Diez tesis sobre la inteligencia artificial

«Estas tesis sobre inteligencia artificial (IA)son pan para hoy y hambre para mañana. Cuando usted las esté leyendo, quizás ya sean viejas o tengan un par de arrugas», dice su autor, que las presentó en Santiago de Compostela el 31 de marzo pasado en un encuentro de Bibliotecas Escolares de Galicia.

Drew Dizzi Graham | Unsplash

Dudé mucho en escribir este post. La cosa va tan rápido que estas diez tesis se abren con una certeza que encierra una gran duda: todo lo que escribimos sobre la inteligencia artificial ya fue.

Tesis Nº 1 – Todo lo que escribimos o decimos sobre la IA ya es viejo

En agosto de 1991 Tim Berners-Lee subió la primera página web a su servidor. Cuatro años más tarde, siempre en agosto, Microsoft anunciaba el lanzamiento de Windows 95, la enésima versión de su sistema operativo («esta vez parece que funciona») con bombos, platillos y los acordes de Start Me Up de los Rolling. La segunda versión de Windows 95 (claro, ya estamos en 1996) incluía a MS Internet Explorer, el browser destinado a eliminar Netscape. Fueron años frenéticos, donde cada semana aparecía una nueva versión de Photoshop y los chips centuplicaban su capacidad de cálculo cada 15 minutos. O eso nos decían. El viento nos tocaba en la cara y la revolución digital marcaba un cambio de rumbo… Esto que estoy contando pasó en cuatro, cinco años. Bien, el ChatGPT se liberó hace seis meses, a finales de noviembre de 2022, y en pocos días cientos de millones de terrícolas se pusieron a experimentar de manera masiva con este nuevo juguete digital. En estos meses hemos hablado hasta por los codos de la IA. Todo lo que escribimos hoy sobre la IA podrá ser utilizado en nuestra contra dentro de unos meses. O semanas. O quizás menos. Por eso no quería escribir este post. Pero bueno, aquí estamos, despeinados, intentando darle un sentido a la cosa.

Tesis Nº 2 – La IA fuerte es (quizás) una utopía, pero la IA débil es una realidad.

Tenemos IA para todos los gustos, desde cerebros electrónicos tipo Skynet o Matrix que quieren eliminar a los humanos (o convertirlos en pilas Duracell) hasta serviciales robots que nos preparan un capuccino con la cara de Messi en la espumita. También están los que sueñan con una Skynet buena y dócil, muy espabilada pero inofensiva: son lo que siguen al profeta Ray Kurzweil y su tecnoiglesia de la Singularidad. Incluso han fundado una universidad para prepararnos a ese futuro.

En breve: tenemos IA «fuertes», esas IA generalistas y enciclopédicas que pretenden saberlo todo, e IA «débiles», que solo saben hacer una cosa: identificar tumores en las radiografías, detectar caras peligrosas en los aeropuertos o hacer capuccinos con la cara de Messi. También hay IA «malévolas» y «benévolas». Las primeras quieren dominar el mundo (Skynet, Matrix) o simplemente funcionan para el carajo (por ejemplo, como cuando un Tesla sin conductor prefiere atropellar a un gato para salvar a un argentino). La mayoría de las IA débiles fueron creadas con las mejores intenciones, pero… Los expertos nos avisan que las IA fuertes, por ahora, son producto de la ciencia ficción. El problema lo tenemos con las IA débiles, las cuáles son diseñadas y entrenadas con buena onda pero pueden pasar de un lado a otro del cuadrante en cualquier momento. Están avisados.

Postdata: ¿ven que la semiótica sirve para darle un sentido al caos que nos rodea?

Tesis Nº 3 – La IA es una tecnología disruptiva que transforma los cimientos de la cultura y el trabajo humanos.

Las IA domina cada vez más los lenguajes humanos y, como si no fuera suficiente, ya inventan sus propios lenguajes. ¿Pasaremos de ser creadores a ser (simples) correctores, forenses y editores? Jorge Carrión está convencido que sí: «progresivamente nos estamos convirtiendo en los editores de los algoritmos culturales y creativos».

Estos desplazamientos en los roles que los humanos desempeñamos frente a la tecnología no son nuevos, pero se profundizarán y acelerarán en los próximos meses, años, décadas. A esta mutación de la relación sujeto (humano) / objeto (tecnológico) se suma otra: el desplazamiento de la visión que teníamos de nuestra posición en el mundo. Ahora somos conscientes de que no somos el centro del universo. Por más que hayamos creado la IA y tengamos coches sin chófer, somos una especie cada vez más sometida a la complejidad y avatares de un ecosistema que, gracias a nuestros inventos, se ha vuelto también más hostil.

Tesis Nº 4 – La IA tiene una dimensión material que los datos y algoritmos nunca deberían ocultar.

