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Ponencia leída en la II Jornadas León Rozitchner, realizada el 11 y 12 de noviembre de 2024 en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, en la que su autor propone recuperar la perspectiva analítica de Rozitchner para aplicarla al escenario socio-técnico actual y confrontarla con el modo en que las ciencias sociales y humanas procesan el devenir informacional.

A Adriano Peirone

A propósito del reencuentro que estas Jornadas posibilitan, propongo recuperar la perspectiva analítica de León Rozitchner para aplicarla al escenario socio-técnico actual y confrontarla con el modo en que las ciencias sociales y humanas procesan el devenir informacional. La propuesta se basa en el antecedente relector de Horacio González, ya que permite reponer y actualizar lo que León llamaba el «índice de realidad»,[1] Ver La Izquierda sin sujeto como Manifiesto Humanista perdido y León Rozitchner, el humanismo de la serpiente subjetiva en González, 2021:164. como un sedimento irreductible de la historia y como instancia de inserción personal en los procesos sociales. Pero también en la identificación de dos cuestiones que alientan a asumir el desafío, como son: 1) la vigencia de claves analíticas que en mi opinión trascienden tanto a los ocasionales polemistas de León como a sus diversos objetivos; y, por lo tanto, a su época. Y 2) la posibilidad que brindan esas mismas claves para superar el estado de indignación, desconcierto y sobrediagnosticación en que naufraga la cultura letrada, y generar una discusión a la altura del fenómeno sociocultural que fue atravesando Argentina, primero con el surgimiento, el desarrollo, la expansión y la asimilación de la sociedad informacional;[2] Siguiendo a Manuel Castells, entiendo por sociedad informacional al orden social de alcance global que deriva de las nuevas pautas de organización tecnosocial (Castells, 2018:9). y más recientemente con la forma en que esa sociedad erigió a Javier Milei como su presidente.

Dicho esto, paso a la propuesta.

Índice León

En la introducción de Freud y los límites del individualismo burgués, León hace una pregunta que anticipa su lectura del psicoanálisis y que atraviesa toda su obra: ¿es posible escribir sobre algo más que los restos de muerte y humillación cuando el orden de lo real se asienta sobre esos despojos? La pregunta renuncia deliberada y ostensiblemente a la retórica para erigirse como una interpelación pública en la que León —obviamente— se incluye. Porque, como el Angelus Novus, León no puede dejar de ver la estela de ruinas y calamidades que deja la historia a su paso; y porque, como sabemos, León pensaba y escribía desde su propio cuerpo historizado. El mismo cuerpo que al terminar la secundaria se despidió de cualquier resto de inocencia caminando entre los escombros a los que la Segunda Guerra Mundial había reducido a París. El que, a su regreso de Francia, se dirigió a la Plaza de Mayo pocos minutos después de los bombardeos del 16 de junio del 1955, enfrentándolo a los gritos y al horror de nuestro propio Guernica. El que, mientras hacía esa pregunta, se desgarraba junto a muchos amigos suyos que pasaban a la clandestinidad. Y el que unos pocos años más tarde supo sentir el miedo que lo llevó al exilio y le salvó la vida.

Unas líneas más abajo, León abjura explícitamente de la ciencia que aspira a una contemplación inocua de lo real-común y desafía a la izquierda, como ya lo había hecho en La izquierda sin sujeto y como lo haría después de su exilio en El espejo tan temido, con una nueva pregunta: ¿hasta qué límites deben llegar el conocimiento y la transformación que la izquierda se propone para plantear adecuadamente la teoría que se prolonga en la actividad política?

