Las campañas de las campañas

Hoy la sociedad habita en los medios, especialmente en las redes. Con recelo espiando, escondidos tras la ventana de cristal líquido, somos permeables a los miles de bytes que inundan nuestra mirada. Como dice Buen Abad, tenemos bajo amenaza la cordura social. Y se pregunta ¿qué no entendemos? Las ganancias son siderales para los grupos de poder votados por trabajadores con salarios de hambre.

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Nos urge una semiótica de las «campañas políticas» para transparentar su financiamiento, sus intereses, el origen de sus relatos y sus consecuencias. Ante la voluntad democrática de los pueblos, con el capitalismo como hegemonía económica, militar y cultural se teje una trama muy compleja producida con hilos de relatos diversos que no siempre transparentan los intereses reales de los partícipes. Son, mayormente, festivales demagógicos animados por las más abigarradas mercancías del engaño. Aquí y en China.

Se justifica, democráticamente, la existencia de las «campañas» con deliberaciones variopintas que no excluyen teorías del Estado, avances civilizatorios, logros participativos, nociones de equidad, igualdad y fraternidad bajo semánticas múltiples y no pocas veces contradictorias. Se hacen «campañas» de las «campañas» para resaltar su importancia y trascendencia cívicas, para destacar el avance educativo de los pueblos e, incluso, para evidenciar los márgenes de la «tolerancia» para convivir en paz entre las mayorías victoriosas y las minorías opositoras. Y reina en las argumentaciones apologéticas, una lógica de lo cuantitativo que parecería dejar resuelta toda discrepancia. Si ganan más votos es porque tienen más razón, dicen. Aunque, a veces, no se conozca cuál razón.

Hay «precampañas», «campañas» y «poscampañas». Cada una supone justificaciones y gastos que, según sea el caso, recorren los paraísos de lo oneroso, lo obsceno, lo inútil y, desde luego, lo incomprensible, lo banal y lo puramente numérico. Y hay casos en que cierta lógica de austeridad deja cortas todas las expectativas cuantitativas y cualitativas. Explican poco, explican mal e insuficientemente, por colmo. Hasta hoy, con todo el discurso democrático que es necesario —y clave— las campañas no están a la altura de la política que las bases reclaman. 

Una campaña común y corriente suele organizarse y desplegarse, en todos los frentes, como un entretenimiento o espectáculo infestados por la «data» mercadológica no pocas veces sacada de los servicios de inteligencia y espionaje. Algunos piensan que son episodios de una guerra ideológico-mediática híbrida, donde están todos los metarrelatos del sistema dispuestos a defenderlo por encima de la propia democracia. Formas de guerra ideológica, financiera y militar del capitalismo que consumimos mansamente porque las creemos un «logro» nuestro para regir nuestras vidas con valores y cultura que nos infiltran. ¿En qué guerra las víctimas financian a sus victimarios?

A pesar de los logros de cierta izquierda y progresismo, o precisamente por eso, las campañas políticas dominantes avanzan retrógradas imitando las manías hegemónicas de la publicidad de mercancías. Exhiben una crisis de vacío intelectual que se coagula en un proceso de condensación de odios y miedos travestidos en lenguajes de estadista. Supuran palabrerío de lawfare, persecuciones mediáticas, fake news, espionaje, represión y golpizas inflacionarias para imponer, como si fuese voluntad popular, reformas laborales y desorganización inducida contra la clase trabajadora. Mientras, algunos partidos políticos siguen transfiriendo enormes sumas de dinero a los monopolios mediáticos que venden campañas prefabricadas en los laboratorios de las burguesías. ¿Qué no entendimos?

Está bajo amenaza la cordura social. Los vendedores de «campañas» políticas a pedido, organizan y despliegan la antipolítica bajo la emboscada que hace lucir como «democracia» el endiosamiento individual de los candidatos para eclipsar el clamor real de los pueblos en lucha. Campañas para ocultar campañas y están reclutando jóvenes, mediaticamente anestesiados, con ilusiones de dinero o con ideología chatarra de orientación supremacista o nazi. ¿No lo vemos? Están en la tele, en las «redes» donde despliegan los ataques diseñados por la manipulación simbólica. Para colmo, las campañas nos derrotan porque estamos encerrados en un festín de sorderas disfrazadas de diálogo. Y empeora en periodos electorales.

Hay gobiernos de ricos, encumbrados con los votos de pueblos muy pobres; hay demagogia desaforada de mercancías propagandísticas encarecidas. Hay ganancias siderales por cada voto en contraste con los salarios raquíticos del pueblo trabajador que vota. Una inmensa minoría de poderosos hambrea a la inmensa mayoría de los despojados. Con unos cuantos votos se justifica la represión a miles de trabajadores. ¿Qué no entendemos?

Y la historia se repite a mansalva. Aún estamos esperando «campañas» políticas creadas, dirigidas y controladas por los pueblos, por sus trabajadores. Estamos anhelantes de que el programa consensuado por las bases sea el candidato y la memoria deje de ser víctima en el campo de batalla semiótica, que el olvido sea su gran negocio. Campañas de pueblos no esclavizados y liberados del odio de clase, pueblos en rebeldía generando sus propias campañas hacia el buen vivir sin mercantilizar la vida. En clave de rebeldía. Que seamos capaces de comunicar una salida humanista, superadora, de nuevo género y nos ahorremos la amargura de vernos divididos porque, con su mala influencia, nos dividimos solos, y gratis (en el mejor de los casos). Nos urge una guerrilla semiótica de los pueblos para solucionar los problemas mundiales de los pueblos y enfrentar, en campaña ordenada y permanentemente, a la guerra mediática que nos imponen. Vienen tiempos peores.

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Fernando Buen Abad Domínguez

Mexicano de nacimiento (1956), especialista en filosofía de la imagen, filosofía de la comunicación, estética y semiótica.

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