Lo insensato como parte de una campaña electoral. ¿Qué firmaste, Beatriz!
Junto con personalidades con pasado como intelectuales y artistas, Beatriz Sarlo firmó una carta pública en la que piden a la oposición «deponer mezquindades» para ganarle las próximas elecciones al Gobierno. Dicen que la gestión de Alberto Fernández lleva adelante un plan autoritario que pone en «grave peligro» a la democracia. Con tono apocalíptico, la carta advierte que «si el kirchnerismo gana, vaciará hasta la última gota de democracia»,
Beatriz Sarlo no es lo mismo que los otros firmantes. Es más. Por formación, capacidades y cierta experiencia militante, le cabe mayor responsabilidad por el documento sedicioso que firma. Sí, sedicioso. Y como es inteligente, en poco tiempo verá su error. Será tarde.
Ese documento dice:
“Si gana el Frente de Todos vaciará hasta la última gota de democracia»
Extraña forma de entender la democracia cuando se sabe que, si alguien gana elecciones realizadas en libertad y garantías suficientes de participación, ¡es porque lo votaron!
Esta premisa encierra algo más grave y que se contornea en un pensamiento autoritario y casi subversivo para el orden legal, que es suponer que, si «no me votan a mí, la elección no sirve».
El documento sigue con frases como:
«La democracia argentina en la encrucijada: neogolpismo o progreso»
Otra vez aparece la autoevaluación de las calidades del voto. El que no vota lo que yo quiero está apoyando al «neogolpismo». Falso dilema, imposible de darle certeza en un proceso electoral, que claramente es lo contrario del golpismo. La gente, los pueblos, votan y eligen.
Y un tema que daría para el humor es que se asigne a Cambiemos alguna calidad de «progreso» ya que sus exponentes políticos, económicos y culturales han demostrado, largamente, ser lo contrario a lo que la idea de progreso representa.
La palabra alucinación es sinónimo de fantasía, y solo ahí puede hallarse alguna posibilidad que adultos con cierto raciocinio (como Sarlo… ¿Qué firmaste Sarlo!) puedan rubricar algo que expresa:
«No el peligro de un golpe militar como los que conocimos en el pasado, sino otro mucho más sutil que se enmascara bajo la retórica del altruismo y la solidaridad.»
O sea, una elección, si gana quien yo no quiero provoca algo peor que un golpe militar, pues es «mucho más sutil» y entonces entendemos que esa sutileza le permitirá hacer cosas más horridas que las derivadas de un golpe militar.
Y este párrafo muestra un gran desprecio por las capacidades de los pueblos para saber qué quieren, qué les conviene y que eligen. Estos pueblos pueden ser fácilmente engañados con una simple «retórica» (arte de hablar o escribir de forma elegante y con corrección con el fin de deleitar, conmover o persuadir) que les haga creer que son «altruistas y solidarios» quienes no lo serían. ¡Confieso que hace al menos ochenta años no leo algo tan elitista sobre el tema!
«Un trágico síntoma de la descomposición democrática que vivimos fueron las severas restricciones de las libertades fundamentales durante la cuarentena, picos de violencia estatal nunca vistos en democracia.»
Supongamos que hay que criticar las medidas tomadas desde la aparición de la pandemia. Es válido hacer esa crítica e incluso puede dudarse de la efectividad de las medidas y considerar que su duración o formas no eran las correctas. Pero ¿quién tenía la brújula y la sapiencia necesaria para enfrentar una epidemia desconocida en el mundo entero? Lo que hizo el Gobierno respondió a una posibilidad de plantarse ante los contagios con cierta lógica de preservación de la vida y de sostenimiento en el tiempo de un sistema de salud que, muy deteriorado por la anterior administración, se veía dificultado de encarar el desafío de atender a miles de personas al mismo tiempo.
Fue una decisión. ¿Puede discutirse? ¡Desde ya! Pero de ahí a hablar de «restricciones a las libertades» y, sobre todo, de «picos de violencia estatal» (¡!) hay un largo trecho que marca distancias entre la prudencia de una crítica y la excentricidad de una enajenada denuncia como la que hacen en el documento.
