Pensar las redes informáticas

La red de redes. Entre lo virtual y lo real (Ediciones Continente) es el título del último libro de Esteban Ierardo, en el que explora el concepto de red como ámbito de articulación de lo múltiple y no solo asociado a las redes sociales, como lo asume el vocabulario cotidiano. A partir de una visión integradora, Ierardo plantea que la propia realidad es una red de redes y desde esta perspectiva analiza nuestra interacción con las redes informáticas. Este enfoque le permite mostrar que las redes sociales son solo una parte de nuestras vidas, algo creado desde lo real a partir de dispositivos tecnológicos, computadoras, algoritmos e inteligencia artificial, una prolongación de la realidad que no debe ser nuestra única dimensión de red. A continuación un adelanto de la primera parte de la introducción del libro.

La Red de Redes_Tapa

La realidad funciona por redes de conexiones. Pero nuestra comprensión del estar en red procede solo de las redes informáticas. A cada instante dentro de las ciudades, pueblos, aldeas, o hasta en alguna casa solitaria al costado de un camino, alguien enciende un dispositivo. Un móvil, exponente de inteligencia artificial, sofisticación a la medida de los dedos y las manos, con pantalla táctil, que nos pone en conexión con una red de computadoras. Conectividad e inmersión en las llamadas redes sociales. Nuestra única dimensión de red.

Al menos en la sociedad fuertemente tecnologizada, es parte ya de un pasado más o menos brumoso el tiempo en el que la comunicación era difícil, acotada a teléfonos de línea, a llamadas desde cabinas públicas o a mensajes grabados en contestadores. En lo actual, instante a instante, la comunicación es fácil, y es flujo tecnológico veloz y omnipresente.

Pero la velocidad conspira contra el pensamiento, y también la creación. No se puede pensar o crear a alta velocidad. El exceso del veloz salto de una noticia a otra, de una imagen a otra, nos enferma. Lo mismo que la adicción a las redes. No encontraremos la vida allí, solo un canal necesario y útil de comunicación práctica. Es justo apreciar primero la faz real de progreso de la tecnología gracias al desarrollo tecnocientífico. Y, en cuanto a las redes e internet, su perfil positivo como medio de comunicación entre   personas, educación a distancia, construcción de grupos o comunidad, y posibilidad para muchas personas de una actividad económica propia.

A su vez, son innegables las potencialidades cognitivas de internet. Como parte del logro de las tecnologías llamadas duras, que permiten las computadoras, surge lo que podría entenderse como una nueva variante de las inteligencias múltiples. Como es bien sabido, el psicólogo de la Universidad de Harvard, Howard Gardener, amplió el campo de las inteligencias posibles en 1983. El estudio a través de las conexiones en línea activa un aprendizaje que podríamos asociar con un nuevo tipo de inteligencia híbrida en el que la inteligencia artificial, que posibilita el mundo informático, interactúa con el intelecto neuronal, cerebral, original del humano. La web no es únicamente navegación en mares de saturación informativa y visual, sino también un horizonte de disponibilidad universal del saber, dado por el fácil acceso a las redes de las ciencias, las filosofías, las religiones, etc. En ese acceso, la mente individual desborda sus límites, y se extiende a la dimensión de internet como mente colectiva. Inteligencia así híbrida: artificial y neuronal: inteligencia de aprendizaje bio-técnico, inteligencia neuro-digital que expande el espectro de las inteligencias múltiples. Nueva gimnasia cognitiva beneficiada por aprendizajes posibles en la cíber-esfera como anillo en constante expansión.

Esteban Ierardo

Pero no podemos soslayar de ningún modo lo inquietante, los males del mundo: la perduración de la explotación laboral, la desigualdad social estructural, las formas veladas de esclavitud moderna y de corrupción, el tráfico de personas, la violencia, el racismo, el fundamentalismo, las persecuciones y los refugiados; y ahora la inopinada erupción bélica ruso-ucraniana, y el torbellino de desgracia entre la lava inmisericorde de los muertos por doquier, y aludes de hogares devastados bajo el látigo de los misiles. Y las redes e internet como en el gesto constructor de espesor distópico; por la vía del Poder como control, vigilancia, manipulación por la propaganda y la desinformación en su visibilidad y viralización; concentración económica, y el negocio armamentístico sin peligro de declive.

La celebración ingenua de las redes, sin sospechas ni reticencias, omite lo que es muy claro, pero no debidamente asumido: Facebook, y otras plataformas, y su «dominio del mundo», sus colosales, apabullantes, ganancias, que habla de la abismal diferencia de beneficios en este mundo global dominado por las grandes empresas informáticas con sus estrategias cada vez más afinadas para distraer, manipular y captar la atención de los usuarios, robar y traficar datos privados, difundir fake news, campañas sucias, generar demanda de conexión y mayor transferencia de nuestro tiempo personal y energía nerviosa que favorece la capitalización de sus publicidades y rentabilidad.

Y en el pliegue de lo inquietante también anidan las anomalías de las redes y una «cultura» que naturaliza la agresión verbal y la falta de respeto a quien piensa diferente, o desnuda, por pura soledad, la privacidad; y atiza lo conspiranoico, los negacionismos diversos, la banalidad y el desinterés por nuevo conocimiento; y multiplica las recaídas en narcisismos patéticos, o el consumo de lo que solo confirma nuestros prejuicios.

Las redes pueden enfermarnos. El enfermarse por las redes es quedar atrapado por sus anomalías. Las redes tienen sus reglas implícitas, acuerdos tácitos, los principios de un «juego de lenguaje» determinado que bien podría agregarse a los pensados por Wittgenstein. Algunas de esas reglas corresponden a la faz de progreso en las comunicaciones, pero muchas de sus otras reglas construyen las burbujas e intoxicación informativa, la desinformación, y la sobreabundancia vociferante del odio.

