Políticas públicas de comunicación para terminar con la epidemia de noticias falsas
La noticia falsa es un recurso de la narrativa basada en la posverdad, cuyo objetivo es legitimar y preservar los intereses del establishment neoliberal. La solución no es “correr” detrás de éstas para demostrar sus engaños. Es insuficiente y termina colaborando con la instalación de la agenda de la derecha. Como ya dijimos, el desafío es construir de manera sostenible la representación social y política desde de una efectiva pluralidad de voces. Y eso depende de una fuerte articulación entre el Estado y los actores sociales de la comunicación organizados.

El uso de las noticias falsas como instrumento de manipulación o desinformación no es nuevo. La historia de la humanidad está plagada de noticias falsas. A mediados de 2018 el papa Francisco dijo que la primera noticia falsa de la historia fue la que le contó la serpiente a Eva con un objetivo claro. La operación contra Hillary Clinton en 2016, cuando era candidata presidencial por los demócratas, para vincularla con ritos satánicos, pederastia o racismo no difieren tanto de las acusaciones que debían soportar los cristianos descritas por Tertuliano en el siglo III en su Apología contra los gentiles.[i] Y nuevamente el Papa, este viernes 27 de agosto, pidió a un grupo de legisladores católicos de todo el mundo más regulación contra «las falsedades difundidas a través de las redes sociales», al tiempo que destacó las «herramientas de la política» para «proteger la dignidad humana cuando se ve amenazada».
Entre las grandes noticias falsas de nuestro tiempo para engañar o manipular al público y lograr determinados objetivos podemos recordar la instalación en la opinión pública estadounidense que Saddam Hussein disponía de armas de destrucción masiva y justificar la invasión a Irán. También el Brexit, es otro caso donde puede apreciarse la distorsión que generan las noticias falsas. En su libro Post-truth, Lee McIntyre cuenta que en las calles londinenses los autobuses «paseaban» propaganda a favor del quiebre con la Unión Europea con afirmaciones del tipo «La Unión Europea utiliza los impuestos de los británicos para financiar las corridas de toros en España». Con estas acciones los partidarios del Brexit fueron convenciendo a la población de que la mejor opción era salir de la UE y así se reflejó en las urnas. Obviamente, un procesos tan complejo como estos no se explican sólo desde la arista de la posverdad, pero su contribución fue crucial. Tanto en el Brexit como en las elecciones en EE. UU. en 2016 tras bambalinas se movía Cambridge-Analytica, una consultora experta en desinformación, cuyos servicios también fueron contratados por el PRO en 2014-2015. Cambridge-Analytica trabajó aportando a una «campaña antikirchnerista».[ii]
La Argentina no ha quedado al margen de esta tendencia global. La difusión de falsedades para distorsionar la visión de la realidad del receptor y modificar su conducta es moneda corriente en los medios hegemónicos. Un ejemplo, la operación de lawfare montada alrededor del suicidio de Nisman a partir de un relato basado en noticias falsas.
Desde luego, y como pudieron constatar tanto Adán y Eva como Hillary Clinton o más tarde los ingleses, las noticias falsas tienen consecuencias en el mundo real. En tanto instrumento de intervención social las noticias falsas tienen un gran potencial para provocar daño y erosionar los sistemas democráticos.
¡Y con ustedes, las fact-checkers!
Con la finalidad de combatir la desinformación o contrarrestar la circulación de las noticias falsas (y la infodemia) surgió un nuevo tipo de organización, las fact-checkers, que se autoproclama como instancia mediadora entre los acontecimientos, los discursos políticos, la prensa y la sociedad. Se trata, por lo general, de plataformas digitales que verifican si determinada información es verdadera o falsa. Aparecieron de manera simultáneas en muchos países, bajo el rótulo de organizaciones no gubernamentales, no partidarias o asociaciones periodísticas «neutrales» sin fines de lucro dedicadas a la verificación del discurso público, la lucha contra la desinformación y la apertura de datos. En otras palabras, contrastar las noticias con la evidencia disponible. Sin embargo, basta con seguir el camino del dinero —es decir, quién las financia— para sospechar que la mayoría no son tan neutrales y más bien actúan como una herramienta más del poder global que ya controla a los grandes medios.
