Cuando la política pretende no pensar la comunicación
¿Los verdaderos hechos y el ideario de una gestión, pueden comunicarse solos, sin estrategia ni reflexión sobre los discursos y sus destinatarios? Esta nota Rosso aborda las tensiones entre política y comunicación de las dos principales coaliciones de la Argentina.
Hay un discurso, expresado recientemente por algún que otro dirigente de la coalición gobernante, que insiste en diferenciar los hechos auténticos de los hechos falsificados por la comunicación. Los primeros serían hechos verdaderos y los segundos hechos deformados. ¿Quién sería el responsable de esa deformación según esta premisa? Por supuesto: el marketing político o, sin entrar en detalles técnicos, la comunicación política. Estas disciplinas intervendrían distorsionando la verdad originaria de los sucesos.
En esta concepción, los hechos «verdaderos» comunicarían por sí mismos, por su pura materialidad o por su pura presencia: paradójicamente comunicarían sin mediaciones, es decir, sin comunicación. Es la vieja utopía metafísica de la existencia de realidades sin signos: la morada de «la cosa misma», la génesis, lo puramente originario. Pero, como se sabe, lo originario una vez que es descripto ya no es originario en tanto que fue descripto. Si hay lenguaje hay representación, y si hay representación ya no hay hechos puros o presencia pura sino distintas interpretaciones de los hechos. Es decir, hay comunicación.
Por el contrario, la existencia de esas materialidades absolutas, de la «cosa misma», dejaría a la comunicación en un rol exclusivamente instrumental: una prótesis de signos con la única función de relatar hechos que existen independientemente de los signos. Si las acciones o las políticas mismas son las que comunican, entonces no son relevantes los discursos que las comunican. En los lenguajes y en los discursos no se piensa ni se actúa: sólo se transmite.
Los distintos lenguajes
Para Jean-Jacques Rousseau el lenguaje debía expresar los sentimientos más que el pensamiento. Por eso, el habla natural estaba para él compuesta por vocales: eran las que permitían transmitir las pasiones. Luego, con el tiempo, vinieron las consonantes y la formalización del habla según la exactitud y los ritmos demandados por las exigencias de la producción.
Para este autor, y para muchos otros, los lenguajes son construcciones sociales, se mueven con la historia, son objetos de apropiaciones múltiples y de deslizamientos fluidos.
En ese devenir, situar la discusión entre la comunicación y un más allá de la comunicación, entre los hechos deformados y los hechos puros, dificulta la reflexión sobre las distintas formas de comunicar: sobre los lenguajes, los discursos, las retóricas y las modalidades enunciativas en escenarios complejizados por el aumento de las mediaciones durante la pandemia y en medio de la convergencia tecnológica.
Desde esta perspectiva, las dos coaliciones políticas en la Argentina podrían pensarse a partir de sus distintas posiciones frente al giro lingüístico, es decir, frente al movimiento filosófico que reflexionó, entre otras cuestiones, sobre la autonomía del lenguaje: una de ellas, el Frente de Todos se situaría a distancia del giro lingüístico, la otra, Juntos por el Cambio, lo practicaría en exceso. La primera tendría una predisposición a eliminar las mediaciones con los hechos, la otra a desvincularse de los hechos. Por supuesto, nos referimos a ciertas tendencias en las dos coaliciones y no necesariamente a la totalidad de sus integrantes o sectores.
Desplazamiento de atributos
Las identidades y los hechos se coconstituyen históricamente disputando tradiciones políticas y atributos. Veámoslo con un ejemplo actual. Patricia Bullrich describió recientemente lo que sucede en Juntos por el Cambio: «No podemos ser buitres entre nosotros». Esa ave rapaz ataca, despedaza y tritura. Por lo cual, la fuerza política que se ha adjudicado la tarea de suturar los conflictos aparece, repentinamente, como la expresión de un nuevo estado de naturaleza: aquel en el que sus integrantes pueden devorarse como animales. El republicanismo, en manos neoliberales, deriva en antropofagia. Lo salvaje reaparece en el lenguaje que proponía su desaparición. La barbarie sorprende: irrumpe allí donde más se la condena.
