Con Pfizer no, Patricia

La presidenta del Pro salió con otra de sus denuncias sin fundamentos pero esta vez los amigos mediáticos la dejaron de a pie. Ella insiste pero de todas maneras empiezan a aparecer los límites de un  denuncialismo serial sin propuestas.

No es la primera vez. Es toda una marca de estilo de la derecha local (y no solo la argenta, hay que reconocerlo): la acusación sin pruebas ni fundamentos. Baste pensar en las denuncias de Carrió que nunca dieron en nada y que jamás se ocupó de llevar a Tribunales. Silvina Martínez tiene casi como un ejercicio gimnástico presentar una denuncia nueva todos los díasgeneralmente por cuestiones nimias, pero de lo que se trata es de convencer por repetición y acumulación. Otro tanto sucede con Laura Alonso y Paula Olivetto. No deja de ser llamativo que el sector denuncias de Juntos por el cambio esté a cargo casi exclusivamente de mujeres. Una división del trabajo por géneros que no llama la atención en un espacio político que ha arrumbado a su ex vicepresidenta. Son ellas las encargadas de la lucha en el barro, ellos están ocupados en hacer negocios. Como excepción, María Eugenia Vidal juega al glamour, el mismo que en la esfera privada despliega Juliana Awada.

Y, finalmente, Patricia Bullrich. Su carrera está jalonada por innumerables denuncias sin prueba alguna, desde los supuestos comandos iraníes detrás de los mapuches hasta la dilucidación del imaginado asesinato de Nisman a partir los datos que le sugirió una serie televisiva. Últimamente viene cebada, es lo que exige la campaña del Pro: palo y palo al gobierno, lo que exige tirar de vez en cuando alguna novedad. Ese mismo ritmo no siempre la deja bien parada: en el programa de Viviana Canosa la cruzó Carlos Campolongo porque había acusado al gobierno de Maduro de estar detrás de las manifestaciones en Colombia. Ante los reparos, la respuesta no pasó de un «me parece» o un «lo siento así». Esas corazonadas entran en sintonía con una parte de la sociedad que ya ha elegido definitivamente una serie de culpables para lo que sea que pase: el gobierno, Cristina, Venezuela, el comunismo. Este automatismo en la adjudicación de responsabilidades —sostenido en la prensa hegemónica— exige no pensar y dejarse llevar por pasiones preprogramadas. Baste leer los comentarios de los lectores de Clarín y La Nación, una repetición de lugares comunes que son frecuentados una y otra vez.

Pero, esta vez y en su afán de subir la apuesta incluyendo a Pfizer y ensuciando a Ginés González García, quedó descolocada. Clarín y La Nación la dejaron pagando y hasta Feinmann criticó sus acusaciones. Se metió con quien no debía, Pfizer, por quien los medios y su propio espacio político vienen haciendo lobby. Para peor, las autoridades del laboratorio la desmintieron, pero ella igual ratificó lo que había denunciado. Es que se metió en un callejón sin salida y no le queda otra que insistir en lo mismo. Es que cualquier rectificación implica admitir no solo que se equivocó sino que esa aceptación puede llegar a afectar a sus denuncias anteriores. De todos modos, al día siguiente los medios afines empezaron a tapar el asunto, Clarín, por ejemplo, puso el énfasis en que Alberto eligió a Dalbon como su abogado en la querella contra Bullrich (¿viste es que es ella la que le dice qué tiene que hacer?).

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