Recuperar el proyecto nacional, popular y democrático

Se acerca el final del gobierno del Frente de Todos. El voto popular fue decepcionado por la incapacidad y la falta de voluntad para revertir las graves herencia dejadas por Juntos por el Cambio. El desencanto ciudadano por la continuidad del deterioro del nivel de vida y la ausencia de un proyecto nacional deviene en el peligro de un retorno neoliberal y crecimiento de la ultraderecha. Para enfrentar esta dramática coyuntura, Asambleas Horacianas —espacio abierto integrado por intelectuales, artistas y trabajadores de la cultura— viene convocando de manera periódica asambleas para aportar a la reconstrucción de una enérgica expresión del movimiento nacional, popular y democrático. A continuación el primer documento de este colectivo.

El país enfrentará en los meses que siguen una contienda electoral en la que se decidirá el destino del pueblo argentino por los próximos años. Las fuerzas que integramos, de manera orgánica o inorgánica, pero siempre comprometida, corren el riesgo cierto de perderlo todo, de entregar el Estado a una derecha salvaje que viene a concluir un trabajo que inició la dictadura y que se continuó con los gobiernos elegidos durante treinta de los últimos cuarenta años de democracia colonizada, con matices reivindicables en algún período. Lo que va de Alfonsín con sus intentos primeros de cambiar el rumbo y ciertas manifestaciones de independencia frente a los poderes fácticos para terminar sometido a ellos y con el país en llamas; seguido de Menem, que subió «al caballo» con la revolución productiva y el salariazo y bajó como el mejor alumno de los economistas neoliberales, premiado por el establishment; a su década le debemos las privatizaciones, el desguace del Estado, la extranjerización de la economía y un aumento dramático del desempleo, la pobreza y la indigencia que conformó un nuevo piso de la estructura social argentina. Y De la Rúa y la Alianza, que continuaron las políticas del menemismo con aparentes «buenos modales» y llegaron con decenas de muertos a las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001. Duhalde tuvo que hacerse cargo de la herencia menemista y de la alianza (períodos en que había sido protagonista), benefició al capital con la pesificación asimétrica y estabilizó el escenario que permitió la llegada de Néstor Kirchner. Macri compite con Menem respecto de los daños infligidos al pueblo. Basta decir que el poder adquisitivo de los trabajadores y jubilados se redujo un 20 % durante sus cuatro años y que nos dejó con un endeudamiento externo de cien mil millones de dólares (cuarenta mil millones de dólares con el FMI) y como contrapartida la mayor fuga de capitales de la historia. Y Alberto Fernández, que finalmente consolidó la pérdida del poder adquisitivo del salario y ratificó el acuerdo con el FMI firmado por Macri, institucionalizándolo al hacer intervenir al Congreso. A la hora de hacer balance de su gobierno, será justo señalar que le tocó «bailar» con la herencia macrista, la pandemia, la guerra en Ucrania y ahora la sequía. Pero también hay que subrayar que no hubo un solo campo de decisión donde se propusiera enfrentar al poder hegemónico, ya sea porque no estaba en su naturaleza o aun porque no tuvo el coraje para hacerlo.

La única excepción en estos cuarenata años fue la de los gobiernos kirchneristas, que apoyamos fervorosamente por sus formas populares democratizantes y la integración a una idea magna: la Patria Grande.

