Presión mediática para ocultar el odio

La descripción del odio político como práctica fundada por el kirchnerismo, borrando de un plumazo las evidencias estruendosas de la penosa historia nacional, y el intento reiterado por quitarles a quienes atacaron a la vicepresidenta cualquier tipo de raíz, pensamiento y conexión política, absorben los esfuerzos editoriales de los medios opositores.

El miércoles Van der Kooy sentenció en Clarín que Sabag Montiel y Uliarte no tienen nexos con fuerzas políticas. O a lo sumo, publicó, merecen «una difusa caracterización neonazi». Dos días después, la fuerza de tareas de judiciales del diario relegó toda mención a este aspecto a los últimos párrafos de la nota sobre la investigación, mientras en otras páginas Bonelli, en el «panorama empresario», negó la vinculación de los atacantes con grupos organizados.

«Marginales desequilibrados», tipeó Rodríguez Yebra el domingo en La Nación. Y «no hay ninguna prueba» de que haya sido una conspiración, sino que actuó «un loco suelto, un lumpen», firmó Morales Solá. Y, otra vez en Clarín, Vaca habla de «par de marginales alucinados».

En suma, se profundizó el esfuerzo coordinado de los medios opositores para quitarle toda significación y raíz política al intento de asesinato de la vicepresidenta, y en algunas líneas hasta llegó a deslizarse casi un lamento, porque Sabag Montiel actuó «con tan poco profesionalismo que ni el tiro le salió» (Joaquín Morales Solá, La Nación, 11 de septiembre de 2022).

Y la bala no salió, es cierto, escribe Clarín el lunes, pero de inmediato se consuela porque lo que «sí saldrá» es la condena en el juicio por la obra pública, prevista y decidida mucho antes de la promocionada alocución del futbolista de Los Abrojos, Luciani.

La coordinación editorial es también contundente para denostar el llamado al diálogo político por parte del oficialismo y la convocatoria a la misa en Luján, rápidamente descalificada como «misa kirchnerista» en títulos y notas. Como siempre ocurre, esta línea fue adoptada por los ultras de Juntos por el Cambio, que pronto silenciaron los muy tímidos amagues de dirigentes que proponían al menos simular un debate interno antes de anunciar la negativa a asistir.

Hecha la misa, tenemos un «arzobispo K», monseñor Scheinig, maltratado como un verdadero demonio y generador de una supuesta crisis interna en la Iglesia, según títulos reiterados en Clarín, La Nación e Infobae domingo y lunes pero, eso sí, sin una sola fuente que convalide los títulos tormentosos, sin negar por esto que entre los jerarcas del Episcopado reina desde siempre un talante fuertemente conservador.

Es innegable que esta estrategia se apoya también en los flancos groseros que ofrece el oficialismo, como la desmañada marcha de la investigación, con la pérdida de los datos del teléfono del atacante, y el pedido de suspensión del juicio por la obra pública realizado por el senador Mayans.

Sin embargo, el poder nacional e internacional que impone cada estrategia editorial no necesita favores para confirmar dónde está parado: el despliegue hecho en torno de la muerte de la reina Isabel, con una exaltación delirante de su figura, desnuda al periodismo bananero que castiga al país, inclinado al glamour de la casta abusadora y parasitaria del Reino que ocupa las Malvinas desde 1833, dedicándole esfuerzos al futuro de los perritos de la reina, a las comidas de la reina, a la descripción del castillo de la reina, a la pompa en torno de la reina y a las evoluciones de enredos y rencores entre familiares de la reina.

La negación del clima de época en el que se inscribe el intento de magnicidio es insuficiente, otra vez, para ocultar dónde están paradas estas empresas periodísticas: La derecha ganó las elecciones en la localidad cordobesa de Marcos Juárez. Clarín dice en su portada que es un «duro revés» para el gobernador Schiaretti e incluso agrega que el kirchnerismo no presentó siquiera una lista. Pero, eso sí, dice en el título que fue un «voto anti K».

Hugo Muleiro

Periodista y escritor.

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