En la Argentina, contamos con los siguientes servicios de verificación: Confiar,[iii] una plataforma creada por la agencia oficial de noticias Télam, que recopila una serie de herramientas para poder verificar datos y combatir la desinformación frente al covid-19; Reverso,[iv] cuya finalidad es luchar contra la desinformación durante las campañas electorales; y, por supuesto, la pionera Chequeado.
Hasta ahora, y por distintos motivos, la experiencia indica que el problema de las noticias falsas está lejos de resolverse con servicios de verificación de hechos. El servicio de fact checker del Washington Post tiene registrados, y a disposición de público, 30753 afirmaciones falsas o engañosas de Donald Trump en cuatro años de presidencia; es decir, un promedio impresionante de más de veinte mentiras diarias. Sin embargo, Trump recibió más de 72.000.000 de votos en las elecciones presidenciales de noviembre de 2021, diez millones de votos más que en las elecciones de 2016. Parecería que la práctica ordinaria de la mentira, a un nivel tan escandaloso, no recibe ninguna penalización en el terreno electoral, qué el criterio del contraste con los datos es irrelevante. Por estos lares las cosas no parecen andar mejor y las fake news campean principalmente en los medios concentrados que «aliados» a agencias de verificación como Reverso.
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¿Por qué la evidencia no desviste la mentira?
La noticia falsa —un mecanismo típico de desinformación— para nada es un fenómeno nuevo, lo que cambió es su escala y la capacidad que tiene de masificarse y diseminarse en las plataformas digitales más importantes, que son las mismas en la mayoría de los países del mundo. La novedad es que la capacidad de propagación gracias a Internet y la concentración de medios confiere a este fenómeno tan antiguo como la comunicación un nuevo matiz. Tampoco se trata, como pretenden los servicios de verificación, de algo que puede ser corregido para pelear contra públicos mal informados. ¿Por qué entonces el criterio del contraste con los datos es irrelevante? ¿Qué está pasando? ¿Por qué la evidencia no desviste la mentira?
Para responder estos interrogantes es preciso tener en cuenta distintos fenómenos que se entrelazan y que, en el fondo, están relacionados con la necesidad de construir una narrativa que permita conservar, ampliar y legitimar el poder establecido. Ahí entra el tema de la posverdad, a la que le importa el relato, no los hechos.
La dinámica interna de la construcción discursiva del neoliberalismo mediante el enfoque de la posverdad hizo entrar en crisis el proyecto de la Modernidad. Como se recordará, la modernidad postuló el modelo científico como criterio del conocimiento legítimo. El problema —como apunta Silvio Waisbord— es que en los tiempos presentes los públicos ya no comparten epistemologías. Esto lleva a que la «la verdad» se presenta solo como una de las opciones posibles. O sea, no vemos la misma realidad, el criterio de validación que funciona es el que afirma a mi grupo de pertenencia o mi ideología. Con arreglo a este enfoque, George Lakoff, plantea que el presupuesto del siglo de la Ilustración basado en que la gente es racional y alcanza con mostrarle los hechos para que cambie su parecer y llegue a la verdad es un hecho que no se comprueba de manera empírica. El sociólogo Manuel Castells, a su manera, dice algo emparentado con Lakoff: «consumimos medios no para informarnos sino para confirmarnos».[v] El enfoque que ciudadanos bien informados pueden proteger y promover sus propios intereses y el interés público de una manera más efectiva también fue puesto en duda por Murray Edelman (El espectáculo de la política), que argumenta en contra de esta interpretación convencional que da por sentado que vivimos en un mundo de hechos y que las personas reaccionan racionalmente ante los hechos que conocen.
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Agreguemos ahora que el ecosistema comunicacional que mediatiza la esfera pública dejó de ser industrial para convertirse en un ecosistema comunicacional informacional cuya dinámica está determinada por la interacción entre medios y redes, dinámica que amplía la capacidad de modular los distintos registros narrativos de la posverdad. En ese ecosistema, los medios de comunicación masivo son un espacio estratégico para el uso de las noticias falsas.