La adicción a las redes poco o nada contribuye a una mente más receptiva y tolerante. Por el contrario, lo anómalo en red es consumo viral de lo banal y superficial, del entretenimiento excitante que, en su exceso, aletarga el pensamiento y la percepción de la vida en su diversidad.

En este contexto, las redes también nos enferman cuando impiden apreciar su mejor potencialidad: advertir que las redes muestran que la humanidad pertenece a una gran red o unidad no desarrollada aún, ni siquiera pensada. Olvidamos que cualquier tipo de red presupone, de hecho, alguna forma de unidad. Esta unidad implícita, en el caso de las redes sociales, podría ser el aumento de la unidad sustentada en el conocimiento y respeto de las diferencias (lo que no ocurre); o solo ser la única unidad de hecho de las computadoras en red con la tendencia a destruir el diálogo respetuoso entre lo diferente y generar polarización y confrontación no constructiva (lo que sí ocurre).

En tiempos de pandemia, algunos creyeron que lo pandémico vendría a liberarnos del enfrentamiento constante, a abrazar alguna nueva tendencia a la unidad. Muchos creyeron que lo virósico sería un punto de quiebre. El desmoronamiento del sistema global capitalista, una refundación cultural, un minimalismo consumista y una vigorizada conciencia social. La ruina del egoísmo y el materialismo.

Nunca nada indicó eso. La conmoción pandémica fue drama de la muerte solitaria, teatro de las incompetencias políticas y de los quebrantos económicos de los desprotegidos, y construcción del otro como peligro potencial de contagio. El poder del virus siempre fue observado como una nueva perturbación o patología de lo biopolítico, no como retorno al cuerpo que nos sitúa en la naturaleza como realidad primaria. La amenaza de los microorganismos no restaura la conciencia de nuestra conexión con los procesos naturales; ese proceso que muestra una unidad biológica subyacente constituida por las redes de los millones de cuerpos humanos. Por el contrario, la pandemia aceleró la inmersión en lo virtual, radicalizó el poder de lo digital en nuestras vidas como único medio de comunicación en aislamiento; aumentó el tiempo en línea y en las redes; aumentó el consumo de noticias, imágenes y entretenimientos como medicina antidepresiva y olvido de la enfermedad.

Y cuando el sistema informático falla, cuando por unas horas no tenemos WhatsApp, Facebook, Instagram, cuando nos es negado el acceso al mundo digitalizado, renace cierta conciencia difusa sobre nuestra peligrosa dependencia del sistema digitalizado; revive el saberse dentro de una civilización que deviene civilización virtual, en la que plataformas como Facebook necesitan reinventarse prometiendo nuevas formas de atraer la atención. Civilización virtual, a su vez, impensable ya sin el imperio de las redes sociales y sus anomalías. Esas anomalías exigen mejores regulaciones. Y en este contexto ya es parte del vocabulario corriente la expresión «mis redes» o «tus redes».

Pero «nuestras redes» no son las únicas. La propia realidad es un ejemplo de funcionamiento continuo en red. Parte del sentido de este ensayo es pensar esto, y por tanto ir más allá de nuestro estar cada vez más replegados, retirados, apartados, distraídos en «nuestras redes»; distraídos de la verdadera, amplia y diversa realidad del conflicto humano, pero también de lo no humano, del planeta y su estar en la inmensidad del espacio.

En la deriva de los siglos, muchas palabras expresan una degradación semántica. En el principio, Dios no alude a un ser personal protector. Dios era el cielo brillante, dador de un sentido espiritual. Hoy Dios es solo el altar único de la verdad para las distintas religiones que se sienten superiores a las otras. En su origen clásico, amigo, amistad, philia, aludía a reales vínculos de afectividad, solidaridad e intimidad; hoy los «amigos» en línea son a lo sumo «contactos», o ni siquiera eso.

Y hoy el concepto de red sufre deterioro semántico porque en la tecnocultura cotidiana su único rango es de red como redes sociales e internet. Incomprensión insuficiente de una palabra, de un concepto. Porque «red», «la red», “ser en red” tiene, como veremos, implicancias mucho más profundas y relevantes.

En su acepción etimológica, red procede del latín rete, retis (la malla de hilos para pescar). Hoy la red de cables, alambres, corredores de transmisión inalámbrica, es parte de la red de las computadoras. La red restringida a su dimensión informática.

Pero la red, como una forma de conexión y de algún tipo de unificación posible, no se restringe en modo alguno solo a las redes informáticas. Toda la realidad, no nos cansaremos de insistir, se compone de algún tipo de relación, de conexión, de algún tipo de red particular: redes neuronales, redes tróficas y ecosistémicas, redes eléctricas, etc.

Y junto al uso práctico de las llamadas «mis redes» fluye una forma de subjetivación, un tipo de conciencia propia de nuestra época. Luego de mucho tiempo de destacar la importancia de las fuerzas inconscientes en la conducta y la cultura, es momento de recuperar los modos de la conciencia. Las redes informáticas globalizadas alimentan un modelo de subjetividad, un modo del ser consciente, que daremos en llamar «conciencia retirada» o «apartada», o «separada», conciencia atada a la conectividad e inmersión virtual que, al radicalizarse (solo en ese caso), deriva hacia un solipsismo digital, hacia un modo de ser consciente cada vez más retirado o apartado, más recluido en la virtualidad. Lo retirado o apartado de un equilibrio entre lo digital y la realidad física, y de un modo de pensamiento abierto a la vida en su diversa vastedad.

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