El espejismo de la libertad en las redes: una historia de cómo los imperios de odio de Twitter y Facebook se desmoronan
Las dos plataformas han construido su fortuna mediante algoritmos que han priorizado los mensajes de odio y la polarización. Ahora, ambas compañías afrontan problemas económicos, agitados por la aparición de nuevos competidores.
Redes sociales, polarización y democracia son las piezas de un puzle que encajan atendiendo a un elemento clave: la voluntad de los actores que las mueven. Pero, cuando alguien dice que las redes «polarizan», ¿a qué se está refiriendo? El sociólogo Damon Centola, profesor de la Universidad de Pensilvania, elaboró junto a un equipo de investigadores un experimento social donde dividió en dos grupos a demócratas y republicanos. La intención era descubrir si agrupar a estas personas en cámaras de eco —espacios donde solo se comparten opiniones para reafirmar el sesgo del grupo— provocaría que estos individuos aumentaran su animadversión hacia el grupo contrario. Es decir, aumentara la polarización. Sin embargo, y para sorpresa de los investigadores, el resultado fue el opuesto. Los internautas adquirieron posiciones más moderadas y recíprocas con el otro grupo.
El trabajo parecía haber dado un golpe al tradicional prejuicio de que las redes sociales son nocivas y fomentan el odio hasta que Centola se percató de que el experimento no era acorde a la realidad. Las cámaras de eco que ellos crearon eran «igualitarias», pues los individuos intercambiaban sus opiniones entre sí sin ninguna figura de influencia que estuviera por encima de ellos. Pero las redes en realidad no son igualitarias, sino centralizadas, ya que una minoría artificial, a la que siguen miles o millones de usuarios, puede ejercer una influencia «desproporcionada» sobre el grupo. En conclusión, las redes por sí solas no polarizan ni suponen un riesgo para la democracia. Pero sí polarizan los líderes que se benefician del algoritmo centralizador de las plataformas que priorizan, como se analiza más adelante, contenido basado en la polémica y el odio.
Twitter y Facebook son las grandes compañías por excelencia a las que les rodean escándalos relacionados con la falta de control de campañas de odio y de publicaciones masivas acompañadas de noticias falsas. La extrema derecha internacional ha podido encontrar en estas plataformas un altavoz directo para promover bulos y propiciar ataques coordinados contra las democracias. El caso más ejemplificador fue cuando Donald Trump no reconoció los resultados electorales de noviembre de 2020 e insinuó que se había producido un «fraude» en los comicios. Apenas dos meses después, seguidores del expresidente irrumpieron en el Capitolio de forma violenta.
Por tanto, cuando uno se pregunta si las redes sociales son herramientas democratizadoras, quizá esté frente a un espejismo. «Me asombra que alguien piense que internet es una democracia; internet nunca ha sido una democracia, y ahora menos. Es una dictadura muy clara, empezando por la puerta de acceso, como son los buscadores (Google, Yahoo, Bing…), porque no ofrecen ni los mejores resultados ni los más veraces, simplemente los que nos agradan», señala a Público el tecnólogo Marcelino Madrigal. Las redes sociales están lejos de ser «la plaza del pueblo» —recuerda Pablo Moral, investigador predoctoral en la UNED—, sino que son un negocio, cuyo modelo económico es la venta de datos personales gracias a que los usuarios «entregan su privacidad», y a la «economía de la atención: a mayor participación en la red, mayor rentabilidad para la empresa».
Las redes son un negocio, pero ¿por qué polarizan? ¿Es algo natural? ¿O realmente hay un modelo basado en conformar animadversión entre unos grupos y otros? Como Centola demostró, los usuarios por sí solos no se polarizan por interactuar en una red aunque lo haga con individuos con opiniones similares. La polarización que realmente se percibe en las redes sociales es una «polarización de élites». Así lo explica Sandra González-Bailón, profesora asociada de la Escuela de Comunicación Annenberg de la Universidad de Pensilvania. «Las redes sociales han facilitado la polarización de élites y han dado mucha voz a una minoría que está muy involucrada políticamente», explica la investigadora. La razón que se esconde tras esta polarización no es inocente. González-Bailón habla de dos fenómenos: «El primero es lo que conocemos como ignorancia pluralista, donde considerar que lo que dice una minoría es representativo de la opinión pública y esto no es cierto, es un espejismo. El segundo fenómeno está relacionado con el proceso de amplificación algorítmica. Twitter y Facebook emplean algoritmos de curación de información, que son los que determinan qué mensajes vas a encontrar de mayor interés».
El algoritmo y el negocio
Con todo, ¿por qué el algoritmo es capaz de priorizar el contenido que puede publicar, por ejemplo, la ultraderecha? Los tres expertos lo tienen claro. Los algoritmos tienen debilidad por el contenido controvertido, porque genera retención; esto es, que el usuario pase tiempo consumiendo la red social. Y también generan «movimiento»: likes, retuits, comentarios… Madrigal es contundente en este aspecto: «A estas empresas les interesa que pasemos tiempo para colocarnos publicidad. Bien, de pronto, estos señores se dieron cuenta de que el sentimiento de odio provoca que los usuarios se mantengan pegados a la pantalla». A esto hay que añadir un nuevo elemento: el anonimato. «La posibilidad de tener cuentas anónimas y el hecho de poder sumergirse en cámaras de eco conforman una experiencia al usuario que fomenta la polarización», agrega Moral.
Seguir leyendo en Público