«Tradwives»: Cómo hacer pasar por amor lo que en realidad es un trabajo

El estilo de vida de las esposas de la década de los cincuenta ha resucitado en las redes sociales gracias a una tendencia que, con epicentro en EE. UU., se está haciendo viral en Internet: las tradwives (de la unión entre traditional —tradicional— y wives —esposas— en inglés), influencers que se encargan de cocinar, limpiar y realizar las tareas del hogar para hacer felices a sus maridos. Estee Williams, en EE. UU., o Roro, en España, son algunas de las caras del fenómeno que defienden, estetizan y monetizan el confinamiento de las mujeres en el espacio privado, máxima de cualquier régimen autoritario.[1]Las tradwives son mujeres que reivindican en las redes sociales su concepto «tradicional» de esposa, ligado al servicio del hombre y las tareas de casa o la cocina. El movimiento se popularizó en … Continue reading

Captura de uno delos post de Estee Williams, influencer y referente del fenómeno «tradwives».

En la Barcelona de los años sesenta, una mujer escribe una carta pidiendo la receta de ensaladilla rusa para obsequiar con su plato favorito a su marido y sus amigos. De la misma forma, una mujer residente en Sant Antoni de Calonge, quiere preparar fruta conserva al natural porque a su marido le gusta mucho, y otra, de origen aragonés, pregunta cómo preparar morcilla y chorizo para darle una sorpresa a su marido. La búsqueda de estas recetas se sumaba a la del pato a la naranja, los calamares a la romana, la sopa bullabesa, el bizcocho pa de pessic o los panellets. Todas ellas solicitadas por amas de casa españolas que buscaban complacer a sus cónyuges y que pedían consejos para mejorar sus dotes culinarias a través del Consultorio de Elena Francis.

Estas mujeres, para quienes su mayor preocupación era «quedar bien» con sus maridos y allegados —tal y como cuentan Armand Balsebre y Rosario Fontova en su ensayo Las cartas de Elena Francis. Una educación sentimental bajo el franquismo— podrían responder a aquello que en estos días se conoce como el fenómeno de las tradwives (de la unión entre traditional —tradicional— y wives —esposas— en inglés), pero, para ellas, solo era un intento de adecuarse al ideal de «mujer española». La mujer española del franquismo debía ser austera, servicial, pasiva, abnegada y estar dedicada al cuidado de sus hijos y su marido, y, para ello, se las formaba a través de la educación tutelada por el Estado y la Iglesia, especialmente bajo las enseñanzas de la Sección Femenina de la Falange Española, fundada por Pilar Primo de Rivera.

La educación recibida por las mujeres de la posguerra española remitía casi directamente a aquella recibida por las mujeres alemanas del Tercer Reich bajo la dirección de Gertrud Scholtz-Klink y sus «escuelas para novias», que tenían el propósito de formar a las “esposas perfectas”. Unos ideales que se perpetuaban a través de la propaganda por distintos medios. De la misma forma que en España existía el Consultorio de Elena Francis o revistas femeninas como Y: Revista para la mujer nacional-sindicalista, en Alemania contaban con la NS-Frauen-Warte, la revista nazi para mujeres por excelencia.

Todo sistema patriarcal —en este caso fascista, reaccionario y conservador— ha legitimado y perpetuado un régimen de sociedad que ha confinado a las mujeres al espacio privado. Sin embargo, su mayor éxito no ha sido el hecho de que, durante los periodos que durasen ese tipo de gobiernos, las mujeres vieran limitada su presencia en el espacio público, sino que han conseguido que fueran las propias mujeres —además de los hombres— las que considerasen que, por naturaleza, su lugar estaba en el hogar y en los cuidados. La historiadora Gerda Lerner dice en su ensayo La creación del patriarcado que un sistema patriarcal “solo puede funcionar gracias a la cooperación de las mujeres” y pone varios ejemplos de cómo esta cooperación se produce: “la inculcación de los géneros; la privación de la enseñanza; la prohibición a las mujeres a que conozcan su propia historia; la división entre ellas al definir la «respetabilidad» y la «desviación» a partir de sus actividades sexuales; mediante la represión y la coerción total; por medio de la discriminación en el acceso a los recursos económicos y el poder político; y al recompensar con privilegios de clase a las mujeres que se conforman”.

