«El negacionismo es un pilar fundamental de esta nueva retórica de ultraderecha»
Los sucesos que rodean el atentado contra Cristina Fernández de Kirchner se inscriben en un laboratorio de odio político-social, instalado y sostenido por una avanzada global, regional y local de las derechas radicalizadas, sostiene la investigadora Ana Aymá. El negacionismo, la trampa de la incorrección política y una banalización sin fin construyen la discursividad pública violenta que viene a romper el pacto democrático en la Argentina.
—Fue la escena del horror.
—Es empezar a sentir que toda palabra se queda corta, pero debemos orientar nuestras acciones en función de una reflexión colectiva.
En la respuesta de la socióloga, especialista en análisis del discurso y docente, Ana Aymá, aún se impregna el estremecimiento de la palabra «atentado», y ese reflejo de cerrar los propios ojos frente al chasquido de una bersa que no logró detonar sobre el rostro de Cristina Fernández de Kirchner el jueves 1 de septiembre. «Y que además articula el doble efecto del intento de asesinato y la transmisión en vivo. Eso es de un nivel de monstruosidad muy distópico», comparte Aymá, que evita los análisis apresurados y pretenciosos, porque «son momentos de acercar ideas e ir coconstruyendo un diálogo lo más amplio posible, para pensar frente a qué escenarios vamos a estar y ver cómo seguimos».
Apenas días antes del vallado represivo que dispuso Horacio Rodríguez Larreta el 27 de agosto y del intento de magnicidio contra la vicepresidenta, en una entrevista de la Agencia de Noticias Científicas (ANC) de la Universidad de Quilmes, donde Aymá da clases, y a propósito de su libro, La política en escena —un compilado de estudios realizado junto con el investigador Mariano Dagatti—, se refirió al discurso radicalizado de vastos sectores de la derecha argentina, que bajo una pátina de incorrección política «le quita valor a las instituciones democráticas constantemente», combo anudado al hilo conductor del negacionismo y al ataque sistemático a la memoria y los derechos humanos. Un brazo encañonado a centímetros del entrecejo de Cristina, derrumba todos los relatos posibles hasta hoy sobre la violencia política en la Argentina.
—Qué creés que se rompió la noche que Fernando Sabag Montiel apuntó y gatilló su revólver sobre la Vicepresidenta?
—Hacía una semana que en la esquina de Juncal y Uruguay se estaba produciendo todos los días, principalmente en el horario que Cristina Kirchner volvía del Senado, una especie de fiesta pagana, de encuentro popular que había adquirido una ritualización de familias, militantes, simpatizantes, jóvenes, adultxs, de gente que venía de lejos a manifestarle su apoyo, y ella también empezó a acercarse, a saludar, a firmar su libro, Sinceramente, a despedirse cada noche subida al auto, antes de entrar a su casa. La escena observada por todo el mundo como un efecto novedoso, como algo que se sustraía de lo precalculado, provocaba una gran expectativa de lo que podía aportar esa manifestación popular emergente a la disputa hegemónica, en un momento crucial del juicio por Vialidad, y en apoyo a la líder para contrarrestar presencias atacantes y agraviantes que, tanto frente al Senado, al Instituto Patria, como en el domicilio particular de Cristina, hacían su performance de violencia, insultos y amenazas.
—Y en el medio la provocación del vallado que instaló el Gobierno de la Ciudad para clausurar toda manifestación.
—Un intento de vallado con represión, además, que debieron sacar por la resistencia popular, que acrecentó su presencia. Ante aquel escenario prometedor en términos de expresión y juego político democrático, aparece este ataque que interrumpe con la violencia más impensada esa fiesta popular. En el intento de magnicidio de la Vicepresidenta, se produjo la acción de interrupción de su encuentro cotidiano con el pueblo que se acercaba. Afortunadamente el atentado fracasó, pero tuvo éxito la interrupción de la fiesta popular. Fue un ataque a todo el pueblo argentino.
—¿Qué se debería tener en cuenta, en términos de análisis crítico?
—Primero, la onda expansiva de esa violencia. Qué cosas se llevó puestas, y el dolor, la angustia y el miedo que produce en gran parte de la sociedad argentina, más allá de la respuesta de la movilización multitudinaria a Plaza de Mayo el 2 de septiembre, en repudio al atentado y en defensa de la democracia. Debemos hacer una gran reflexión sobre cómo llegamos hasta acá, que dé también lugar a un campo de debates surcado de tensiones, aunque lo que está en disputa es grande y ninguna lectura va a agotar todo lo que pueda decirse. Es imposible pensar en un solo factor o en una sola línea explicativa respecto de cuáles son las condiciones históricas de emergencia de un hecho semejante.
