La Máquina Informativa
La autora de este artículo publica en elDiarioAR el blog Gracias por Venir, al que define como «un viaje fugaz a la cocina del periodismo». En su última entrega, De Masi reflexiona acerca de la Máquina Informativa, que con su algoritmo y métricas somete al periodismo a las estrategias y técnicas de optimización que se hacen en una página web para captar lectores, sin importarle las consecuencias para el trabajo periodístico.
El periodismo que prefiero, el que practico y el que creo que todavía es útil para la democracia es como un meme que circula cada tanto: Abraham Simpson, el padre de Homero, está sentado sobre un tronco, bastón en mano, hablándole a los niños de la serie. Es un frame de la sexta temporada en la que el abuelo cuenta la historia de Springfield.
No me toma la nostalgia, soy capaz de reconocer los beneficios que le trajo la tecnología a nuestro trabajo. Es otra cosa la que me pasa. Me pasa que estoy preocupada. La industria de la información propone hoy una manera «de hacer» que es imposible para cualquier humano. Quiero decir: La Máquina Informativa demanda una destreza que no hemos desarrollado y que no vamos a desarrollar.
En la entrega anterior hablé de mi batalla más reciente, la del tiempo. No contra, sino por: por el tiempo. Y a eso quiero volver. La Máquina Informativa no entiende que los hechos suceden en un espacio y en un tiempo. Un hecho requiere tiempo y espacio para, básicamente, suceder. El acontecimiento pide tiempo para que pase, espacio para que se ordene. Y los y las periodistas necesitamos tiempo y espacio para entender y contar eso que pudo suceder porque hubo tiempo y hubo espacio.
En La mirada lúcida, el periodista y editor Albert Lladó compara las formas de trabajo en las de redacciones de hoy con la escena de Tiempos Modernos en la que Chaplin intenta seguir el ritmo de la cadena de montaje: «No conoce el resto de las secciones de la línea de producción y tampoco puede detenerse ni un segundo a preguntarse por el sentido de su trabajo». Esto: el sentido de nuestro trabajo.
Estamos escribiendo textos que vencen antes de llegar a la heladera, cantidad de literatura muerta antes de nacer. La Máquina Informativa demanda, exige. No le importa arruinar a un periodista. Digo «arruinar», quiero decir: restarle calidad de vida, precarizarlo, exponerlo al error (por apurado), exponerlo a la operación (por distraído).
Hay aliados de La Máquina Informativa. Me refiero a esos sitios que levantan lo que generan periodistas que, abrazados a la práctica periodística, buscan y encuentran, chequean y publican. Por supuesto, los aliados a La Máquina no citan. Por supuesto nunca generan información propia, mucho menos con rebote. Su tarea se reduce a poner a circular un mensaje, generar tráfico, juntar seguidores, mercantilizarlos.
La Máquina Informativa necesita que publiques ¡ya! porque supone, equivocadamente, que existe un lector capaz de absorber la cantidad de información que un medio produce. Pero no existe tal lector. Nadie, ninguna persona, está frente a la computadora dándole F5 a un portal noticioso. Nadie, ninguna persona hace eso en el teléfono.
Entiendo —digamos que «entiendo»— que algunas redacciones recurran a la inteligencia artificial para que «escriba textos» que sirvan para refrescar sus sitios. Pero lo que entiendo, sobre todo, es esto: pagar por el servicio de inteligencia artificial les implica a las empresas un ahorro porque ahí no hay un humano que tenga un mal día, ahí no hay alma, ahí no hay un sindicato. La Máquina Informativa no razona, sólo computa. La Máquina Informativa es puro dato, no cuenta el cuento. La Máquina escribe cosas olvidables.
«Contenido» versus noticia
La vorágine secuestró la información y ahora todo es «contenido». Y «contenido» no es «nota» o «noticia»: es el relleno que tapa el hueco. El huracán de contenidos amerita una curaduría, aunque el medio llegue tarde. Curaduría es detenerse, respirar, pensar y decidir: ¿esto es una nota o un chisme? ¿ésta es una fuente válida o solo es alguien que atendió el teléfono y tiene ganas de charlar?
No. No todo es noticia y no todos son fuente. Voy con un ejemplo. Iñaki Gutiérrez, cuya función es respirarle en la nuca a Javier Milei con un celular y manejarle el TikTok al candidato, es capaz de olvidarse el DNI, requisito fundamental para entrar al estadio donde se hizo el cierre de campaña, y demorar el ingreso de la mismísima Victoria Villarruel. Iñaki, 22 años, no es un portavoz de peso en La Libertad Avanza y por ende tampoco es, a mi entender, una fuente sólida.
Voy con otro ejemplo. A veces un dato se agota en un tuit. O a veces un dato sólo «da» para un tuit. O queda «lindo» en un tuit. Pero para una nota es insuficiente o sólo tiene punch. Ya que estamos, ahora los periodistas nos sumamos una tarea: la de desarmar fakes. Me refiero a los tuits que vienen con emojis de bombas que nunca explotan y de sillas que nunca se revolean. No hay ningún tipo de información en esos tuits, pero nos obligan a correr.
