¿En las redes vale todo?
La violencia de género hacia las mujeres y los “grises” de un discurso amparado en la libertad de expresión para borrar límites. ¿Quién regula el decir online?
Twitter es un área nodal de disputa de sentidos en un entramado comunicacional en el cual el discurso político, medios tradicionales, redes sociales y manifestaciones de la acción social aparecen como indisociables. Por estos días, la plataforma del pajarito ha sido escenario de un diálogo encendido sobre los ingresos a la residencia presidencial durante el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio (ASPO) y en horarios nocturnos. Uno de los últimos episodios se enfocó en fotos tomadas el 14 de julio de 2020, donde se ve a Alberto Fernández y a su pareja, Fabiola Yañez, en Olivos junto a otras personas y sin distanciamiento. Las etiquetas #LasFotos y #Fabiola fueron tendencia y avivaron la chispa de una reyerta que tuvo, en su derrotero, otros focos de interés.
Aunque Twitter no es autónomo de otros ámbitos discursivos en su intento por instalar agenda, es un espacio específico donde pareciera que todo vale. En forma contemporánea a #LasFotos, se construyó otro evento en el cual la actriz Florencia Peña fue objeto de mensajes abusivos enunciados por dirigentes opositores. En ese caso, la agresión consistió en una narración tergiversada, descontextualizada y mentirosa de la reunión de Peña con el primer mandatario, quien fue a Olivos en representación del colectivo de actores y actrices junto a otros colegas. Impasibles, los legisladores de Juntos por el Cambio Fernando Iglesias y Waldo Wolff calificaron el asunto con los apelativos “escándalo” y “sexual”, en un claro acto de violencia de género.
La agresión estuvo acompañada por el anuncio, de parte del precandidato a legislador Yamil Santoro (Republicanos Unidos), de ampliar la denuncia contra la actriz. Nuevamente, Twitter fue un escenario clave de la trifulca, aunque no excluyente, por cuanto el asunto se acomodó en homes y en los set televisivos con una estética poco novedosa; una vez más, una mujer quedó ubicada en el ojo de la tormenta, víctima de violencia simbólica, sexualizada y estereotipada, tanto mediática cuanto institucionalmente. No es la primera ni será la última ocasión en la que asistamos a casos de este tipo, tratados de manera irresponsable por algunos medios y otros actores, en las que se exponen patrones que reproducen la inequidad de género y la revictimización de la mujer.
Florencia Peña tuvo la posibilidad de circular por algunos medios para aclarar lo sucedido y contó, además, con el respaldo de autoridades del gobierno. Aun así, alguna dimensión de esa mentira obscena persiste en estado latente en el goce público. En las dos semanas que siguieron al 27 de julio —cuando Peña fue agredida por Fernando Iglesias—, las búsquedas en Google Trends mostraron que, entre las cinco consultas más relevantes sobre la actriz, aparecía Alberto Fernández. Lejos de una pesquisa para verificar la falsedad del asunto, aquella búsqueda estuvo motorizada por el deseo de espiar a Peña y a Fernández a través de la cerradura virtual, en ese placer cognitivo que nos genera confirmar nuestros perjuicios. Las operaciones de fake news, como una expresión más de la violencia discursiva, no tienen un propósito informativo sino expresivo. No pretenden durar sino lastimar. Sin más, buscan enrostrar el poder de ejercer un maltrato impunemente.
¿Cómo se explica esta dinámica mediática? Las noticias falsas suelen propagarse con mayor velocidad que la información verificada, que alcanza niveles de difusión más acotados. Más aun, cuando los usuarios de redes sociales están frente al chequeo de un contenido falso, acogen fundamentalmente aquellas correcciones que se alinean con sus creencias idiosincráticas y, en cambio, anteponen una resistencia cognitiva toda vez que la verificación refuta dichas cosmovisiones. A su vez, la dramatización de los eventos en un momento de tanta sensibilidad y agotamiento social como el actual activa rápidamente respuestas eminentemente afectivas.
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