Argentina, 1985: ¿Estamos hartos de la dictadura?

Otra mirada sobre la película de Santiago Mitre que relaciona la obra, el pasado reciente de la Argentina, los debates actuales en nuestra sociedad y las consecuencias respecto de las formas de resolución de los mismos. 


El 29 de septiembre se estrenó Argentina, 1985 de Santiago Mitre (El estudiante, 2011; La patota, 2015) y puso a debatir a la sociedad argentina. O al menos a esa parte de «la sociedad argentina» —una abstracción— todavía interpelada por asuntos de memoria, derechos humanos y pasado reciente. Santiago Mitre, en una película que tiene a Ricardo Darín como su protagonista (un actor híperrepresentante que hace pensar fuera del país que acá es una suerte de Dios actoral), y a Axel Kuschevatzky como uno de sus productores (un especialista en Hollywood), volvió sobre un asunto que parecía pasado de moda, demodé, en los últimos años argentinos: la dictadura, o al menos, su representación estética (literaria, cinematográfica, teatral).

Por ahí no estoy viendo the elephant in the room pero, salvo La larga noche de Francisco Sanctis (Francisco Marquez y Andrea Testa, 2016) y Rojo (Benjamin Naishtat, 2018), ¿cuáles fueron, en los últimos nueve años, las novelas y películas que que nos obligaron a hablar y discutir y postear sobre una obra acerca de la última dictadura como Argentina, 1985? Insisto, quizá me estoy olvidando de algo, pero diría: ninguna.

Es que Argentina… no es cualquier película: es un film sobre lo que podríamos llamar el «elemento fetiche» del pasado reciente argentino o mejor dicho de su transición, es decir el Juicio a las Juntas. Argentina, 1985 (Emilio Crenzel lo dijo clarito es una nota en este mismo diario: sería necesario contar con financiamiento público para realizar un trabajo de campo a la salida de los cines, pero hasta entonces…) conecta en su recepción con un elemento de valor, orgullo y vanidad para la identidad argentina sobre el «pasado reciente»: el Juicio, Los Juicios, ser el único país en el mundo que juzgó a sus propios perpetradores sin necesidad de intervenciones ajenas (al menos militares: como también estudió Crenzel en su libro Historia política del Nunca más, los familiares aprendieron de Europa el lenguaje de los derechos humanos). Luego, como nos enseñaron Carlos Nino (Juicio al mal absoluto, 1997) y Jorge Malamud (Terror y justicia en Argentina, 2000), vendrá la teoría (y práctica) de las «responsabilidades limitadas», las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, etc. Pero incluso, gracias a la reapertura de los juicios en 2003, Argentina pudo volver a postularse, a representarse, como «exportadora de memoria», un país que había «hecho los deberes» en lo que respectaba al pasado reciente (aunque, en otros dominios, el país no haga sino aller à vau-l’eau, justamente, desde la segunda mitad de los 70’s).

La película, es verdad, no representa —o lo hace muy marginalmente— a Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a los por entonces incipientes movimientos de derechos humanos de la posdictadura (no los que existían desde el fin de la segunda guerra mundial), tampoco muestra a los detenidos-desaparecidos sobrevivientes salvo en la figura de Adriana Calvo, en suma, tiene omisiones. Es una película, de ficción. El film que Mitre (apellido significativo en la historia argentina) dirigió (Ernesto Semán lo dijo mejor) es sobre un ciclo que se cierra del pasado argentino, el ciclo de la hegemonía de los derechos humanos como suelo fértil e indiscutido de la democracia. Cabe la pregunta, vinculando «pasado y presente», si se puede responder a los neofascismos circundantes (intento de magnicidio incluido) «sólo» con un paradigma que hace de la «víctima inocente» su figura universal (al mismo tiempo que la economía produce excluidos «como chorizos»). Frederic Jameson tituló su famosísimo ensayo «el posmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío». Cabría preguntarse también si derechos humanos desconectados de la vida de las mayorías no son la pantalla inmaterial del «neoliberalismo nacional» (como Rozitchner, «el que ruge», escribió allá por 2008).

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