Gobernaremos sobre las cenizas o seremos cenizas
Parte de los históricos fracasos de Estados Unidos en las guerras, que no sean meros bombardeos aéreos, se debe no sólo a su ineficiencia, sino a que perder guerras es un gran negocio para las corporaciones privadas que dominan la política y la narrativa.
El 4 de setiembre de 2024 se desató una tormenta tropical sobre Jacksonville. La conversación con Jill Stein en el auditorio de la universidad estaba fijada para las 17.30, que a esa hora se había vuelto noche cerrada debido a la tormenta. Para restarnos público (es mi especulación), el Comité del Partido Demócrata de Florida había decidido organizar un discurso de los candidatos de Kamala Harris al Senado en el mismo campus, en la Facultad de Negocios de Jacksonville University, una hora antes, cuando casi no queda espacio para estacionar.
Al final de la conversación, alguien desde la platea protestó porque yo había sido «demasiado amable» con Stein. A la salida lo reconocí como un votante demócrata, una persona amable hasta donde yo lo había conocido.
―No soy periodista ―le dije―; aquí la idea era profundizar en las ideas de Stein.
La verdad es que me desagrada el juego de hacerse la estrella, tipo Jorge Ramos de Univisión, acosando al entrevistado. Tal vez por eso siempre consideré al español Jesús Quintero un maestro del género, de aquellas entrevistas llenas de silencios casi psicoanalíticos.
Del auditorio fuimos a compartir una cena frugal en un salón del museo de un edificio cercano, reservado por mis colegas para agradecerle a Jill, al excongresista y coordinador del Partido Verde Jason Call y a su equipo el esfuerzo de llegar hasta allí.
La cena, austera, había sido dejada allí por el catering de la universidad. Sin meseros y sin público, mis colegas y yo pudimos compartir una interesante conversación que no detallaré por haber sido hecha en un espacio privado. Sí creo que puedo conectar una sola idea con las elecciones y con la tragedia global en la que nos vamos hundiendo cada día más.
Le comenté a Jill, sentada a mi lado, que hacía unos años estuve en la Deutsche Welle de Berlín y la periodista principal con la que cené después de la actividad me mencionó que era esposa de líder del Partido Verde de Alemania, Cem Özdemir, por entonces congresista y actualmente ministro de Agricultura de Alemania. Özdemir aceptó mi invitación para dar una conferencia en Iniversidad de Jacksonville a finales del 2019, pero la policía alemana descubrió un plan de la rama estadounidense del grupo neonazi más violento del siglo, Atomwaffen Division (AWD), para atentar contra su vida y el viaje se frustró.
Hasta ahí nuestra coincidencia. Pero Jill nos comentó una importante diferencia que el Partido Verde de Estados Unidos tenía con el de Alemania: Ucrania.
Hasta aquí llega mi indiscreción. Puedo agregar que la evaluación del problema y la posición de Jill Stein en ese tema coincide completamente con la mía. Ahí sí puedo elaborar más, para entender qué dijo Stein aquella noche.
Cuando el presidente Biden retiró las tropas estadounidenses de Afganistán, dejó en su desbande millones de dólares en tanques de guerra y otros arsenales militares. Luego de veinte años de ocupación, luego de casi diez años de haber (supuestamente) encontrado y ejecutado a Osama bin Laden, de repente el ejército estadounidense salía tan apresurado como de Vietnam. Luego de veinte años, los estadounidenses perdieron catorce billones de dólares (siete veces Brasil) sólo en Afganistán, no por fundar escuelas y hospitales sino por un proyecto de dominación militar que sólo benefició al tráfico de drogas y a las compañías privadas, tal como lo demostró el Wall Street Journal.
Luego de veinte años, Washington volvía a poner en el gobierno de Afganistán a los hijos pródigos de la CIA, los Talibán, luego de haber eliminado a otro de sus hijos pródigos, Osama bin Laden. Negocio redondo: crear más problemas para invertir más en nuevas soluciones bélicas.