—El desafío es coconstruir ese diálogo colectivo del que hablabas en el nuevo escenario discursivo de la derecha.
—Se produjo un reingreso, en el orden de lo decible, de tópicos y expresiones nuevas de violencia y desprecio hacia determinados grupos y actorxs sociales, y hasta hace un tiempo creíamos que ya no eran parte de lo decible. Discursos en la esfera pública, pronunciados por personas que son referentes del arco político y mediático, que pregonan supremacismo y alientan el desprecio, la discriminación y la agresión hacia el otro. Discursos racistas, misóginos y machistas que implican un ordenamiento social discursivo diferente. Es un factor global difícil de negar, y una preocupación transversal a las ciencias sociales.
—¿Cómo se pueden pensar hoy esos discursos?
—Como grandes conglomerados de sentidos producidos por prácticas sociales, con espesor institucional, que se replican entre sí en redes intertextuales que los convalidan, y a la vez son superficies donde se despliegan luchas y disputas hegemónicas. Esas dos dimensiones están articuladas y atraviesan lo social en su conjunto. Las violencias habilitadas en la discursividad social son parte de las representaciones con las cuales miramos al mundo, nos miramos a nosotrxs, miramos a lxs demás, y con las que construimos nuestras relaciones y nuestra acción.
—Desde un arco cada vez más extendido de la oposición política y del poder mediático, siguen negando la relación entre la violencia pública discursiva y el atentado.
—Me asombra que alguien pueda validar la hipótesis de que no hay relación entre el caudal enorme de presencia simbólica de la violencia hacia el peronismo, hacia el populismo y en particular hacia Cristina Kirchner, y el atentado. Es una operación por lo menos curiosa, por el ejercicio de negación que presupone la falta de conexión entre una extensa línea de tiempo de una discursividad pública aludiendo a la “matabilidad” de Cristina, y que de pronto alguien le gatille un arma en la cabeza. Sin ser una relación de causalidad, es central plantear la hipótesis de su existencia e indagar su funcionamiento. Aunque no causaría tanto asombro esa operación, si pensamos que uno de los ejes clave que caracteriza a la discursividad emergente de la extrema derecha global, regional y local es, precisamente el negacionismo, un dispositivo de enunciación que se construye desde el “no son 30 mil”, hasta la negación de la pandemia, de las violencias por razones de género o del racismo, insistiendo con que “la violencia está mal hacia cualquiera”, y que privilegia por sobre cualquier tipo de evidencia el valor de una imagen o de una escena. Es más contundente, por ejemplo, la imagen de una grúa excavando y el texto de anclaje que dice “La ruta del dinero K”, que el hecho de que esa grúa no haya encontrado nada. No importan la evidencia ni los hechos, solo importa esa imagen insistentemente repetida y distribuida.
—Echan a girar un discurso preparado para desvalorizar la democracia.
—El negacionismo es una amenaza grave, en nuestro país en particular, porque trata de horadar la importancia histórica de la memoria construida por los organismos de derechos humanos y nuestras luchas. Hay aquí una disputa acerca de lo que entendemos por democracia, que no es ingenua ni dispersa, aunque lo parezca, y es persistente. Le quita valor a la democracia construida en función de esa búsqueda de derechos, de soberanía y de igualdad. Si quitás historia y contexto, lo único que importa son las capacidades individuales para abrirse camino en la vida, y punto. El negacionismo sostiene un pilar fundamental de esta nueva retórica de ultraderecha.
—Es el «son ellos o nosotros» de López Murphy.
—Sí, porque otra cosa que encierra ese negacionismo, al negar la violencia política en la historia y ahora, en el presente, al intentar la despolitización del intento de magnicidio, es generar condiciones de repetición, volver a validar ideas, representaciones y prácticas de exterminio. Con el tiempo, esa construcción discursiva determina qué es lo exterminable, lo naturaliza y sedimenta. Al mismo tiempo, debemos complejizar la idea de los medios de comunicación. Pueden decir lo que dicen en un horizonte con condiciones históricas de producción, que funcionan para las representaciones que construyen nuestro sentido común, y eso ocurre a través de prácticas e interacciones comunicativas de todo orden. No es una construcción unidireccional: el ecosistema mediático está logrando, en estas condiciones materiales de enorme concentración, una capacidad de ubicuidad, de presencia y de repetición, de dimensiones colosales. La articulación entre las grandes agendas de la derecha, de los medios concentrados, de las redes sociales y su efecto directo de personalización de los mensajes, y la posibilidad de compartir sus contenidos como si fueran grandes revelaciones, contribuyen a este paisaje semiótico.
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