Soledad Acuña y el «negocio» de alimentar la grieta

Fotografía: Télam
La ministra de Educación porteña, Soledad Acuña, dijo que los alumnos que abandonaron la escuela durante la pandemia de covid-19 en la Argentina se encuentran «perdidos en el pasillo de una villa, ya cayeron en la actividad del narcotráfico o tuvieron que ponerse a trabajar». De esta forma los condenó y descartó la posibilidad de que puedan reinsertarse en el sistema educativo.

Soledad Acuña, la ministra de Educación porteña, afirmó la semana anterior en una entrevista radial que ya «es tarde» para buscar a los niños que dejaron la escuela durante la pandemia  y agregó que «esos chicos seguramente estarán perdidos en una villa o ya cayeron en actividades del narcotráfico». Sus afirmaciones generaron repudios a granel por parte de dirigentes políticos, sociales y gremiales que criticaron a la funcionaria del gobierno de Horacio Rodríguez Larreta por entender que su discurso fue la manifestación de una posición ideológica y política xenófoba y discriminadora.

Sin desconocer el valor de estas críticas habría que profundizar también en otra lectura del mismo hecho para entender que, en este y en otros casos, Acuña actúa en consonancia con personalidades, voceros e intérpretes de la oposición que, a través de sus manifestaciones, intentan reiteradamente construir un núcleo duro de adhesiones que expanda los límites actuales de Juntos por el Cambio interpelando y sumando a personas de los sectores que padecen vulneraciones y que, por distintas circunstancias, fueron cooptadas circunstancialmente por el hoy diputado ultraderechista Javier Milei.

La derecha persiste en su estrategia de «campaña permanente» y, aún más allá de cualquier acción coyuntural, no resigna posibilidades y oportunidades para continuar en la cacería de votos. Uno de los objetivos dentro de esa estrategia es el de sumar adhesiones del núcleo «antisistema” y no dejar que sea capitalizado por Milei y los suyos, sin importar siquiera la cuantía de esos votantes. Todo suma de cara al 2023. Se trata de avanzar sobre el voto por ahora disperso del «libertario» para darle identidad propia.

Es, además, una manera de profundizar «la grieta» diferenciándose de la argumentación del Frente de Todos y para eso sirve el discurso del odio. También para remover la molestia que causó en las familias la falta de presencialidad escolar durante la pandemia, mientras se agita el fantasma del narcotráfico que gran parte de la población —fundamentalmente del conurbano— asocia también con la inseguridad.

No hay que pensar que esta es una estrategia ni central, ni permanente. Pero sí que es un componente que Juntos por el Cambio, sus estrategas políticos y asesores de campaña no pierden jamás de vista.

No son ingenuos quienes trabajan discursivamente sobre las insatisfacciones de la población haciéndolo con la astucia (¿la perversidad?) de apoyarse en los temores y las inseguridades individuales y colectivas para, con la colaboración del sistema corporativo de comunicación, seguir sembrando “la grieta”. Es un negocio que le ha rendido buenos frutos al macrismo en los últimos años. Desde el otro lado hay que advertir que esto también sucede y evitar caer en la trampa.

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Washington Uranga

Periodista, docente e investigador de la comunicación. Doctorado en Comunicación por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social UNLP.

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