El éxito del patriarcado no es obligar a las mujeres a ser amas de casa, sino que ellas mismas consideren que ese es su destino natural, y que obtengan satisfacción — y su autoestima se vea reafirmada—  por el hecho de cuidar de sus maridos. Por ello, mientras que en el contexto de los regímenes totalitarios había una imposición por parte del Estado a dictar el futuro de las mujeres, lo que caracteriza al fenómeno de las tradwives es que ellas apelan directamente a su libertad individual para dedicar su vida a complacer a sus esposos. La historiadora y escritora Esther López Barceló explica que «estos vídeos no se dan bajo un régimen totalitario sino en una democracia en la que ese ideal de mujer está alejado del sentido común colectivo» y, por lo tanto, «se da a entender que si estas mujeres han elegido convertirse en las nuevas «primas de Rivera» (como acertadamente las bautizó Juan Naranjo) ha sido libremente. No es ningún hombre o institución religiosa quien —a tenor de las imágenes— parece estar detrás de esos mensajes, por lo que su popularidad se hace más peligrosa».

Una de las tiktokers americanas impulsoras del fenómeno tradwife —Estee Williams, una mujer republicana, cristiana, blanca, rubia y de ojos azules— cuyo contenido consiste en preparar recetas y hablar sobre la experiencia de ser una esposa tradicional, explica en uno de sus videos —en el que se muestra sonriente y con un tono de voz dulce— que ellas «no pretenden que todas las mujeres sean así, sino que ellas como individuos creen que la mujer tiene un papel diferente en la sociedad y que cualquiera debe ser libre de elegirlo». Algo similar ocurre en el caso de la española RoRo, que se ha hecho viral en TikTok estas últimas semanas con sus recetas de cocina para Pablo, su novio. Aunque RoRo no habla explícitamente del movimiento tradwife, sí que muestra esa misma inclinación con sus numerosos videos de recetas altamente elaboradas —ella afirma que «le gusta demostrar su amor con comida»— y a las que dedica gran cantidad de horas para hacer feliz a su novio y a los amigos de este.

López Barceló explica que, precisamente porque se reitera su libre elección, «da la impresión de que es una opción deseable y legítima, porque ser influencer consiste en gozar de una amplia validación social y, por tanto, el público se puede preguntar: ¿por qué no emularla? Al fin y al cabo, es solo una chica que se “preocupa” por su novio y a él parece gustarle».

Sin embargo, es importante contextualizar cual es la verdadera situación de muchas mujeres en sus casas para entender realmente la peligrosidad de este fenómeno. En otro de sus videos, la tiktoker americana lanza afirmaciones como que «un estilo de vida tradicional no empuja a las mujeres a situaciones de abuso con sus parejas, sino que una vida tradicional es sencilla, segura y maravillosa»; o que «ser económicamente dependiente de tu marido no muestra que seas incapaz de hacer otras cosas, sino que demuestra que confías plenamente en tu pareja para que te mantenga». Este tipo de mensajes llegan en un momento en el que, según el estudio When Men Murder Women llevado a cabo por Violence Policy Center en el año 2020, aproximadamente tres mujeres son asesinadas al día por sus parejas en los Estados Unidos. En un contexto de violencia, cuanto más dependa una mujer económicamente de su pareja, más complicado va a ser escapar de esa situación.

Cuando cuidar sí se convierte en un trabajo

Sin embargo, existe otra lectura adicional de la que no nos podemos olvidar cuando hablamos de las tradwives. Además de contar con un evidente sesgo de género, esta estetización de los cuidados realmente apela únicamente a las mujeres de una clase y raza determinada. El hecho de poder performar que eres una ama de casa que puede vivir en una casa grande, cuidar de numerosos hijos, mantener tu cuidado personal y, además, tener tiempo para grabarlo y subirlo a tus redes sociales, implica que ya existe de base un aporte económico más que suficiente que, posteriormente —y aquí está la clave— se va incrementado cuando la tradwife —que aparentemente defiende que el único que provee al hogar es el hombre— acaba monetizando sus videos, que se vuelven virales y, por lo tanto, le aportan más ingresos. Por lo tanto, cuando hablamos de estas famosas tradwives, ¿es realmente el marido el único que trabaja o nos encontramos ante una pareja que ya parte de un privilegio económico importante y que acaba enriqueciéndose todavía más performando el modelo de familia tradicional?