En una línea similar, Elisa Carrió trató a Facundo Manes de «mitómano» y presentó una demanda judicial en su contra; Patricia Bullrich llamó «hipócrita» a Margarita Stolbizer; Cristian Ritondo consideró un «sembrador de desconfianza» a Facundo Manes. La ausencia de conflicto vuelve como intensidad del conflicto.
En la otra coalición, el Presidente dijo en la presentación de los candidatos: «Con Cristina quisimos invitarlos a pensar, no todo es lo mismo en política». La Vicepresidenta dijo: «les pido a quienes nos van a representar como diputados y como diputadas que hagamos todo lo necesario para que podamos discutir racionalmente».
Hay un leve deslizamiento de identidades. Por un lado, los atributos que habitualmente se le adjudican al populismo tienden coyunturalmente a aparecer dentro de Juntos por el Cambio: confrontación, conflicto y pelea. A la inversa, los atributos de Juntos por el Cambio intentan ser captados por el Frente de Todos: unidad, dialogo y racionalidad. De allí la construcción de oxímorones, la figura que combina dos palabras con significados opuestos: el populismo racional y el liberalismo conflictivo.
Esa transferencia de atributos de una coalición a otra muestra la vitalidad de las mediaciones discursivas: las identidades se construyen relacionalmente, por disputa y contraste, cada una de ellas tratando de cooptar los atributos positivos para sí e intentando trasladar los negativos hacia el adversario. Es obvio: si los atributos se desplazan quiere decir que no son «naturales» de esas identidades. Son producto de la disputa o del conflicto y, por lo tanto, de las relaciones de fuerzas que cada coalición pone en juego en su vinculación con la otra. Las identidades son hechos de fuerza no existencias previas a los discursos.
Juegos retóricos y construcción del adversario
Los juegos retóricos también median los debates políticos. Juntos por el Cambio, por ejemplo, tiende a sustituir cadenas de argumentos por eslabonamientos de metonimias, la operación retórica por la que se nombra una cosa con el nombre de otra. Por ejemplo, la unidad amplia y diversa expresada por el Frente de Todos es sustituida por el Kirchnerismo, el Kirchnerismo por La Cámpora, La Cámpora por el Chavismo y el Chavismo por el peor de los autoritarismos. De ese modo, el Frente de Todos, al ser deslizado por esas cadenas metonímicas, termina asociado a los atributos negativos de las identidades que la sustituyen en esas cadenas: soberbia, prepotencia, violencia, autoritarismo, corrupción, sustracción de las libertades y de los derechos individuales.
Otra operación opositora consiste en suplantar cadenas de argumentos por eslabonamientos hiperbólicos: Cristina avanza y, por lo tanto, se expande el populismo. Es la amenaza del mal absoluto: cuando se mueve se agranda. El kirchnerismo es un monstruo que sufre de gigantismo. Es una figura hiperbolizada, en avance permanente, a la que es necesario ponerle límites. Por eso, el modo de cuestionar al populismo es agrandándolo. La estrategia de comunicación de los medios opositores consiste en alterar los tamaños de los dirigentes: Cristina es alguien enorme, que ocupa todos los espacios; Alberto es alguien pequeño que cede todos los espacios.
¿Para qué cambiar el tamaño del kirchnerismo? Para transformarlo en quien destruye el componente liberal de la democracia: allí donde el liberalismo propone el poder distribuido, el kirchnerismo, de acuerdo con estas versiones, lo quiere concentrado.
Juntos por el Cambio, de ese modo, desarrolla una práctica comunicacional que consiste no sólo en interpretar los hechos sino en desvincularse totalmente de ellos: produce simulacros. Incluso puede usar su fenomenal poder mediático para intentar montar agendas surrealistas: por ejemplo, forzando de modo violento la colocación como tema electoral de la sexualidad presidencial.
En esos escenarios, la respuesta de algunos integrantes de la coalición gubernamental no debería ser oponerse a la comunicación; es decir, proponerse como la expresión pura de los hechos sin mediaciones discursivas. La comunicación no contamina los hechos: estos nacen contaminados. De lo que se trata, es de hacer otra comunicación. La Vicepresidenta marcó el camino cuando llamó a la oposición a un debate serio y racional.