Y para finalizar este convite de violencia, golpismo lingüístico e irresponsabilidad política, los firmantes (Sarlo entre ellos… ¿Qué firmaste Sarlo!) dicen que:
«Antes, los autoritarios se levantaban en armas y gobernaban con los fusiles. Eso ya no existe. Ahora llegan al Gobierno con el voto popular.»
¿Y cómo quieren que se llegue, si no es por el voto popular? Esta proposición esconde cierta reivindicación del «voto calificado», dato desde ya preocupante en caso que quienes dicen esto, tengan el poder para impulsarlo. Hace 119 años que, con más y menos, ya que las mujeres no votaban, existe el voto popular en nuestro país. No vayamos para atrás en eso.
Pero mucho más grave es dar semejanza a que quienes se levantaban «en armas y gobernaban con los fusiles, con los que ahora ganan elecciones». Sabemos que quienes hacían eso, mataron, desaparecieron opositores, robaron bebés, torturaron, encarcelaron sin juicio, destruyeron la esencia del país, entregaron su economía. Esta equiparación, ofende. Pero no a los peronistas. Ofende la memoria y la historia de todos los argentinos. Banaliza y minimiza lo hecho por la dictadura (¿Qué firmaste Sarlo!) y esconde detrás de cierta grandilocuencia en frases desafortunadas, la insolvencia política e intelectual para una crítica sensata.
Texto completo de la carta pública
«La democracia argentina en la encrucijada: neogolpismo o progreso
»Un grave peligro se cierne sobre la democracia argentina. No el peligro de un golpe militar como los que conocimos en el pasado, sino otro mucho más sutil que se enmascara bajo la retórica del altruismo y la solidaridad. Antes, los autoritarios se levantaban en armas y gobernaban con los fusiles. Eso ya no existe. Ahora llegan al gobierno con el voto popular y usan el poder para corroer el sistema desde adentro hasta convertirse en autócratas. Nepotismo, colonización del Estado, acoso a los contra-poderes, desprotección de amplios sectores de las capas medias y bajas y fraude electoral. Esas son las tácticas del golpismo del siglo XXI
»Nicaragua y Venezuela son casos paradigmáticos. En Nicaragua, la policía de Daniel Ortega y su mujer, un sistema matrimonial que se aferra al poder mediante el fraude, arrestó en pocos días a cinco de los principales líderes de la oposición: los precandidatos presidenciales Félix Madariaga y Juan Chamorro, el diplomático Arturo Cruz y los periodistas Cristiana Chamorro y Miguel Mora. También encarceló a muchos de los que habían combatido a su lado en la guerra civil contra el dictador Anastasio Somoza, como Ana Margarita Vijil, Dora María Téllez y Hugo Torres. Todos ellos están presos por una única razón: denunciar los atropellos del régimen.
»En Venezuela, Hugo Chávez se adueñó del Congreso y el Poder Judicial, cerró medios de prensa, arrestó a opositores, expropió empresas y nombró a su sucesor como si los venezolanos vivieran en una monarquía hereditaria. Hace unos días, tres intelectuales, Rafael Rattia, Juan Manuel Muñoz y Milagros Mata Gil, fueron detenidos bajo el cargo de violar la “ley de odio”, luego de que escribieran artículos críticos contra el régimen en los pocos medios independientes que quedan. Estas nuevas víctimas se suman a los miles de muertos y desaparecidos de Nicolás Maduro, que tortura, asesina impunemente e implanta el terror mediante sus macabros servicios de inteligencia, como lo ha probado el Informe Bachelet.
»El sello distintivo del autoritarismo populista, que se repite en Rusia, Filipinas, Bielorusia y Hungría, es que destruye la democracia desde adentro, convirtiendo el gobierno por la mayoría en el gobierno petrificado y hegemónico de una mayoría. El cambio de régimen no se produce de un día para otro, sino mediante una estrategia progresiva, que prepara el terreno con violencia discursiva, narrativas épicas y ofrendas simbólicas, para luego pasar, en su etapa de metástasis, a proscripciones, encarcelamientos y expropiaciones. Los gobiernos populistas requieren enemigos para fortalecer su propia estructura maniquea, por lo cual aíslan a sus países del mundo y claman por una unidad que aniquila el pluralismo, la disidencia y la diversidad.