Las bases del sistema de valorización financiera, iniciado por la dictadura genocida, no pudieron ser removidas por estos gobiernos que o no lo tuvieron como objetivo o, simplemente, se propusieron retocarlo o profundizarlo. Los períodos de Néstor y Cristina, que ciertamente atacaron algunos de los pilares de este patrón de acumulación y lograron cambios notables para la vida popular, terminaron sus gobiernos con los salarios y las jubilaciones más altos en dólares de toda Latinoamérica y una participación de los trabajadores en la renta nacional superior al 50 %. No pudieron, no obstante, torcer definitivamente el rumbo (ni desactivar íntegramente las raíces institucionales que permitieron el retorno del transformismo argentino) y al cabo de estos cuarenta años los resultados son calamitosos en cuanto a los niveles de pobreza, indigencia, desigualdad, concentración económica, extranjerización de la economía, fuga de capitales, desempleo y subempleo, empleo no registrado, etcétera. Solo cuentan algunas mejoras en lo social, consecuencia de las medidas kirchneristas: en el plano de las jubilaciones y pensiones, con la recuperación de lo que se habían llevado las AFJP, las moratorias previsionales que incorporaron a millones de personas, la Asignación Universal por Hijo (AUH), la formalización de trabajo de las empleadas/os de casas particulares, etc.; y en el plano político y jurídico, merced a la extraordinaria lucha de los organismos de derechos humanos, en el comienzo democrático auspicioso con los juicios a las Juntas Militares y el Nunca Más —oscurecido por las leyes de Obediencia debida, Punto final y los indultos, retomado luego por la tenacidad de los gobiernos kirchneristas—. Nuestro país dio un paso de enorme significación democrática, cultural y simbólica con los juicios a los responsables de delitos de genocidio.

Para completar el cuadro, como consecuencia de todo este largo período de democracia colonizada, se dictó una nueva Constitución en 1994 que vino a ponernos el lazo alrededor del cuello, debilitando el Estado federal en cuanto a las riquezas del subsuelo, los bienes naturales comunes, la educación, la salud, producto del acuerdo de casi todo el espectro político del país a partir del nefasto Pacto de Olivos. Esta Constitución (cuya sanción tuvo el gran acierto de la incorporación de los derechos humanos civiles, políticos, económicos y sociales y también por el reconocimiento de nuevos derechos, incluidos los de los pueblos originarios) fue y es funcional a la entronización de la justicia argentina, especialmente de la Corte Suprema y el Consejo de la Magistratura, en el rol de garante de última instancia del capitalismo imperial que nos rige. Durante estos cuarenta años y hasta la fecha, los nombres han cambiado algo y se han repetido mucho. Los beneficiarios económicos de la última dictadura siguen siendo más o menos los que hoy conservan el poder real, con algunas variantes. Y sus asesores y gurúes, o son también los mismos, o son su continuidad. Magnetto, los Macri y los Rocca son nombres emblemáticos de unos, y Cavallo, Broda, Sturzenegger, de los otros.

La conquista más importante del período abierto tras la guerra de Malvinas y el fin de la dictadura se refiere a los derechos humanos, que se han constituido en un piso mínimo de convivencia para la sociedad argentina. Piso que soportó los intentos macristas y de la Corte Suprema por «perforarlo» con el 2×1 para favorecer a los represores, lo que fue resistido multitudinariamente por el pueblo argentino, que obligó a retroceder a los cortesanos. Ese piso mínimo de convivencia está en riesgo si la derecha y ultraderecha ganaran las próximas elecciones generales.

En esta situación terminal, escribir unas líneas para alertar de la encrucijada terrible a la que nos acercamos es una obligación insoslayable para un colectivo que intente participar del destino argentino, expresando las ideas que discute, piensa y que está dispuesto a prácticas militantes que las sostengan. Ninguna precaución de naturaleza política puede impedirnos el deber de decir nuestra verdad, aunque esta atraviese siempre el vacío de una inconclusión.

2) Estamos transitando el final de una experiencia fallida, que consistió en poner, para representarnos en el máximo poder del Estado (Estado ya tomado por un poder oscuro que ubicó en sus pliegues un doble poder antipopular), a una figura como Alberto Fernández, que había abandonado las filas propias en momentos decisivos de pelea durante la «década ganada», que fue crítico y denostador de pilares clave de esa época tan significativa para el pueblo argentino y que demostró en estos años de gobierno la madera de la que está hecho. La argucia táctica de señalarlo para ganarle a Macri, exitosa en eso, se ha probado limitada y desastrosa en el tiempo. Un gobierno elegido por las mayorías, que se proponen cambiar la correlación de fuerzas en el país a favor de políticas populares, ha terminado legitimando el acuerdo ilegal, espurio, de Mauricio Macri con el FMI, mediante una ley del Congreso que nos obliga como nunca al cumplimiento de metas y a un monitoreo diario de esa institución colonial, acuerdo sin cuyo cese, renegociación y sustitución por otro de carácter sustancialmente diferente, nuestro país no tendrá destino por décadas.

