De Argentina 1985 a los algoritmos

Las crisis de los discursos transformadores radica también en los modos de comunicar esas propuestas que se ordenaron alrededor de una red de significantes anteriores, tributarios de un modelo en cuestión. El éxito de la película Argentina 1985 en públicos diversos abre un alerta sobre la capacidad polisémica de sectores de derecha para producir sentido en audiencias desiguales haciendo abstracción de la historia.

En la segunda mitad de siglo XX pasamos gradualmente de una cultura popular a otra de masas, con todos sus componentes conflictivos y contradictorios. Con la llegada del siglo XXI —la era de las redes sociales— se comenzó a definir otra trama diferente de producciones simbólicas que paulatinamente fueron desdibujando la relación emisor-receptor que tiñó gran parte de la narrativa conceptual hegemónica del siglo pasado.

Se nos presentan, por un lado, los llamados «medios de comunicación masivos» que influyen decididamente en las agendas y los debates que ocurren en torno tanto a los asuntos públicos como privados. Por otro, aparecen las redes sociales como un conjunto novedoso de problemas que adquieren visibilidad en la medida que van dejando de ser subsidiarias de los formatos televisivos y comienzan a expresarse desde otro registro con sus propias especificidades.

El pasaje de un capitalismo industrial a uno predominantemente financiero no es solo un cambio de velocidades en el campo económico, sino que nos inscribe en un espíritu de época donde «la mentira es la verdad» como cantaba Divididos en los noventa, prevaleciendo las fake news y la mercantilización de la vida cotidiana.

Esos dispositivos dejan sus marcas en las subjetividades y en las formas en que imaginamos alojar amorosamente a los otros.

Es cierto que la pandemia reformuló las pasiones mediándolas a través de las pantallas. Ya no alcanza analizar el poder con miradas macro, sostenidas solamente desde las lógicas del panóptico foucaultiano.

Frente a una derecha que se presenta como rebelde y antisistema recuperando la iniciativa e incluso —más allá de su capacidad electoral— imponiendo los modos y los encuadres sobre el cómo y lo qué se discute en la escena pública, problematizar la crisis de los proyectos emancipadores —más allá de cómo se configuren— se vuelve una tarea urgente.

Porque no es que esa crisis de los discursos transformadores es efecto de haber priorizado algunos derechos de minorías o grupos específicos por sobre diferencias sociales y políticas más radicalizadas y totalizadoras. Sino que los modos de comunicar esas propuestas se ordenaron alrededor de una red de significantes anteriores, tributarios de un modelo democrático/liberal/distributivo que es precisamente el qué está puesto en cuestión.

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