Nuestro Bergoglio, argentino y cuervo
Murió el papa, se fue Francisco. Su papado fue y será un faro de guía doctrinaria en lo religioso y esclarecedor y contundente en su mirada social y política. El mejor homenaje es que hagamos lio.
Francisco fue el papa que gritó con alegría a cientos de miles de jóvenes su frase mundana y espectacular «¡hagan lio!»; frase que casi sintetiza su papado, dado que es una invitación a remover conciencias y estructuras. Para él, la Iglesia católica no era un refugio de piadosos, sino una casa abierta a los excluidos. «El pastor de las ovejas perdidas», como le gustaba definirse, priorizó a los pobres, los desempleados y los migrantes, denunciando las injusticias con un lenguaje directo y evangélico.
Francisco logró que su voz potente y necesaria resonara en todo el mundo, dando a sus opiniones una valoración ecuménica, aunque como toda opinión y aún en contra del dogma de la infalibilidad de los papas, a veces no tuviera razón en lo que manifestaba.
Fue el papa que no se limitó a ser el pastor de los católicos píos y de los concurrentes diarios a misa. Se preocupó en ampliar el universo de la Iglesia y se convirtió en el guía de los pecadores, a quienes quiso ubicar en un espacio del mundo del catolicismo sin que sus condiciones los «clausuren» ante los demás o los estigmaticen.
Francisco no fue un papa de sacristía. Su voz resonó con fuerza en el mundo, trascendiendo lo religioso para intervenir en debates sociales y políticos. Criticó el capitalismo salvaje, abrazó a los pecadores y desafió a las élites eclesiásticas, desde la poderosa Iglesia estadounidense hasta la rígida curia romana. No dudó en apartar a quienes resistían su proyecto renovador, gobernando con mano firme el Estado Vaticano.
El papa, como buen jesuita asociaba la fe con la razón. Para él una no puede existir sin la otra. Esto le permitió abrir la cabeza hacia momentos históricos que otros papas habían criticado, como la Ilustración, aquella oleada de racionalismo que envolvió Europa en los siglos XVII y XVIII y que de la mano de René Descartes, Jean Antoine Condorcet y Thomas Hobbes, entre otros, puso en jaque las verdades establecidas desde milenios atrás, principalmente a las de la religión, dándole primacía total a la razón para entender la realidad.
Para Francisco, Dios no era un rival de la lógica humana, sino un complemento. «La fe no es inconsciencia cultural», creía.
Francisco, rompe cientos de años de dogma que, en verdad, no afectaba lo doctrinario religioso y plantea, con coraje, que no tienen por qué chocar la fe y la razón, a la cual asignaba valores positivos y como buen jesuita, pero más como excelente político, intentaba hallar una síntesis entre ambos valores. Con equilibrio decía que la fe no debía su existencia a la abolición de la razón, con lo cual la sacaba del lugar de la inconciencia cultural o de la degradación intelectual. Cuando muchos creían que era herético amigar la fe con la razón, con gran inteligencia Francisco las ponía a la par. Le otorgaba a la fe un lugar en el podio de los más altos valores del ser humano.
Sin ser un científico como valor central de su inteligencia (a pesar de su formación como químico), llegó a creer, y en esto sí siguiendo a la teología original católica, que se puede llegar a Dios por medio de la razón. En definitiva, puso en valor una especie de silogismo donde la valoración racional de toda interpretación humana no necesariamente lleva a la derrota de la fe y que ambos, razón y fe, pueden convivir tranquilamente y en equilibrio dentro de las mentes, los corazones y las almas.
Un pontífice que unió doctrina y compromiso social, desafiando dogmas y jerarquías.
Nuestro Bergoglio, argentino y cuervo
Cuervo por haber usado sotana y por ser fanático de San Lorenzo de Almagro, que no tuvo en forma inmediata el reconocimiento de todos los argentinos cuando fue ungido para el sillón de Pedro. Fuimos pocos (y acá me anoto sin ninguna falsa modestia) los que al escuchar por la radio «Habemus Papam argentum» aplaudimos sin reservas e hicimos apenas minutos después públicas declaraciones de alegría, orgullo y emoción.
Claro, siempre hay amanuenses que creyendo satisfacer a jefes, no dieron su opinión por temor a que no fuera la que los mandamases iban a tener. Pero bueno, finalmente, como en las películas de amor, todo fue rosa y elogios. Mejor así. Sería imperdonable no reconocer en Bergoglio al argentino más importante en el mundo, de todos los tiempos.
Y tal vez, por su origen nacional, el papa enseña que es bueno mirar desde la periferia al centro, desde el interior a las metrópolis urbanas. Desde los países desvalidos a los poderosos. Creía, con razón, que desde los márgenes se observa mejor.
Desde mucho antes de llegar a Roma, la noción de periferia para el papa es su clave para apreciar al mundo y a sus habitantes. Porque la periferia a la que alcanzaba su mirada no se limitaba a lo geográfico, sino a las intangibles, las existenciales, las que hablan de errores o decisiones de los humanos que provocan sufrimientos e injusticias.
Es la periferia social, espacio tan conocido y amigable para Bergoglio y que no dejo de serlo para Francisco. Porque siempre supo cómo estar donde habitan los que carecen de todo. Los verdaderos desheredados de la tierra, pero tambien de la comida, el trabajo y el abrigo.
Hacia ellos fue el pastor de ovejas como le gustaba decir. Siempre tuvo en cuenta el sufrimiento ajeno y sobre todo el provocado por las injustas relaciones sociales.
Para él, mirar desde la periferia era asentarse en los confines para abarcar más. La amplitud de su mirada que llegaba al territorio, pero hacia «centro óptico» en la gente que ahí vivía.
De todas las sensibilidades que pueblan la Iglesia católica —muchas y diversas y que suelen expresarse en posiciones políticas—, el papa, con espíritu de unidad y de amplitud, no renegó del significado del Concilio Vaticano II y con eso gobernó su grey.
Pero es un error ponerle rótulos, izquierda o derecha, conservador o reformista. Eso lo limita. Francisco hizo política como buen jefe de una organización masiva, estatal y global, pero no hizo ideología. Todo lo realizó desde su mirada espiritual y desde ahí entendió como debe ser la realidad y como debe actuarse ante ella. No se cegó con mitos ni cayó en bordes peligrosos. Por el contrario, hizo navegar su nave por aguas bastantes tranquilas mientras provocaba un inmenso cambio en la Iglesia.
El sínodo de cardenales podría elegir ahora un sucesor opuesto a Francisco, retrocediendo en sus reformas. Sería un error. Su papado debe ser el piso, no el techo, para una Iglesia que aún necesita acercarse a los jóvenes, simplificar su burocracia y mantener su compromiso con los pobres.
Francisco dialogó con el mundo, con la historia y, seguramente, con Dios. No es poca cosa para un cura de barrio que llegó a lo más alto.
Que en paz descanse, santo padre.
Osvaldo Nemirovsci
Diputado nacional (MC) por Río Negro. Presidente de la Comisión de Comunicaciones e Informática (2003/07). Ex coordinador general del Consejo Argentino de Televisión Digital (2009 / 2015). Director de Propuesta para la Industrialización y Recuperación de la Cultura Audiovisual (Pirca).
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