Datos, algoritmos, píxeles, bits… parecería que nuestra vida se ha vuelto inmaterial. Para nada. Detrás de cada clic, detrás de cada respuesta alucinada del ChatGPT o detrás de cada búsqueda en Google hay procesos que impactan de manera brutal en el ecosistema terrestre. Entrenar un simple sistema de IA genera una emisión de dióxido de carbono similar a la de cinco automóviles a lo largo de todo su ciclo de vida. Eso por no hablar del hardware: cada microchip, cada componente de nuestros amados aparatitos digitales está formado por decenas de minerales, los cuales provienen de todos los rincones del planeta y llegan a las líneas de producción orientales dejando detrás un largo reguero de golpes de Estado, guerras, esclavitud y conflictos derivados de su explotación.

Esta materialidad conflictiva tiende a ocultarse. Creo que el principal hallazgo del capitalismo de plataformas ha sido el concepto de «nube» (cloud). Todos imaginamos a millones de vídeos de gatitos y canciones de Spotify correteando libremente por los cumulonimbus hasta que los hacemos bajar a golpes de clics a nuestras pantallas… Mentira. Las fotos de Instagram, los comentarios de Tripadvisor y los pedidos de hamburguesas que hacemos en Glovo viven en granjas de servidores (server farms) que consumen muchísima energía para poder funcionar y refrigerarse. La IA no es la excepción.

Si les interesa este tema, no dejen de leer The Atlas of AI: Power, Politics, and the Planetary Costs of Artificial Intelligence de Kate Crawford (hay versión en castellano en el Fondo de Cultura Económica y Gedisa).

Tesis Nº 5 – Resulta obligatorio conocer la historia oficial de la IA para poder comenzar a indagar y reconstruir sus otras historias.

El cuentito suena bien: «Había una vez una princesa, Ada Lovelace, que fue encerrada y condenada a codificar por el malvado Lord Babbage hasta que un príncipe apuesto, Alan Turing, decidió liberarla, pero resulta que fue cancelado y nuestra heroína tardo varios años más en ser reconocida como la primera programadora de la historia de la informática».

Más allá de las historias oficiales, tenemos que saber quién, cómo, cuándo y, sobre todo, por qué y para qué se están creando las IA. Tampoco podemos quedarnos en la denuncia a las grandes corporaciones, tal como hacía Armand Mattelart con las cadenas de TV imperialistas de hace medio siglo. Si no desmitificamos y conocemos mejor, nunca podremos legislar ni intervenir en los procesos en curso.

Conocer quiénes entrenan a las IA, a través de cuáles procesos y con qué materia primera textual es prioritario. En el fondo, no deja de ser un problema educativo: hay que elaborar buenos «planes de estudio» para las IA y supervisar sus procesos de aprendizaje. Y antes de liberarlas en el mercado, deberían ser evaluadas a través de estrictos protocolos, como ya sucede con las medicinas o las vacunas. Solo así podremos tejer otra historia de la IA, una historia más abierta, democrática y transparente.

Tesis Nº 6 – La IA es parte de la guerra de las plataformas.

Seré breve porque el año pasado publiqué un libro sobre este tema (La guerra de las plataformas, Anagrama). Los conflictos tecnológicos o mediáticos no son recientes (mi libro comienza con la competencia entre el papiro y el pergamino hace más de dos mil años), pero ahora estamos asistiendo en primera fila a una verdadera lucha de titanes. Se combate por los datos, por nuestro tiempo y, si quieren, por nuestra vida. OpenAI se apuró a lanzar el ChatGPT a finales del 2022 para hacer realidad uno de los leitmotivs de Silicon Valley («el primero que llega se queda con la mayor parte del mercado»). No es la primera ni la última vez que pasa… pero una cosa es lanzar una aplicación de correo electrónico que tiene una baja usabilidad y otra muy diferente poner en manos de millones de neandertales una batería de misiles textuales. La jugada de OpenAI, impulsada por los millones de dólares de Microsoft, obligó a Google y otros actores a acelerar el lanzamiento de sus propios productos. Ya lo dije antes: estos procesos deberían estar sometidos a un control estricto, como si se tratara de medicamentos o vacunas.

Al igual que las viejas guerras mediáticas, esta también es una batalla geopolítica solo que ahora se combate a escala global. Sabemos mucho sobre OpenAI pero poco sobre lo que está pasando en China u otros países que también se juegan su hegemonía (o seguridad nacional) a través del desarrollo hipertecnológico. Si en los años 1980 tuvimos una guerra de sistemas operativos (Macintosh versus Windows), en los 1990 una batalla de browsers (Netscape versus Internet Explorer) y en los últimos veinte años una contienda internacional de redes sociales y plataformas, ahora parecería que la IA es el nuevo campo de batalla. Be ready, my friends!

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