La manera en que el sentido de estas preguntas resuena en nuestro presente, cincuenta años después de haber sido escritas, da cuenta de la vigencia que tiene la obra de León. No porque estemos frente al eterno retorno de un contexto iterativo, sino porque las distintas coyunturas que acaecieron desde entonces, se enfrentaron —o se asociaron— a un sustrato de terror que se mantuvo inalterable y que nunca dejó de producir muerte, desigualdad y humillación. Lo cual renueva y amplía el sentido de ambas preguntas, convirtiéndolas —por así decirlo— en un marco epistémico que nos permite identificar y analizar el carácter de ese sustrato perdurable. Ya no para interpelar a la izquierda, sino a nosotros mismos, como parte de un orden explicador que hoy —en el mejor de los casos— se revela desconcertado, cuando no negado o ensimismado; y por lo tanto, imposibilitado para dar cuenta del mundo que se abrió con internet, la cibercultura, la inteligencia artificial, la narrativa transmedia, el metaverso, la realidad aumentada y la tecnosociabilidad.

Llegado a este punto, con la atención vuelta sobre nosotros, cabe preguntarnos por el fundamento epistémico[3]Me refiero al conjunto de fundamentos, principios y estructuras que sustentan la idea de conocimiento, las creencias y los métodos con los que la Ilustración construyó su visión del mundo y de … Continue reading de la Ilustración. No para reeditar la pregunta que se hicieron Kant y Foucault, sino para pensar qué hacemos con la Ilustración, en la medida que la cultura letrada —y por lo tanto nuestro decir— se está convirtiendo paulatinamente en una especie de latín extemporáneo que: a) diariamente pierde interlocución social; b) interpela cada vez a menos gente; y c) fue perdiendo hegemonía en la formación del pensamiento, en la transmisión del conocimiento y en sus competencias argumentativas.

Avanzando un paso en esta línea, cabe que nos preguntemos: ¿el único modo de expresar el ideario crítico-emancipador de la Ilustración es a través de la argumentación positiva[4]Llamo argumentación positiva a la construcción discursiva que fundamenta una postura a partir del razonamientos lógico, presuponiendo a la razón como la herramienta que dirime cualquier duda o … Continue reading y el discurso sistemático? ¿La relegación de la escritura a un papel subsidiario por parte de las storytelling no está desafíando el decir instituido de las ciencias sociales; o debemos hacer caso omiso y seguir profundizando una narrativa que se vuelve cada vez más críptica y endogámica? ¿No nos toca por rol explorar un lenguaje que sintonice nuestro aparato crítico con la narrativa social emergente; o preferimos asistir a nuestra propia discontinuidad y dejar que Byung-Chul Han —como dice el amigo Miguel Angel Forte— nos siga marcando la cancha del pensamiento social, mientras moraliza la técnica y el mundo de la vida con aforismos heideggerianos? Por último: ¿seguiremos hablando de la falta de comprensión lectora en los jóvenes sin reconocer el alarmante analfabetismo tecnológico de las ciencias sociales para reconocer y asimilar los saberes tecnosociales que desarrollan esos mismos jóvenes, mientras las big tech —que supieron justipreciar a tiempo esos saberes— asumen la posta del sustrato de terror, extrayendo el valor socio- productivo de esos saberes para aplicarlos a un modelo productivo desterritorializado, precarizador y evasor?

De no ser así, ¿no estaríamos reduciendo nuestra labor intelectual a pastorear en el corralito epistemológico y categorial que heredamos de la cosmovisión logocéntrica; y por lo tanto eludiendo la necesidad de pensar un modelo gnoseológico y comunicacional acorde a la irrupción —por ejemplo— de una «ontología relacional»[5]Ver Levinas (2002 [1977]); Wildman (2010); Bourriaud (2006); Hui (2020b); Peirone (2024). que dejó de pedir pista para explayarse en prácticas sociales que desde hace más de una década se desclasifican de lo sociológicamente identificable? En este sentido: ¿no tenemos responsabilidades y competencias que nos demandan un abordaje menos aséptico de la crisis identitaria, comunicacional y representacional que atraviesa a los partidos políticos como la expresión prominente de una crisis de legitimidad que abarca a toda la constelación institucional? Esta retahíla de preguntas, y otras que seguramente podrán sumar los aquí presentes, pone a prueba la ductilidad de nuestro mentado aparato crítico para resignificar las formas de transmitir el proyecto emancipador y ponerlo en dialogo  —al menos en Argentina— con tradiciones divergentes como las de León, o la del propio Horacio González, desde la potencia que confiere —en este caso— el índice de realidad rozitchneriano; pero también para evitar la acumulación de diagnósticos que son generados desde la pérdida y que —en última instancia— reflejan las limitaciones epistémicas de la cultura letrada para trascender el modelo interpretativo y explicativo de la Ilustración como la nave insignia del proyecto modernizador.

