A problemas globales respuestas globales

Ante la carrera armamentista y el narcoterrorismo se requieren alternativas de paz global, desde las actitudes individuales hasta las políticas estatales e internacionales. Urge salir de la función ecocida en serie y en masa en la que ha caído la humanidad. Necesitamos construir lugares seguros para (con)vivir, para soñar, para seguir creyendo.

Una de las paradojas de nuestro tiempo, que no es nueva, pero se profundiza —o se radicaliza y naturaliza— en lo que tiene de avance el siglo que vivimos, es la relación que existe entre un mundo globalizado y el funcionamiento paralelo/articulado de dinámicas locales. Mientras las tecnologías digitales tejen una civilización cada vez más compartida en una indefinición cultural que nos hace vernos parecidos sin serlo y sin saber en qué ni por qué, en procesos conexos tanto las sociedades, los países y los individuos nos desenvolvemos en dinámicas glocales (global/local) de distinto cuño.

Los nuestros son tiempos inestables en los que la economía y la digitalización de la vida técnicamente universalizan procesos, pero vitalmente ellas mismas los explosionan en múltiples retazos que no encuentran cauces para reconocerse, asimilarse y pertenecerse. Hay redes aparentes en un mundo que consolida su multipolaridad en opuestos que se expresan en diásporas locales – localistas, individuales – individualistas, aisladas – aislacionistas.

Los problemas globales se han hecho más comunes al conjunto de la humanidad, pero las respuestas glocales no están generando sinergias de cooperación ni de integración para enfrentarlos. Por el contrario, se están fragmentando con curiosas cuanto inexplicables herramientas que tienden a fraccionarse en emprendimientos micropolíticos. Al respecto, Yuval Harari advierte que los nacionalismos tienen una parte fácil que es la de preferir a gente como nosotros, los iguales, y una parte difícil que es admitir extraños, por lo que se tiende a encarar propuestas chauvinistas, segregacionistas, patrioteristas, racistas o regionalistas que se metamorfosean como alternativas válidas en un mundo polarizado donde lo virtuoso es lo que separa, lo que condena al otro y lo que genera conflictos, mientras que lo condenable es lo que dialoga.

Entre los grandes problemas globales que deberían llevarnos a procesos reflexivos/decisorios tanto para generar políticas nacionales considerando la influencia de estos factores en relaciones de neodependencia, así como para establecer mecanismos de cooperación e integración nacionales, interestatales y multilaterales para enfrentarlos, están: el reto nuclear, la (in)seguridad ciudadana, el colapso ecológico, los desafíos de la alimentación y la vida como derechos, el apocalipsis migratorio, y la disrupción tecnológica.

El reto nuclear está estrechamente ligado al armamentismo y a la indeseada posibilidad de una tercera guerra mundial con aniquilación masiva de pueblos. No se puede tapar el sol con un dedo, hay carrera armamentista y no tiene fines de sociedades de paz, aunque se reciten principios de convivencia. En estrecha relación, la (in)seguridad ciudadana se expresa en la incertidumbre, en la violencia cotidiana y en la violencia estructural, casi cultural, digitada por traficantes y mafias que se han instalado en nuestras sociedades alimentando comportamientos anómicos ciudadanos e institucionalizados.

El colapso ecológico, que se produce por la desestabilización de la biósfera de la que tomamos más de lo que puede darnos para (mal)compensarla con desechos tóxicos, ya no tiene tiempo, frente al cambio climático los países somos víctimas globales de nuestras propias acciones depredadoras. A su lado, el arrastre histórico del desempleo y del hambre están en crecimiento, presionando para que los compromisos por el desarrollo sostenible avancen en contundentes acciones globales. El apocalipsis migratorio tiene relación con los anteriores, al ser resultado de sistemas que no pueden resolver el desafío básico de la sobrevivencia para una población creciente, así como es también el impulsor de sistemas de intolerancia que no están preparados para recibir las oleadas humanas de desplazados por la economía o por la violencia.

El reto que provoca la disrupción tecnológica con la revolución de la biotecnología y la infotecnología, debemos aclararlo, no tiene como problema a la tecnología sino a sus formas de gestión. En sistemas mercantilizados los algoritmos y la inteligencia artificial funcionan en modo de acumulación y crecimiento que podrían ahondar las asimetrías, las polarizaciones y los bolsones de pobreza por mayor desempleo, con una lógica en la que los países y grupos marginales de la economía y del desarrollo tecnológico podrían hacerse sociedades ya no solo neo-dependientes, sino irrelevantes.

En tiempos en los que son evidentes los impactos negativos que ejerce la guerra Ucrania – Rusia en las economías nacionales, así como los impactos sociales de la pandemia en el planeta y las afectaciones de la disputa China – Estados Unidos en la arquitectura del orden mundial, las políticas nacionales, no importando si son liberales, socialistas, conservadoras o progresistas, tienen que definirse en las articulaciones de las economías y sociedades nacionales con el orden internacional, al mismo tiempo que las respuestas frente a los problemas globales deben ser globales, articuladas e integradas.

Ante la carrera armamentista y el narcoterrorismo se requieren alternativas de paz global, desde las actitudes individuales hasta las políticas estatales e internacionales. Urge salir de la función ecocida en serie y en masa en la que ha caído la humanidad. Las tecnologías y los robots no tienen corazón y cada vez menos los humanos, hay que corazonar la vida y poner la tecnología al servicio del bien común. Necesitamos construir lugares seguros para (con)vivir, para soñar, para seguir creyendo. ¿Tan difícil es pasar del regocijo falaz por el enfrentamiento al gozo esperanzador del entendimiento?

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Adalid Contreras Baspineiro

Sociólogo y comunicador social boliviano. Director de la Fundación Latinoamericana Communicare.

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