El gobierno, que representó la esperanza mayoritaria de revertir las pérdidas sufridas durante los cuatro años de Macri, terminó empeorando la situación de trabajadores registrados e informales y jubilados. La injusta distribución de la riqueza continuó ahondándose con nuestro gobierno, sin que se lo pudiera conmover de ninguna manera hasta ahora. Obediente del FMI, se ha dedicado a cogobernar con este organismo multilateral, gerenciador del Imperio de las Finanzas, lo que se ha profundizado con la gestión del ministro Massa. Mientras, el capital nacional y extranjero continúa enriqueciéndose.

3) La situación actual, cuando se llega ya a la «celebración» de los cuarenta años de democracia, nos obliga a pensar si esta es toda la democracia posible en el marco de una sociedad con pilares que el neoliberalismo mantiene intactos, si la democracia ha sido vaciada de contenido y si ese vaciamiento tiene marcha atrás o es reversible. Nos tendremos que decir frente al espejo, cada uno de nosotros como parte del pueblo argentino que padece y ha padecido las consecuencias de esta democracia colonizada, si realmente creemos posible que las enormes tareas imprescindibles para llevar un poco de justicia distributiva y de justicia a secas a los más amplios sectores populares son posibles con el actual esquema institucional. Deberíamos pensar si algo de lo que esta pregunta implica no es lo que responden mal quienes abrazan alternativas de ultraderecha como las de Milei/Espert/La Libertad Avanza, y en las que van a encontrar una brutal multiplicación los actuales pesares. Si, como consecuencia de los errores propios, estas fuerzas se encaramaran en el poder del Estado, asistiríamos al retorno de una violencia ilimitada, afín a la ideología que mueve a sus dirigentes. Ya lo han dicho insistentemente en manifestaciones públicas. Nunca más deberíamos permitir su trágico advenimiento. Las experiencias europeas del siglo pasado que condujeron al nazismo, al fascismo y al falangismo están ahí para ser aún pensadas.

4) En este contexto terrible, la lideresa de la corriente mayoritaria del pueblo argentino, la persona que concentra en su nombre la esperanza de millones de ciudadanos que aspiran a una vida mejor, Cristina, ha sido proscripta, luego de años de persecución judicial y de un intento de asesinato. La condena en primera instancia, que le quita derechos políticos, pende como una espada de Damocles sobre su posible candidatura presidencial. Nosotros, que participamos de la lucha contra esa proscripción encarada por el movimiento popular, queremos manifestar que, a esta altura, la única forma de luchar contra ella es consagrarla y que Cristina acepte ser candidata presidencial del Frente de Todos (o del Frente que sea), y luchar para que se imponga en la contienda electoral. Si en el medio de esa disputa resultara definitivamente proscripta por un fallo judicial de segunda y tercera instancia (Corte Suprema), el pueblo argentino sabrá seguramente hacer «tronar el escarmiento» como lo hizo desde el 17 de octubre, el Cordobazo, las epopeyas populares de los sesenta y setenta y las jornadas del 2001. Nosotros estaremos en esa batalla como una parte más del pueblo argentino.

En nuestros países, los líderes populares concentran la energía que brota del subsuelo y se expresa en reivindicaciones y organización popular. El lugar de Cristina Fernández de Kirchner, al frente de las esperanzas de nuestro pueblo en la contienda electoral que se avecina, es irreemplazable. Por eso es nuestra obligación luchar contra la proscripción con todas nuestras fuerzas, pero es también su compromiso ponerse al frente de esta batalla, pese a los sacrificios personales que pueda acarrearle. Su lugar en la batalla lo ha elegido la historia.

