Prohibir ideas en nombre de la libertad de expresión

En el cínico nombre de la «libertad», De Santis ataca al mundo académico. Una especialidad de los llamados «paladines de la libertad» es prohibir todo lo que no convenga a sus intereses.

Ron De Santis

En 2021, el gobernador de Florida, Ron De Santis, en sintonía con el presidente neofascista de Brasil, capitán Jair Bolsonaro, firmó una ley permitiendo a los estudiantes universitarios grabar a los profesores para detectar alguna tendencia ideológica. Siempre y cuando no se tratase de la ideología verdadera. En diciembre de ese año, el gobernador firmó otro proyecto de ley para «darle a las empresas, empleados, niños y familias las herramientas necesarias para luchar contra el adoctrinamiento llamado woke» [1]«Despierto», en dialecto afroamericano, el cual se propone una relectura de la historia desde el punto de vista de los grupos marginales al poder. Para los fanáticos, llevar un niño de cinco años todas las semanas a un templo religioso o plantarlo cuatro horas por día frente a la televisión para que consuma propaganda mercantilista, no es adoctrinación. Pero si un joven de veinte años entra en una universidad donde podría aprender alguna nueva idea, entonces, eso sí es «adoctrinamiento» y «lavado de cerebro».

A la ley que prohíbe la discusión abierta sobre el racismo (ya vendrá el turno de prohibir la palabra imperialismo), porque los jóvenes blancos se podían sentir incómodos estudiando la esclavitud y la discriminación, se sumó a otra ley salida de la misma oficina y por la cual se prohíbe en las secundarias públicas hablar de la existencia de gays y lesbianas en nombre de una lucha «contra la ideología de género». La ideología de género dominante por siglos, el machismo, no está en discusión. Por el contrario, hay que protegerla a fuerza de fanática ignorancia.

Una especialidad de los campeones de la libertad es prohibir todo lo que no se acomode a sus intereses, como la Ley de Libertad Individual que prohíbe a cualquier empresa requerir a sus empleados realizar cursos de concientización contra el racismo. Su repetida «libertad de expresión» es libertad de acoso y censura. Este tsunami de prohibiciones en la educación y en la academia es sólo la continuación de la prohibición de decenas de libros iniciada antes en Estados Unidos, al mejor estilo república bananera. Esta misma ideología, con sus frases y sus tics copiados de los libertarios estadounidenses, es repetida como un copiar-y-pegar en América Latina, todo lo que recuerda a los artículos y doctrinas plantadas por la CIA en decenas de países, las que germinaron, maduraron y continúan dando frutos décadas después de la Guerra Fría.

Tarde o temprano iban a venir por las universidades. Es la mayor espina de los exitosos hombres de negocios y sus mayordomos. La cultura y las universidades no han sido fáciles de comprar, aunque las corporaciones han hecho un buen trabajo comercializando la educación y la investigación. Según los fanáticos conservadores, las universidades son reductos de liberales (izquierdistas) donde se adoctrina a la juventud. Se quejan de que la mayoría de los profesores son de izquierda y que, por lo tanto, se debe legislar para equilibrar la proporción de conservadores. No existe ninguna propuesta semejante para equilibrar las ideologías en las poderosas iglesias, en las multimillonarias corporaciones, en las bolsas de valores, en los poderosos lobbies de Washington o en las donaciones sin límite a los partidos políticos.

La solución natural para equilibrar las tendencias políticas en las universidades es que los futuros hombres de negocios se pongan a estudiar en serio alguna vez en su puta vida. Pero claro, si alguien ama el dinero y el poder, difícilmente invertirá décadas haciendo investigación gratis. Sobre todo sabiendo que, luego de décadas de esfuerzo ajeno, cuando aparecen los resultados, los exitosos hombres de negocios los van a secuestrar de forma inmediata y en nombre de la libertad.  

