«Estamos entendiendo la política en términos muy violentos»
Natalia Aruguete es investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Austral. Es autora de varios libros y artículos sobre la construcción de agendas políticas y mediáticas, en las relaciones que se tejen entre medios tradicionales y redes sociales. Como especialista en asuntos de gran relevancia para las democracias contemporáneas, es consultada por investigadores y medios de Argentina y el mundo, y su último libro se convirtió en poco tiempo en una referencia insoslayable para quienes pretenden comprender los problemas específicos de nuestras sociedades digitalizadas.
A principios de 2020 publicaste, junto con Ernesto Calvo, el libro Fake news, trolls y otros encantos: Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales. Justo en ese momento llegó la pandemia y se desataron crisis diversas que afectaron enormemente las vidas de todos. ¿Cómo modificó ese fenómeno el mundo de la comunicación, incluidas las redes sociales? ¿Identificás transformaciones significativas?
—Creo que la pandemia aceleró el uso ya intensivo de la virtualización de nuestra vida cotidiana. No solamente desde el consumo, sino también desde la propia producción y circulación de información. Además, creo que la pandemia visibilizó especialmente la preocupación por esta virtualización y la intensificación de los discursos de odio que circulan. Hay una mirada puesta en ese problema, pero eso no significa que la pandemia explique de manera excluyente esos mayores niveles de violencia y polarización. Los desacuerdos fuertes, las intolerancias y la incivilidad son fenómenos mundiales que estaban presentes con anterioridad, aunque no se dan en todos los países de la misma forma. Y me animaría a decir que Argentina no ha sido de los casos más extremos en este punto.
En síntesis, puedo decir que hay una aceleración de determinados procesos y también una mirada más preocupada sobre tales procesos.
— ¿Hubo distintos momentos de la pandemia, un primer momento de mayor colaboración, que después dio paso a una mayor polarización?
—Efectivamente, es posible identificar distintos momentos de la pandemia. En un primer momento hubo como una suerte de sinergia entre distintas voces, gubernamentales, sociales y mediáticas, que encuadraron la pandemia a partir de un enemigo público común: el coronavirus. Entonces, todos se mostraron colaborando para combatir a ese enemigo único y omnipresente. Al mismo tiempo, surgió desde el principio una competencia de encuadres alrededor de la pandemia, que fue consolidándose conforme avanzaron los meses. Esta disputa tiene que ver con encuadrar la pandemia en términos de crisis y riesgo sanitario o en términos de crisis y riesgo económico. Son dos aspectos que convivieron, dos de las múltiples dimensiones que tiene la pandemia. Pero tanto desde el discurso político como desde el discurso mediático y desde las diferentes posturas públicas, que son muy heterogéneas y fragmentadas, se presentaron dos encuadres predominantes en competencia, confrontados, que intentaron cristalizar en una explicación excluyente de la pandemia.
Esos dos grandes encuadres aglutinan y expresan dos grandes cosmovisiones, que por cierto exceden a la pandemia. Por un lado, la visión que enfatiza el cuidado colectivo y que requiere de cierta resignación de cuestiones individuales, y por el otro un encuadre que hace hincapié en lo individual, en la meritocracia, más apoyado en visiones libertarias, y que se enfoca en la economía. Y es interesante porque cuando uno habla con colegas de otros países se encuentra con que esos dos encuadres que estuvieron confrontados en Argentina (el cuidado colectivo frente a lo individual y libertario) se identifican con dos grandes cosmovisiones que atravesaron la pandemia a nivel mundial. Es interesante también ver que esos encuadres fueron avanzando en la profundización de la polarización que se dio en el último tiempo.
—¿Esa sería una de las novedades, que avanzó la polarización entre estas dos cosmovisiones? ¿Es decir, que aunque esa polarización ya existía tomó otro impulso?
—Sí, existe una tendencia hacia la polarización de las sociedades que es previa a la pandemia y que, además, depende de los momentos y de los temas que se ponen en discusión. Yo creo que, al comienzo de la pandemia, hubo una suerte de contención o puesta en suspenso de la polarización, por lo menos en la Argentina. Como si todos hubiéramos dicho “dispongámonos para afrontar esto con cordura, salgamos de este laberinto agrietado por arriba y resolvamos los problemas urgentes”. Pero eso se pudo sostener durante un tiempo acotado por varias razones. Entre ellas, es difícil imaginar que alguna gestión ejecutiva pueda sostener apoyos extendidos en un escenario de crisis prolongada y con tantas pérdidas de todo tipo como las que provocó la pandemia.
—¿Cómo creés que juega el actual ecosistema digital en las elecciones? ¿De manera muy distinta a como lo hizo en el 2019 y 2017? ¿Cambiaron las plataformas y las voces?
—Yo creo que las voces son las voces oficiales. Pero cuando digo las voces oficiales no me refiero solamente a los oficialistas. Me refiero a aquellas que tienen poder de incidir: las corporativas, las partidarias. Las voces oficiales en términos de las que tienen mayor institucionalidad y mayor capacidad de incidir en la agenda.
No es tan fácil de pensar esta campaña como campaña a secas porque se mezcla con otra campaña. Hay una campaña de vacunación que va en paralelo a la campaña legislativa y que no aparece como central en la agenda pública en el marco de la campaña electoral. A pesar de que se podría observar en términos objetivos que la campaña de vacunación tiene efectos positivos en términos sanitarios, en la vida de la gente, la agenda de la campaña electoral no parece dar lugar a que se apueste por enfatizar los cuidados sanitarios y el avance de la vacunación.
