Debate cultural: ¿por qué un Estado pobre debería financiar las artes?

Si bien hubo aportes de representantes del sector cultural durante el debate en comisiones, la cultura fue perdiendo protagonismo en la discusión en el recinto de la ley ómnibus. Sin embargo, los expertos y la literatura sobre el tema sostienen que la cultura tiene mucho que aportar a la hora de pensar el desarrollo de un país en crisis.

Después de su momentum durante la discusión en comisiones, cuando representantes del sector cultural participaron para criticar la primera versión de la ley ómnibus, los debates en torno a los institutos y modalidades de fomento del arte o la gestión de la propiedad intelectual se fueron diluyendo en la discusión en el recinto. Probablemente porque el acento se colocó en lo “verdaderamente importante” para la mayoría de los diputados y, también, porque en el fondo son muchos los que creen que la cultura no merece jerarquía en el debate de un país en alerta roja económica y social. O, incluso, porque como dijo hace un tiempo el escritor Martín Kohan, subyacen «planteos tramposos», que suponen “una especie de extorsión de pensamiento mágico, como si deteniendo políticas culturales resolviéramos la pobreza”.

Sin embargo, expertos locales e internacionales vienen trabajando en el tandem cultura y desarrollo hace años y mientras recopilan experiencias nacionales e internacionales, tendencias mundiales de las industrias culturales y una mirada sobre la historia de la civilización, observan el capítulo cultural de la ley {omnibus con preocupación. ¿Un Estado pobre tiene que invertir en cultura? ¿Cómo? ¿Es la «economía naranja» —vinculada a las industrias creativas— la única vía de desarrollo posible?

«Es interesante ver casos de países con crisis económicas o sociales cuya apuesta fue la cultura: Medellín, Bogotá, la cuenca del Ruhr con la crisis del carbón o lo que hace Alemania para salir de la posguerra con los institutos Goethe», señala Cynthia Edul, gestora cultural, dramaturga y directora de la Maestría en Gestión de la cultura en la Universidad de San Andrés. «Es al revés el ejercicio: sin obra pública, sin acceso a la salud y encima sin política cultural te perdiste tres generaciones de pibes. La política cultural es un tipo de intervención social: logra transformaciones del tejido social». Mientras que no desmerece la mirada económica sobre la cultura, cree que no debe ser el único abordaje: «Creo que ir solo por ese lado te hace perder un montón de capas en el medio, prácticas que están en el medio, que están muchas veces en el territorio. Pero a la vez, vos podés cuantificar cuánto te mueve la cultura: qué te mueve el ticket de una persona en el teatro. El café, la pizza, el taxi. Pienso en la cultura desde lo identitario pero también podemos defender muy fuertemente qué impacto económico que tienen los consumos culturales». 

Coincide en parte con Héctor Schargorodsky, fundador del Observatorio Cultural de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires en 1997 y su director hasta septiembre del año que pasó. Su armado fue una tarea que le encomendaron en su rol de miembro del Cuerpo Agente Gubernamental (AG). Dentro de ese grupo que podría definirse como “especialistas en el Estado”, Schargorodsky se especializó en la gestión de la cultura, asesoró a diversos ministros, fue el primer director de los Espacios Incaa, director de Industrias Culturales, asesor de la Unesco y profesor en universidades argentinas y europeas. Ante la pregunta de si un Estado empobrecido debe financiar la cultura es tajante: «Es una cuestión ideológica, de acuerdo al rol que le asignes al Estado. Para mí, absolutamente sí. Estamos hablando de la identidad del país, de la expresión de la gente. Si no interviene el Estado, solo se expresan los que tienen poder. El Estado es un regulador del poder, por eso nace. Pero esto está fuera de la posibilidad de compresión de gente que piensa profundamente de otra manera el Estado: son paradigmas distintos. Si el presidente dice que el estado es un pedófilo, no es un problema de pobreza o riqueza sino de concepción». Pero además, agrega que se trata de una pregunta más profunda: «Se puede cuantificar el aporte de la cultura al desarrollo. Yo siempre he pensado que el Estado debería tener dos ventanillas: el sector mercantil o de las industrias culturales y la parte no mercantil, donde el rol del estado es fundamental. En definitiva, es un tema filosófico sobre lo que es ser humano. Si creés que es una máquina que se alimenta, duerme y procrea lo que están haciendo tiene sentido. Pero, desde mi visión del mundo, no. Casi no hay país que no invierta en su cultura: porque quiere que su población viva mejor, que disfrute de las producciones culturales y que pueda producir. Y además, tanto el teatro como el cine o la música pueden ser generadores de empleo». 