La amalgama de neoliberalismo y las tecnologías de la comunicación y la información apuró y potenció otra transformación: que los medios masivos dejaran de ser de información para convertirse en medios de difusión de sus propios mensajes y contenidos y así satisfacer de manera ilusoria la necesidad de información de la gente. Es decir, detrás del fenómeno de las noticias falsas se agrupan una serie de factores culturales, tecnológicos, políticos que hacen «sostenible» la narrativa de la posverdad, de la cual las fake news son un instrumento clave.
Vale recordar que los medios concentrados son o forman parte de grandes conglomerados empresarios regidos por el imperativo del lucro en detrimento del servicio público. Y que son actores políticos que, además de legitimar el discurso neoliberal presentado como sentido común, coordinan el funcionamiento de los llamados factores de poder para influir en la toma de decisiones políticas. En su rol de actores políticos, los medios hegemónicos pugnan por establecer la agenda de discusión y preocupación de la sociedad y condicionar la esfera pública para consolidar los intereses del establishment, someter, presionar y debilitar al gobierno y, de ser necesario, promover escenarios de ingobernabilidad. Posverdad, noticias falsas y lawfare forman el tridente del poder para que la «verdad» sea funcional a sus intereses y legitime sus acciones.
Algo más. Para alcanzar esos objetivos resulta insuficiente decirle a la gente «sobre qué pensar» y fijar la agenda (McCombs y Shaw). Es preciso suministrar «marcos interpretativos» que, al compás de los algoritmos, incidan en el proceso de recepción y apropiación de los mensajes (cómo pensar), recurriendo sin tapujo alguno a sustituir la realidad por la ficción. La tarea del dispositivo infocomunicacional es anular la capacidad de reflexión y crítica acerca de las causas de los problemas que nos aquejan y las soluciones que necesitamos.
Uno de los recursos, digamos «estratégicos» para alcanzar ese objetivo son las noticias falsas, la instrumentalización, la descontextualizan, procesos de semantización, etcétera. Eso explica la «dieta» informativa a la que están sometidos los argentinos que, según convenga, divide, fragmenta, confunde, induce miedo o detona odio.
Veamos ahora cómo funciona este ecosistema infocomunicacional con un ejemplo simple y reciente.
Juntos por el Cambio busca instalar en la campaña electoral que durante el gobierno anterior el volumen emitido de deuda fue inferior al del segundo período de Cristina Fernández y que al actual mandato de Alberto Fernández y que la idea de que el descalabro económico del macrismo se resume a una reacción de espanto ante la posibilidad de retorno al poder del kirchnerismo. Sobre la base de esta línea argumental, María Eugenia Vidal dijo que Alberto Fernández se endeudó en este año y medio que lleva en el gobierno por más de treinta mil millones de dólares, superando el endeudamiento generado por Macri. Comodice Roberto Caballero (ver su podcast al final de la nota) es un verdadero dislate, porque Macri dejó a la Argentina en default, lo que quiere decir que no podemos tomar créditos en dólares, nadie le presta a la Argentina y dejaron de prestarle durante el gobierno de Macri, primero los bonistas y luego y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
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Un dólar no es un peso
La complicidad mediática —gracias al flujo continuo de información en radios, canales de televisión, cable, plataformas en Internet y redes sociales de los monopolios— hace luego la «magia» que permite instalar las declaraciones de Vidal como si fueran verdaderos desde un enfoque que busca enturbiar las fronteras en la realidad y la ficción. Una mentira que tiene como aliados al dispositivo infocomunicacional pasa entonces a parecer verosimil. O sea, le otorgan status de validez.
