La dictadura del instante y la oscuridad de la democracia
Estamos en presencia de un proceso de doble conformación: el de convergencia y concentración tecnoempresarial en el campo de las comunicaciones, mediante la fusión horizontal y vertical de las cadenas de valor del sistema informativo, por un lado, y el de la transformación del modelo de producción posindustrial, que ha convertido la información en materia prima del nuevo capitalismo.

La información entonces ha dejado de ser un bien social, sujeto a regulaciones democráticas y se ha convertido en un commodity. En el nuevo modelo económico, la generación de valor está asociada a la interacción algorítmica de los datos. Visibilidad informativa y poder económico convergen en el modelo informacional de acceso a la información. Este fenómeno propone una radicalización mercantilizada de la noticia, donde la lógica económica se impone sobre lo periodístico como articulador de sentido. Las implicancias políticas de esta pérdida de sentido frente a la realidad son, tal vez, el mayor de los riesgos frente a las narrativas que promueven el odio, la fragmentación social y la prepotencia de los poderosos.
El derecho social a la información y la libertad son las primeras víctimas —junto con la verdad— de esta guerra civil no declarada. Ya no se trata de medios y multimedios sino de galaxias informativas que se sitúan en múltiples pantallas fijas y móviles asfixiando el proceso cognitivo y sembrando desinformación y noticias falsas en las que el ciudadano de a pie está cada vez más indefenso.
Las plataformas se vuelven dominantes no por lo que poseen en forma tangible, sino por la dinámica que crean conectando a los usuarios. «No son dueñas de los medios de producción como eran los monopolios de la Revolución Industrial. En cambio, son propietarias de los medios de conexión», dice Suazo (2018). Las plataformas de hoy se basan más en la participación que en la propiedad y dominan porque los usuarios las elegimos. Al hacerlo, alimentamos el circuito. La minería de datos y la automatización de los procesos, están consolidando ese nuevo ecosistema.
Esta mutación podemos verla a nivel local con el proceso Clarín/Cablevisión /Telecom/Telefónica, que salta del campo periodístico y del audiovisual clásico a las rutas y vías de navegación del nuevo modelo infocomunicacional. La captura progresiva de mayores cuotas de mercado y más posiciones en la cadena de valor reduce la libertad de acceso independiente a las redes y a los contenidos. Desde allí se potencia una narrativa conservadora basada en la descalificación sistemática de lo estatal, el menosprecio de la política —señalada como refugio de una casta—, o las prácticas discriminatorias de todo tipo, incluyendo el uso sesgado de redes, que tironean hacia la derecha la circulación de sentido.
Así como la verdad requiere tiempo, la libertad requiere luz. El escenario de época que vivimos es la dictadura del instante y la oscuridad de la comunicación. Como dijo hace poco en Argentina el exdirector del Washington Post, Martin Baron, «la democracia muere en las tinieblas». Por eso el trabajo estratégico del periodismo en todas sus vertientes es buscar e iluminar la realidad, con fuentes situadas, con testimonios, con fotografías, con videos, con grabaciones. Bien que lo sabemos en estos tiempos de un Estado policial que basa su gobernanza en la represión y la estigmatización social.
Los nazis comprendieron cabalmente —como bien lo ilumina Síndrome 1933, el trabajo de Siegmund Ginzberg— el significado del control mediático para el desarrollo de su gobierno de segregación social y genocidio. Avanzaron con el control, el cierre o la rendición de los periódicos y medios radiales hasta imponer un clima de intimidación colectiva y el desarme de toda forma alternativa de organización del pensamiento. Muchos medios y periodistas subestimaron los riesgos o defeccionaron en el cumplimiento de su rol de controladores del poder. La sumisión se pagó también con el destierro, la clausura o el despojo. Algo similar puede suceder hoy en la Argentina y el mundo con la nueva derecha. El estado de derecho requiere de acuerdos políticos comprometidos con el pluralismo informativo que trasciendan el corto plazo.
La libertad necesita de la luz y del tiempo, en tanto que la imposición de los discursos neofascistas que enfrentamos amenaza con dejarnos en las sombras. Por algo una de las mayores formas de resistencia a los atropellos del autoritarismo en el poder está siendo la proliferación de marchas de antorchas, camarazos y actos en toda la Argentina con múltiples formas de movilización y el esfuerzo colectivo de construir —entre todos— una verdad colectiva con fotos, mensajes, redes y aportes anónimos. Es aquí donde el uso de las TIC al servicio de los intereses populares puede marcar una valoración positiva. La construcción de la verdad ya no es una tarea —excluyente— de los medios, sino del colectivo social.
En una época en que los humanos se convierten en infómatas ceden al algoritmo la tarea de «ser» la realidad. La verdad, dice Byung-Chul Han, requiere de una política del tiempo. Un proyecto de felicidad colectiva debe enfrentar el caos de la información (producto tanto de la concentración convergente del capital que produce la realidad en el mundo digital, como del abordaje del sistema de producción que capitaliza cada instante de nuestra vida) con políticas de comunicación y de tiempo en manos de un Estado presente.
En su ensayo En el enjambre (2014), Chul-Han describe cómo la cultura digital nos transforma en una multitud conectada, pero no necesariamente en comunidad. Nos convertimos en lo que él llama «el enjambre», donde cada individuo, aunque conectado, se encuentra aislado, atrapado en un ciclo de comunicación instantánea y superficial. Según Joan Cwait (2024) la reflexión profunda, el tiempo para pensar, queda relegado, desplazado por la necesidad de reaccionar de inmediato, de estar presentes en lo que otros ya diseñaron para nosotros.
El insulto del poder procura intimidar al periodismo y establecer nuevas fronteras entre la mentira y la verdad. El matoneo ante los trabajadores de prensa es una rasgo distintivo de la discursividad neofascista a escala global. La destrucción de la existencia de procedimientos de verosimilitud o de portavoces creíbles es un requisito inherente a la gestión del poder. Todo puede ser cierto y todo mentira. En definitiva, como alguna vez lo enunció Foucault; la verdad deviene del poder, esa sustancia invisible que impregna la sociedad. La violencia simbólica —como sucedió con el nazismo, la dictadura en los setenta o el ascenso mileista— siempre precede a la violencia física. Las apelaciones a la corrupción, la degradación del progresismo como categoría política y las metáforas sanitarias sobre el cáncer que debe extirparse deben ser tomadas seriamente como indicios de un programa autoritario que amenaza al mundo.
La construcción de espacios de resistencia y propuestas superadoras no puede volver sobre el voluntarismo y la improvisación que gobernó el ámbito de las comunicaciones en las últimas gestiones identificadas con el llamado campo nacional y popular. Requiere también ahora de políticas públicas, regulaciones y prácticas sociales que recuperen el alineamiento de un sistema desconcentrado de medios audiovisuales y de telecomunicaciones que marque límites a las nuevas oligarquías comunicacionales y permita que pongamos luz sobre la realidad como una construcción colectiva.
Reproducimos aquí, con autorización del autor, esta nota publicada originalmente por Nueva Sión.
Luis Lázzaro
Magister en Educación, Lenguajes y Medios (Unsam). Docente de Derecho de la Comunicación y Convergencia Digital en Medios (Undav). Es autor de La Batalla de comunicación y Geopolítica de la palabra. Miembro fundador de la Coalición por una Comunicación Democrática.
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