Bombas y sillas
Vengo estudiando los tuits de GabrielCastroOk, a quien apodaron El Bombas. La construcción es bastante sencilla: cualquier emoji que invite a la ansiedad (puede ser una sirena, un reloj, un estallido) + la palabra «urgente» (que a esta altura tiene el poder de un chasquibúm) o «crisis» (una palabra que en la Argentina se vació de sentido) + una gacetilla oficial levantada de la misma red o dar por información exclusiva algo que ya circula o un dato que ha sido obtenido en off y que sólo funciona para instalar una falsedad o redireccionar la conversación + algo que funciona como cierre («tic tac tic tac», tipo «cuenta regresiva» o una eslogan «acá te informás antes y mejor»). Ninguna bomba del tuitero ha explotado todavía. Gabriel Castro no pegó una.
Gabriel me genera mucha curiosidad, me interesa saber cómo trabaja, cómo consigue información, cómo la monetiza. Le envié un DM el domingo. Le dije algo que realmente pienso («estás teniendo verdadera incidencia en este tramo final de la campaña») y le pregunté si aceptaría una entrevista. Recibí su respuesta al rato: Gabriel aceptaba la nota y me preguntaba cuándo la haríamos. Le propuse un Meet y algunas opciones para «vernos». Me dijo que debía chequear su agenda. Es probable que en ese lapso haya scrolleado mi TL porque al final Gabriel está complicadísimo de tiempo: unas «reuniones importantes que no puedo cancelar», se excusó. Insistí. No respondió más. No quiero pasar por alto a El Sillas. Pasa que a ese lo conocemos y cualquiera que le compre sabe que la fruta viene envuelta en servilleta.
Lo de El Sillas y El Bombas son ideas que circulan bajo el régimen de lo falso, semifalso, semiverdadero, inventado, sabido, comprobado, incomprobable. La última enumeración la hace Beatriz Sarlo en La intimidad pública. «Pero, ¿cuándo el rumor dependió de su calidad? El rumor depende de su novedad y por eso se difunde como una materia gaseosa y efímera», sigue Sarlo. Tuitea, tuitea, que nada pasará. Las sillas y las bombas no son sólo emojis. Portan una sobrecarga de sentido. Son exagerados con un propósito: el de ponerte alerta. Y necesitamos calma, no podemos más. Me reí con este tuit de Julián:
🔥🍼🍆AHORA🍆🍼🔥 Pacto entre Milei, Macri, Massa y Henry Kissinger. Se bajan todos. Asume Randazzo. Volaron sillas y hubo crisis de nervios. Santi Maratea asume como ministro de Economía. El plan es dolarizar y luego cambiar dólares por rublos. Van a negar todo.
— Lic. Julián Elencwajg (@julianelen) October 31, 2023
Extraño poder recordar
Me viene pasando que tengo que esforzarme para recordar qué nota escribí de viernes para sábado, en cuál nota usé tal dato o dónde escuché esa declaración. A mí eso no me pasaba. Me formé con el papel, cuando el cierre del diario mandaba. El simple hecho de tener un horario de imprenta organizaba el día. Con el digital, uno cierra todo el tiempo. Ahora el cierre es permanente, eterno, sin fin. Extraño el papel, extraño la organización que nos proponía, su verticalismo no humano. Lo que extraño es tener el recorte, el recuerdo. Extraño poder recordar.
Pienso en mi cerebro saturado, envuelto desde siempre en su propia oscuridad. Gastado por uso. Le echo luz, me digo que con comida, descanso y desconexión todo se arregla. Una verdad a medias: para el miércoles, hoy, ya me cuesta la vida. Me río. Me río de mí. Sé que este es un gran momento para ser periodista y para ser argentina y para vivir en Buenos Aires y para trabajar en un diario.
Para la próxima entrega de Gracias por venir, en quince días, ya sabremos quién será el presidente de nuestro país. Hay dos opciones. Una es izar la bandera en el balneario CR de Pinamar. La otra es que flamee sobre los escombros del Banco Central. Quienes siguen mi trabajo en elDiarioAR saben que en marzo, hace ocho meses, me embarqué en la experiencia de cubrir La Libertad Avanza. Tengo mucho para decir, pero no importa eso. Es importante para mí (y sólo para mí) tener clarísimo qué boleta voy a meter en el sobre que irá a la urna.
En este tiempo he leído y escuchado la frase «votá bien» y sus derivaciones, «votá al normal», por ejemplo. Yo propongo: «Votá informado». Sé que es difícil, lo sé. Cuanto más tiempo en Internet, más se achica el filtro de la reflexión. Cuanto más tiempo en Internet, más se refuerzan las creencias personales. El ritmo que nos propone la vida —y en mi caso la vida periodística— borra los hechos, nos pone sordos. Borradura y sordera, dos amenazas a la democracia. ¿Cómo sostenemos la democracia con voluntades individuales? No lo veo posible. Hay que salir del algoritmo, esa Mente Universal, la socia de La Máquina Informativa, que me da más de eso que Me Gusta.