5) Si por una u otra causa, incluida la negativa de Cristina a ser candidata, no pudiéramos quebrar la proscripción que pesa sobre ella, habría que apelar a que asuman la candidatura presidencial compañeros de probada lealtad con las causas populares, que no hayan sido históricamente instrumentos del enemigo, con ideas muy claras sobre la propuesta que hará a la sociedad para estas elecciones y con el compromiso y una historia personal que permitan asegurar que se les va a ir la vida en hacerlo. Cualquiera de nosotros sabe quiénes no cumplen con estas condiciones.

Ahora bien, para llegar a la contienda con alguna posibilidad de éxito, debemos exigir al gobierno que votamos y en el que ciframos esperanzas que al menos: a) postergue por un año los aumentos tarifarios; b) que otorgue un aumento de suma fija que se incorporará al salario normal y habitual de los trabajadores registrados e informales de cincuenta mil pesos y algo equivalente para los jubilados de todas las categorías. A la manera de lo que en su momento instrumentó Néstor Kirchner.

6) Pero para convocar al pueblo argentino a una nueva epopeya, a que vuelva a creer en la posibilidad de que un gobierno popular pueda transformarle la vida, es necesario ofrecer un programa mínimo de estricto cumplimiento y cuyas bases fueron proclamadas por las organizaciones sindicales, populares y movimientos sociales reunidos en la Plaza de Mayo el último 17 de octubre. Ese programa tiene necesariamente que pasar por:

a) Terminar con las prácticas oligopólicas de los grupos concentrados de la economía estableciendo un estricto control de precios, con un período inicial de congelamiento. b) Recomponer sustancialmente el salario real. Lo mismo con los ingresos previsionales y de la acción social. Garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria.

c) Derogar la Ley 21526 de Entidades Financieras y sustituirla por otra que permita el direccionamiento del crédito y una administración financiera que combata la fuga de capitales.

d) Establecer un estricto control estatal del comercio exterior.

e) Recuperar la propiedad y la administración estatal de todos los puertos fluviales y marítimos. Asegurar el control público de todas las cuencas fluviales.

f) Reestablecer la Ley de Medios derogada por Macri por decreto.

g) Reformar el Poder Judicial profundamente, comenzando por sustituir la actual Corte Suprema. Los jueces no pueden ser vitalicios. Las cúpulas de ese poder deben ser elegidas por el voto popular.

h) Liberar a Milagro Sala y a todos los presos políticos y sociales.

i) Sustituir la Ley de Inversiones Extranjeras. Denunciar los tratados bilaterales de Inversión (TBI) y retirarse del Ciadi, porque implican la pérdida de jurisdicción territorial. Evitar la concreción del tratado Mercosur-UE, en sus términos actuales.

j) Suspender el acuerdo actual con el FMI y las obligaciones que demanda, para renegociarlo en términos que signifiquen una drástica reestructuración de la deuda, con eliminación de los sobrecargos, reducción de las tasas de interés, recorte del capital adeudado, extensión del período de gracia y de los plazos de pago y eliminación de los condicionamientos y las auditorías trimestrales. Declarar su insostenibilidad, su insustentabilidad e impertinencia. El acuerdo no puede derivar en políticas de austeridad hambreadoras del pueblo ni castigar las capacidades productivas necesarias para desplegar un proyecto nacional de desarrollo autónomo.

7) Dijimos que debíamos decir nuestra verdad. La prensa hegemónica/la mediaticidad monopólica elige los candidatos propios y, como siempre, pretende elegir los nuestros. Hay dos nombres que suenan para «representarnos». Se trata de Sergio Massa  y Daniel Scioli, luego del desistimiento de Alberto Fernández. Creemos que ninguno de ellos representa al movimiento popular en esta coyuntura histórica. No decimos que no puedan tener un lugar en el amplio frente que deberá oponerse a la derecha y ultraderecha argentina. Solo decimos que no deberían ser los candidatos a presidente de un movimiento popular que enfrentará tareas ciclópeas y con un enorme sentido reparatorio. En un país presidencialista como el nuestro la figura del primer mandatario es de capital importancia para emprender cualquier transformación. La experiencia con Alberto Fernández ya se vivió. No repitamos.