Como dijimos antes, parte de los históricos fracasos de Estados Unidos en las guerras que no sean meros bombardeos aéreos se debe no sólo a su ineficiencia, sino a que perder guerras es un gran negocio para las corporaciones privadas que domina la política y la narrativa en el país. Por entonces, en un artículo advertimos que sólo había que esperar una nueva guerra, que ese misterioso desbande sólo se explicaba por la urgencia de un nuevo plan en marcha.
Entonces vino la invasión de Rusia a Ucrania. Antes, muchos coincidimos en que se había hecho todo lo posible para que eso ocurriese, logrando que Zelensky (la marioneta de Washington, de profesión payaso) confirmase el proceso de membrecía de Ucrania a la OTAN. La OTAN, el sueño de Hitler (dos de sus directores fueron asistentes de Hitler), una vez más se salía con su objetivo de aumentar las tensiones para extender la hegemonía del macho alfa, el occidente anglosajón, algo que comenzó apenas terminada la Segunda Guerra y pudo ser resuelto con la propuesta de Stalin de 1952, conocida como «Stalin notes».
En marzo de 2022, Le Monde de París publicó una página describiéndonos a Paco Ignacio Taibo II y a mí como «intelectuales de izquierda pro-Putin», a pesar de que antes y después de ese informe no perdí oportunidad de dejar claro que no aprobaba la invasión pero me parecía una hipocresía criminal querer escribir la historia a partir de ese día, sin considerar el largo acoso, las matanzas de la población rusa del Donbas y el golpe de Estado contra el presidente democráticamente electo Viktor Yanukovych promovido por Occidente.
No estoy a favor de alguien sino a favor de causas, como la causa de la no injerencia de un país en las políticas de otro, como si se tratase de un problema entre cowboys e indios, donde los agresores siempre se describen como las víctimas de la rección. Los viejos y permanentes intervencionismos, madre de todos los problemas en los países del sur global… Básicamente ésta fue la coincidencia, aquella anoche del 4 de setiembre.
El primero de noviembre, un comunicado de los verdes de Europa instó a Jill Stein a bajarse de las elecciones y apoyar a Kamala Harris para evitar un gobierno fascista de Trump. «Jill Stein y el Partido Verde de Estados Unidos no están afiliado a los Verdes del Mundo… Todos quienes están a favor de los «principios verdes» deben votar a Kamala Harris» declaró el congresista finlandés Oras Tynkkynen. Les preocupa el caos que crearon en Ucrania, no el genocidio que crearon en Palestina.
Los demócratas han insistido en culpar a Jill Stein de una posible derrota, pero no han hecho nada para evitar un suicidio electoral, ignorando de forma expresa los reclamos de millones de demócratas que están furiosos con el genocidio en Palestina. Cada vez que Kamala Harris fue interpelada en alguno de sus mítines políticos, ha silenciado estas protestas diciendo «Estoy hablando yo», para luego continuar como si se tratase de un libreto aprendido de memoria: «Cierto, es un tema importante, pero ahora no estoy para hablar de eso sino de otros temas importantes, como el costo de los alimentos en el supermercado».
Más insensible hipocresía, más arrogancia no es posible. Para rematarla, su esposo anunció feliz que a la entrada de la Casa Blanca colocarían una mezuzah, lo cual no tiene nada de malo en una casa privada si no fuera por el momento y el lugar. Luego Bill Clinton intentó calmar las protestas sobre Gaza diciendo que Israel tiene derechos especiales porque el rey David había estado allí hace tres mil años.
Entonces, amables demócratas, dejen de llorar por el fascismo nacional que se viene si son ustedes los primeros responsables del fascismo global.
JORGE MAJFUD
Escritor, arquitecto, doctor en Filosofía por la Universidad de Georgia y profesor de Literatura Latinoamericana y Pensamiento Hispánico en Jacksonville University, Florida, Estados Unidos. Autor de libros de ensayos y ficción.
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