¿Y qué dijo Chequeado? Que la declaración de Vidal es verdadera, escamoteando además que una cosa es endeudarse en dólares y otra muy distinta en pesos. Cuando uno visita la página de Chequeado y mira de dónde proviene su financiamiento entiende que, en realidad, no son tan neutrales y apartidarios como afirman y que estos mecanismos de verificación (no incluyo aquí a Confiar) nos muestran que las élites a escala global no parecen dispuestas a aceptar más disidencia que la controlada por ellas por medio de diseños institucionales como estas agencias de verificación. En realidad, se trata de instrumentos perversos y sofisticados para controlar la disidencia sin que esta amenace el carácter ilusorio de la narrativa de la posverdad. Obviamente, así la evidencia nunca va a desvestir la mentira.[vi] En realidad, los grupos de chequeo y verificación de datos —en su mayor parte creados por el sistema mediático que asola a la democracia— son instrumentos para validar sus propias fake news y centrar sus «verificaciones» en el universo de las redes sociales, como si éstas no tuvieran nada que ver con el funcionamiento del ecosistema mediático.
Más pluralismo y más diversidad
La alternativa para afrontar la cuestión de las noticias falsas es política, y pasa por favorecer instancias de pluralismo y diversidad. Ahí las cosas pueden llegar a cambiar. Y no se trata solamente de poner plata. Se trata del desarrollo de medios públicos y sin fines de lucro, de la producción local e independiente en radiodifusión, en gráfica y en soportes digitales. Eso impacta en variados aspectos, entre ellos en el acceso a contenidos informativos y culturales. más pluralismo y más diversidad, inclusive al interior de los medios.
La posibilidad de acceder a información responsable es impulsar políticas públicas que hagan sostenible el pluralismo y la diversidad. Muchas de estas medidas a adoptar las hemos planteado aquí en varias notas y otras aparecen en la propuesta de la Iniciativa Pluralismo y Diversidad.
Y para garantizar la pluralidad de voces, hay que construir un sistema público de medios financiado por el Estado. Como plantea Victor Pickard, hace tiempo que el periodismo dejó de ser, al mismo tiempo, una vocación de servicio y una concepción empresaria. Ese pacto está roto desde hace años y cualquier camino hacia su reinvención debe reconocer que el mercado es su enemigo, no su salvador.
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[i] «Que en la nocturna congregación sacrificamos y nos comemos un niño; que en la sangre del niño degollado mojamos el pan y empapado en la sangre comemos un pedazo cada uno; que unos perros que están atados a los candeleros los derriban forcejeando para alcanzar el pan que les arrojamos bañado en sangre del niño; que en las tinieblas que ocasiona el forcejeo de los perros, alcahuetes de la torpeza, nos mezclamos impíamente con las hermanas o las madres…»
[ii] The Great Hack (El gran jaqueo), documental que se puede ver en Netflix bajo el título Nada es privado, muestra cómo la empresa Cambridge Analytica condicionó elecciones en diversos lugares del mundo (incluyendo la Argentina), utilizando en forma ilegal datos personales de millones de usuarios de Internet. En un pasaje del documental hay un segmento textual del intercambio entre Damian Collins —integrante de la Comisión de Asuntos Digitales del parlamento británico— y Alexander Nix, fundador y director ejecutivo de CA que incluye el siguiente intercambio:
—DC: ¿Trabajó en Argentina?
—AN: Sí, trabajamos en Argentina.
—DC: Estoy viendo una nota que alguien compartió conmigo de una reunión del grupo SCL (la empresa madre de CA) del 27 de mayo, donde hay una nota que dice: «Campaña antikirchnerista presentada al tomador de decisiones, esperando devolución».
—AN: Correcto.
—DC: Pero para ser claro. Las reuniones giraban alrededor de esa premisa, que era una campaña antikirchnerista, entonces estaban trabajando para un partido de la oposición u otra persona interesada en influenciar la política en Argentina, que no estaba apoyando al Gobierno.
—AN: Esa sería la apariencia.
[iii] Confiar es una de las iniciativas más completas y novedosas (aunque con escasa difusión) del sector público. Propone despejar dudas en torno a las fuentes de desinformación acerca del coronavirus y, para ello, verifica información al mismo tiempo que provee a los ciudadanos de herramientas y criterios para diferenciar la calidad y veracidad de las noticias.
[iv] En la lista de «aliados» de Reverso figuran, entre otros medios, Clarín y La Nación y sus canales y radios satélites, aplicados generadores de noticias falsas.
