Eric Sadin: «Las IA ofenden la dignidad humana»

«Por primera vez, hay tecnologías con la facultad de incitarnos a actuar de tal manera u otra», opina el pensador. Y que los estudiantes no necesitarán ir a la escuela: «Se podrán sentar y pedirle cosas al chatbot», terminando convertidos en «una especie de vegetal».

En Argentina la ultraderecha está disputando el poder. El lugar donde más votos alcanzó en todo el país en primera vuelta fue un pueblito criollo y originario de la Puna a 4200 m.s.n.m.: 63 % en San Antonio de los Cobres. Jamás un militante de esa fuerza pisó ese lugar. El partido tiene cybermilitantes no orgánicos ni muy conectados entre sí, pero desde su casa crean videos que ven millones: la campaña es bastante efectiva y cuesta casi cero. El partido en sí, trabaja en dos frentes: el televisivo —de donde surgió— y el cyberespacio viralizando videos en TikTok, la red que tiene la mejor IA extractiva de datos. ¿Ese formato ultrabreve solo puede ser una herramienta útil para discursos de odio y propuestas falaces? ¿Puede servir para edificar políticas colectivas? ¿O solo para derrumbarlas?

—Quizás nos equivocamos en el orden de los factores al creer que las tecnologías son las que influyen en los electores de esos pueblos. Sería erróneo creer que el uso de esas nuevas tecnologías de persuasión de masas son la gran causa de lo sucedido. Hay que ver las cosas desde otro enfoque. Hay un estado de cosas que no está en funcionamiento únicamente en esos pueblos, sino en casi la totalidad de las democracias liberales. Me refiero a un estado psíquico, a las disposiciones afectivas de la gente que vive desde hace unos cuarenta años la instauración del orden neoliberal —aunque no todo depende de eso— en el que estamos viviendo de desilusión en desilusión, con la desaparición progresiva del poder público, del poder regulador del Estado, en condiciones de trabajo cada vez más precarias; son desilusiones relativas a las promesas políticas. Subyacen impresiones colectivas que hacen que ya no se pueda creer en los regímenes políticos, e impresiones de impotencia y de inutilidad de uno mismo. Vivimos con la conciencia de que hay fuerzas más grandes que uno mismo, que tienen más poder. Somos un engranaje de un sistema que nos supera. Se crea una ecuación entre la libertad individual, la posibilidad de alcanzar las propias ambiciones y el tener en cuenta el interés colectivo. Esa ecuación quedó en un plano de la ficción y luego se impusieron otros intereses, dañando la posibilidad de ese vivir en común, dañando los cuerpos y las mentes de las personas. Como analicé mi libro La era del individuo tirano, a partir de fines de los años noventa y a lo largo de los 2000 aparecieron en las manos de millones de personas, instrumentos digitales que nos crearon una ilusión de superpotencia y de una gran centralidad de uno mismo. Hay un montón de servicios y productos a nuestra disposición que supuestamente nos facilitan la existencia. Hay plataformas que nos permiten expresarnos continuamente o exponer a ojos de todos nuestra vida cotidiana: las redes sociales. Todo esto generó una superposición entre un sentimiento de despojamiento de uno mismo en general y de pronto, la impresión de un superpoderío a través de tecnologías que otorgan a las personas una sensación de centralidad, de que el mundo viene a nosotros a partir del acceso a información, a productos y servicios personalizados que se nos proponen. Tenemos la ilusión de ser el centro del mundo. Facebook dio la posibilidad de exponerse a la vista de todos, de recibir likes, de momentos de entusiasmo. Y también Twitter dejó la puerta abierta a la expresividad de cada uno; de golpe creímos poder formar parte de toda una serie de opiniones marcadas por el sello de la desilusión, del rencor, del resentimiento y a veces del odio. Por eso yo no hablo de redes sociales, sino de plataformas de la expresividad que fueron concebidas para poder acceder a un montón de fuentes de información. Cada uno pudo crear sus propias fuentes de información. Y hubo así una diseminación de relatos, una atomización de la verdad, mucho más que fake news. Cada uno percibe lo real y los acontecimientos, según el prisma de su propia subjetividad, de su propio resentimiento o dolor, de sus propios rencores en una suerte de diluvio verbal. Es evidente que las tecnologías políticas de persuasión de masas pueden afectar individualmente a las personas, crear grupos, analizar comportamientos, analizar mensajes y reacciones. Quiénes explotan comercialmente esas nuevas tecnologías de persuasión de masas, son justamente quienes saben jugar con esas sensaciones negativas y mortíferas que tienen las personas, con el hecho de que la gente sienta rencor y resentimiento. Y podemos comprender así la elección de Donald Trump. Según esta óptica, son esas sensaciones, sentimientos y emociones negativas, lo que fue aprovechado, aquello de lo que se nutrió y se cultivó políticamente, a través de las tecnologías de persuasión de masas. Podemos pensar en el Brexit en 2016 o en Bolsonaro. Esas tecnologías no afectan específicamente a un pueblito de montaña del norte de Argentina, sino que afectan a poblaciones que sienten ese resentimiento o rencor respecto del Estado, del gobierno y del poder público. Son gente que se sintió dejada de lado y las tecnologías supieron mantener una relación directa y explotar esas sensaciones negativas. Entonces, antes de hablar de esas tecnologías, hay que hablar de un estado de desilusión, una sensación de inutilidad que ya sentían las personas. Y poner eso en resonancia con la desigualdad y la precariedad. Esas tecnologías permiten a la ultraderecha explotar un estado intenso de resentimiento generalizado en todo el mundo. Se explota y se cultiva ese resentimiento.

—¿Con esas tecnologías se podría hacer política de otro modo?

—Ciertamente no; la política no tiene que ver con la conexión, sino con un tipo de presencia juntos, es la expresión de la pluralidad y no de un diluvio verbal permanente. Es una pluralidad y una subjetividad que se expresan en un marco estructurado. Es el hecho de producir acuerdos escuchándonos dentro de un marco de pluralidad, en conformidad con principios que nos rigen. Esto es lo opuesto a las redes sociales y a la tecnología digital en general. Lo digital genera interferencia entre las personas porque crea una primacía de la palabra de cada una. Hace quince años había toda una literatura sobre la democracia de Internet y las nuevas maneras de poder organizar la democracia a través de esa nueva tecnología. ¿En qué resultó todo eso? En nada. Porque no es a través de las pantallas que vamos a fabricar la democracia, sino con presencia, con una articulación de la palabra propia que toma en cuenta la escucha del otro, la pluralidad. Y que tiene en cuenta el hecho de que el sufrimiento y la expresión del sufrimiento de cada uno, no basta: a eso le tiene que seguir una acción y un acuerdo sobre la realidad y la vida cotidiana.

También te podría gustar...

Deja un comentario