«Es un poco preocupante que nos estemos cuestionando con este tipo de medidas el rol que la cultura tiene y ha tenido siempre en la historia y en el desarrollo de cualquier sociedad», señala Geraldine Davies Lenoble, directora de la carrera de Ciencias Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella y de su Orientación en Historia y Cultura. «Para cualquier gobierno la cultura cumple un rol fundamental especialmente en la salida o el intento de salida de una crisis. Históricamente, todas las sociedades —incluso civilizaciones sin Estado— han destinado recursos y personas para el desarrollo de la cultura porque se reconoce el valor fundamental que tiene en la construcción de una identidad, de una pertenencia a la comunidad y de cohesión social, además de bienestar. Lo que preocupa de la propuesta del gobierno con respecto a la cultura es la falta de un plan. Hasta ahora, no se han expresado respecto de cuál va a ser el lugar del desarrollo cultural en su gobierno y en el modelo de país que quieren llevar adelante, sino más bien pareciera que hay una mezcla de temas de funcionamiento burocrático de las instituciones sin tener una visión respecto del rol de la cultura en el desarrollo». Davies Lenoble se detiene en la inversión que distintos países están haciendo, además, en el desarrollo de soluciones creativas e innovadoras de problemas complejos a partir de una formación vinculada a las artes. Justamente en relación a la educación, la historiadora se detiene en los recortes que restringen las actividades culturales en la que los niños también se forman y desarrollan sus habilidades, así como el trabajo con poblaciones vulnerables: «Hay una gran literatura y ejemplos de trabajos y proyectos culturales para trabajar con poblaciones vulnerables, con adicciones, o que están en situaciones de pobreza en donde se han hecho emprendimientos culturales que permitieron a esas poblaciones dar los primeros pasos para salir de esa situación».


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La guerra cultural ya fue declarada

POR DANI MUNDO 1 La guerra ya está declarada, solo que nosotros no nos anoticiamos. El plan es exterminar a la clase media, que hace un gran esfuerzo por resistir o negar la realidad. Creemos que «Sulei» (¿la ley de Milei es necesariamente la misma que mi ley?) no se va a atrever a tanto. O que no va a poder. Nunca se debe subestimar al enemigo. Nos guste o no nos guste todos participamos en la gestación de nuestra situación. Imponer la ley es dibujar un futuro. Hay un futuro pintado en el horizonte.

En realidad, cualquiera que tenga un rato para distraerse, cualquiera que pueda prever algo de su vida con cierta estabilidad económica primero, y luego psíquica y emocional, tiene que sentirse un privilegiado en nuestro país, en donde lo constante es la incertidumbre y la crisis. Ahora bien, siempre que hay un privilegiado, hay también una víctima. Solo que nosotros gozamos el privilegio quejándonos. Cualquier privilegio es una injusticia, un dogma que la clase media prefiere ignorar. Al fin y al cabo esto es el capitalismo, brodel.

1 + 1 = 3, ¿por qué no? ¿O acaso alguien le creía a Galileo cuando aseguraba que la Tierra no era el centro del universo? ¿Y si una teoría nunca ensayada tiene éxito en este laboratorio social en el que nos hemos convertido? Somos literalmente los “conejos indios” de pruebas biopolíticas globales. Si salen bien, es un desastre para millones de personas; si salen mal, en fin, no eran más que humanos subdesarrollados, lamentablemente sucedió un efecto no deseado, como sea, fueron ellos mismos los que lo votaron. Lo elegimos nosotros con nuestro voto.

La guerra cultural que se declaró en nuestro país viene siendo actualizada desde múltiples posturas y desde hace mucho tiempo. En realidad, parece una guerra interminable de batallas perdidas, una guerra no declarada en la que, como suele ocurrir en toda guerra, ganan los mismos de siempre y pierden siempre los mismos. Ya no podemos mirar para el costado.

La famosa «grieta» que se proclamó por todos los medios durante el dominio kirchnerista (ellos lo llaman socialismo y algunos llegan a decirle comunismo) era una forma de nombrar esta guerra no asumida. federales y unitarios, casi un siglo antes, era otra manera, peronistas y gorilas otra, y así (solo una mente limitada puede suponer que los sujetos políticos son sustanciales y que es lo mismo «el campo» del siglo XXI que los unitarios del XIX, o cualquier otro tipo de comparación reduccionista). 

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