[v] Para ilustrar lo dicho vale recordar cómo influyó en el plano de la opinión pública el hecho que en octubre de 2004 la administración Bush admitiera que no existía prueba alguna de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak. Una encuesta realizada seis meses antes arrojaba que un 51% de los estadounidenses creía que Saddam Hussein tenía armas de destrucción masiva. Sin embargo, casi dos años después, el número de estadounidenses que seguía creyendo lo mismo prácticamente no se había modificado y llegaba al 50%. De nada había servido que la propia administración republicana hubiera reconocido el error: los marcos interpretativos de buena parte de la ciudadanía estadounidense no permitieron que los hechos afectaran su cosmovisión.
[vi] La última semana María Eugenia Vidal interpeló retóricamente a los potenciales votantes advirtiéndoles que «te quieren burro, pobre y sometido». Dicha aseveración concuerda, de manera inducible con los datos divulgados por el Observatorio Unipe, en el que se consigna el deterioro del presupuesto educativo sufrido durante el cuatrienio cambiemita: los recursos orientados a la educación fueron recortados en un 35 %, respecto del último año del gobierno de Cristina Fernandez de Kirchner en 2015. Quien hoy postula como eje central de campaña la educación es la misma persona que afirmó convencida que «todo el mundo sabe que no hay pobres que llegan a la universidad», cuando seis de cada diez egresadxs de las universidades del conurbano —la mayoría de las cuales fueron creadas durante el periodo 2003-2015— son primera generación familiar de graduados.
Ilustración: Shutterstock / SFIO CRACHO
Tiempos de posverdad, tiempos de engaño

De la posverdad se habla tanto que, en el año 2016, «posverdad» fue nombrada palabra del año por los diccionarios Oxford.
El concepto se pone de moda con el triunfo de Trump en las elecciones presidenciales, y el triunfo del Brexit en el referéndum en Gran Bretaña sobre la permanencia o no en la Unión Europea. Una vez demostrada su eficacia en ambos casos, el término ha tomado carta de naturaleza, y se usa, con el mayor de los descaros, en las campañas electorales, y en la prensa al servicio de una causa.
¿Pero a qué fenómeno se refiere esa palabra?
En un principio, cabría decir que en tiempos de posverdad se ha dejado atrás la verdad, como en la posmodernidad se pretendía superar la modernidad.
¿En qué consiste eso de dejar atrás la verdad? En producir un tipo de narrativa en la que importa el relato, no los hechos. En otras palabras, se crea sentido desde una realidad alternativa. El mundo de la posverdad es una mundo que enfrenta el mundo de los hechos reales.
Son varios los fenómenos que circundan o acompañan a la posverdad. Mentira, ignorancia, charlatanería, desinformación, noticias falsas, redes sociales, propaganda, negacionismo. Son fenómenos heterogéneos que suscitan la idea de engaño masivo.
Pero lo que mejor caracteriza a la posverdad es la falta de apego por la verdad o el desprecio hacia ésta. Tal característica no hay que identificarla con la mentira. La mentira y el desprecio a la verdad son diferentes formas de engaño. El mentiroso sabe cuál es la verdad, juega la partida de la verdad, pero la oculta intencionadamente. Sin embargo, la posverdad va más allá (o más acá). Ignora el juego de la verdad, se desentiende: la verdad es ignorada, obviada.
Sin duda, hemos subido un escalón en la vía del engaño. Se menosprecia la verdad misma y toda una serie de conceptos (denominados «conceptos epistémicos») que son satélites de aquella: la objetividad, la consistencia, la imparcialidad, la sinceridad, contrastar las creencias (hipótesis o teorías), el respeto a las evidencias, la precisión, el reconocimiento de la falibilidad y la búsqueda de la minimización de errores, la autocorrección.
La posverdad es un proceso complejo en el que coinciden distintas acciones, y su principal requerimiento es la intención de desinformar por parte del emisor del mensaje. Y no hay error en lo que afirma, sí hay voluntad de engañar.
Sin duda, la posverdad se parece a Humpthy Dumpty, cuando le responde al conocido personaje infantil de Alicia diciendo que las palabras significan lo que él quiere que digan.
Para achicar el campo de la posverdad se requiere por tanto políticas públicas orientadas a efectivizar el derecho humano a la comunicación.
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