8) Es necesario discutir todas estas cuestiones porque, como dijimos, tenemos por delante un año electoral que decidirá la suerte del país por varios años. Y lo tenemos que hacer sabiendo que el gobierno de Alberto Fernández, que pese a todos sus deméritos vamos a defender, está siendo sometido a un ataque en todos los frentes por los dueños del poder en la Argentina: los principales capitales del país, la corporación mediática, la corporación judicial con la Corte Suprema a la cabeza, un Congreso de la Nación paralizado. Unos lo hacen fogoneando la inflación y forzando una devaluación que sumerja aún más a nuestro pueblo. Los medios del poder, mintiendo y poniendo sentidos de catástrofe para provocar angustia en la población. La corporación judicial, oponiendo desde las medidas cautelares o los fallos de tribunales inferiores y la Corte, un freno a cualquier avance que el gobierno intente. Y por último, el Congreso, haciendo uso del quórum y de mayorías circunstanciales en las cámaras, obstaculizando la acción de gobierno que necesita leyes para avanzar en diversos temas. Este ataque en todos los frentes se dirige a la vez al gobierno de la Provincia de Buenos Aires y al gobernador Axel Kicillof, para mellar el prestigio y el apoyo que ha conseguido genuinamente.

Vienen por los restos de las mejores tradiciones construidas por los movimientos nacionales y populares del siglo XX, el radicalismo yrigoyenista y el peronismo, en diálogo con el socialismo y las izquierdas y por los avances peronistas/kirchneristas del siglo XXI que aún subsisten en el país. La legislación laboral y sindical; la educación pública, la enseñanza universitaria gratuita; una salud pública que pese a todo pudo dar respuesta en la pandemia; las jubilaciones y pensiones solidarias mediante el sistema de reparto, que con las moratorias no deja a nadie fuera del sistema; las empresas del Estado, que pudieron resistir o han sido recuperadas de las garras de los privatizadores; el desarrollo alcanzado en ciencia y tecnología, que constituye un bagaje importante para un proyecto nacional independiente son algunas de las conquistas que se mantienen y que constituyen todavía un diferencial en la región. Eso es lo que está en juego.

9) La mala situación económica, sobre todo injusta, lleva al desánimo. Y este conduce a ideas que terminan a la larga multiplicando el mismo desánimo y construyendo opciones erróneas. No comulgamos con la vieja táctica «del mal menor», no porque dejemos de considerar el riesgo de esta derecha y ultraderecha (ya han expuesto ante el poder económico el programa con el que piensan «dinamitar» el salario y los derechos económicos y sociales). Son el verdadero demonio y de esto no hay dudas. Tal vez, la peor derecha de estos cuarenta años de democracia colonizada. Pero no acompañamos estas elucubraciones electorales porque entendemos que son ineficaces para lo que se proponen (combatir a la derecha) y, en parte, son responsables de la situación en que nos encontramos. El inventor de «Con Cristina no alcanza, sin Cristina no se puede» terminó premiado con la presidencia del país y así nos ha ido. En reemplazo de aquella formulación ahora se dice: «…en lugar de que venga la derecha ¿no te parece votar a…?» (y acá ponga cada uno el nombre que quiera). Estas posturas, que a veces son incluso sostenidas por enormes organizaciones populares, movimientos sociales y juveniles (parece mentira), son la consagración de la derrota misma, pese a las buenas intenciones de los que las esgrimen. Lo son en caso de triunfar porque terminan, de alguna manera y con matices, en el mejor de los casos, haciendo en realidad el programa central de la derecha, dejan al pueblo a la intemperie y desacreditan las alternativas nacionales y populares. Y lo son también en caso de derrota, porque no dejan nada para pelear a futuro: unas consignas que fueron incomprendidas, pero podrán serlo más adelante, unas banderas históricas que estarán ahí esperando ser rescatadas por nuevas generaciones militantes, un ejemplo a seguir.

