudadanías.
Elisa Lieber, jefa de contenidos para América Latina de Factstory, parte del grupo AFP en Uruguay, se pregunta por el futuro del periodismo ante el aumento del contenido snack. De altas calorías sin nutrientes que nos hacen cliquear y no nos dejan nada. La autora se pregunta por los dilemas que eso plantea a los periodistas y se contesta con respuestas fragmentarias e inacabadas que dieron algunos medios y que muestran que también hay otras formas de narrar y de interpelar.
En su texto, Silvina Heguy, directora de estrategia de elDiarioAR en la Argentina, cuenta las maneras en que los gerentes piensan el negocio de los medios aquí y ahora: empresas de tecnología que producen contenidos. Desde la incomodidad observa cómo el periodismo sale de los primeros planos e importa cada vez menos, sin que la mayoría de los periodistas se lo cuestione, mientras asisten decepcionados a una ola que los cubre. No obstante, hay salida y hay futuro: el periodismo, plantea, tiene horizontes propios que pensar y construir.
Laureano Pérez Izquierdo, director de Infobae América —de Argentina—, plantea los dilemas que generan las repercusiones en redes y ese tipo de interacción con las audiencias para el periodismo. ¿Es posible correrse de eso a la hora de definir qué publicar y desde qué ángulo? La lectura predefinida de las audiencias en contextos de atomización, dice, influye también sobre qué se postea y sobre qué no.
Ben-Hur Demeneck, editor de Veneta en Brasil, indaga en el periodismo transnacional, ese lugar que conjuga bien estos tiempos ni del todo locales ni del todo globales. Muestra cómo en los últimos años varios de los productos periodísticos más interesantes fueron gestionados por redes de periodistas que se articularon entre distintos países para movilizar agendas propias, investigar y narrar. En el último texto de esta sección, Sergio Rodríguez-Blanco, editor de Perro Crónico —México—, indaga en la historia de la crónica sexodisidente. Sobre todo, se refiere a las crónicas en primera persona de quienes se animaron a contar y narrar en tiempos de homoodio. También en las dimensiones de clase que tiene esa desigualdad y en distintos hitos de la crónica gay en México.
La siguiente sección se detiene en Redacciones.
Ander Iñaki Oliden Guerra, director adjunto de elDiario.es de España, cuenta cómo cambió la vida de su redacción con la pandemia. Habla de cómo el espacio de encuentro se mudó a la virtualidad, pero también de cómo el parate y el distanciamiento llevaron a nuevas estrategias, a una renovación en la forma de contar y en los modelos de financiar un medio basado en el aporte de sus lectores.
Tania Montalvo, editora de Animal Político de México, plantea que el periodismo no puede hacerse sin abrazar causas. La cobertura requiere posicionamiento ante las injusticias y una pelea por elegir qué batallas dar. Romper con la hiperestimulación y la insensibilidad para hacerse oír. En su texto Luz Mely Reyes, directora de Efecto Cocuyo de Venezuela, se pregunta cómo hacer un periodismo que sea más auténtico y menos artificial. Cuenta para eso la experiencia de crear el medio donde trabaja, que fue armado por un grupo de colegas mujeres que buscaron una voz diferente en diálogo con las audiencias, priorizando no olvidarse de contar el territorio y sus vivencias.
César Batiz, director de El Pitazo —Venezuela—, relata la censura que sufrió su medio a manos de las grandes plataformas que dominan, cada vez más, la comunicación. Ante el nuevo autoritarismo digital hegemónico propone alternativas locales, descentralizadas y desapropiadas, como una apuesta por la creación en conjunto con otros, que jerarquice además lo transmediático y lo performático. Cecilia Lanza Lobo, directora de Rascacielos, Bolivia, sugiere reencontrar al periodismo con la narración de historias significativas para la comunidad. Su apuesta es dejar los likes, los clics y focalizarse en reincorporar a las audiencias desde su presencia y desde una relación de horizontalidad
Es enorme el agradecimiento a quienes confiaron en un armado complejo para la época. A la maestra María Teresa Ronderos, quien confió en Cronos y la Beca Cosecha Roja cuando creó y lideró el Programa de Periodismo Independiente de OSF, y a la inspiradora Susan Valentine, quien continuó sus pasos. A los conferencistas, maestras y maestros generosos, que se brindaron con el interés de escuchar y aprender de una empática audiencia de periodistas. A las y los becarios y autores, cada uno un motor extraordinario, entregados a la reciprocidad, hacedores de una red cotidiana que los ayudó a resistir el impacto agotador de la pandemia como experiencia subjetiva y como trabajo de cobertura. Y por supuesto al equipo de Cronos, que realiza una tarea demandante, de altísimos niveles de exigencia, desde el arte de las piezas gráficas hasta las redes sociales y la administración de los recursos. Liderados por tres mujeres brillantes —Sol Dinerstein, Leila Mesyngier y Ana Laura Fortuzzi— forman una comunidad anfibia que se apoya en el deseo que producen los proyectos como este, y en el afecto que nos permite el vuelo y la risa. En la edición final del libro fue fundamental la mirada de Iván Schuliaquer. Desde la Universidad Nacional de San Martín, el apoyo de Mario Greco, director del Programa Lectura Mundi, abre todas las puertas para que este equipo y estas ideas sean como un divino juego de abalorios.
Quedan ustedes ante un objeto anfibio.