El logos está desnudo

Evidentemente, el clivaje racionalidad–irracionalidad no logra dar cuenta de la episteme informacional. Ya en 1968, Habermas —quien fue un ocasional y posiblemente inadvertido polemista de León en su paso por Buenos Aires durante la primavera alfonsinista[6]A partir de lo que Osvaldo Soriano nos relató cuando visitó la Biblioteca Ameghino de Venado Tuerto, los venadenses repetimos un mito sobre ese encuentro entre un Habermas que, con llamativa … Continue reading— supo alertar sobre los límites cognoscitivos de la razón cuando recordó que «el racionalismo es un asunto de creencias»[7]Ver Habermas, 2023:26.. Digo esto, porque evidentemente no alcanza con tener razón para enfrentar el proyecto destructivo de lo común que lidera Javier Milei. Milei no es la irracionalidad, es la última frontera de la racionalidad: es el documento de barbarie que conlleva la dialéctica de la Ilustración.[8] Sexta tesis de las Tesis sobre la filosofía de la historia de Walter Benjamin. En consecuencia no podemos seguir pensando que nos asiste la razón y creer que se terminará imponiendo la cordura y la sensatez, porque estaríamos perdiendo de vista que la razón es un ecosistema interpretativo, una convención epistemológica, normativa e institucional que nos puede mantener del lado correcto, pero al costo de una mirada sesgada y cada vez menos representativa de lo que León llamaba el orden de lo real, pero esta vez aplicado a la sociedad informacional.

El reconocimiento de las limitaciones cosmológicas y epistemológicas del aparato gnoseológico del logocentrismo implica abrirse a una crítica del conocimiento y, consecuentemente, a una revisión de la idea de sociedad que se organizó en torno a la Ilustración. En otras palabras, estamos frente a la emergencia de una sociedad cuya aprehensibilidad ya no depende de la razón, sino de experiencias reflexivas como la que se desprende del índice rozitchneriano. Todo lo cual no deja de ser una oportunidad, quizá una de las últimas sino queremos que nuestros encuentros se conviertan en concilios de creyentes.


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Notas
Notas
1 Ver La Izquierda sin sujeto como Manifiesto Humanista perdido y León Rozitchner, el humanismo de la serpiente subjetiva en González, 2021:164.
2 Siguiendo a Manuel Castells, entiendo por sociedad informacional al orden social de alcance global que deriva de las nuevas pautas de organización tecnosocial (Castells, 2018:9).
3 Me refiero al conjunto de fundamentos, principios y estructuras que sustentan la idea de conocimiento, las creencias y los métodos con los que la Ilustración construyó su visión del mundo y de verdad.
4 Llamo argumentación positiva a la construcción discursiva que fundamenta una postura a partir del razonamientos lógico, presuponiendo a la razón como la herramienta que dirime cualquier duda o conflicto en torno al objeto en cuestión.
5 Ver Levinas (2002 [1977]); Wildman (2010); Bourriaud (2006); Hui (2020b); Peirone (2024).
6 A partir de lo que Osvaldo Soriano nos relató cuando visitó la Biblioteca Ameghino de Venado Tuerto, los venadenses repetimos un mito sobre ese encuentro entre un Habermas que, con llamativa desaprensión y omitiendo el entorno amoroso y respetuoso que lo estaba acogiendo, se limitó a leer un texto sobre la sociología alemana; y un León que parecía somnoliento, pero que a su turno se convirtió en la voz de muchos.
7 Ver Habermas, 2023:26.
8 Sexta tesis de las Tesis sobre la filosofía de la historia de Walter Benjamin.

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