En este contexto me pregunto (y no es una pregunta retórica) si las múltiples aperturas que se están dando no tienen relación con esto. Antes había una política de mayor cuidado desde Nación y de provincias o regiones más oficialistas, y una mayor apertura en regiones más opositoras. Hoy eso ya no es tan distinto y presumo que debe tener que ver con cómo se está midiendo la temperatura de la campaña. La agenda de la campaña volvió a ser una agenda económica, como lo fue la última campaña presidencial en 2019. Y es lógico que así sea porque se da en el marco de una crisis económica importante, que también es muy difícil de soslayar.
—¿Aparecieron nuevos modos de hacerse oír en el marco de la campaña? Estamos pensando en ejemplos como Javier Milei negando el cambio climático frente a un youtuber e influencer, y en Alberto Fernández dándole una entrevista por primera vez a un medio enteramente digital para jóvenes.
—Yo no sé si son tan nuevos esos modos. Milei presenta una irreverencia que no es nueva, que es propia de las derechas en el mundo. Quizás llama la atención porque él es más joven que otros dirigentes de derecha que hemos tenido en elecciones anteriores, pero la irreverencia aparece en muchos dirigentes, incluso en algunos de los dirigentes importantes de la oposición. Y no son outsiders los que traen esa irreverencia, como a veces se dice. Son parte de la oposición más institucionalizada. Pero sucede que cuando uno no está en situación de responsabilidad ejecutiva puede descargarse, puede irse hacia los extremos precisamente porque no tiene esa responsabilidad directa.
Y en ese punto, lo que yo veo en la oposición tomada en su conjunto, sin meterme en partidos específicos, ya que lo veo como un estilo generalizado de las oposiciones en este momento, es una suerte de distribución o reparto de tareas. Hay quienes “salen a pegar” y quienes apelan a la cordura. Yo creo que eso está pergeñado de manera muy estratégica: algunos pegan y otros después buscan la sensatez.
Ahora, la necesidad de salir a embarrar la cancha con violencias de distinto tipo no es nueva. No es producto de la pandemia y ni siquiera se expresa en actores verdaderamente nuevos.
—Decías que a partir de la pandemia se acentuó la preocupación por la virtualización de nuestra vida cotidiana. ¿Creés que hay conciencia acerca de los efectos nocivos de la desinformación, las noticias falsas y las fake news en el sistema político y el espacio público? ¿Hay conciencia del efecto de actos individuales y aparentemente banales, como compartir información no chequeada, en el conjunto social? En este sentido, ¿te parece que la educación, lo que la Unesco llama “alfabetización mediática informacional”, puede generar un cambio?
—Yo creo que la preocupación publicada (no tanto la preocupación pública sino la publicada, que tiene mayor visibilidad) está excluyentemente asociada con la producción de noticias falsas y con las operaciones políticas de fake news. Esto puede verse en alguna medida en el término infodemia, que aglutina en parte estas operaciones, pero que supone encuadrar y presentar la problemática comunicacional actual desde una designación sanitaria, y ese encuadre sanitario de lo comunicacional deja muchos aspectos fuera. Creo que hace falta ver de manera holística la generación y circulación de violencias dentro y fuera de las redes sociales. Las dos dimensiones hacen a formas de expresarnos discursivamente en este momento y son importantes. Lo que cambia hoy en las redes es, por un lado, la velocidad de las interacciones y, por otro lado, el contexto de polarización afectiva existente (que garantiza la aceptación y la propagación de estos discursos) y, finalmente, una suerte de perfeccionamiento y profesionalización de las estrategias de violencia en el ecosistema comunicacional actual.
Pero me interesa remarcar que es insuficiente referirse sólo a las redes, porque el tipo de violencia que tiene expresión en redes sociales necesita como condición sine qua non de un contexto mediático que las excede. Para que prosperen estrategias de violencia y se diseminen las fake news es necesario que el tema alrededor del cual se genera una falsedad, una tergiversación o una descontextualización, esté ya instalado en la agenda mediática y en la agenda pública. Si no lo está se pierde. Entonces, los eventos de violencia y de fake news más intensos que hemos visto durante el año pasado, que fueron los que principalmente confrontaron a la oposición y al oficialismo, fueron eventos que tuvieron su correlato en los medios tradicionales, donde también se tergiversa y se falsea información. En este contexto y en esta división de tareas, las redes tienen una expresión mucho más violenta y de desparpajo, pero no están solas. Es más, en algunas ocasiones, redes y medios salen a la arena a mentir juntos (digo a mentir porque en muchos casos había uso de imágenes, videos y expresiones que estaban sacadas de otros contextos de manera deliberada). Un claro ejemplo es lo que pasó con Villa Azul: al mismo tiempo que los principales trolls de la derecha política en la Argentina violentaban utilizando imágenes de Chile, el canal Todo Noticias (TN) mostraba exactamente las mismas imágenes. Episodios como este, que fueron muy fuertes el año pasado, hubo varios. Por caso, el conflicto alrededor de las supuestas salidas indiscriminadas de presos apeló a profundizar la polarización. Una de las cosas que se buscaba era dar visibilidad a temas que polemizaban y que estaban muy relacionados con el gran tema de la inseguridad ciudadana; un tema que es propiedad de la oposición actual.