En teoría, el fascismo y el liberalismo son opuestos. Sin embargo, hace décadas que el neoliberalismo (económico) logró poner en un mismo combo un menú diverso. Así, en un mismo partido iban los capitalistas y belicistas más radicales justo con los cristianos que no tenían nada que ver con el Jesús de los Evangelios, sino más bien con Judas, alguien que podía vender a su propio amigo por treinta monedas de plata. Así, defender a Jesús implicó defender a los mercaderes injustamente expulsados del templo y meter al maldito camello por el ojo de la maldita aguja y a los imperios que crucificaron a otros rebeldes. Los señores del dinero, los directorios de corporaciones que desparramaron dictaduras bananeras por todo el mundo y dictaduras legalizadas en sus propios países, todo en nombre de la libertad y la democracia como en tiempos de la esclavitud, lograron unir las dos ideologías opuestas. Los neoliberales de la última mitad del siglo XX son los libertarios de hoy y beben en el bar con neonazis y neofascistas con total comodidad.

Claro que no todos son fanáticos del Santo Oficio. En agosto de 2022, el juez federal Mark Walker bloqueó (temporalmente) la ley antiwoke de Florida argumentando que, según la ley, «los profesores pueden ejercer su «libertad académica» siempre y cuando expresen solo aquellos puntos de vista que el Estado aprueba». Lógico, pero provisorio. Un mes después, el gobernador De Santis arrasó en las elecciones. Fue reelecto gobernador y se posicionó como uno de los candidatos más fuertes del Partido Republicano para las presidenciales de 2024.

Cada vez que un político conservador atiza la ira de la Inquisición, logra excelentes resultados. Lo cual demuestra, una vez más, que continuamos caminando hacia una nueva Edad Media. Todo con el silencio, la timidez o la complicidad de la academia y de lo que alguna vez fue la heroica resistencia por los derechos civiles.

Mientras algunos académicos están demasiado preocupados con un modelo que explique la inflación en las Maldivas o cómo citar a Sócrates en una revista que nadie leerá, los hombres de negocios continúan con sus planes para neutralizar o tomar posesión de uno de los últimos rincones de las sociedades que aún no pueden dominar del todo, pese a la mercantilización de la educación. He escuchado que, «bueno, ese es el trabajo de los profesores». Es decir, no deben ocuparse de la gran política. No es lo suyo.

No se dice lo mismo de un exitoso dueño de casinos o de un vendedor de almohadas que aspira a ser gobernador o presidente. No, porque los exitosos hombres de negocios están acostumbrados a mandar y a ser exitosos… No pocos profesores guardan silencio, temiendo lo que en las asambleas y en los corredores se repite como fear of retaliation (miedo a represalias) por decir lo que piensan. Incluso los tenured (efectivos) temen protestar, pese a que legalmente son inamovibles.

En Estados Unidos, el tenure fue creado en 1940 para evitar que los profesores pudiesen ser despedidos por sus ideas y opiniones radicales o inconvenientes. Por esta misma razón, hace años que el tenure está bajo ataque en este país. No sólo se intenta eliminarlo sino que se lo ha ido reduciendo al mínimo, con un doble propósito: (1) precarizar del trabajo académico (deprimir  de los salarios) y (2) silenciar teorías inconvenientes para el dogma dominante.

Pero los profesores con tenure temen otras formas de represalia. Por ejemplo, la reducción de sus salarios, algo que luego las autoridades no alcanzan a explicar sin recurrir a excusas infantiles basadas en el dogma dominante como, por ejemplo, la ley de la oferta y la demanda… Como si esa ley no estuviese recargada de política.

De esa forma, los profesores también somos neutralizados en nuestro compromiso ético con el resto de la sociedad, con el conocimiento transformador, con el desafío de las normas establecidas y con la lucha de una sociedad y un mundo mejor.

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1 «Despierto», en dialecto afroamericano
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Jorge Majfud

Escritor, arquitecto, doctor en Filosofía por la Universidad de Georgia y profesor de Literatura Latinoamericana y Pensamiento Hispánico en Jacksonville University, Florida, Estados Unidos. Autor de libros de ensayos y ficción recientemente publicó La frontera salvaje. Doscientos años de fanatismo anglosajón en América Latina.

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