Las alternativas que se nos ofrecen por la «ancha avenida del medio», además de no asegurar el triunfo electoral, mucho menos lo aseguran en el terreno de la disputa por el sentido ante la sociedad y en la disputa ideológica que a nivel mundial empieza a darse entre los que conducen a la humanidad al abismo y los que defienden un mundo justo, habitable.

Somos parte de la gran historia nacional que comienza o se prolonga con un 17 de octubre, con el peronismo —que tuvo importantísimos antecedentes—, que se continuó en la resistencia a las dictaduras desde la Revolución Fusiladora a Lanusse, que contiene a las generaciones militantes de los sesenta y setenta del siglo pasado, el retorno del general Perón, que incluye la lucha contra la dictadura genocida de Videla, Martínez de Hoz, la Iglesia hegemónica, el capitalismo prebendario argentino. Que tiene en las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo un estandarte. Que tuvo importantes luchas de las organizaciones sindicales y de los movimientos piqueteros que defendieron al pueblo trabajador contra la democracia colonizada. También en la lucha de las mujeres argentinas, vanguardia en el mundo, por sus derechos y reivindicaciones. Y con el recuerdo y el reclamo soberano siempre presente de «…los pibes de Malvinas que jamás olvidaré». Todo eso se sintetizó en el nacionalismo popular y democrático kirchnerista que abrazamos. No leguemos a las generaciones venideras una bandera deshonrada por intérpretes que no tienen que ver con nada de eso. Seamos capaces de defender a como dé lugar las banderas de los compañeros que nos precedieron. Seamos fieles a esa memoria aun en la derrota, si esta tocara.

10 ) La derecha de la que hablamos no solo viene a amenazar el futuro, está hace tiempo obsesionada con demoler el pasado: terminar con el peronismo («los últimos setenta años»), asestar un definitivo golpe de gracia al kirchnerismo —lo dieron por muerto innumerables veces y, apelando al carácter criminal que históricamente la define, quisieron consumar esa muerte en la persona de Cristina—.

Es una derecha que desconoce los efectos de la memoria popular, que imagina un dominio sobre la totalidad del tiempo, un tiempo «totalitario» que vendría a cumplir el deseo perverso de la desaparición última del otro. Una derecha que insiste en la «espada y la cruz», en el fusilamiento, en la aniquilación, en la «solución final». Es la encarnación de la crueldad del capital, del «que mueran los que tengan que morir». Se les escapa la extraordinaria sutileza de frases como «los pueblos siempre vuelven», se les escapa porque ignoran la verdad del pasado que quisieran destruir. ¿No volvió acaso la indiada que exterminaron en la conquista? ¿No volvió la toldería en el conventillo anarquista, en las huelgas de la carne, de la industria? ¿No irrumpió la multitud de octubre para volver tantas veces después? ¿No volvió la libertad de los presos políticos en mayo del ’73? ¿No volvió la Reforma del 18, corregida y aumentada en las grandes luchas del movimiento de estudiantes? ¿No volvió la tumultuosa democracia popular del 45 en la audacia inesperada de Néstor y Cristina? Cada retorno es un lenguaje nuevo, un modo nuevo de nombrar la persistencia histórica del espíritu emancipatorio. Es cierto que esta dramática coyuntura en la que estamos, y que parece haber conjugado todos los males, nos encuentra sin esas palabras nuevas. Pero tenemos aún el glosario de las grandes palabras que siempre nos pertenecieron: unidad y movilización. Unidad para nombrar al conjunto del movimiento popular y sus representaciones y movilización para reanimar en las calles las lenguas de la emancipación.

Asambleas Horacianas

Espacio abierto integrado por intelectuales, artistas y trabajadores de la cultura. Periódicamente, viene convocando asambleas, a las que se les ha dado el nombre de Asambleas Horacianas, en memoria de Horacio González y como signo de compromiso y lucidez.

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