En los años ochenta, bell hooks habló en su obra ¿Acaso no soy yo una mujer? de cómo las mujeres negras y de clase trabajadora no se veían identificadas con la crítica que hacía Betty Friedan en La mística de la feminidad, ya que «el problema que no tiene nombre» —el de la insatisfacción de las amas de casa— solo relataba la experiencia de las mujeres blancas de clase media, es decir, las de aquellos núcleos familiares que podían vivir holgadamente con un solo sueldo. Sin embargo, con estas nuevas (antiguas) tradwives que están surgiendo, no debemos perder de vista que ni siquiera estamos hablando de esas mujeres de las que hablaba Friedan, sino que son mujeres que ganan dinero a través de sus redes sociales, pero que fingen que su único cometido es dedicarse al hogar. Las redes sociales se han convertido en un trabajo para muchas hoy en día, y que la estética atractiva de las tradwives —una estética blanca, hegemónica y heterosexual— empuje a algunas mujeres a querer a aspirar a eso equivale a que quieran convertirse en otro tipo de influencer, las “influencers del hogar”.

Por lo tanto, lo peligroso es que, aunque ellas realmente están ganando dinero, cuando observas los comentarios de sus videos —o de videos en los que se critica su mensaje— es habitual encontrar un patrón evidente y muy habitual en el imaginario colectivo de numerosas generaciones: las mujeres siempre han cuidado por amor, y así es como debe seguir siendo. Sin embargo, las tradwives que encontramos en TikTok no solo cuidan por amor, sino también por el beneficio económico que les proporciona la viralización de sus videos y otras oportunidades laborales que le surgen a partir de ellos.

Aquí lo realmente preocupante es, ¿qué va a pasar con todas estas nuevas generaciones que vean en ellas un modelo ideal de vida y, lo peor de todo, «fácil» de imitar? Aunque todos entendemos que no cualquier persona puede seguir el ritmo de viajes y eventos de moda que tiene un influencer, sí que parece sencillo alcanzar la «felicidad» que prometen las tradwives: solo tienes que encontrar un hombre que te mantenga. El verdadero peligro no es que las mujeres quieran volver a ser amas de casa, sino que quieran ser «amas de casa de TikTok», y esta es la realidad —la del verdadero influjo que tienen las redes sociales— que debemos observar más de cerca. Ya no será necesario un gobierno autoritario que obligue a las mujeres a quedarse en casa, sino que ellas acabarán deseándolo bajo un falso espejo de lo que esupone ceder el control de tu vida —y de tu cuerpo— a otra persona.

La versión original de est artículo ha sido publicada por El Salto bajo licencia Creative Commons.

Periodista española, investiga sobre cultura y feminismos.


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Notas
Notas
1 Las tradwives son mujeres que reivindican en las redes sociales su concepto «tradicional» de esposa, ligado al servicio del hombre y las tareas de casa o la cocina. El movimiento se popularizó en Estados Unidos y surgió como una subcultura de internet formada por mujeres que defienden una interpretación heteronormativa muy tradicional de lo que debe ser el papel de madre y esposa. La mayoría comparten en Instagram o TikTok un contenido que rezuma felicidad, amor, seguridad y satisfacción emocional y presentan su modo de vida como una meta a alcanzar. Existen tradwives que promueven la defensa de los roles de género tradicionales y el «estilo de vida femenino» y hasta reivindican al supremacismo blanco o el antifeminismo. Esto explica la existencia de grupos de ultraderecha que celebran el movimiento como forma de expresión de la identidad femenina, porque se adapta a su concepción de la mujer, cuyo valor principal es el del servicio, perpetuando, así, su ideal de familia. Es decir, fomentan una cultura crítica con los valores progresistas contrarios a ese ideal, que incluye diseminar desinformación sobre el aborto, los métodos anticonceptivos o la comunidad LGTBIQ+.

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