»Mientras nos mantienen en guardia contra peligros inexistentes —las dictaduras militares, los «poderes concentrados”, los “holdouts”, el campo, la “prensa hegemónica”— desarman uno a uno los resortes de la democracia republicana hasta convertirla en un mero membrete y una cáscara vacía. Lamentablemente, cuando los abusos se vuelven evidentes siempre es tarde: el nuevo orden ya está consolidado y las denuncias resultan infructuosas.
»Fue siguiendo esta lógica que en sus gobiernos previos el kirchnerismo intentó apropiarse de la prensa, colonizar la justicia y perpetuarse en el poder mediante la alternancia familiar. Ese plan fracasó por la resistencia de la sociedad civil, las sentencias de la Corte Suprema y la derrota electoral que sufrieron en 2015. Pero en este cuarto mandato el kirchnerismo volvió a la carga con dispositivos aún más extremos y de una inusual gravedad institucional: presión sobre jueces y fiscales, muchos de ellos desplazados de sus cargos, impunidad y liberación de políticos, empresarios y sindicalistas condenados por varias instancias o bajo procesos gravísimos por delitos contra el Estado, desmantelamiento sistemático de las causas por corrupción y la amenaza latente de reducir el Ministerio Público a una dependencia sujeta al Poder Ejecutivo. El plan avanza a la vista de todos.
»Un trágico síntoma de la descomposición democrática que vivimos fueron las severas restricciones de las libertades fundamentales durante la cuarentena, picos de violencia estatal nunca vistos en democracia y, muy especialmente, la clausura de la escolaridad que abandonó a los sectores más vulnerables de la sociedad. También el manejo opaco en la compra de vacunas, con sospechas de un intento de imposición de “socios locales” bajo los eufemismos de la “soberanía sanitaria” y la “transferencia de tecnología”, dejaron al descubierto la paradójica ficción de un gobierno que se presentaba como adalid de la vida: hoy somos uno de los países con más contagios y muertes por habitante del mundo. Y también somos uno de los países que más pobreza generó mediante el brutal y precipitado cierre de su economía. La cuarentena hizo un gran aporte al programa autoritario, dejando a miles de familias completamente subordinadas al clientelismo y la “ayuda” del Estado.
»Por eso creemos necesario advertir sobre el peligro que nos acecha mientras estemos a tiempo. Los renovados ataques al periodismo mediante causas judiciales armadas desde los sótanos del poder, el intento de desplazar al Procurador General de la Nación, la amenaza constante de avanzar sobre la Corte Suprema, reformar la Constitución e imponer un “nuevo pacto social”, la destrucción de la matriz productiva, el apoyo directo o indirecto a las dictaduras de Venezuela y Nicaragua y a la organización terrorista Hamas, y cierta retórica del Presidente sobre una presunta senilidad del capitalismo (cuando en rigor con algunos capitalistas negocia abiertamente y a otros los mantiene alejados de los beneficios de la relación presidencial), son obvios indicios de un camino que podría no tener regreso. El famoso apotegma “Vamos por todo” cobró una inquietante actualización.
»En vista de lo anterior, las próximas elecciones tienen una importancia trascendental. Si el kirchnerismo suma nuevas bancas vaciará hasta la última gota de esa democracia que trabajosamente construimos con el pacto del “Nunca Más” de 1983. No es hora de especulaciones. La oposición debe deponer las mezquindades y los personalismos estériles. Pero también debe trazar con firmeza un horizonte de país deseable: una democracia liberal e inclusiva, con propiedad privada, con respeto de las minorías y los derechos individuales, con educación y salud públicas de excelencia, con seguridad en el espacio público, con trabajo, con inversión, innovación y apertura al mundo. Un país que recupere la capacidad de entusiasmar, en el cual la juventud no elija irse. Urge dotar a la Argentina de una segunda piel republicana, para lo cual la elección debe imponer la cesantía del plan autoritario.»