El relato digital, un territorio en disputa

La redefinición de lo que entendemos por comunicación política no tiene todavía un horizonte claro, pero en cualquier caso debería contemplar las novedades que entraña el pasaje de la comunicación de los mass media a lo digital, partiendo de la base de que se trata de universos distintos, con especificidades diferentes y que lo nuevo exige una construcción que tenga en cuenta las características propias de las plataformas por donde transitan hoy los relatos y de los públicos que las frecuentan.

Uno de los problemas que las teorías comunicacionales presentan para establecer un diálogo eficaz con los modos en que se formula la comunicación política contemporánea es la herencia conductista que impuso un marco conceptual general pero que, a su vez, admitía ser revisitado por un sin número de disciplinas que aparecían con la modernidad. El viejo modelo emisor-canal-receptor permitió -por lo menos hasta fines de los ochenta- poner el acento en alguno de los términos de ese diseño. Sofisticándose con el aporte de otras tradiciones que no estaban contempladas en el esquema original.

Como bien señala el entrañable Jesús Martín-Barbero la comunicación del siglo XX navegó entre unas ciencias sociales que oscilaban entre un modelo tecnocrático disciplinario y otro más académico-especializado.

Así, aparecieron quienes —desde el campo comunicacional— se detenían en los modos en que se recepcionaban los mensajes o en cómo las configuraciones culturales prexistentes facilitaban u obturaban las interpretaciones de los intercambios. Incluso podían convivir con otras miradas que les otorgaban un papel central a otras dimensiones como la clase o el género. O, cómo funcionaba el malentendido y permitían darle un sentido u otro a las distintas argumentaciones y tramas que se exponían frente a un conjunto de audiencias heterogéneas y más o menos activas.

Sabemos que cuando el capitalismo entra en crisis lo primero que hace es modificarse. Se reestructura. Aparecen nuevas formas organizacionales. Nuevos modelos de negocios. En general, con mayor precarización laboral. Entramos en una etapa de transición donde desde el poder real enseguida aparecen intentos de construcción de imaginarios –en el sentido que lo plantea Bernardo Toro- para ser inscriptos como propios por todas y todos. Con distintos ropajes enunciativos (cambio de paradigma, uberización de las relaciones laborales, emprendedurismo, cuarta Revolución Industrial) hasta algunas sentencias un poco más exageradas como la de Izabella Kamiska que se refiere a las lógicas predominantes en este tiempo comparándolas en importancia con el Renacimiento y el Iluminismo.

Mientras tanto, desde este lado del mapa nos cuesta hacerle preguntas a nuestras categorías averiadas. Como diría Gramsci: “Lo viejo no termina de morir y los nuevo no termina de nacer”.

El pasaje de las mass media a lo digital puede leerse desde diferentes perspectivas. Con combinaciones inciertas, incluso como un final abierto. Pero lo primero que deberíamos plantear es que son universos distintos, con especificidades diferentes. Los contenidos que por ellos circulan no pueden ser narrados de un modo homogéneo despreocupándonos de las plataformas por donde transitan los relatos.

Una forma posible de tratar el tema sería intentar asociar una época (una pregunta recurrente en el imprescindible Horacio González: «¿Es posible conocer las claves de una época?») y articularla con los modelos de comunicación predominantes. Alcanzaría con decir que para el anarquismo, la izquierda y en parte el radicalismo, el medio comunicacional inicial predominante fue el papel. Una prensa centrada fuertemente en el emisor: La protesta, Verdad Obrera, Nuestra Palabra, etc. Mientras que para el peronismo, con la incipiente incorporación de los registros audiovisuales, fue mayoritariamente la televisión. Así es que podemos concluir que tanto para el macrismo como para las incipientes nuevas derechas libertarias fueron las redes sociales el medio principal de comunicación.

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