El periodismo como mercantilización de la mentira
En esta nota, publicada por Publico, su autor se pregunta si se puede hacer información de manera decente y honesta y respetar al lector y al espectador como es obligación hacerlo. Claro que sí, pero cuesta. Cuesta mucho. Los programas basura siguen batiendo récords de audiencia y Pronto continúa superando el medio millón de ejemplares de tirada.
La revista Pronto apenas dijo nunca una verdad en portada y durante años vendió un millón de ejemplares. Según datos oficiales, aún mantiene una tirada de 650.000. En Primera Plana, película de Billy Wilder sobre la prensa que protagonizaron en 1974 Jack Lemon y Walter Matthau, hay una secuencia rodada en una sala de prensa en la que la cámara repasa uno a uno a todos los periodistas presentes transmitiendo un hecho que acaba de suceder a sus respectivas redacciones. Cada uno lo hace a su manera pero coinciden en una cosa: ninguno cuenta la verdad de lo sucedido.
En Ausencia de malicia, de Sydney Pollack con Paul Newman y Sally Field como protagonistas principales, el abogado del periódico donde trabaja la protagonista, con problemas porque acaba de publicar sin saberlo una noticia falsa filtrada por la fiscalía, dice textualmente: «En lo que respecta a la ley, la exactitud de lo que se cuenta en un artículo no tiene importancia. No sabemos que la historia sea falsa, por lo que hay ausencia de malicia. Hemos sido razonables y, por tanto, no ha habido negligencia. Podemos decir lo que queramos del señor Gallagher y él no puede perjudicarnos. La democracia es así».
¿Les suena esta música? Nada nuevo bajo el sol, verdad?
Ausencia de malicia es de 1981, cuando hacía ya seis años que en Estados Unidos habían echado a Richard Nixon de la presidencia por corrupto «gracias a las investigaciones de la prensa», pesquisas que los más escépticos continúan poniendo en solfa. También en 1981 ganó el premio Pulitzer una mujer llamada Janet Cooke gracias a un reportaje que al final resultó ser inventado en el que contaba la historia de un niño de ocho años adicto a la heroína. Tuvo que devolver el premio, pero la credibilidad del oficio sufrió un duro golpe. Otro más. Aunque en el fondo, lo que hizo esta señora lo que denota es que la atmósfera en la que se desenvolvía lo hacía posible.
En aquellos años se fraguaba en España la transición política, una época en la que la connivencia entre periodistas y parlamentarios estaba a la orden del día. Aquel compadreo no nos trajo nada bueno y de hecho sus modos tramposos crearon «monstruos», como Pedrojota, Jesús Cacho, Alfonso Rojo, etc., que a día de hoy continúan incordiando todo lo que pueden junto a esos muchos discípulos aventajados que, tras ser criados a sus pechos, han enturbiado más que nunca la atmósfera política y periodística que se respira en nuestro país.
Durante la transición en España es cierto que se hizo mejor periodismo que en la dictadura, faltaría más. Nacieron medios modernos y progresistas, pero fueron muchos los casos en los que solo cambió la manera de mentir… o de ocultar. Antonio Asensio, en los momentos más gloriosos de Interviú, se guardaba en el cajón reportajes que demostraban las malas prácticas financieras de un determinado banco si este se avenía a concederle un sustancioso crédito…
Otras veces se recurría a la mentira como única solución para los «callejones sin salida». Cierto año en que ganó el Nobel de literatura un africano desconocido en España hasta entonces, Luis del Olmo se empeñó en abrir Protagonistas, su programa matinal de radio, con un poema del recién premiado. Tras horas de desesperación en su equipo porque nadie conseguía dar con un escrito del flamante galardonado, Luis Cantero encontró la solución: a espaldas del jefe se puso a la máquina de escribir, redactó un poema sobre la belleza, los atardeceres y el amor que Del Olmo leyó encantado al comienzo de la emisión. Se desconoce si aquel locutor estrella fue o no consciente del fraude, pero eso… era otro problema.
Los bien pensados atribuyen solo a un error de verificación una primera página de El País el 24 de enero de 2013 en la que se abría a cuatro columnas con la foto de un señor entubado cuyo pie decía textualmente «Hugo Chávez, durante el tratamiento médico recibido en Cuba». Luego resultó ser falso pero el director, Javier Moreno, continuó un año largo más en su puesto y el relevo no se debió a esa portada ni mucho menos. Por no hablar del periodismo canalla y miserable que se practicó en España tras los atentados en la estación madrileña de Atocha en marzo de 2004. El espectador no quiere estar informado —solía repetir sin pudor Roger Ailes, el siniestro personaje fundador de Fox News— lo único que quiere es «sentirse informado».
El periodismo como mercantilización de la mentira, como si existiera una especie de convenio tácito entre quien consume información y quien la proporciona, algo así como «no me importa que sea verdad lo que me cuentan, sino que me conmuevan haciéndolo de una manera que me resulte creíble».
Yo no creo que esto sea así en absoluto, y hay medios como este en el que tengo el honor de colaborar que lo demuestran, pero he de reconocer que son muchos los presuntos colegas que parecen empeñados a diario en dejar en evidencia a nuestro oficio, o nuestra profesión, como les gusta decir a los más rimbombantes. Oficio o profesión, el caso es que las asociaciones, la prensa en contadas ocasiones salen a la palestra y cumplen la función para la que en principio se supone que existen: denunciar tanta falta de vergüenza y tanta impunidad.
¿Se puede hacer información de manera decente y honesta, se puede respetar al lector, al espectador como es obligado hacerlo? Claro que sí, pero cuesta. Cuesta mucho. Los programas basura siguen batiendo récords de audiencia y Pronto continúa superando el medio millón de ejemplares de tirada.